En esta pandemia estamos perdiendo certezas, vidas, planes, la capacidad de imaginar el futuro y sus contornos. También nos están arrebatando el derecho a la duda.
Todo dubitativo, todo apóstata, todo aquel que ose preguntar qué está pasando con la llamada "Cuarta Transformación" es enviado al paredón presidencial, y fusilado ahí como enemigo. Cualquiera que suene la alarma, señale los riesgos, identifique las contradicciones e intente explicarlas es descalificado por su supuesto "odio" al Presidente y a sus políticas. Ante la exigencia de abdicación crítica, la duda se ha vuelto antipatrótica.
Pero, ¿cómo no dudar de la respuesta gubernamental ante la crisis, cuando es claro que la 4T no se preparó lo suficiente? No reconvirtió hospitales a tiempo, ni adiestró al personal de salud con antelación, ni adquirió ventiladores o mascarillas antes de que hubiera escasez en el mercado internacional, y fuera necesario comprarlas casi al doble de su costo original.
El aterrizaje de los aviones llenos de equipo proveniente de China es evidencia de la mala planeación, de la escasa preparación. México tuvo la ventaja de ir en la retaguardia de la pandemia, detrás de Wuhan y Europa y Estados Unidos. Y a pesar de ello, el equipo de AMLO dilapidó semanas y meses, aplazando medidas urgentes por razones políticas, no con criterios científicos.
La crisis infecciosa y hospitalaria en Tijuana lo constata. Ahí prevaleció la negación, la ausencia de protocolos y capacitación para médicos y enfermeras, la desidia del liderazgo del IMSS, y el argumento de cómo en el norte del País no había tantos casos de Covid-19 por "el muro fronterizo".
¿Cómo no dudar de las decisiones económicas impuestas por López Obrador, cuando van a contracorriente de los paquetes de rescate desplegados en el resto del mundo? No se centran en preservar el empleo, o en proteger a los millones de pobres no cubiertos por sus programas sociales, o en la atención urgente al sector informal, o en las pequeñas y medianas empresas.
El Presidente continúa priorizando la inversión en sus proyectos personales, como si no fuera urgente re-direccionar recursos a un sector salud mal equipado para atender a miles. Apenas en los primeros meses del 2020, se han perdido más de 346 mil empleos, y el Gobierno no ha creado las condiciones para que los más vulnerables puedan quedarse en su casa. Ahí siguen, viviendo al día, vendiendo mariscos en el mercado de La Viga, poniendo en riesgo su vida y la de los demás.
Las dudas surgen ante la certeza de que México enfrente una crisis sanitaria y una crisis económica, simultáneamente. Los cuestionamientos emergen ante la probabilidad de a quién culpará el Gobierno. A usted. A mí. A la OPEP. A la cúpula empresarial. A los medios. A los conservadores. A los "zopilotes". A los enemigos del pueblo. A los "golpistas". A los Presidentes del pasado. A cualquiera que pregunte -aunque sea de buena fe- lo que se está haciendo o se ha dejado de hacer.
Seremos acusados de desear que le vaya mal a México, aunque a muchos nos motive exactamente lo contrario. Seremos descalificados en la mañanera y en las redes sociales y vía los YouTuberos y a través de la red AMLOVE. En vez de impulsar a los mejores ángeles, los propagandistas acríticos del régimen activarán a los peores demonios.
Pero ahora, más que nunca, será imperativo seguir dudando, seguir exigiendo, seguir contrastando. Ignorar a cualquiera que diga que su política -científica o económica- está por encima de la crítica. Ignorar a quienes sugieren que la transparencia y la rendición de cuentas no se aplican en una pandemia, y necesitan ser suspendidas por un periodo indefinido de tiempo. Lo contrario es cierto. Todas las decisiones que se tomen, ya sea médicas o políticas, merecen escrutinio y debate y deliberación y auscultación.
Sólo un Gobierno eficaz, capaz de proveer información confiable y datos verificables nos ayudará a salir de esta crisis. No la fe ciega en el Presidente y quienes lo protegen. No la diatriba diaria contra quienes fomentan la discrepancia, indispensable para la vida democrática. No el enojo o la paranoia o las vendettas personales o las recitaciones robóticas de los agravios que llevaron a este Gobierno al poder.
Ante el Covid-19 y sus estragos, la duda es una condición incómoda, pero la certidumbre que nos exige la 4T es una condición aún más peligrosa.
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