A principios de los setenta, Apolinar Ceballos era un joven aprendiz de piloto que acababa de llegar a la base aérea militar de Pie de la Cuesta, en la costa de Guerrero. Una tarde, un profesor le acompañó a casa y le dijo que le habían elegido para una misión muy delicada. Le avisó de que vería cosas raras, pero que no preguntara y se limitara a cumplir órdenes, que con el tiempo lo iba a entender. Y lo más importante: prohibido contar nada a nadie. Ni a su familia.
Su primera misión fue de madrugada. Él lleva el avión y su profesor hace de copiloto. Antes de despegar de la base escucha desde la cabina pasos en la parte de atrás. También escucha algunas voces: “Este paquete está pesadito”, “éste está ligero”. Pasada una media hora de vuelo, le ordenan que reduzca la velocidad, descienda lo más posible sobre el mar y espere instrucciones. Ceballos escucha esta vez cómo arrastran los bultos y abren una de las puertas. Después, alguien le grita: “Listo”. La misión había terminado.
Aquellos paquetes, aquellos bultos que Ceballos escuchaba cómo los arrastraban en la parte de atrás del avión, eran los cadáveres de campesinos, maestros, activistas, estudiantes o médicos. Cuerpos que acababan de ser ejecutados por la alianza criminal de la policía y Ejército mexicano y cuyo destino final era la tumba anónima del mar Pacífico. Víctimas de uno de los episodios más oscuros y poco conocidos de la guerra sucia en México, del que este año se cumplen cinco décadas.
En marzo de 1971, arrancaba el llamado Plan Telaraña. “La misión principal será la localización y captura o neutralización, en su caso, de los grupos de maleantes, lo cual se logrará por medio de la constante búsqueda de información”, se lee en el informe secreto, ya desclasificado, al que ha tenido acceso EL PAÍS. El documento está firmado por el máximo representante del Ejército, el secretario (ministro) de la Defensa Nacional, Hermenegildo Cuenca Díaz, y va dirigido a las fuerzas castrenses del Estado de Guerrero.
La sombra de la represión ya se cernía sobre los militares desde la matanza de Tlatelolco en 1968, pero el Plan Telaraña marca el inicio de la persecución sistemática y homicida contra la guerrilla o cualquier disidente como parte de una política de Estado implantada por los gobiernos de hierro del PRI hasta, al menos, finales de los años ochenta. La guerrilla mexicana, que a diferencia de otras experiencias como la cubana, fue protagonizada y liderada por los más pobres y olvidados, ilustra también las contradicciones del particular régimen priista: mientras abría los brazos a los refugiados políticos de las dictaduras chilenas o argentinas, en su propia casa aniquilaba en silencio cualquier intento de contestación social.
Un trauma aún no superado en México, que no ha cumplido con los mínimos estándares internacionales de la llamada justicia transicional, dedicada a responder a violaciones generalizadas a los derechos humanos a través de iniciativas de reconocimiento, memoria y reparación por parte del Estado. Una herida sin cerrar que además ha quedado solapada por la crisis actual provocada por el narcotráfico. Ni siquiera existe una cifra oficial de desaparecidos por la violencia política. La precaria Comisión de la verdad de Guerrero cifró en 2014 el número de desaparecidos en 788. Pero registros más recientes apuntan a más de 900. Más lagunas hay todavía en relación con las víctimas de los vuelos de la muerte, un fenómeno que sigue rodeado de opacidad e imprecisiones. Los testimonios van del centenar de desaparecidos a más de un millar.
En el centro del agujero negro aparece la figura del siniestro general Arturo Acosta Chaparro, aupado a jefe de la policía de Guerrero, epicentro de la guerra sucia. En 2002, fue acusado por un tribunal militar de asesinar y arrojar al océano al menos a 143 personas. Nunca fue condenado en firme. Se retiró con honores y pasó sus últimos días entre acusaciones, esta vez por narcotráfico. Hasta que en 2012 dos sicarios en motocicleta le descerrajaron tres tiros en la cabeza a plena luz del día. Tenía 70 años.
Al sumario de aquel juicio pertenecen los testimonios del aprendiz de piloto Ceballos y de otros militares que trabajaron bajo sus órdenes. Chaparro no solo era el cerebro de la represión. Tenía la costumbre de ejecutar él mismo a sus víctimas. Siempre del mismo modo. Un disparo en la nuca con un revólver calibre 380. Tras la ejecución, se les colocaba sobre la cabeza una bolsa de nailon atada al cuello para evitar que quedaran rastros de sangre. A continuación, metían los cadáveres dentro de costales de lona junto con unas piedras. Después se cosían y eran transportados en carretilla hasta el avión. Chaparro siempre usaba la misma pistola para las ejecuciones, bautizada como La espada justiciera.
El mecánico militar Monroy Candía declaró en el juicio que participó en 15 viajes, cargando un total de 120 cadáveres. Chaparro iba a bordo y era quien daba las órdenes. Una de ellas fue retirar la puerta lateral derecha del avión para facilitar las maniobras. Monroy declaró también que en alguna ocasión los cuerpos dentro de los sacos aún se movían. Eran arrojados vivos al mar. El capitán Roberto Hicochera también reconoció su participación. Según la transcripción de su declaración, desde que llegó “no quiso preguntar ni inmiscuirse en nada, porque había rumores de que el avión Arava se usaba para arrojar gente al mar”. Sólo dijo saber que hacían vuelos de madrugada, mar adentro, y que en un determinado punto disminuían la velocidad y luego regresaban.
Lujo y sangre en Acapulco
Acapulco se había convertido desde los cincuenta en el lugar de recreo de la jet set de Hollywood. Por sus playas era habitual ver a Bette Davis, Rita Hayworth o Cary Grant. Dos décadas después, aún seguían viajando a por sus margaritas Frank Sinatra o John Wayne, que llegó a comprar su propio hotel. Una de las terrazas del Flamingos, elevado entre los riscos, tiene una vista larga que llega hasta la bahía de Pie de la Cuesta y su base área militar. A menos de media hora en coche del refugio dorado de John Wayne, estaba el lugar donde el general Chaparro y sus secuaces cometían sus atrocidades.
La base militar de Pie de la Cuesta fue uno de los centros de detención y tortura, además de la lanzadera para los aviones de la muerte. “Es el lugar donde perdemos la pista de mi mamá. Por eso creemos que pudo desaparecer en los vuelos”, cuenta Alicia de los Ríos, hija de una dirigente guerrillera de la época. Del mismo nombre que su hija, De los Ríos fue detenida en enero de 1978 en el antiguo Distrito Federal por la Brigada Blanca, uno de los grupos especiales contrainsurgentes compuestos por militares y miembros de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del PRI.
Una avioneta pintada a las afueras de la base aérea militar de Pie de la Cuesta, en la costa de Guerrero, el 6 de mayo de 2021.TERESA DE MIGUEL
Su hija, que lleva litigando contra el Estado mexicano desde hace casi 20 años, conoce el último paradero de su madre por las declaraciones de otro detenido, Alfredo Medina Vizcaíno, capturado en Ciudad Juárez el mismo año. El documento, al que ha tenido acceso EL PAÍS, confirma como los detenidos de distintas partes del país eran llevados a la base militar de Pie de la Cuesta, “que está enclavada a orillas del mar”.
Vizcaíno relata el patrón de las torturas -inmersiones en agua, descargas eléctricas, golpes con barras de hierro- y añade que les metieron “en un cuarto de baño donde permanecieron hasta el día siguiente”. Al salir se encontraron con De los Ríos. Era mayo de 1978, tenía 25 años y a partir de ahí nadie sabe nada más. Las fechas coinciden con el periodo en el que se efectuaron los vuelos, según uno de los pocos informes oficiales: 30 vuelos en total entre 1975 y 1979. La misma época en la que en las dictaduras del sur del continente siguieron de manera sistemática la misma práctica.
“Mi mamá vivió un proceso de radicalización muy frecuente en la época. Venía de una familia campesina, empezó con el activismo pero acabó en la lucha armada influenciada por la experiencia cubana o sandinista”, explica su hija. En 1960, Guerrero era el Estado más pobre de México. Más de tres cuartes parte de la población se dedicaba al campo y el 60% era analfabeta.
El germen de las guerrillas en México fue la acción política por las vías institucionales bajo la bandera de la reforma agraria y el acceso a la educación, ideales de la revolución de hacía 50 años secuestrados por el régimen autoritario priista. El profesor Genaro Vázquez, uno de los líderes guerrilleros, llegó a presentarse a las elecciones de 1962, taponadas sin solución por el partido único mexicano. En 1968, los humildes profesores guerrerenses tomaron las armas contra “la oligarquía del PRI, que era juez y parte en los actos electorales”, según sus propias declaraciones recogidas en documentos desclasificados de la DFS.
Vista panorámica de la base aérea militar de Pie de la Cuesta, en la costa de Guerrero, el 6 de mayo de 2021.
El secuestro en 1974 del candidato del PRI a gobernador de Guerrero Ruben Figueroa por parte de Lucio Cabañas y su Partido de los Pobres, otro grupo de maestros levantados en armas, intensificó aún más la represión. Asediado en la sierra, Cabañas muere poco después. Y ya con Figueroa como gobernador y Chaparro como su mano derecha, se precipita la creación de otro escuadrón de policías y militares: el Grupo Sangre. Entre sus objetivos estaban “vengar insultos al gobernador, personas que han tenido problemas con el Ejército o traficantes de drogas”, según en informe de la Comisión de la Verdad. La ofensiva incluyó, de acuerdo con otro informe militar, un dispositivo de helicópteros que descargaban munición sobre las comunidades: “Se continúan efectuando reconocimientos precedidos por fuego de morteros sobre cañadas y arroyos”.
El informe de la Comverdad sostiene que las autoridades tuvieron facultades “prácticamente ilimitadas” con el fin de exterminar a la guerrilla. “Entre los detenidos había incluso menores de edad, y algunos de ellos permanecieron ahí solamente por ser familiares de líderes guerrilleros o supuestos simpatizantes”. Los procedimientos de tortura también se extremaron, tal y como subrayan numerosos informes de la Comisión de los Derechos Humanos y confirma la declaración de Medina Vizcaíno a la que ha tenido acceso EL PAÍS: los detenidos “eran amarrados a una tabla y sumergidos en el terrible “pocito” (pila llena de aguas negras) quedando muertos algunos de ellos desangrados. O de la forma más simple, que era la de darles un balazo en la cabeza”. De nuevo, La espada justiciera del general Chaparro.
Cuentas pendientes
“Pensé que a mí también me iba a dar el tiro en la nuca”, recuerda por teléfono desde Acapulco Rogelio Ortega, un profesor de la Universidad Autónoma de Guerrero de 65 años que, de joven, también se cruzó con el siniestro general. En 1977, lo secuestraron cuando salía de casa de su madre. Encapuchado y atado de pies y manos lo llevaron a una de las cárceles clandestinas. En una celda diminuta, en la que no cabía tumbado, con luz encendida las 24 horas y el ruido de una radio a todo volumen, pasó 15 días. Chaparro dirigía los interrogatorios. “Mi celda era la segunda después de la sala de tortura. Me llegaba el olor a sangre”.
Rogelio Ortega en su oficina en Acapulco (Guerrero), el 6 de mayo de 2021.
Tenía 25 años y había militado en la guerrilla, pero para entonces ya había abandonado la lucha armada. Gracias a la presión de su madre, otra histórica maestra guerrerense, logró que lo soltaran. “Esperaron unos días a que me bajaron los moretones, me sacaron y me subieron en una camioneta”. Cuando iban por la carretera de la costa, Ortega pensó que lo llevaban a Pie de la Cuesta. Y cuando lo bajaron del coche, aún encapuchado y atado, pensó que lo iban a disparar. Antes de soltarlo, Chaparro le hizo una advertencia: “Te vas libre porque hay mucho ruido fuera, pero si eres de la guerrilla me voy a enterar y voy a volver a por ti”.
Chaparro cumplió su amenaza. Menos de un año después, regresó por Ortega, que logró escapar por el tejado de la casa de seguridad donde estaba cobijado. Huyó del país: Nicaragua, París. Hasta que ya en los noventa pudo regresar a Guerrero: “Fue una especie de pacto por el que me dijeron que preferían tenerme en la universidad bien localizado que en la clandestinidad”.
El caso de Ortega, que en 2014 fue nombrado gobernador interino del Estado durante unos meses, ilustra las cuentas pendientes de México con las víctimas de la guerra sucia. “No existe una política seria de esclarecimiento de aquel periodo. No hay ninguna sentencia contra los responsables y el Estado no ha hecho ni un solo reconocimiento público de que el Ejército participó en todo aquello”, apunta el abogado Santiago Aguirre, director del Centro Prodh, una de las organizaciones que lleva años impulsando las denuncias de las víctimas.
Rogelio Ortega (al centro) en la época posterior a su detención y tortura en una cárcel clandestina de Acapulco.
Aguirre pone como ejemplo los casos de Argentina, Uruguay o Guatemala, que purgaron su pasado con rigurosas Comisiones de la Verdad. Mientras define como fracasos iniciativas como la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, nacida tras la apertura democrática del 2000, o la Comverdad de Guerrero. Ambas torpedeadas desde otros poderes del Estado -Ejército, Fiscalía- y forzadas a dejar su trabajo a medias.
El abogado señala también otra particularidad mexicana. “El nuevo contexto de la violencia del narcotráfico terminó de diluir que los desaparecidos son cosas del pasado. México necesita medidas extraordinarias para enfrentar una crisis de derechos humanos que hunde sus raíces en la guerra sucia y que no ha cesado desde entonces. Algo sin parangón en el continente”.
Presencia del Ejército mexicano en la montaña de Guerrero.
Esa línea de continuidad también está encarnada en Rogelio Ortega. Antes de escapar al extranjero, se refugió unos meses en la escuela rural de Ayotzinapa. La misma escuela de donde salieron los 43 estudiantes desaparecidos en 2014 en manos, supuestamente, de una alianza de delincuentes y policías curruptos. La desaparición de los muchachos, pobres, venidos de un mundo rural olvidado y politizado y que derivó precisamente en el fugaz nombramiento de Ortega como gobernador, es considerada como uno de los acontecimientos que con más profundidad ha atravesado emocionalmente a México durante los últimos años y que hoy sigue sin una respuesta clara.
Joe Ligon tenía 15 años cuando fue sentenciado a prisión y ahora fue finalmente liberado a los 83 años.
El "delincuente juvenil más viejo deEstados Unidos salió recientemente de prisión y es un hombre libre.
Joe Ligon habló con el Servicio Mundial de la BBC sobre cómo fue pasar casi siete décadas en la cárcel, por qué esperó tanto tiempo por la libertad y cómo piensa pasar el resto de sus días.
"Nunca he estado solo, pero soy un solitario. Prefiero estar solo el mayor tiempo que sea posible. En prisión estuve en una celda solo todo este tiempo, desde el momento de mi arresto hasta mi liberación".
"Eso ayuda a las personas como yo, que quieren estar solas. Yo era el tipo de persona que, una vez que entré en la celda y cerré la puerta, no vi ni escuché nada de lo que sea que estaba sucediendo. Cuando nos permitieron tener radio y televisión, esa era mi compañía".
Ligon vivió en seis prisiones a lo largo de su sentencia de 68 años.
Quizás sea justo decir que la vida en prisión le resultaba adecuada a Joe Ligon, hasta cierto punto.
Le permitió pasar inadvertido, mantenerse callado y alejado de los problemas. Fueron lecciones, dice, que aprendió en sus 68 años tras las rejas.
Y cuando llegaba el momento de retirarse a su celda al final del día, no le molestaba que no hubiera nadie más allí.
De hecho, mantenerse apartado fue una elección bien pensada.
"No tenía amigos adentro. No tenía amigos afuera. Pero la mayoría de las personas con las que me relacionaba ... los trataba como si fueran amigos. Y estábamos bien así, estábamos bien el uno con el otro", dice.
"Pero no usé la palabra amigo, aprendí que usar esa palabra significa mucho para una persona como yo. Y mucha gente dice que [si eres un] amigo ... puedes estar cometiendo un gran error".
Ligon se mudó a Filadelfia a principios de los 50.
Ligon acepta que siempre ha sido una persona solitaria.
Creció en el campo con sus abuelos maternos en Birmingham, Alabama, y no tenía muchos amigos. Pero recuerda momentos agradables con su familia, como los domingos que pasaban juntos viendo a su otro abuelo predicar en una iglesia local.
Tenía 13 años cuando se mudó al sur a Filadelfia para vivir en un vecindario de obreros con su madre enfermera, su padre mecánico y su hermano y hermana menores.
Tuvo problemas en la escuela y no podía leer ni escribir. No practicaba deportes y los amigos no figuraban mucho en su vida.
"Era el tipo de persona que tenía uno o dos amigos, eso era suficiente para mí, no buscaba multitudes".
El padre de Ligon era mecánico y su madre enfermera.
Cuando Ligon "se metió en problemas" un viernes por la noche en 1953, tampoco conocía realmente a la gente con la que estaba.
Se había encontrado con un par de personas que conocía casualmente y mientras caminaban por el vecindario, se encontraron con otras personas que estaban bebiendo.
"Empezamos a pedirle a la gente algo de dinero para poder conseguir más vino y una cosa llevó a la otra ...".
No cuenta más. Pero es un hecho aceptado que la noche terminó en una ola de apuñalamientos en la que él estuvo involucrado, un destello de violencia que dejó dos muertos y seis heridos.
Ligon fue el primero que fue arrestado. Dice que, sinceramente, en la estación de policía no pudo decirles a los agentes con quién había estado esa noche.
"Incluso los dos que sí conocía, no sabía sus nombres, los conocía por sus apodos".
Ligon cuenta que lo llevaron a una estación de policía lejos de su casa en Rodman Street y lo retuvieron durante cinco días, sin acceso a ayuda legal.
Señala que estuvo indignado durante mucho tiempo porque no permitieron que sus padres lo visitaran.
Esa semana, el entonces joven de 15 años fue acusado de asesinato, una acusación que siempre ha negado, aunque desde entonces aceptó en una entrevista con la emisora estadounidense PBS que apuñaló a dos personas que sobrevivieron y ha expresado remordimiento.
"Ellos [la policía] nos dieron declaraciones para firmar que me implicaban en el asesinato. Yo no asesiné a nadie", indica.
Los Ligon vivían en el sur de Filadelfia.
Pensilvania es uno de los seis estados de EE.UU. donde la cadena perpetua no incluye ninguna posibilidad de libertad condicional.
Ligon enfrentó lo que se llamaba audiencia de grado de culpabilidad, en la que admitió los hechos del caso y el juez lo declaró culpable de dos cargos de asesinato en primer grado.
El adolescente no estuvo en el tribunal para escuchar que lo habían sentenciado a cadena perpetua obligatoria sin libertad condicional, lo que no es inusual dado que la sentencia en ese momento fue una conclusión predeterminada.
Pero significó que fue a la cárcel sin conocer los términos completos de su sentencia, y no se le ocurrió preguntarle a nadie.
"Ni siquiera sabía qué preguntar. Sé que es difícil de creer, pero era la verdad", dice Ligon.
"Sabía que tenía que cumplir una pena en prisión pero no tenía idea de que estaría allí por el resto de mi vida. Nunca había escuchado las palabras 'cadena perpetua con libertad condicional'".
"Tenía tantos problemas cuando era niño: no podía leer ni escribir, ni siquiera podía deletrear mi nombre. Sabía que mi nombre era Joe, porque así era coomo me llamaban desde hacía mucho tiempo".
Ligon cuenta que ingresó en el sistema penitenciario confundido, más que asustado. En lo que pensaba era su familia, "sobre estar alejado de ellos, sobre estar encerrado".
"Eso era en lo que pensaba", agrega.
Como prisionero AE 4126, Ligon aparentemente nunca cuestionó cuánto tiempo le quedaba en prisión.
Vivió en seis cárceles a lo largo de 68 años, adaptándose cada vez a la rutina de la vida carcelaria.
"Te despiertan a las 6 en punto con el megáfono, con una voz que dice 'ponte de pie para el conteo, todos, es la hora del conteo' ... a las 7 en punto es la hora de comer, a las 8 en punto es la hora de trabajar".
A veces Ligon trabajaba en la cocina y en la lavandería, pero la mayor parte del tiempo era limpiador.
Después de la comida del mediodía, regresaba a sus funciones. Pasar lista nuevamente por la noche y la cena marcaban el resto de su día: la vida en prisión permaneció prácticamente igual, mientras que el mundo exterior cambiaba irrevocablemente a lo largo de las décadas.
"No me metí con drogas ni bebí alcohol en la cárcel, no hice ninguna de esas locuras que hacen que la gente muera, no traté de escapar, no le hice pasar a nadie un mal momento", recuerda.
"Me mantuve tan humilde como pude. Lo que la prisión me enseñó, junto con muchas otras cosas, fue a ocuparme de mis asuntos, tratar siempre de hacer lo correcto, mantenerme alejado de los problemas cuando fuera humanamente posible".
El abogado Bradley S Bridge investiggó el caso de Ligon tras un fallo de la Corte Suprema.
Unos 53 años después de su sentencia, le dijeron a Ligon que un abogado quería verlo.
Animado por el fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos en 2005 que dictaminó que los menores no podían ser ejecutados, Bradley S Bridge había comenzado a investigar lo que él creía que sería el próximo gran problema legal que surgiría: los menores a quienes se les había dado cadena perpetua sin libertad condicional.
En ese momento, Pensilvania tenía 525 prisioneros en esas circunstancias, que era el número más alto en el país, según Bridge.
Filadelfia tenía 325, y Ligon era el que más tiempo había complido. El asistente del defensor acordó reunirse con él.
"Realmente no estaba al tanto de su sentencia", cuenta Bridge, de la Asociación de Defensores de Filadelfia.
"No sabía nada al respecto hasta que me reuní con él. Es interesante que nunca haya perdido la esperanza; fue totalmente optimista desde el principio, siempre esperó que se hiciera algo".
"No tengo muy claro cómo pensó que eso iba a suceder. No creo que fuera realmente parte de su proceso de pensamiento, ya sabes, cuál sería el mecanismo que eventualmente lo reivindicaría, pero nunca perdió la fe en que... se solucionaría y fue muy paciente para sentarse y esperar".
Ligon siempre se mantuvo optimista sobre su liberación, dice su abogado.
Para Ligon, la reunión fue reveladora. Cuando Bridge le mostró una copia de la apelación que impugnaba el estatus legal de su sentencia, fue la primera vez que Ligon se enteró de los términos de su encarcelamiento.
"Me di cuenta de que me habían tratado mal desde el momento de mi arresto. Me enseñaron y aprendí que era inconstitucional ser sentenciado (como menor) sin posibilidad de libertad condicional".
Aunque para Ligon fue sin duda el primer rayo de esperanza real de que algún día saldría de la prisión, durante los siguientes 15 años tomó decisiones que a algunos les resultaron difíciles de entender: rechazó las oportunidades de liberación porque venían con lo que él llama "una sombra de por vida".
"La Junta de Libertad Condicional me visitó dos veces. Aceptar la libertad condicional habría sido una forma rápida de salir hace años", dice.
"[Pero si lo hubiera hecho] estaría en libertad condicional por el resto de mi existencia y mi caso no exigía la libertad condicional de por vida. Si mi caso lo hubiera requerido, no habría sido un problema. Pero por eso me resistí".
En 2016 la Corte Suprema de EE.UU. dictaminó que todos los menores sentenciados de por vida debían recibir nuevas sentencias.
Al año siguiente Ligon fue condenado nuevamente a 35 años, lo que significaba que podía solicitar la libertad condicional debido al tiempo cumplido.
Bridge lo instó a hacerlo, pero se encontró con una negativa rotunda.
"Todos, los asociados, trabajadores de la administración, presos… [decían] '¿por qué no acepta la libertad condicional?'" recuerda Ligon.
"Y yo decía: 'No voy a aceptar algo a cambio de algo que puedo mejorar'. [No lo hice] por mezquino o por malvado, nada de eso. Si aceptaba la libertad condicional seguirían tratándome mal".
"Las únicas palabras que usé fueron: 'Quiero ser libre'".
Ligon dice que se está acostumbrando al mundo cambiado que ha encontrado tras su liberación.
Así Bridge tuvo que impugnar la sentencia de 2017 y finalmente llevó el caso a un tribunal federal, donde en noviembre de 2020 el juez falló a su favor.
Cuando Bridge fue al condado de Montgomery a recoger a Ligon el 11 de febrero, encontró al exrecluso notablemente tranquilo.
"Hubiera esperado una reacción de 'oh Dios mío' más fuerte. Pero él no mostró nada de eso. No hubo drama, nada".
Tal vez Ligon simplemente estaba haciendo lo que había hecho durante décadas: guardarse sus pensamientos para sí mismo.
Un mes después de su liberación reflexiona con cierto grado de asombro sobre el día en que dejó la Institución Correccional Estatal de Phoenix.
"Fue como nacer de nuevo. Porque todo era nuevo para mí, casi todo [había cambiado], las cosas siguen siendo nuevas para mí".
"Miro algunos de estos autos nuevos, estos autos no tienen el mismo diseño que los autos que conocí cuando estaba en las calles hace tantos años. Miro todos estos edificios altos ... no había edificios así altos como los que me rodean ahora".
"Todo esto es nuevo", expresa, agitando sus brazos alrededor de la habitación.
"Y me estoy acostumbrando. Me encanta, esto es emocionante para mí, esto es verdaderamente genuino".
Los últimos 68 años han tenido un costo para Ligon.
Sabe que ha perdido tiempo esperando su liberación sin libertad condicional, tiempo que podría haber pasado con miembros de su familia, muchos de los cuales ya murieron.
"Mi sobrina Valerie nació cuando yo estaba en prisión, su hermana mayor nació cuando yo estaba en prisión, su hermana pequeña nació mientras yo estaba en prisión", reflexiona.
"Toda la familia inmediata ha fallecido, los que quedamos vivos somos [Valerie], la madre de Valerie y yo".
Y, sin embargo, aunque este hombre de 83 años se adapta a lo que ha esperado tanto tiempo, tiene pocos planes.
Parece que se apegará a lo que conoce mejor.
"Voy a hacer lo mismo que he estado haciendo toda mi vida. Que me den un trabajo de limpieza, como conserje".
En 2015, la familia de Miguel emitió una denuncia por su desaparición, posteriormente, la Fiscalía del estado les entregó un cuerpo con las mismas características.
“Gracias por hacerme sentir que soy parte de la sociedad”, dice Miguel, testimonio del colapso de la L12.
Eusencio Córdova, quien es hermano de Miguel Córdova, narró que la Fiscalía General del Estado (FGE) de Tabasco les entregó a él y a su familia, un cuerpo y durante seis años pensaron que era Miguel.
El supuesto cuerpo de Miguel, el hombre en situación de calle que narró su experiencia durante el colapso de la Línea 12 del sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro el pasado 3 de mayo, fue enterrado en un panteón de Olcuatitán en Nacajuca, Tabasco.
Según la información recabada, en 2015 después de haber emitido una ficha por la desaparición de Miguel, la Fiscalía les mostró un cuerpo con sus características, mismo que les fue entregado a la familia. Tras convencerse, lo dieron por muerto.
Sin embargo, luego del derrumbe, la familia se sorprendió al ver que Miguel no estaba muerto y que en realidad se encontraba en la capital del país, incluso a través de redes sociales comenzaron a pedir ayuda para poder dar con él.
No obstante, el hermano de Miguel detalló que la Fiscalía les pidió no dar datos de lo ocurrido. “Los de la Fiscalía se contactaron conmigo y me pedían que yo ya no diera ninguna entrevista, yo no me voy a presentar a la Fiscalía porque el error no lo cometimos nosotros, la negligencia fue de ellos”.
Aunque al parecer Miguel no quiere regresar con su familia sus hermanos le piden que al menos se comunique con su madre quien según ellos, está muy delicada; “queremos por lo menos abrazarlo por última vez, saber de él, que esté bien que tenga una mejor vida a la que nosotros vimos por ser de escasos recursos”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) solicitó al comisionado del Órgano Administrativo Desconcentrado Prevención y Readaptación Social (OADPRS), José Ángel Ávila Pérez, el traslado de Mario Aburto Martínez del penal en el que se encuentra, a uno cercano a su familia, con el fin de “garantizar la salvaguarda de sus derechos a la vida, seguridad e integridad corporal”.
En un comunicado, el organismo informó de medidas “precautorias o cautelares” a favor de Aburto Martínez, sentenciado por el asesinato de quien fuera candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta, en marzo de 1994. El hombre se encuentra interno en el Centro Federal de Readaptación Social No. 12 CPS Guanajuato, a donde llegó después de haber estado en el Cefereso de Huimanguillo, Tabasco, hasta enero de este año.
La CNDH informó que ayer notificó a Ávila Pérez de las medidas de protección, luego de haber recibido una llamada telefónica del hermano del inculpado, Rubén Aburto Martínez. Después, personal del organismo se trasladó al penal federal para entrevistarse con el sentenciado.
Tras señalar que las medidas cautelares a favor de Mario Aburto tienen como objetivo “salvaguardar la vida, seguridad, integridad física, a no ser víctima de actos crueles, inhumanos y/o degradantes, a la no discriminación, y a la salud física, psíquica y emocional, así como a la calidad de vida en reclusión”, el organismo indicó que el hermano del sentenciado sostuvo vía telefónica que en el penal donde se encuentra Mario Aburto “no le proporcionan alimentos, ni atención médica, encontrándose muy débil”, debido a que antes de ser trasladado a Guanajuato, en enero pasado, contrajo covid-19 en el penal de Huimanguillo.
Rubén Aburto notificó que, pese a estar enfermo, a Mario “no le brindan atención médica y el medicamento que necesita para su recuperación”.
Aseguró que desde que fue encarcelado en 1994, “cada año del mes de marzo es víctima de actos de tortura por los hechos que se le imputan”, señalamientos que fueron confirmados por Mario Aburto durante la entrevista con personal de la CNDH.
Según el testimonio del acusado, en el Cefereso No. 12 “no hay separación entre procesados y sentenciados”, situación que lo pone en situación vulnerable, ya que “un interno intentó echarle a la población (penitenciaria) encima”, por ser señalado como responsable de la muerte de Colosio Murrieta.
Mario Aburto solicitó la intervención de la CNDH al acusar que “padece de tratos y penas crueles, inhumanos y degradantes y no le brindan la atención médica que requiere”.
El organismo recordó que pese a estar privado de libertad, los reclusos, procesados o sentenciados “deben conservar su derecho a tener contacto con sus familiares y amigos y el mundo exterior”, y se les debe conceder “en la medida de lo posible la petición de (…) ser encarcelado en un centro cercano a su domicilio”.
Luego de señalar que el último derecho tiene sustento en la Constitución y en “los principios de trato humano, dignidad y no discriminación”, la CNDH determinó emitir las medidas cautelares “para evitar daños irreparables”.
Y anunció que, una vez enviada la solicitud de medidas a favor de Mario Aburto Martínez a la autoridad correspondiente, “estará pendiente de su respuesta y, de ser aceptadas, dará seguimiento puntual a su implementación y cumplimiento, vigilando que se respeten sus derechos humanos”.
Nos comentan que una de las consignas que más le gusta recordar y decir al presidente Andrés Manuel López Obrador es la de “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”.
Sin embargo, nos indican que esto al parecer no aplicó este viernes, cuando al salir de Palacio Nacional rumbo al aeropuerto para viajar a su natal Tabasco, el conductor del Jetta blanco que lo transportaba no solo se voló una luz roja, sino condujo en sentido contrario, lo que, según el Reglamento de Tránsito de la Ciudad de México amerita dos multas.
Nos recuerdan que en febrero de 2019, el conductor de la moto donde iba Luisa María Alcalde, titular del Trabajo, también condujo en ese mismo sitio en sentido contrario, pero tras críticas en las redes sociales y al reconocer la falta, la secretaria pagó la sanción que ameritaba la falta.
¿Será que el Ejecutivo federal siga el ejemplo de su subordinada? Quizá un par de infracciones de tránsito, por parte del presidente de la República, no sea una noticia tan importante como otras a las que el mandatario le dedica horas de conversación en su conferencia mañanera, pero admitir la falta y pagar la multa daría algo que últimamente falta en Palacio Nacional: humildad.
Tomás Zerón de Lucio, exdirector de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la entonces Procuraduría General de la República (PGR), interpuso un juicio de amparo contra la orden de aprehensión que fue girada a fines de abril y se deriva del caso Ayotzinapa.
Zerón presentó la demanda de amparo el lunes pasado, pero el Juzgado Quinto de Distrito de Amparo en Materia Penal en la Ciudad de México le dio cinco días para precisar “de manera clara y específica” cuáles son los actos que reclama de cada una de las autoridades que marcó como responsables.
En este caso, el exfuncionario señaló a Ana Gabriela Urbina Roca, jueza de Distrito Especializado en el Sistema Penal Acusatorio con sede en el Reclusorio Sur.
El pasado 27 de abril, la Fiscalía General de la República (FGR) obtuvo una nueva orden de aprehensión en contra de Zerón, la cual se acumuló a la que ya se encuentra en Israel con ficha roja de la Interpol.
La orden fue obtenida a través de la Unidad Especializada en Investigación y Litigación del Caso Ayotzinapa (UEILCA), y señala a Zerón por el delito de tortura que las autoridades ejercieron sobre Felipe Rodríguez Salgado, alias “El Cepillo”.
“El objetivo de dicha tortura era para que declarara lo que se le estaba obligando, para poder justificar la denominada‘verdad histórica”, informó la FGR por medio de un comunicado.
La UEILCA también obtuvo otra orden de aprehensión en contra de Zerón, girada por un juez de Distrito Especializado en el Sistema Acusatorio del Centro de Justicia Federal en la Ciudad de Méxixo, el pasado 23 de abril. Los probables delitos por los cuales se libró este mandamiento son desaparición forzada de personas, tortura y coalición de servidores públicos.
En total, son cinco órdenes de aprehensión en contra del exdirector de la Agencia de Investigación Criminal.
“El Cepillo” se desempeñaba como operador del grupo criminal “Guerreros Unidos”. Es uno de los presuntos involucrados en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Agentes de la policia estatal del sur de Tamaulipas en Ciudad Madero,narraron a sus superiores la detención del ex-diputado local del PRD de la LVIII legislatura Claudio de Leija Hinojosa la madrugada de ayer sabado en posesión de un arma de fuego, por lo que fue remitido al Agente del Ministerio Publico Federal.
"...Para conocimiento de los mandos a bordo de la unidad 1484 al mando del policía A Hugo Rafael Huerta Lázaro más dos elementos de fuerza y en apoyo a un llamado de la unidad 1207 de portación de armas y cartuchos, en la calle segunda con calle 14 la Colonia Benito Juarez norte durante el recorrido y siendo las 01:54 horas visualizamos un vehículo marca KIA color azul con las placas XNP756A se visualizó a un masculino el cual manifesto llamarse Claudio Alberto De Leija Hinojosa de 44 años, el cual al abordarlo se apreciaba en estado de ebriedad por lo cual se procedió a realizar una revisión a su vehículo con su autorización, subiéndose el c. Claudio Alberto de Leija Hinojosa de 44 años del lado del conductor por lo cual el policía Hugo Rafael Huerta Lázaro se trasladó a la puerta del copiloto visualizando la parte de enfrente sin novedad por lo cual al abrir la puerta posterior del vehículo el masculino manipuló un objeto hacia la parte de enfrente y al cuestionarlo descendió del vehículo por lo que al revisar la parte del descansa brazos se visualizo un arma corta tipo Pietro beretta asi mismo retirándola del alcance del mismo por lo cual al cuestionarlo manifestó ser policía Municipal y al requerir el porte y la procedencia de dicha arma no contaba con la documentación que lo amparaba por lo cua siendo las 02:00 horas el Policía Hugo Rafael procedió a colocarle los candados de manos y haciéndole lectura de sus derechos mientras el policia A Erendida Hernadez Moreno y el policía A Alejandro Juarez Vasquez daban seguridad trasladándolo ante la Fiscalia General de la República junto con el vehículo conducido por el Policía A Alejandro Juarez Vázquez Arribando a las 02:41horas, siendo a las 05:19 horas arriba el médico legista doctor Miguel Angel Plata Luna quien evalúa al detenido menciona que tiene 0.27 de porcentaje con el alcoholímetro..."