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miércoles, 2 de julio de 2025

“OIGANLA NOMAS”: “ESCUCHEN a la MORENA ARTIFICE de la INCONGRUENCIA y VIRTUOSA del DOBLEZ con PALABRAS que se CURVAN y se PLIEGAN CRITICANDO con FIEREZA la LEY que ACABAN de APROBAR”…mero sintoma del mal gobierno.


En 2014 era un insulto. Ayer dejó de serlo. Hace 11 años, los ahora líderes de Morena se opusieron a las reformas que impulsaba el Gobierno de Enrique Peña para autorizar la intervención de las comunicaciones a fin de combatir la inseguridad.

La incongruencia como síntoma de mal gobierno, inmoralidad y engaño

La incongruencia entre el discurso y la acción es uno de los síntomas más claros de un mal gobierno. Cuando quienes ostentan el poder cambian de postura según la conveniencia política, no solo traicionan la confianza ciudadana, sino que también revelan una profunda falta de principios y coherencia ética.

La aprobación de nuevas leyes en telecomunicaciones y seguridad por parte de Morena es ilustrativo. En 2014, figuras como Ricardo Monreal y Luisa María Alcalde, entonces en la oposición, denunciaron con vehemencia la reforma de Enrique Peña Nieto que permitía la intervención de las comunicaciones para combatir la inseguridad. Alcalde, en particular, calificó la medida como “un insulto a la inteligencia ciudadana” y criticó la autorización de la geolocalización en tiempo real sin una investigación previa. Sin embargo, once años después, los mismos actores políticos han respaldado una legislación prácticamente idéntica desde el poder.

Esta inconsistencia no es un simple cambio de opinión; es un acto de incongruencia que evidencia la falta de compromiso con los principios defendidos ante la sociedad. Cuando el discurso se adapta al interés inmediato y se traicionan las convicciones expresadas públicamente, el mensaje que se envía a la ciudadanía es devastador: la palabra de los gobernantes carece de valor.

La incongruencia, en este contexto, es sinónimo de inmoralidad. Quien defiende hoy lo que ayer condenaba, no solo engaña a sus electores, sino que siembra la desconfianza y el cinismo en la vida pública. 

El gobierno pierde legitimidad cuando sus acciones contradicen sus promesas y sus argumentos previos. La política deja de ser un ejercicio de responsabilidad y se convierte en un juego de simulaciones.

En suma, la incongruencia entre lo dicho y lo hecho no es un asunto menor ni un simple error humano; es un síntoma de un mal gobierno, incapaz de sostener principios y de actuar con honestidad. Es, además, una forma de engaño que erosiona la democracia y debilita el tejido social, pues la ciudadanía aprende que las palabras de sus representantes pueden ser vacías y cambiantes, según sople el viento del poder.

Quienes forman y deforman el quehacer de ser gobierno

Cada vez y con mayor frecuencia, el actuar de morena y el gobierno nos esta dejando ver esos personajes cuya presencia se asemeja a la de sombras insidiosas que se deslizan entre los pliegues del poder, revestidos de un aura de respetabilidad que no resiste el escrutinio de la memoria colectiva. Son los artífices de la incongruencia, virtuosos del doblez, cuya palabra se curva y se pliega con la misma facilidad con la que el viento dobla la hierba.

Estos entes, ajenos a la brújula moral que orienta a los espíritus íntegros, han hecho de la simulación su oficio y del olvido su refugio. Su ética es maleable, su discurso mutable, y su lealtad, un tributo que rinden únicamente a la conveniencia y al cálculo. En ellos, la coherencia es un estorbo, la verdad un adorno prescindible, y la dignidad, una moneda de cambio en el mercado de la ambición.

Se presentan ante la sociedad con la prestancia de los oráculos, pero sus palabras, desprovistas de raíz y sustancia, se disuelven en el aire como promesas rotas. Son los arquitectos de la desconfianza, los sembradores del escepticismo, pues han demostrado que, para ellos, el poder no es un instrumento de servicio, sino un escenario donde la impostura se representa una y otra vez.

La historia los reconoce por su huella de desencanto: donde pisan, florece la decepción y se marchita la esperanza. Son, en suma, otros heraldos de la amoralidad, funambulistas del cinismo, cuya permanencia en la vida pública sera otro recordatorio lacerante de que la incongruencia, cuando se normaliza, erosiona los cimientos mismos de la democracia y la convivencia civilizada que deja ver que entre unos y oírosla unica diferencia es en el nivel de sinverguenzas.

Con informacion: ELNORTE/

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