Cuadrándose. Nuestra clase política de botas y casaca, disciplinada, displicente. Entregándole -vía la recién aprobada Ley de Seguridad Interior- un poder a quienes desde hace más de 60 años no lo habían tenido. El PRI devolviéndole a las Fuerzas Armadas lo que un pacto postrevolucionario les había quitado.
Los militares ahora, de nuevo, como actores políticos. Presionando, legislando, pronunciándose, imponiéndose. Armados con una ley golpista que les permitirá actuar como policías sin estar entrenados para ello, que les permitirá actuar sin controles o vigilancia o contrapesos, que les permitirá intervenir contra protestas sociales de manera discrecional, que les permitirá permanecer en las calles de manera indefinida, que no obligará a los Gobernadores a fortalecer o profesionalizar a sus policías. Y tanto más, criticado y criticable.
Tanto más, peligroso y perdurable. Lo que la ONU y el Alto Comisionado para los Derechos Humanos y la CNDH y la Comisión Interamericana y el colectivo #SeguridadSinGuerra llevaban un año señalando y tratando de corregir. Los riesgos de una mala ley que acentuaría los problemas de violencia en vez de resolverlos. Los problemas de una mala normatividad que no protegería a las Fuerzas Armadas, sino contribuiría a su desprestigio.
Focos rojos y señales de alerta por todas partes. Alarmas encendidas, ignoradas por Diputados y Senadores que optaron por pararse en fila y en silencio, cómplices voluntarios de una militarización que muchos aplauden por ignorancia o miedo o abyección.
O porque dejaron de ser representantes electos y se convirtieron en soldados rasos. Helos ahí. Los villanos de esta historia -Roberto Gil Zuarth, César Camacho Quiroz, Cristina Díaz, Javier Lozano- celebrando lo que el mundo mira y les reclama. La manera en la cual mintieron, tergiversaron, manipularon e ignoraron a la opinión pública informada. La forma en la cual se cuadraron ante los generales y pisotearon a los ciudadanos. La irresponsabilidad combinada con ignorancia; el ego y el protagonismo.
Junto con otros miembros del pelotón encargado de subcontratar el destino de la Patria a quienes ocupan cuarteles y no curules. El PAN, el PES, el PVEM. Incluso Morena merece un manotazo en la mesa, porque en la Cámara de Diputados optó por quedarse y no romper el quórum. Una oposición que no lo fue. Una oposición que dice, serlo pero ya no sabe ni cómo. Soldaditos de plomo y de latón.
Como los candidatos presidenciales ausentes en este tema, o criticando tardíamente o pronunciándose cuando ya no servía de nada o haciéndolo equivocadamente.
José Antonio Meade, diciendo que la Ley de Seguridad Interior "es un buen punto de partida".
O AMLO, que cambia de opinión sobre la Ley de Seguridad Interior como si cambiara de calcetín, contradiciendo con su oposición reciente la postura contenida en su Proyecto Alternativo de Nación.
O Ricardo Anaya yéndose de campaña y dejando tras de sí un Frente opositor que lo es sólo tibia y selectivamente.
O Rafael Moreno Valle, cuyos mercenarios en el PAN le dieron los votos necesarios al PRI. Miembros condecorados del batallón batería de babas.
A la hora en que necesitaban ponerse de pie, lo hicieron, pero no del lado de los ciudadanos. Los verdaderos héroes y heroínas que dieron lo mejor de sí en el campo de batalla ni siquiera están en la nómina del Senado. Actuaron por convicción y por congruencia y porque así son: de casta.
Ixchel Cisneros, Alejandro Madrazo, Catalina Pérez Correa, María Elena Morera, Ernesto López Portillo, Alfredo Lecona, Diego Luna, Gael García Bernal y todos los miembros del colectivo #SeguridadSinGuerra. Los que cabildearon y propusieron alternativas y fueron decenas de veces al Senado y marcharon y recolectaron firmas y participaron en foros y desmenuzaron dictámenes y alzaron la voz.
Y es falso que no sabían de lo que estaban hablando o no habían leído la Ley o estaban del lado de los delincuentes o despreciaban a las Fuerzas Armadas. Más bien querían normar la actuación de los soldados, pero no de mala manera.
Sabían -parafraseando a Clemenceau- que la guerra y la paz son demasiado importantes para dejarlas en manos de militares. No estaban dispuestos a exclamar "Sí, mi general", porque aman demasiado a su país como para colocarlo bajo la suela de una bota.
Fuente.-Denise Dresser/opinion@elnorte.com
(Imagen/Internet)
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