Las restricciones promovidas por el gobierno federal –algunas obligatorias y otras voluntarias– nunca parecen ser suficientes para algunos políticos y líderes de opinión. Insisten –sin ofrecer algún tipo de dato duro– en que México va retrasado en la limitación de movimientos y que urge reproducir localmente medidas que, desde su punto de vista, lograron contener la pandemia en Asia Oriental.
Este domingo, desde aquella región del mundo nos llegó un ejemplo de cómo se aplican decisiones tan tajantes. En Filipinas, un policía mató de un disparo a un hombre de 63 años, en un incidente que creció a partir de que el civil transitaba sin usar mascarilla. El agente no será sujeto a algún proceso pues seguía la política establecida por el presidente Rodrigo Duterte, que el viernes había declarado por televisión que “no voy a dudar, mis órdenes para la policía y el ejército y para los oficiales de aldea son que, si hay algún problema, en ocasiones en que hay violencia y sus vidas están en peligro, mátenlos a tiros”. Y se dirigió a la oposición de izquierda: “¡No intimiden al gobierno! ¡No reten al gobierno! ¡Van a perder!”.
Aunque sin expresarlo de manera tan tajante, otros países han seguido esta ruta. A fin de marzo, el Congreso de Perú aprobó la llamada Ley N° 31012 “de protección policial”, que establece que “está exento de responsabilidad penal el personal” del ejército y la policía que “en forma reglamentaria, cause lesiones o muerte”.
Las fuerzas de seguridad peruanas están aplicando la orden de aislamiento social total y toque de queda a partir de las 8 PM hasta las 5 AM. Hasta el 4 de abril, en 20 días de cuarentena habían detenido a 40 mil personas.
No era un proyecto nuevo, sin embargo, una respuesta de emergencia para una situación de emergencia y que debería desaparecer tras la emergencia: “esa norma no fue realizada en el contexto de la lucha contra la epidemia, esa norma fue elaborada por el Congreso anterior para hacer frente a situaciones de conflictividad social”, explicó Gloria Cano, secretaria general de la Federación Internacional para los Derechos Humanos. No habían logrado que fuera aceptada. Pero ahora, la ciudadanía es presa del pánico, el presidente Martín Vizcarra, que antes de la crisis estaba arrinconado, ahora ha tomado el liderazgo y “los políticos que están en el Congreso han querido sumarse a esta ola de popularidad”.
Igualmente, el filipino Duterte estaba sujeto a la crítica de la izquierda por su política de matar a todo sospechoso de involucramiento con el narcotráfico y, ahora, una sociedad muerta de miedo le ha dado su respaldo.
MILLONES LANZADOS AL HAMBRE
No es el caso de México, por supuesto. Pero los promotores de medidas extremas tienen que entender que éstas sólo se pueden imponer con métodos extremos. Y que si no está plena e indudablemente justificada la necesidad de recurrir a ellas, el daño que provocan es mucho mayor que el que se supone que van a prevenir.
En nuestro país, donde la “jornada nacional de sana distancia” no es coercitiva, apenas estamos empezando a sentir los primeros efectos del parón de la economía. Los que más la van a sufrir son las personas que viven al día, los negocios pequeños y medianos, las familias que no van a tener qué comer, la gente que va a verse obligada a conseguir pan como sea, bajo el mandato del hambre, y quienes sufran el incremento de la violencia social.
¿Piensan que es posible endurecer las restricciones sin matar gente? Miren lo que pasa en India. Abundan los videos de policías que les dan palos a los infractores de la cuarentena total decretada el 22 de marzo. En una semana, todo el transporte público fue detenido (estos videos son de los últimos autobuses en Delhi, el 28 de marzo). Las carreteras están bloqueadas. Pero no vacías: cientos de miles y probablemente millones de personas se han lanzado a recorrerlas a pie, por cientos de kilómetros a lo largo de ese inmenso país, para regresar a sus hogares después de que cerraron sus trabajos, inesperadamente, en un solo día. Son filas largas, interminables de mujeres, hombres y niños con los zapatos destrozados, o descalzos, que duermen a la intemperie y, sobre todo, ni tienen qué comer ni hay alguien bondadoso por ahí que les pueda regalar comida, que sea capaz de alimentar a esos ejércitos de desamparados.
Todavía no hay un conteo de las personas que inevitablemente están muriendo en estas condiciones. ¿Terminará siendo mayor que el de las víctimas de COVID-19?
LO TEMPORAL RESULTA PERMANENTE
Un importante recurso para controlar el cumplimiento de las restricciones es la vigilancia digital. El gobierno de Ciudad de México ha precisado que se limitará a verificar el comportamiento general de los portadores de celulares, no de manera individual. Es decir, que no sabrá qué hago yo ni a dónde voy, sino cómo se movilizan o reúnen grandes números de personas.
Esto es por ahora y la gente no sólo considera que es necesario, hay quienes exigen que se dé el siguiente paso, que restricciones más fuertes sean impuestas vigilando a cada ciudadano.
Al fin que es por poco tiempo, mientras pasa lo del virus. ¿O no es así?
En un artículo publicado el 19 de marzo en el Financial Times, el historiador Youval Harari recuerda que su país, Israel, declaró un estado de emergencia en 1948 con “medidas temporales desde la censura de la prensa hasta la confiscación de tierras y regulaciones especiales para hacer pudín”, y 72 años después, “Israel nunca declaró el fin de la emergencia y no ha abolido las medidas temporales”.
Por eso, advierte Harari, “incluso cuando las infecciones por coronavirus bajen a cero, algunos gobiernos hambrientos de datos podrían argüir que necesitan mantener sistemas de vigilancia biométrica porque temen una segunda ola de coronavirus, o porque hay un nuevo tipo de Ébola en África Central, o porque… ya agarraron la idea”.
Cada sociedad tiene que discutir la relación costo-beneficio de enfrentar un problema. Siguiendo las indicaciones de Washington, por ejemplo, México y América Latina adoptaron –sin discusión– la guerra contra las drogas. El costo en vidas humanas, disrupción económica y desgarre del tejido social es mucho mayor que cualquier beneficio que pudiera haber dejado –no dejó ni uno solo– el combate al tráfico. Todavía no terminamos de pagar.
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Si pasamos de la “sana distancia” y el “quédate en casa” a la cuarentena obligatoria, impuesta por la fuerza y con la ayuda de la vigilancia electrónica, ¿estaremos dispuestos a asumir el costo?
Esa política es propia de una derecha de corte autoritario. La misma que tradicionalmente utiliza el miedo para lograr que la sociedad acepte ser controlada con el pretexto de protegerla de peligros reales e imaginarios. Antes fueron los comunistas, luego los “narcos” y los “terroristas”, y la amenaza viral se suma ahora al catálogo de espantos con los que convencen a la gente de que tiene que dejarse someter.
PELIGRO PARA DESPUÉS DE LA EPIDEMIA
Esta crisis vuelve a enseñarnos que no hay certezas. Los que llegaron al poder en México en 2018 tienen que entender que no se van a quedar ahí para siempre, y que los instrumentos que ahora están a su disposición después podrán ser empleados por sus rivales, en contra de la población. Por eso es indispensable proteger las libertades democráticas esté quien esté en el gobierno, y ponerle límites al poder.
Esa derecha autoritaria se luce ante sociedades temerosas al exigir medidas más duras. En países como Italia y España, la oposición de derecha critica virulentamente la gestión de la emergencia que llevan a cabo los respectivos gobiernos, de tendencia moderada. La crisis se está convirtiendo en una ventana de oportunidad para que recuperen el poder. En el primer país, sería Matteo Salvini, el dirigente del partido racista Liga Norte que gobernaba hasta el año pasado y que impuso una agresiva política que condenó a muchos migrantes a morir ahogados en el Mar Mediterráneo. En el segundo, no hay liderazgos tan claros pero, en la triada derechista, Ciudadanos ha colapsado, el Partido Popular está muy debilitado y sólo el ultra Vox demuestra capacidad de crecimiento. Su postura compartida es que las restricciones debieron llegar antes y con mayor fuerza.
Si las cosas se complican o salen mal, eso podría pasar en México. A eso están apostando, abiertamente, los enemigos de AMLO: a que muera mucha gente y él pierda el poder.
“El tratamiento que se está haciendo de esta epidemia facilita los discursos autoritarios que circulan, reforzados con el falso mito de cómo China lo ha afrontado”, afirmó el folósofo Josep Ramoneda en una entrevista. “Existe un peligro importante para el día después y es que el miedo, que ha servido para forzar que la gente se confine acríticamente, siga vivo y comporte la aceptación de cosas que normalmente no se hubiesen aceptado”.
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