El primer indicio fue un cuerpo tendido en el piso del sótano de un centro comercial de la Ciudad de Guatemala.
El 15 de septiembre de 2010, durante un operativo para capturar a Mauro Salomón Ramírez, un importante narcotraficante reclamado por Estados Unidos por exportar cocaína a ese país, se produjo un incidente que sigue sin ser esclarecido.
Aquel día, dos grupos policiales trataron de detener a Ramírez cuando salía del parqueo de un centro comercial llamado Tikal Futura. El narcotraficante y sus múltiples escoltas lograron escapar, abriéndose el paso a tiros. Pero en el piso del parqueo subterráneo de Tikal Futura quedó tendido un hombre herido que moriría poco después.
El hombre se había refugiado del enfrentamiento escondiéndose bajo su carro, una Land Rover plateada nueva y reluciente, pero el vehículo había sido acribillado y a él le alcanzaron las balas. No está claro por qué los agentes dispararon contra ese vehículo. Quizá tenían información de que pertenecía al grupo del narco o solo lo supusieron porque se trataba de una camioneta lujosa y llamativa. Quizá todo fue un accidente.
Lo que añadió confusión al hecho fue la identidad del fallecido. Su nombre era Obed Benshalom López y era el fundador y líder de una iglesia evangélica llamada Casa del Alfarero, con miles de fieles en la costa del Pacífico de Guatemala.
López era uno de tantos pastores del movimiento pentecostal guatemalteco; un religioso que solía realizar encendidas prédicas sobre el poder del Espíritu Santo.
El pastor había regresado de un viaje a Estados Unidos y se había hospedado en un hotel situado dentro del centro comercial. En el mismo hotel se había alojado también Ramírez.
No existen evidencias de que ambos se reunieron. Pero al comenzar a investigar a López, las autoridades encontraron hechos sospechosos, según expuso el entonces ministro de Gobernación, Carlos Menocal; indicios de que sí es posible que ambos estuvieran juntos en aquel parqueo.
El pastor había regresado un día antes de su viaje y en vez de volver a su casa, las cámaras de seguridad mostraban que había pasado el tiempo deambulando por el centro comercial, como si esperara a alguien. El peritaje que se hizo a su vehículo mostró que tenía “caletas”, compartimentos secretos, explicó Menocal. Ambos, el narco y el pastor, operaban en la misma zona. De hecho, cuando Ramírez fue capturado un mes después, la policía lo encontró en una casa a unos siete kilómetros de la iglesia principal de López.
Pero lo más sorprendente era la trayectoria del pastor. Comenzó predicando en un modesto local de San Francisco Zapotitlán, un pueblo de 22 mil habitantes en el que el 60 por ciento de la población es considerada pobre.
En menos de dos décadas y pese a la abundante competencia de otras iglesias similares en la zona, había construido un gran templo en Mazatenango, la cabecera del departamento, había creado filiales por toda la costa del Pacífico de Guatemala y se había extendido a Estados Unidos, Nicaragua y México. En su página web, Casa del Alfarero afirmaba tener 33 filiales solo en México. “Cuando Inteligencia Civil hace el perfil de la iglesia se dan cuenta de su enorme crecimiento y ven que hacía transferencias importantes de dinero hacia Tamaulipas y otros lugares de México en el corredor del narco”, explicó Menocal.
Algunos exfuncionarios consultados para esta investigación sostienen que todo se trató de un desafortunado incidente, que el pastor solo se encontraba en el lugar equivocado. Sin embargo, nunca se investigó a fondo lo sucedido. Dado que López murió y Ramírez fue extraditado a Estados Unidos poco después, todo fue pronto olvidado.
Que esos dos mundos aparentemente distantes, el del narcotráfico y el de las iglesias evangélicas, tuvieran relación quedó solo como una especulación.
La muerte del pastor Flores fue el primer indicio de una relación que sí existe y que no es infrecuente. Guatemala reúne características que la propician.
Es un territorio por el que transitan cada año miles de toneladas de cocaína rumbo a Estados Unidos y en varias zonas fronterizas, el narcotráfico es la principal actividad económica.
Al mismo tiempo es un país en el que existen, oficialmente, 3,200 iglesias evangélicas diferentes; cada una, a veces, con cientos de sedes. Alrededor del 40 por ciento de la población se identifica con cultos de tipo pentecostal que exigen un estilo de vida conservador y prometen milagros, prosperidad y sentir la presencia constante de Dios.
En los casi diez años que ha transcurrido desde aquel día de 2010, al menos cuatro narcotraficantes procesados por la justicia de Estados Unidos han tenido vínculos estrechos con pastores e iglesias evangélicas, según halló esta investigación, parte de un proyecto transnacional llamado Paraísos de Dinero y Fé, coordinado por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP).
En los cuatro reportajes que componen este proyecto, se aborda la relación entre narcotraficantes e iglesias.
El primero tiene como protagonista al gran narco Juan Órtiz, alias Chamalé y el papel que sostuvo en su organización Noé Mazariegos, pastor de Ministerios Torre Fuerte, en San Marcos.
El segundo aborda los nexos que el exacalde y traficante de Ayutla, Erik Suñiga, alias Pocho, y otro narco de la región, Nery Manfredo Natareno, alias Pastor, sostuvieron con la Iglesia Bethania de Quetzaltenango.
El tercero, cuenta la historia de Jorge René García Noguera, alias JR, uno de los últimos líderes del crimen organizado en Zacapa, un narco que se presentaba empresario y evangelista y que tuvo relación principalmente con Lluvias de Gracia, de la Ciudad de Guatemala.
La religión ha sido útil al narcotráfico de varias maneras. Financiar iglesias y obras de caridad vinculadas a ellas otorgó a narcotraficantes apoyo social y mayor control sobre sus territorios. A algunos, convertirse en fieles evangélicos o incluso pastores, también les proporcionó una fachada para moverse o relacionarse con políticos y empresarios o argumentos para defenderse en las cortes de Estados Unidos. Otros directamente utilizaron a miembros de iglesias como testaferros o los integraron en sus estructuras.
El interés del crimen organizado por acercarse a las iglesias evangélicas y especialmente a iglesias con presencia internacional, sugiere también una posibilidad: que estas estén siendo utilizadas para lavar dinero o trasladar fondos de un país a otro.
Esto sería facilitado por los escasos controles a los que están sujetas las iglesias en Guatemala. Hasta 2013, las iglesias no estuvieron sometidas a controles anti lavado y en la actualidad solo una mínima parte de ellas suministra información a la agencia estatal que previene este delito, la IVE.
Además, como sus ingresos pueden ser muy variables y fáciles de justificar, ya que dependen de donaciones, a los bancos les resulta más complicado determinar si incurren en transacciones sospechosas que deben ser reportadas a la IVE.
“Las iglesias son un escudo muy grande, porque no hay forma de seguir el rastro del dinero. Podrían estar siendo utilizadas como forma de protección del dinero”, dijo el fiscal anti narcoactividad Gerson Alegría.
Pero que esto suceda no ha sido aún investigado en Guatemala, lo que, a su vez, es síntoma de una de las principales ventajas que la religión otorga al crimen organizado.
En uno de los países con mayor proporción de población evangélica del mundo, ser pastor o presentarse como alguien obediente y temeroso de Dios y recitar versículos de la Biblia es para muchos guatemaltecos, sinónimo de ser honorable.
Políticos han utilizado con frecuencia este recurso como forma de evidenciar que son honestos y merecen el voto de los ciudadanos. Los narcotraficantes han buscado también protección en la religión para disipar sospechas sobre ellos o su dinero.
Cuando el pastor López fue asesinado aquel 15 de septiembre muchos ciudadanos pensaron que era inconcebible que un predicador del Evangelio recibiera dinero de alguien que traficaba, asesinaba y secuestraba. El mero hecho de ser pastor era su mejor defensa.
En 2012, Mario Ponce, un poderoso narcotraficante guatemalteco originario de Izabal, fue juzgado en Miami, Estados Unidos. Para defenderse, Ponce presentó a varios testigos. Uno era un hombre llamado Reginaldo Archila, pastor de Príncipe de Paz, una de las primeras iglesias evangélicas fundadas en Guatemala y que en la actualidad está presente por todo el país y Estados Unidos.
Archila explicó que Ponce acudía regularmente a su iglesia y que incluso organizaba cultos en su propia mansión en Playitas, en la frontera con Honduras. Lo describió como un hombre honorable que había prosperado gracias a la cría de ganado y la compraventa de terrenos, según la transcripción de la audiencia.
-Señor, usted nunca realizó un negocio de drogas con Mario Ponce, ¿verdad?, le preguntó el fiscal estadounidense, Adam Fels.
-En absoluto, contestó Archila, y añadió: “soy un pastor evangélico”, como si mencionar ese solo hecho sirviera para contestar la pregunta de Fels.
Pero, en ocasiones, los pastores también trafican o ayudan a traficar.
Fuente.-
Paraísos de dinero y fe fue realizada en conjunto por Columbia Journalism Investigation, Centro Latinoamericano de Investigación Periodística, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (México), Nómada (Guatemala), Canal 13 Noticias (Costa Rica), IDL-Reporteros (Perú), Infobae (Argentina), Agencia Publica (Brasil), Folha Sao Pablo (Brasil), La Diaria (Uruguay), El Tiempo (Colombia) y OCCRP (Europa), con el apoyo de la Seattle International Foundation.
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