Una de las fábulas más célebres atribuidas a Esopo es la del escorpión y la rana, donde el batracio ayuda al depredador a cruzar el río y ve materializados sus dudas y temores cuando, a la mitad del camino, le cruza su venenoso aguijón. Las fábulas tienen una finalidad didáctica ética y universal, que llega a una expresión sublime cuando la rana que le pregunta por qué ha podido hacer algo así, ya que morirán los dos ahogados.
“No he tenido elección”, dice el escorpión, en una de las frases más citadas a los largo de los siglos, “es mi naturaleza”. Es la moraleja de cómo hay quienes sacan su maldad sin importarles las consecuencias, incluso dañándose a sí mismo, que se puede aplicar mecánicamente a Ricardo Anaya, el autoproclamado candidato de una coalición armada a su gusto y necesidades. Pocos como él simbolizan mejor las ambiciones sin escrúpulos.
Anaya presionó y chantajeó a un grupo de dirigentes del PRD que, mermado su peso electoral en los últimos años, se enfrentaron a la disyuntiva de, o aceptaban las condiciones del ex líder del PAN para ungirlo como candidato de un frente ciudadano que se rebautizó como Por México al Frente, o quedaban expuestos a que Andrés Manuel López Obrador, quien los ha descalificado de manera sistemática por aventureros oportunistas, les chupara cuadros, militantes y votos sin que pudieran hacer nada por impedirlo. Los líderes perredistas no lo admiten abiertamente, pero carecen de argumentos objetivos para refutar que su destino, sin el Frente y sin el PAN, significaba la muerte como partido. Esa dirigencia está convirtiendo a la izquierda reformista mexicana, en el Partido Verde del PAN, utilitario y desechable en el momento que sea un lastre.
El escorpión está montado sobre la rana amarilla cruzando el río hacia la contienda presidencial. ¿Cuánto tardará en traicionarlos? Ya lo verán e irán comprobando si así sucede, concede Héctor Serrano, líder de Vanguardia Progresista, una de las corrientes del PRD, y la más cercana al jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, a quien no le dieron la oportunidad, si pudiera llamarse así, de que Anaya lo traicionara. Ellos hicieron el trabajo sucio, sin que Anaya se manchara las manos. El precandidato del PAN, y del PRD y el Movimiento Ciudadano, se ocupará de ellos en el futuro, si fuera necesario. ¿Cómo se puede afirmar con tal contundencia tal escenario? Porque, como le dijo el escorpión a la rana, está en su naturaleza.
Hace 13 meses se describió en este espacio la forma como Anaya ha traicionado sistemáticamente a quien le ha ayudado. Lleva alrededor de 15 años haciéndolo y sería ingenuo pensar que no se repetirá. El domingo, al anunciar que buscaría la Presidencia, comenzó a picar a los suyos. Anaya disparó sus dardos envenenados contra los dos ex presidentes panistas. Sobre Vicente Fox, expresó: “En el 2000, cuando ganó Vicente Fox, muchos soñamos con que la derrota del PRI traería todos los cambios anhelados. Pero seamos francos y hagamos autocrítica de esta circunstancia: no cambiamos el régimen. Un ejemplo que pinta de cuerpo entero es el Pemexgate”.
El gobierno de Fox investigó el desvío de más de 500 millones de pesos de Pemex a la campaña de Francisco Labastida y dos años después de comenzar la averiguación, la concluyó sin procesar a nadie. El Instituto Federal Electoral –hoy Instituto Nacional Electoral-, multó al PRI con mil millones de pesos por no haber reportado esos gastos. “Al líder del sindicato petrolero no se le tocó ni con el pétalo de una rosa”, añadió Anaya, “y ese sistema corporativo y clientelar del PRI permaneció prácticamente intacto”. No lo dijo el precandidato, pero en esa elección también se investigó a la organización privada Amigos de Fox, a la que el IFE documentó al menos 46 millones de pesos de financiamiento ilícito en la campaña presidencial. Tuvo menos consecuencias que el Pemexgate porque el gobierno panista, donde el principal asesor de Anaya, Santiago Creel, era secretario de Gobernación, se negó a aportar la documentación solicitada. Un diputado priista denunció en su momento las irregularidades. Ese diputado estuvo el domingo codo a codo con Anaya, el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes.
Anaya fue selectivo en la crítica contra Fox, al igual que la que enderezó contra Felipe Calderón. “No cambiamos las estructuras clientelares y corporativas del PRI, y quedó intacto el pacto de impunidad”, dijo. “Se le entregó a Elba Esther Gordillo el control de la educación básica en nuestro país, nombrando a su yerno Subsecretario de Educación Básica”. Es cierto, sólo que habría que recordar algo: el subsecretario respondía a las órdenes de la secretaría de Educación, Josefina Vázquez Mota, a quien apoyó como candidata al gobierno del estado de México, y él mismo fue subsecretario de Turismo en la administración de Calderón. Y el gobernador Yunes formaba parte orgánica de esa estructura clientelar que tanto denostó el domingo.
El precandidato es el escorpión está matando a la rana, su rana. Comenzó su campaña presidencial el domingo mordiendo la mano que le dio de comer durante años, el panismo en Los Pinos. Nada nuevo. Ese es Anaya, descrito por uno de los interlocutores que ha tenido a lo largo de los dos últimos años como un político “muy inteligente, valiente, pero pragmático y sin escrúpulos”. Picar a la mitad del río es una apuesta osada, incluso para quien, hasta ahora, se ha salido con la suya.
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