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sábado, 14 de marzo de 2020

LA "DANZA de las QUE YA NO ESTAN" en un PAIS FEMINICIDA...y muchas mas sobreviviendo con el temor permanente.

Les causaba gracia: son incapaces de ir al baño solas, han de tener las vejigas conectadas, pensarían. Y nosotras lo traíamos tan grabado en la costumbre que ni lo notábamos; como tantas cosas que de pronto se traducen en un equipaje extra de consignas por nuestro bien, para protegernos: no uses esa ropa, no salgas de noche, no des pie a malos entendidos, no te expongas. Las mujeres en México, en solidaridad interseccional, hemos vivido así, entre historias imposibles de princesas de caricaturas e inseguridad somática: con temor permanente, sabiendo que en cualquier lado nos pueden atacar por haber nacido con dos cromosomas iguales. Y, detrás del miedo, la culpa impropia.
Que a los varones también los matan, nos informan. ¡Claro! Y muchísimo más, en proporción 9:1. La cosa es que los matan otros hombres y no por serlo. En el mundo, de acuerdo con la UNODC, más del 90 % de los homicidios dolosos son ejecutados por hombres; y, poniéndonos locales, en México la cifra es similar. Incluso, el porcentaje de hombres que se reconoce como víctima de un delito —denunciado ante las autoridades o no— es mayor que el de las mujeres (29.7 % frente a 27 %).1 Entonces sí, hay una violencia exacerbada en el país que afecta en mayor cantidad a los hombres, pero también hay ciertas distinciones en propósito, ejecución, disposición de cuerpos, mensaje externo, trato de autoridades y juicio social y mediático cuando se trata de vaginas involucradas.
Sí, México en general da miedo, pero en particular para las mujeres es aterrador. En el último año, comparado con 2018, los feminicidios —con todo y la espeluznante cifra negra superior a 80 %— aumentaron en más de 100 %.2 Por eso la perspectiva de género resulta vital para ponerle freno a esta espiral grosera. Y no, no nos estamos tirando al drama como en tipo moralidad de esclavo nietzscheana, incluso hay quienes promueven que se deje de hablar de 10 asesinadas en promedio diario y que el enfoque vaya contra la epidemia de asesinos, violadores y agresores que hay en este país. Las feministas tampoco vamos en contra de los hombres per se sino a favor de las mujeres; si va contra algo, el feminismo le reclama al patriarcado que bien puede estar enarbolado por el sexo femenino. Aunque haya muchos feminismos, sus semillas básicas rayan en lo simple: detener el sexismo y la explotación por medio de la equidad de oportunidades y la igualdad de derechos.
Mi experiencia, aún desde el privilegio, es de lo más común para mi género: hemos sido consuetudinariamente agredidas por ser mujeres. Dos décadas después aún siento el desamparo de aquellas ocasiones en el transporte como cuando el tipo hurgó en la entrepierna de mi pantalón frente a la única defensa que encontré en una grosería y el grito de qué-te-pasa que se diluyó en el vagón indiferente de ojos acostumbrados a ver peores vejaciones. Entonces eso te sucedía y te quedabas con la sensación de impotencia porque pues así era, nos decíamos. Y nos dijimos, hasta que las nuevas generaciones nos demostraron que no tenía por qué ser así, que se podía denunciar, que incluso los chiflidos y las obscenidades gratuitas deben tener un costo para quien las dispara. Quizás gracias al tesón de quienes empezaron a usar minifaldas, y de las otras que ahora nos iluminan con la fuerza de las redes sociales (#MeToo et al.) y su imaginación para generar nuevas narrativas (el performance de “El violador en tu camino”) está sucediendo un cambio que nos llena de esperanza.
Hace 20 años, también, tuve mi primer encuentro académico con el género y la política. Entonces estudiábamos el terror de los gritos en el desierto y, desde la comodidad de quienes viven el privilegio de acceder a una educación universitaria en la ciudad, nos explicaron —como en premonición de quien sabe de lo que habla— que el movimiento feminista de los setenta en gran parte del mundo industrializado no hizo mella en Latinoamérica por la falta de interseccionalidad. Porque allá se pedía también un ajuste en estándares de coparticipación en tareas no remuneradas y aquí las que podían haber sido las líderes del movimiento (desde las clases medias y altas, que son quienes tienen mayor facilidad para educarse y agruparse) no tenían el argumento que se les agotaba con la delegación del trabajo doméstico remunerado. Tendría que pasar algo en las ciudades para que el feminismo dejara de ser vilipendiado. Y pasó: los gritos que se ahogaron en el desierto se hicieron eco en el asfalto, y estos meses negros han visto, sólo en esta urbe, tres de los casos más aterradores que cruzan transversalmente a las clases sociales y a las edades de sus víctimas. El único denominador es que a Abril, a Ingrid y a Fátima las mataron por ser mujeres, las mataron hombres con displicencia del Estado y de la maquinaria patriarcal. Porque, aparentemente, en México las mujeres son de los hombres o no son. ¡Cómo no gritar, cómo no querer quemar todo y aplaudirles a quienes pintaban estatuas (“esas no son formas”) cuando pudimos haber sido todas, cuando puede ser cualquiera!
Es 2020 y mi país festejará el sexagésimo quinto aniversario de que a la mitad de la población la dejaran votar. Este año el grito de las mujeres cae cuatro eslabones de Maslow para exigir el pilar más básico: que nos dejen vivir. Porque esto va más allá del problema que no tiene nombre. Porque no es normal que, en México, hasta el peor insulto que se le puede dirigir a alguien, del sexo que sea, vaya dirigido a una mujer. Porque no es normal el supremacismo de género de varios medios de comunicación que tardan menos de 24 horas en mostrar los videos de una mujer presuntamente desaparecida en un bar y, en cambio, una semana los de una niña caminando junto a su verdugo.
Mi experiencia, desde el privilegio de quien puede subirse a un servicio de transporte a través de aplicaciones móviles, también ha pasado por el terror de la que se sabe vulnerable al encontrarse en una situación de peligro con seguros de niños puestos y manijas de ventanas removidas. Ser mujer, en esta sociedad, es palpitar el miedo en cada paso, en cada acción, en cada pasividad. Porque no es normal que mi hija de tres años no quiera soltar mi mano en la calle pues sus amigos en la escuela le dijeron que, si lo hace, “los malos la meten en una bolsa de basura”. Porque no es normal que haya niñas madres ni esclavas sexuales; porque este país es una atrocidad de género que nos está estallando en la cara. Porque esta violencia exacerbada se tiene que acabar y para hacerlo es necesario recurrir a los feminismos que buscan ponerle un alto al nosotros contra ustedes. Porque debemos darle, al menos, la misma importancia a las desgracias sociales que a las políticas o a las económicas; para eso los feminismos, por su capacidad permeable, pueden ayudar a enfrentar a los populismos que nos inundan y a lograr la justicia social que tanto anhela este país.
La violencia no se incuba en la simplicidad y es peligroso asociarla a la incorporación del sexo femenino en la fuerza laboral neoliberal pues, junto con la anulación de servicios públicos de atención al cuidado social (infantil, de adultos mayores, etc.), pareciera que, mientras el régimen patriarcal prevalezca, la idea es que las mujeres regresen al ámbito privado. Es un error analizar las violencias como externas al patriarcado, ellas son las que dan sustento y afirman la masculinidad tóxica e, incluso, son impulsoras de la impunidad. Ahora que el tema de las mujeres ha cobrado relevancia pública, es importante que la sociedad empiece a hacer las preguntas correctas y a dejar de culpar a la mitad de la población por frivolidades como la ropa que traía puesta o las razones de estar en tal o cuál lugar (así fueran desnudas y estuvieran en un callejón, siempre hay que cuestionar a los agresores, nunca a las víctimas). Es momento de desestigmatizar las premisas básicas del feminismo y encontrar soluciones con perspectiva de género. En esto el gobierno es fundamental y debe, al menos, reconocer la revolución de las jacarandas. Juzgar, legislar y ejecutar con perspectiva de género. Y, mientras esto sucede, haciendo eco del llamado de Rita Segato, es imprescindible la generación de comunidades políticamente activas. El domingo 8, los hombres que también anhelan la caída del patriarcado y las mujeres que marchamos por todas, hasta por las que ya no pueden bailar, respiramos la agridulce esperanza que eso significa. 
fuente.-Ana Lucía Guerrero
Feminista, internacionalista y politóloga. A veces tuitea en @analuciando.


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