domingo, 7 de septiembre de 2014

Las ARMAS dejan de ser de JUGUETE en E.U...ya las fabrican para niños.

  • Los fabricantes han diseñado armamento especialmente para los niños. Se han vuelto el regalo perfecto de miles de padres estadounidenses.

CIUDAD DE MÉXICO, 7 de septiembre 2014 .- La pequeña tal vez de cinco o seis años de edad, sonríe. Una de esas sonrisas de felicidad que parecen partir un rostro en dos, y más una carita tan pequeña.

En sus manos, lo que parece la razón de su alegría: un objeto rosa, obsequio de papá. ¿Un juguete? No. Un rifle calibre .22, marca Crikett (grillo). De dimensiones menores que uno normal y construido deliberadamente para personas de poca estatura, como los niños.
Crikett es una de las dos marcas de armas de fuego hechas especialmente para niños encontradas  en Estados Unidos y que en alguna forma subraya lo que son las armas de fuego para los estadunidenses.
La otra se llama Chipmunk (ardilla) y ofrece pequeños rifles y pistolas —de un solo tiro, eso sí, para evitar accidentes—, en colores atractivos para los pequeños.
Las dos fábricas pertenecen a empresas mayores y ciertamente podrían ser vistas como una manera de “jalar” a los niños a una forma de ver las cosas. O como señalan sus portavoces y defensores: una forma de enseñar a los niños a usar armas y tratarlas con el cuidado debido.
Esa, al menos en gran parte de Estados Unidos, es la cultura prevaleciente y el eje del debate que periódicamente se da en un país donde también, cada tanto, ocurre un hecho de sangre que reenciende la discusión.
El más reciente, cuando una niña de nueve años no pudo controlar un arma automática y mató a su instructor.
Pero cada día, 20 niños estadunidenses llegan al hospital con heridas por arma de fuego. 453 de ellos murieron, de acuerdo con el estudio, hecho a partir de un análisis sobre cifras de 2009, elaborado por médicos-investigadores de la Universidad de Yale, publicado por la revista Pediatricsel 27 de enero de 2014.
El 2 de mayo de 2013, Caroline Sparks, de dos años, fue una de ellas. La niña murió luego de que su hermano Kristian, de cinco años, le disparó con su Crickett.
En Burkesville, del sureño estado de Kentucky donde ocurrió la tragedia, los habitantes del pueblo se solidarizaron con los padres de los niños y luego en contra de los extraños. De acuerdo con The New York Times, mientras los dolientes asistían a los servicios fúnebres “hubo emociones igualmente fuertes dirigidas contra el mundo exterior, que fue rápido para juzgar a los padres y una forma de vida en la que muchos no ven nada raro en introducir a los niños a las armas de fuego cuando aún están en kindergarden”.
Para un no estadunidense resulta sorprendente la medida en que las armas son parte de la cultura, del ethos estadunidense. Y el acaloramiento del debate en torno a las armas, al derecho a tenerlas, a portarlas, a usarlas, trasciende lo político y lo social para llegar incluso a lo sicológico, en lo individual y quizá en lo colectivo.
“Estados Unidos es un país fundado sobre armas, está en nuestro ADN”, afirma el actor Brad Pitt, citado en un recuento de personalidades pro armas.
El punto de Pitt no es único. O por lo menos excepcional. Los estadunidenses, o una buena parte de ellos al menos, consideran las armas como una parte de su cultura, de sus derechos, de su historia. Tal vez más bien de sus leyendas y la mitología nacionales.
Y de hecho, bien podría deberse a lo que más de uno califican como paranoia nacional.
La revista alemana Der Spiegel lo explica así: “como lo colonizadores hicieron tales sacrificios para apoderarse de su magnífico país —de tropas británicas, de los indios y del salvajismo— sus logros terminaron inyectados de una exageración religiosa. El país fue declarado esencialmente un paraíso, o en palabras de su himno nacional, ‘la tierra de los libres y la casa de los valientes’”.
Y por supuesto, con una cantidad de enemigos siempre dispuestos a arrebatarles lo suyo —o tratar de recuperar lo que les quitaron—.
“No me siento seguro, ni mi casa se siente segura si no tengo un arma escondida en algún lugar”, continúa el señalamiento de Pitt, compartido —no sorprendentemente— por su esposa Angelina Jolie: “si alguien quiere hacer daño a mis hijos...”
Puede llamarse una forma de seguridad, una manera de compensación o simplemente una afición, si no, como dicen algunos de ellos, una garantía de libertad.
Es la forma de pensar de muchos estadunidenses.
Para el historiador Richard Hofstader, en los 70, se trataría simplemente de una manifestación más de la “cultura del arma” que de una forma u otra es tan prevalente en la sociedad estadunidense.
El sicoanalista Luigi Zoja subrayó ya hace años que la cultura estadunidense tiene una tolerancia por la violencia aunque censure el sexo en el cine.
Entrevistado por The Huffington Post Zoja destacó que el arma tiene vínculos con el mito del héroe en Estados Unidos, pero también que “sicológicamente, poseer un arma se ha convertido en una ingenua expresión de una masculinidad macho, de una exhibición de sexualidad y arrogancia del poder”.
El hecho es que las Fuerzas Armadas estadunidenses tienen unos cuatro millones de armas, pero los civiles estadunidenses tienen algo más de 300 millones —incluso muchos equivalentes de armas militares— no sólo para su defensa personal o para usos deportivos, sea cacería o tiro al blanco. También, y supuestamente, para defenderse de una tiranía eventual y de paso del gobierno federal.
Eso se traduce en unas 88 armas por cada cien habitantes. Y de ella, un número son de y para niños: en 2008, por ejemplo, la fábrica de rifles Crickett lanzó 60 mil al mercado.
Y también es cierto que las proyecciones estadísticas prevén que para 2015 Estados Unidos tendrá casi 33 mil muertos por arma de fuego, lo que casi seguramente excederá el número de muertes por accidentes de automóvil.
Hace algunos años, cuando el fallecido actor Charlton Heston asumió la presidencia de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) estadunidense advirtió, con gesto melodramático, que si alguien quería su arma, tendría que sacarla de “mis frías manos muertas”.
Heston parecía ser un sincero creyente en la llamada “Segunda Enmienda”, la medida constitucional que según la actual interpretación garantiza a los estadunidenses el derecho a poseer y portar armas, cualquier tipo de ellas.
Claro que la enmienda en cuestión fue escrita en 1791, cuando Estados Unidos apenas iniciaban su historia independiente, los centros de población estaban semiaislados y temían el ataque de tribus indias o de bandoleros, enfrentaban todavía algunos animales salvajes y cada pueblo tenía que ver por su defensa y aportar a la defensa común.
En aquel entonces el o las armas eran el mosquete de carga por el cañón y a veces pistolas, también de un solo tiro.
Fue entonces —un poco antes más bien, durante la Guerra de Independencia, de 1776 a 1783— cuando apareció lo que hoy es el mito del “minutemen”, el granjero que llevaba el rifle colgado en el arado y en un minuto se transformaba en soldado en caso de peligro.
Como mito patriótico, es una imagen de enorme fuerza. Una imagen que resucita cada vez que alguien, en algún sitio de Estados Unidos, evoca la imagen de un país en peligro, sea por la amenaza de los extranjeros o por las ambiciones regulatorias de grupos liberales o del gobierno estadunidense.
Y por supuesto, los primeros interesados en el control de armas son los enemigos de la libertad y del pueblo estadunidense.
Cada vez que hay discusión en torno a las armas sale a la luz la idea de que un populacho organizado y armado es el mejor antídoto contra la tiranía, supuestamente contemplada también en la Segunda Enmienda.
De hecho ese es en buena medida el corazón del debate: tal como fue aprobada por el Congreso el 15 de diciembre de 1791 indica que “una bien regulada milicia, siendo necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”.
Pero tal como fue aprobada por las legislaciones estatales se lee “siendo necesaria una bien regulada milicia para la seguridad en un estado libre,  el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”.
La discusión lleva 200 años y no tiene visos de terminar.
El debate en todo caso es de enorme fiereza y despierta periódicamente, cada vez que alguien —estudiantes, trabajadores o empleados— deciden vengarse de ofensas y humillaciones, y arma en mano se lanzan contra los responsables —reales o imaginarios— de esos hechos.
O como la última vez, cuando una niña de nueve años, de vacaciones con su familia, es llevada a un polígono privado de tiro donde comienzan a enseñarle a disparar, aunque no precisamente rifles Crikett o Chipmunk, sino una automática Uzi —creada para los comandos israelíes—. Al pasar a cadencia de fuego automática la niña perdió el control del arma y mató a su instructor.
El reporte dio la vuelta al mundo y reavivó el debate en torno a las armas en Estados Unidos. Pero no resolvió la discusión.
Entretanto, nuevas generaciones de pequeños estadunidenses aprenden a disparar con sus cricketts y sus chipmunks.
fuente.- http://www.crickett.com

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