Entre Los Angeles y la Ciudad de México, Carlos Ricardo López miró a Cancún como un justo medio para reiniciar una vida. El paradisiaco balneario de aguas turquesa, de cálido clima y turistas estadounidenses cerrados a hablar otro idioma que no sea el inglés, parecía la mejor opción para buscar empleo y mejorar la calidad de vida de un deportado.
“Hasta que llegó la pandemia”, acota.
En marzo pasado toda la industria turística que sostenía el sueño de miles de mexicanos se frenó por el COVID-19, las medidas de sana distancia, la cancelación de vuelos y el miedo al contagio.
Una vez que se expandió el coronavirus y se decretó alerta en el país, las cifras se fueron en picada para la industria turística que representaba una de las principales fuentes de ingresos del país (alrededor del 8.7% del Producto Interno Bruto) y empleaba a más de 4.5 millones de personas.
Durante abril pasado, el número de turistas extranjeros que visitó México cayó un 97%. Sólo llegaron alrededor de 86,000 visitantes frente unos 2.8 millones en el mismo mes de 2019 y, de buenas a primeras, Carlos Ricardo López se quedó desempleado.
Trabajaba como bar tender en un restaurante y le iba bastante bien, cuenta en entrevista con este diario. Podía rentar una casa para él solo en una zona bonita de Cancún y, en un buen día, podía ganar hasta 100 dólares de propinas que justificaban la razón de la mudanza de él y de muchos otros repatriados y todo tipo de aventureros que fueron al caribe mexicano.
Un largo camin
Hacerse de un empleo en el mundo del turismo en México parecía, en principio, algo sencillo. Pero no lo fue para Carlos Ricardo, quien había sido deportado en 2012 después de una larga batalla por pagar unas infracciones de tránsito. Estaba dispuesto a saldarlas pero se quedó dormido mientras conducía y, en el accidente se rompió el fémur, la tibia y los talones. Tardó cuatro años en volver a la caminar normalmente.
Incapacitado para trabajar y, por tanto, para pagar los tickets, fue requerido en una corte, de ahí enviado a un centro de detención migratoria y expulsado de Estados Unidos. “Mi abuela cruzó a Tijuana para acompañarme a la CDMX y pedirle a amiga que me rentara un cuarto en la delegación Iztapalapa”.
En la capital mexicana intentó vivir más tiempo. Había dejado esta cuidad cuando tenía tres años y quería explorarla por unos meses antes de intentar volver a cruzar la frontera norte. Ahora como adulto. Así que buscó trabajo y lo encontró pronto en call centers para dar servicio a clientes de empresas como General Electric.
No le iba mal. Podía rentar su espacio pero se hartó del estilo de vida en la zona conurbada de la CDMX, donde se había mudado con todo y las complicaciones por el tráfico, el smog, la falta de agua en la colonia Escuadrón 201y el frío que calaba sus fracturados huesos.
En esa inconformidad estaba cuando una de las compañías para la que colaboraba en el call center lo llevó a Cancún para que conociera los hoteles para los cuales trabajaba como vendedor. Cuando vio el mar, las albercas y el ambiente se dijo a sí mismo: “Aquí quiero vivir”.
Previamente había estado nostálgico. En EEUU no dejó esposa ni hijos, pero sí a sus padres y hermanos y toda una vida (23 años exactamente). La añoranza lo empujó a gastar alrededor de 7,500 dólares en un coyote para que lo cruzara de vuelta a casa. En vano: ya en Otay, el vehículo en el que viajaba clandestino fue detenido.
“Y vuelta a México”, recuerda. “Pero convencido de que el siguiente punto sería Cancún”.
Allá no le dolían los huesos. Allá la empresa que lo contrató para que le hiciera marketing y vendiera paquetes turístico le pagaba un espacio en un hostal, pero era demasiada gente y estaba sucio, el baño enmohecido y muchos huéspedes bebían alcohol. “Era un caos”.
Una amiga le ofreció la sala de su casa en solidaridad y así empezó un peregrinar de casa en casa en búsqueda de algo de comodidad entre los amigos, que no hubiera mosquitos, perros impertinentes, cucarachas, ruidos excesivos. “Yo les agradecía siempre porque era gratis, pero no estaba a gusto, siempre había algo”.
Su estabilidad laboral tardó en llegar después de cambiar varias veces de empleo. Llegó con las propinas que obtenía del restaurante, en dólares. Todavía le tocó ser parte del equipo de atención a la última temporada de los spring breakers hasta el 20 de marzo cuando los “americanos” ya no quisieron viajar.
Carlos Ricardo compró entonces un boleto de avión a la CDMX, donde, al menos, tiene algunos familiares que se solidarizarían con él de algún modo si caía enfermo.
Los otros panoramas
Atrapados en el sueño de la Riviera Maya, otros emigrantes locales no pudieron escapar ni para dónde ir. De ellos, la prensa de Quintana Roo da fe sobre su presencia en una plaza, conocida como El Crucero, en Cancún, donde al menos 400 hombres y mujeres de distintas edades y lugares de origen esperan sentados sobre la banqueta en espera de ser contratados.
Son albañiles, plomeros, electricistas, camareras, barmans cocineros y hostess que buscan trabajo en “cualquier cosa” como otros 113,000 desempleados que antes tenían empleo formal (según cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social) y eran parte del bullicio y la pachanga.
En cambio ahora han tenido que sortear el hambre en comedores comunitarios, limpiando parabrisas, en cruceros y algunos otros lugares donde van de pedigüeños por ellos mismos o por sus hijos o sus esposas inmersos en la crisis de una zona que depende hasta en un 70% del turismo.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social estimó que el porcentaje de personas pobres por ingresos en México alcanzó al 53% ciento de la población en abril y actualmente ronda el 55% por la reducción de salarios, pérdida o precarización del empleo y más aún en las zonas turísticas.
“Envié currículums a todas partes, pero nadie contesta”, dijo en entrevista telefónica Fernanda Vargas quien vive en Cancún y es licenciada en turismo totalmente bilingüe. “Ya estoy pensando en dedicarme a otra cosa”
La reapertura de hoteles es aún lenta. A pesar de la reactivación, Cancún y la Riviera Maya sólo han recibido sólo 70,000 turistas en comparación con los 2.4 millones que esperaba siempre al inicio del verano. a los que estaba acostumbrado a recibir al inicio del verano.
El director del Grand Fiesta Americana Coral Beach Cancún, Gurrola Aguirrezabal, reveló recientemente que el sector hotelero dejó de percibir hasta 90% de sus ingresos mientras otros gastos se incrementaron. Según sus cálculos, invierten alrededor de 40,000 dólares sólo en equipos sanitizantes: gel antibacterial, cubrebocas, caretas para el personal, tapetes…
Además se han tenido que acondicionar todos los espacios para la sana distancia, desinfectar los cuartos, colocar cristales entre las mesas, operar sólo al 30% de la capacidad e ingeniárselas con mariachis y otras estrategias para poner notas alegres a quienes se atrevan a volar con los descuentos de hasta 70% actualmente.
Pero las playas siguen cerradas y las albercas son sólo para los clientes.
Carlos Ricardo López quedó lejos de esas estrategias que involucraron, finalmente, a pocos empleados. En estos días volvió Cancún sólo para recoger sus cosas porque ya no tiene muchas esperanzas en el turismo. Encontró oportunidad en una cooperativa de repatriados para coordinar transporte de carga a distancia como un contratista de una empresa estadounidense, ¿quién diría?
Cifras
– El turismo representaba en México el 8.7% del Producto Interno Bruto
– Empleaba a más de 4.5 millones de personas.
– El número de turistas extranjeros cayó 97% durante la pandemia.
– En el estado de Quintana Roo, se perdieron 113,000 empleos formales.
– Desde la reapertura sólo han llegado 70,000 turistas
– De enero a mayo de 2020, los ingresos del País derivados de visitantes internacionales bajaron 43%.
– La reducción se calcula en 4,196 millones de dólares.
fuente.-