Rebelión en la Granja es la traducción de una de las novelas más famosas de George Orwell, Animal Farm. Comienza cuando el Señor Jones, dueño de la Granja Manor, estaba tan borracho una noche que no cerró bien los corrales.
Llegó trastabillando a su recámara, y tan pronto apagó las luces de la habitación, se corrió la voz que Old Major, el respetado verraco y líder moral en la granja, había tenido un sueño que quería compartir. Reunidos todos en el granero, lo escucharon decir que había soñado un mundo libre de la tiranía de sus amos humanos. Poco tiempo después murió, y dos animales muy inteligentes, Snowball y Napoleón, prepararon la insurrección.
Empezó cuando olvidó el Señor Jones alimentar a los animales, cuya coyuntura del sueño, junto con años de adoctrinamiento y maltrato, permitieron su éxito. Renombraron la Granja Manor como Animal Farm y emitieron Siete Mandamientos, como que todo lo que caminara sobre dos pies era enemigo, y que todos los animales eran iguales. Se expandieron territorialmente, y compraron tierras del vecino, el Señor Pinkerton. Los líderes vivían bien, pero el resto de los animales mal. Snowball y Napoleón departían con el Señor Pinkerton y los mandamientos quedaron reducidos en una sola ley: todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros. Napoleón regresó el nombre de la granja a Manor, y al paso del tiempo ya nadie pudo distinguir entre los animales y los humanos.
La novela de Orwell, publicada en 1944, era una fábula sobre cómo el socialismo estalinista había corrompido al socialismo, y describió cómo la tiranía de los animales había terminado por imponer una tiranía total, narrando cómo el poder absoluto llevó a la corrupción, y de ahí a la degradación y la destrucción del sueño de Old Major. Aunque el libro fue visto como una feroz crítica al estalinismo, es considerada una obra que explica la condición humana. Aquella historia del desvío de todo un proyecto imaginado por el verraco, ha tenido analogías en muchos países a lo largo de todos estos años.
En México, ante la llegada del nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador, es muy temprano para afirmar que su largo sueño de la construcción de una nueva nación correrá la suerte de muchos otros, pero los síntomas de la descomposición se están asomando. En las dos últimas semanas han aflorado no sólo los conflictos dentro de Morena y entre aquellos a quienes designó como los guías de la mayoría legislativa para el levantamiento del edificio que el presidente electo llama la Cuarta Transformación, sino también de su futuro gabinete, donde han soslayado sus instrucciones y se están rebelando.
La semana pasada López Obrador le pidió a su gabinete que guardaran la imparcialidad en el debate público sobre dónde se construirá el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, luego que en una reunión con grupos que históricamente se han opuesto a cualquier obra en Texcoco, tres de sus futuros secretarios de Estado y un subsecretario, se pronunciaron contra la construcción. El llamado del presidente electo fue contra la inducción y, se puede colegir, contra todas las señales que pudieron haber enviado a los inversionistas, quienes difícilmente creerán que no actuaban como portavoces de López Obrador, sino de ellos mismos. La falta de control político del futuro gabinete y la ausencia de disciplina de un equipo que en unas cuantas semanas será gobierno es, pese a lo grave que pueda parecer esta insurrección ante su jefe, menor a lo que pasa en la Cámara de Diputados.
En San Lázaro, se está dando un fenómeno que también se ha visto en la historia, durante los prolegómenos y el curso de la Revolución Francesa, cuando los llamados sans-coulottes, los sin calzones, como se denominaba a las clases bajas que habían integrado la mayor parte del ejército revolucionario, fuera del control alguno de los políticos, encabezaron protestas sociales e, incluso, organizaron la llamada Conspiración de los Iguales, que trató de derrocar al Directorio, que era la forma de gobierno en la Primera República, a fin de instaurar por la fuerza un régimen que garantizar “la igualdad perfecta”.
Esta conspiración nativa de los iguales se ha visto en la batalla feroz por las comisiones. La más representativa es la Comisión de Presupuesto, que el equipo económico de López Obrador trató de frenar que se eligiera como presidente a Alfonso Ramírez Cuéllar, un dirigente social radical y disruptivo, que organizó El Barzón, un movimiento de agricultores que se enfrentó a las instituciones por el fondo de contingencia para revolver los problemas de liquidez tras la crisis en el sistema de pagos en 1995. El futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, y el futuro subsecretario de Egresos, Gerardo Esquivel, urgieron al coordinador de Morena en el Congreso, Mario Delgado, que impidiera su asunción. Delgado estaba rebasado y pidió que le ayudaran, proponiéndole ser director de Bansefi, pero López Obrador se negó. Ramírez Cuéllar arrasó en la votación, contra los deseos del equipo de transición y Delgado.
La rebelión en la granja de López Obrador se está ampliando en su equipo de gobierno y en las cámaras. Su molestia se ha sentido. A finales de la semana antepasada, en una reunión con su equipo político, les reclamó porque si la transición estaba resultado tersa, no era posible que dentro de Morena, el conflicto fuera tan pronunciado. Su mensaje llegó, pero se ignoró. El tigre con el cual amenazó que saldría si no ganaba la Presidencia, salió a las calles de todas formas, por encima, hasta este momento, de él.
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