Los aviones son un arma. Esto quedó muy claro el 11 de septiembre de 2011 en Nueva York y Washington.
Mexico,D.F 31/Mar/2015 Los terroristas que se apoderaron de las aeronaves no requirieron de mucho para hacerlo.
La destrucción de las Torres Gemelas y sus miles de muertos hicieron que cambiaran las medidas de seguridad en el mundo entero.
Además de las revisiones exhaustivas antes del abordaje y los listados previos se colocaron puertas blindadas en las cabinas de mando, para impedir el ingreso de personas no autorizadas.
Una idea sencilla, que ha permitido que los pilotos hagan su trabajo con tranquilidad y sin el riesgo de enfrentar a pasajeros enloquecidos o, peor aún, a terroristas decididos a causar daño.
Esto funcionó bastante bien hasta la mañana del martes 24 de marzo, cuando el copiloto Andreas Lubitz estrelló el Airbus A320 de la compañía Germanwings en los Alpes franceses.
Lubitz, como se sabe, impidió la entrada del capitán Patrick Sondenheimer a la cabina una vez que éste salió para ir a los servicios.
Las puertas blindadas están diseñadas para sólo abrirse por dentro. Ésa es su fuerza y ahora sabemos que también su debilidad.
Todo indica que Lubitz era un suicida, inclusive estuvo bajo tratamiento, y que decidió proceder en consecuencia, matando, de paso, a otras 149 personas, que habían salido de Barcelona y tenían la intención de llegar a Düsseldorf.
Las autoridades de aviación civil ya están tomando cartas en el asunto. En México, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes dispuso que siempre permanezcan dos personas entrenadas en la cabina.
La medida es pertinente y sin duda evitará desgracias en el futuro.
Pero en el fondo lo que enfrentamos es la evidencia de que las mentes criminales suelen sorprender, porque no actúan bajo la lógica tradicional.
Más aún lo hacen quienes padecen enfermedades mentales, como parece ser el caso del piloto alemán.
Lo que falló es que nadie estaba preparado para una tragedia de semejante magnitud.
Pero Lubitz logró su objetivo, porque estuvo dispuesto a pagar con su propia vida, como también hacen los terroristas.
Contra eso hay poco que hacer, aunque por fortuna es raro que se actúe así.
Es en esos momentos en que los diseños de seguridad se quiebran, porque todos parten de la idea de límites (en general los de la propia sobrevivencia) y del miedo a ser atrapados por la autoridad.
Lubitz, ahí lo tétrico del asunto, se subió al avión en Barcelona probablemente sabiendo que se trataba de su último vuelo.
Fuente.- julian.andrade@razon.com.mx
Twitter: @jandradej
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