Detrás de la inédita e histórica participación del Ejército y de la Fuerzas armadas en la vida civil y en las tareas gubernamentales del país, hay un personaje que poco figura públicamente pero que tiene en sus manos no sólo la estratégica labor de inteligencia y seguridad del gobierno federal, además de tener una enorme influencia en las decisiones que toma el presidente Andrés Manuel López Obrador. El general retirado Audomaro Martínez Zapata es el verdadero cerebro detrás de la militarización de la vida pública en México y funge, de facto, como el auténtico jefe de la milicia nacional.
Fue el director del nuevo Centro Nacional de Inteligencia (antes CISEN) quien recomendó e impulsó no sólo al actual secretario de la Defensa Nacional, general Luis Crescencio Sandoval, sino también al almirante secretario de Marina, José Rafael Ojeda. Por su influencia y recomendación el presidente López Obrador rompió con las líneas de sucesión históricas en el Ejército y la Armada de México para colocar al mando a dos militares cercanos a Audomaro y por lo tanto incondicionales al proyecto de la llamada “Cuarta Transformación”.
Audomaro Martínez tiene una larga y sólida relación política y de amistad con López Obrador. Desde sus tiempos en que coincidieron en Tabasco trabaron una relación que permaneció a través de los años; ya eran amigos durante la época en que Andrés Manuel abandonó al PRI y se convirtió en un líder opositor y candidato presidencial primero con el PRD y luego con Morena, y la amistad se hizo patente cuando su paisano tabasqueño lo recomendó con Arturo Núñez para que lo nombrara secretario de Seguridad de Tabasco.
Con el triunfo de López Obrador en el 2018, el general Martínez Zapata se convirtió en el enlace y conducto entre el presidente y las cúpulas castrenses del país. Ya en la campaña presidencial, Audomaro fue fundamental para que las tropas y mandos medios del Ejército y la Marina se convirtieran en reservorios de votos para el candidato de Morena y una vez en el poder, el militar tabasqueño se encargó de consolidar una relación que comenzó con rispidez por los discursos antimilitares de Andrés Manuel en campaña, cuando repetía una y otra vez que el Ejército y la Marina no debían participar en labores de seguridad pública y que de ganar la presidencia los regresaría a sus cuarteles.
De aquel discurso que decía que “no se resuelve nada con el uso del Ejército, de la Marina” o que “no necesitamos un ejército para la Defensa”, el Presidente pasó al anuncio de la creación de la Guardia Nacional, formada mayoritariamente por policías militares, y a enviar al Congreso una iniciativa de ley que no sólo creaba al nuevo cuerpo civil controlado por los militares, sino que establecía que en lo que resta de su sexenio, hasta 2024, el Ejército seguiría coordinando la estrategia nacional de seguridad y colaborando en las calles –no en los cuarteles como lo prometió— a tratar de pacificar el país y a combatir los delitos de todo tipo, desde el fuero común hasta el narcotráfico.
El artífice de toda esa estrategia y de mantener al Ejército en las calles y a cargo de la seguridad federal, incluso ya con aprobación constitucional, fue el general Audomaro. A él puede atribuírsele el viraje de 180 grados que dio López Obrador, que pasó de ser un convencido de que la participación militar no sólo era ineficiente sino inconstitucional en la seguridad civil, a elevar a rango de la Constitución el control total del Ejército y la Marina de la seguridad de los mexicanos. Una militarización que hoy le da a los jefes militares todo el control y el poder por sobre cualquier otra policía y autoridad civil en el territorio nacional.
De la mano del general tabasqueño, el Presidente no sólo se convenció de que no había otra opción que mantener al Ejército en las calles, sino que también decidió que no había institución “más confiable y honesta en México” que el poder militar y por eso, siempre con el consejo de Audomaro, decidió entregarle a las fuerzas castrenses la construcción, administración y operación del Aeropuerto Civil “Felipe Ángeles”, el control del Plan Nacional de Vacunación, la construcción de edificios para el Banco del Bienestar que reparte sus ayudas sociales, la administración de los Puertos marítimos y de las aduanas terrestres del país por donde se mueve no sólo todo el comercio exterior, sino también la entrada de drogas y materias primas para la producción de enervantes, además del tráfico y contrabando ilegal de combustibles.
Por todo eso y por la enorme confianza e influencia que tiene en el presidente, Audomaro Martínez Zapata es el verdadero jefe militar de México. Cada mañana controla la información y los asuntos que debe o no debe conocer el presidente en las reuniones del gabinete de Seguridad federal; tiene también el control y la obediencia incondicional de los secretarios de Defensa, de Marina y de Seguridad y Protección Ciudadana; tiene el poder de elevar o destruir a cualquiera en el gobierno y fuera de él y es, en síntesis, el cerebro de la inteligencia y la militarización de este gobierno.
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