En medio de la danza de millones operada por los ex gobernadores
detenidos y perseguidos mediante triangulaciones financieras realizadas al más
puro estilo de la mafia, es inaudito que en el Congreso no haya acuerdo y menos
consenso para nombrar al fiscal anticorrupción, pese a que es la prioridad para
frenar el vandalismo político que auspició Enrique Peña Nieto.
La
Fiscalía Anticorrupción inició operaciones, como se sabe, sin titular, cuando
es verdaderamente urgente que dicha Fiscalía comience a funcionar y a enderezar
investigaciones en todas las áreas del Gobierno federal donde, sin duda, habrá
casos tan escandalosos como los que se exhiben de Javier Duarte de Ochoa, ex
Gobernador de Veracruz, a quien la Procuraduría General de la República (PGR)
acusa de haber encabezado durante su mandato una organización criminal que
operaba en Veracruz, Campeche y la Ciudad de México.
Es
evidente que la fiscalía anticorrupción está no sólo desdentada sino muerta. Es
un verdadero aborto legislativo porque, con independencia de lo que digan los
senadores, es más que claro que desde la cúpula del poder no se quiere
investigar la corrupción. Y es que una verdadera fiscalía que le sirva al país
con investigaciones serias, honestas y profundas tendrían que empezar por investigar
al propio presidente Peña Nieto, a su esposa y todo el séquito de colaboradores
que lo acompañan.
Y es
que no obstante que los legisladores prefieren exhibir su mediocridad aduciendo
que no hay acuerdo para designar al fiscal anticorrupción –a ver quien se los
cree –lo cierto es que la línea oficial, la que se dicta en Los Pinos es que no
hay voluntad política para investigar los casos emblemáticos de corrupción del
gabinete federal.
Para
el Presidente Peña Nieto su voluntad política está demostrada con la detención
y enjuiciamiento de Roberto Borge, Javier Duarte de Ochoa, Guillermo Padrés,
Tomás Yarrington y la persecución internacional de César Duarte.
Pero
las orgías de corrupción que encabezaron estos ex mandatarios no resuelve el
problema de fondo del país. Hay que investigar lo que ha pasado a lo
largo de poco más de cuatro años y medio de gobierno de Enrique Peña Nieto,
donde los gastos, según la Auditoría Superior de la Federación, son
estratosféricos y en muchos casos, según analistas del caso, ni siquiera están
comprobados. Es más, se han utilizado recursos a discreción y esto es lo que se
impide que se investigue. El escándalo que viene después del 2018.
Aquí
está más que claro que lo que sigue imperando es el pacto de impunidad oficial,
pues resulta verdaderamente cínico que los legisladores no acuerden un tema
prioritario y se sumen a la complicidad gubernamental con un “si, señor
presidente, como usted lo ordene”. El servilismo y la corrupción en su
plenitud.
Los
casos que se investigan respecto de la corrupción de los ex gobernadores es de
escándalo, pero insisto: esa película es apenas la punta de la madeja de lo que
viene después del 2018, si es que se investigan, como se ofrece, la corrupción
sexenal.
Ahí está,
pendiente en la sociedad, el tema de la Casa Blanca, los contratos otorgados
por Pemex a empresas nacionales y extranjeras, la obra pública federal, los
gastos multimillonarios en Comunicación Social, recursos cuyos destinos hasta
ahora se desconocen, el desvío descarado de recursos federales para ganar la
elección en el Estado de México, los gastos en materia de seguridad para hacer
frente a la delincuencia organizada pese a que el crimen sigue de pie en todo
el país.
Los
contratos con Televisa, la televisora del gobierno; la transferencia de
recursos para apuntalar la endeble imagen del presidente dentro y fuera del
país, por citar sólo algunos.
Hay un dato que exhibe que la voluntad de Peña Nieto para ir a fondo en el tema
de la corrupción no es tan creíble. Durante el proceso electoral de 2016 fue
alertado de los escándalos que protagonizaban los ex gobernadores procesados y
perseguidos y le dijeron que era necesario, por bien del país, proceder
legalmente contra ellos.
En
aquel momento expresó, según se sabe, que era un tema muy delicado para su
gobierno y para el PRI. Fue evidente su negativa. En 2012, ya había cobijado a
Eugenio Hernández, ex Gobernador de Tamaulipas. Fue por ello que el entonces
procurador Jesús Murillo operó para que la PGR dictara el no ejercicio de la
acción penal en contra de Hernández, quien enfrenta un juicio por lavado de
dinero en una Corte de Texas la cual está vigente y por cuyo caso se ha
solicitado su localización con fines de extradición. Pero en México ni se le
persigue.
El
caso de Tomás Yarrington sigue pendiente con respecto a su extradición a México
o a Estados Unidos. Ahí Yarrington tiene buenas relaciones con Peña a través de
su tío e impulsor político, Arturo Montiel, quien junto con Yarrington operaron
la campaña “Todos Unidos contra Madrazo” (TUCOM) para intentar descarrilar a
Roberto Madrazo, candidato presidencial en 2006.
Cuando
la PGR investigaba a Yarrington, el sexenio pasado, y Peña Nieto era
precandidato presidencial, el ex Gobernador Manuel Cavazos Lerma –también
mencionado en expedientes de Estados Unidos como presunto protector del cártel
del Golfo — dijo que era sospechoso y sintomático que en pleno proceso
electoral de nuestro partido –el PRI – aparezca este tipo de información que
tiene aroma inocultable de guerra sucia.
Luego,
Peña Nieto retomó el mismo sentido del comentario de Cavazos para defender a
Yarrington y a los priistas que, en aquel momento, eran investigados por la PGR
por sus presuntos actos de corrupción y sus vínculos con el crimen organizado.
Sin
duda dirá el presidente que no cobija la corrupción porque ahí están los
hechos: las detenciones de los ex gobernadores corruptos. Pero ocurre que los
procesos resultan tan amañados que hasta cuando a estos políticos se les
detiene y enjuicia parece que se les procesa.
Con
independencia de lo que ocurra con Padres, Yarrington, Borge o César Duarte, el
caso de Javier Duarte es interesante. El mismo ex Gobernador de Veracruz dijo
en varias ocasiones estando en el poder que él se sentía blindado porque había
financiado la campaña de Peña Nieto en el 2012. Justamente las investigaciones
por la triangulación de dinero, a través de empresas fantasmas, iniciaron desde
el 2011 y, según datos de la PGR, ahora la ruta del dinero se sigue hasta
Suiza, donde el empresario Moisés Manzur –señalado como testaferro de Duarte
–realizó depósitos millonarios en las cuentas de la compañía Brades, S.A de
C.V, la cual es una de las decenas de empresas utilizadas para lavar dinero
público.
Resulta
interesante que la PGR –y se espera que esto ocurra –ventile públicamente la
ruta de los recursos desviados del erario veracruzano, pues si es verdad que
Duarte financió la campaña con 3 mil millones de pesos, como dijo, ahí debe
aparecer el rastro del recurso entregado a los operadores de Peña Nieto en el
2012.
O
bien se debe verificar qué se hizo que esos 3 mil millones que, según el
expresidente Felipe Calderón, se dispusieron en efectivo durante la campaña
presidencial de 2012.
En
esta labor de rastreo de los dineros interviene la Secretaría de Hacienda
–dependencia que interpuso la denuncia inicial –y la Procuraduría General de la
República. Nada se ha dicho de las inversiones en España, donde supuestamente
Duarte habría comprado hoteles y residencias. Seguramente está en proceso de
confirmación.
fuente.-Ricardo ravelo/
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