El 22 de enero de 2019, Emma Coronel Aispuro entró a la sala 8D de la corte federal de Brooklyn en Nueva York más tarde de lo habitual. La audiencia en el juicio contra su esposo, Joaquín Guzmán Loera, apenas había comenzado y todos los reporteros estábamos extrañados por la elección de vestimenta del acusado.
A diferencia de otros días, Guzmán Loera no tenía puesto un traje sobrio; al contrario, vestía una camisa blanca abierta hasta el pecho con un saco de terciopelo color vino. La sorpresa de su saco aterciopelado solo fue superada cuando entró Coronel Aispuro a la sala, escasos minutos después de las 9:30, vistiendo un conjunto exactamente igual.
Ese era el segundo día del testimonio de Lucero Guadalupe Sánchez López, la ex diputada por Cosalá y otrora novia de Guzmán Loera. En la jornada anterior, la diputada había dado detalles precisos de su relación romántica con el acusado mientras que a Coronel Aispuro no le quedaba más que mantener la compostura mientras escuchaba.
Quizá la joven esposa del capo coordinó los atuendos, estrafalarios e intimidantes, como una manera de decir lo que con palabras no podía. Y por más sorpresivos que fueron los atuendos, eso no fue—ni de lejos—lo más sorpresivo que pasó ese día. Especialmente para Emma.
Asistir a una audiencia legal en cortes estadounidenses es como ir a ver una obra al teatro o una película al cine.
Primero, por el aura —como de puesta en escena— que tienen esos procesos legales: el histrionismo de los abogados, los protocolos casi cinematográficos: la gente se pone de pie para que el juez entre a la sala al inicio de la audiencia; el inconfundible sonido de su mazo cayendo sobre la madera para finalizar los eventos del día. Pero, sobre todo, un juicio es como una película porque genera un sentimiento de suspenso constante de no saber qué viene después; cuál será el próximo testigo o si el juicio dará un giro inesperado.
La segunda cosa que hace a un juicio parecido a ir al teatro es el uso del espacio. Las salas de las audiencias están divididas en dos partes: el área donde se desarrolla el juicio per se con todas las personas involucradas en el quehacer jurídico. Éste es un espacio versátil, con movimiento: hay una mesa para la fiscalía, otra para la defensa, bancas para el jurado, un estrado para los testigos. La gente entra, sale, habla, participa. La segunda zona es la de los espectadores, donde solo hay bancas, y —al igual que en el teatro o en el cine—, el público solo observa. No participa, no habla, no comenta.
La división entre ambas áreas es sutil. Basta con una baja barandilla de madera para mantener a cada grupo de su lado. Pero hay algo más que separa ambas secciones: una certeza tan fuerte, que pareciera palpable, de que la acción está de un solo lado. Podría parecer aburrido estar en el público, pero tiene una ventaja inigualable: ver lo que pasa en el escenario con la certeza de que nada de lo que ahí sucede le puede afectar al público.
En el juicio contra el Chapo, entre noviembre de 2018 y febrero de 2019, tuvo exactamente esas dos características: el suspenso y la división de espacios. Cada día llegaba un nuevo testigo o un descubrimiento inesperado; lo mismo llegaba un hacker colombiano o una ex diputada sinaloense, que se mostraban mensajes interceptados, desfilaban paquetes de droga por la corte o exhibían armas de alto calibre para el jurado.
Pero el 22 de enero de 2019 sucedería algo especialmente sorprendente: la división invisible entre el escenario y el público —esa que brindaba una sensación de inmunidad y tranquilidad— estaba a punto de romperse. La división invisible entre ambas partes de la sala se deshizo cuando Dámaso López Núñez tomó el estrado.
Desde que el Licenciado entró a la sala, Coronel Aispuro hizo un aspaviento de sorpresa. Entró como todos los demás testigos: con su uniforme de prisionero, serio, concentrado. Después de atravesar el cuarto, hizo un saludo solemne al Chapo antes de sentarse en su banquillo. Si efectivamente se trata de una película, esa habría sido la primera señal de que Dámaso interactuaría con la sala como ningún otro testigo lo había hecho.
“Soy el padrino de una de las gemelas”, dijo cuando le preguntaron cuál era su relación con el Chapo y señaló directamente a Coronel Aispuro, sentada en la segunda fila de las bancas del público, que jugaba con las puntas de su cabello. En ese momento, los espectadores pasaron a ser parte de la puesta en escena y las dos secciones de la sala 8D se volvieron una.
A lo largo de su testimonio, López Núñez dijo que Coronel Aispuro había ayudado a coordinar la fuga de su esposo del penal de máxima seguridad en Almoloya de Juárez; que se reunía con los cuatro hijos mayores de su marido y con López Núñez para coordinar la operación. Según el testimonio, Coronel Aispuro participó en actos ilegales al pedirles que consiguieran armas, cuatrimotos, un reloj con GPS para dárselo al Chapo y ubicar la localización de su celda en la prisión; se dijo le dio 100 mil dólares al Licenciado para conseguir un terreno contiguo al penal, por donde se escaparía Guzmán Loera. El testigo incluso explicó que Emma Coronel le había ofrecido 2 millones de dólares para sobornar funcionarios públicos capaces de trasladar al Chapo de Ciudad Juárez, donde estaba detenido después de su tercera captura, al penal del Altiplano donde organizarían una tercera fuga.
El 22 de febrero de 2021, casi exactamente dos años después de las declaraciones de López Núñez, las autoridades estadounidenses arrestaron a Emma Coronel Aispuro en el aeropuerto de Dulles, Virginia. Su caso está en corte de Washington D.C., donde también se encuentra López Núñez, testigo colaborador de la fiscalía y Sánchez López, la otrora amante del Chapo.
El comunicado de prensa del departamento de justicia estadounidense para ese día empieza así: “La esposa de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, líder de una organización mexicana de tráfico de droga…” No es sino hasta el segundo párrafo del comunicado de prensa sobre su propio arresto, que Coronel Aispuro es llamada por su nombre.
La historia bien sabida: Coronel Aispuro es la hija de una familia involucrada en el trasiego se droga, conoció a Guzmán Loera cuando tenía 17 años al ganar un concurso local de belleza. Se casó con “El Señor”, como le llama en público a su marido, a los 18. Para entonces, él era más de 30 años mayor, tenía tres esposas previas y ya era una autoridad de facto en la región; admirado por muchos, temido por otros, pero con la capacidad innegable de controlar la información y la seguridad de la zona.
Cuando se habla de la culpabilidad de Coronel Aispuro, habría que tomar su realidad en contexto. Por un lado, pareciera que ella quiso destacar de las otras parejas del capo, convirtiéndose en La Esposa, jugando un rol mediático clave para la imagen pública de su marido dando entrevistas a Univisión, Telemundo y participando en un reality show. Pero por otro lado es inevitable preguntarnos, si hubiera querido salirse de ahí, ¿hubiera podido? Su esposo tenía control total de sus finanzas, sus movimientos y era la autoridad de facto en toda la zona. Se dice que su arresto estuvo arreglado y ahora entrará a un programa de testigos protegidos. De ser así, se podría librar, por fin y de manera definitiva bajo el anonimato del programa gubernamental, de su relación con el Chapo. Y si fuera así, eso explicaría que no lo hubiera podido haber hecho antes.
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