“Cientos de compañeros fueron corridos, pero cada quincena seguíamos viendo sus nombres en la nómina... alguien firmaba por ellos y se quedaba con ese dinero”, afirma un trabajador empleado en poda y trasplante de árboles, limpieza de maleza y rescate de flora y fauna. “Uno de los requisitos para trabajar aquí es tener el Seguro Popular y si había un accidente no pagaban incapacidades”, relata otro obrero.
Antes de arrancar las obras del Nuevo Aeropuerto en Texcoco, conducían mototaxis ajenos, ayudaban en la costura de ropa enviada a Chinconcuac o se alquilaban para colados, riego de parcelas o siembra de maíz y haba…
Según datos del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, 4 mil 500 habitantes de comunidades aledañas al complejo —hoy en vías de abandono—, fueron incorporados a un esquema de empleo temporal.
“El salario era poco y en condiciones muy malas, pero al menos teníamos tortillas y frijoles en la mesa”, cuanta José Ramos, quien se unió a las brigadas desde hace cuatro años.
Tras la cancelación anunciada por el gobierno lopezobradorista se alistan ya para volver a sus pueblos y entregarse a la suerte, al desafío de sobrevivir con trabajos eventuales y aún más miserables.
Desde siempre han cargado con una daga de doble filo sobre las espaldas: se integraron al NAIM “para calmar la necesidad”, pero colaboraron en la destrucción de su tierra, historia y naturaleza. “Era como estar entre la espada y la pared: con empleo, pero con daños ecológicos y menos agua en perjuicio de nuestra gente”, dice Manuel Sánchez Salmerón, de 54 años y originario del poblado de Acuexcomac.
Aun sumados al proyecto, desde abajo padecieron la falta de seguridad laboral y las corruptelas…
“¿Corrupción? Claro que hubo, se veía hasta en los niveles más jodidos, donde estábamos nosotros”, señala Felipe de Jesús Jolalpa Rojas, otro de los pobladores inscrito.
—¿Qué vieron?
—A lo largo de todos estos años, cientos de compañeros fueron corridos, pero cada quincena seguíamos viendo sus nombres en la lista de nómina. Tenían meses o hasta años fuera de actividades y alguien firmaba por ellos, se quedaba con ese dinero.
—¿Quién?
—No lo sabemos, pero en los registros se habla de miles de trabajadores y, si se hiciera un conteo, muchas plazas están siendo cobradas y nadie se presenta a trabajar.
El salario se estipuló en 2 mil 250 pesos quincenales por una jornada de cinco a seis horas, con dos turnos durante el día. No signaban contrato ni contaban con seguro social. Recibían su cheque y listo. Tampoco recibían compensaciones ni aguinaldo.
Las labores consistieron en poda y trasplante de árboles, limpieza de maleza, reforestación, corte de pasto y rescate de flora y fauna.
—¿Qué fauna encontraban? —se pregunta a Manuel.
—Liebres, conejos, tortugas, víboras, ratas, topos. Eran liberados del otro lado del polígono, aunque muchas especies murieron. Todo esto estaba lleno de vegetación y miles de árboles o plantas quedaron en pedazos. Hasta se sacaba sal de tierra en el área, pero todo se acabó con la construcción de este elefante que ahora no servirá de nada.
“Los malos manejos se veían también en el atraso de pagos, a veces se venían arrastrando de cuatro o cinco meses, dizque por firmas y autorizaciones pendientes. Algunos dicen que lo jineteaban”, apunta este hombre de 54 años y padre de dos veinteañeros.
—Si no tenían seguro, ¿qué se hacía en caso de algún incidente?
—Uno de los requisitos para trabajar era estar en el Seguro Popular. Si había algún accidentado, lo mandaban al centro de salud. Lo que buscaban los del Grupo Aeroportuario era deslindarse de cualquier compensación, ahí se ve qué corrupción había, porque es un trabajo en el que usamos machetes, hachas y sierras, corríamos peligro.
—¿Hubo gente lesionada?
—Un chorro —responde Felipe—, pero los mandaban al popular, allá que se hicieran bolas. Aquí no había apoyo. Si te fregabas, ni siquiera respondían en el tiempo de incapacidad. Necesitabas cortarte la mano o volarte los dedos para que te hicieran paro… Ahí está el caso de una señora a la que amputaron el pie porque se le cayó encima un árbol, y terminaron por despedirla.
Los chalanes eran originarios de pueblos como Santa Rosa, San Cristóbal Nexquipayac, Acuexcomac, Zapotlán, Santa Isabel Ixtapan, Tezoyuca, Las Salinas, La Purísima y San Salvador Atenco: “Más de la mitad de nosotros venía de Atenco, que es la cabecera, y donde más se han puesto al brinco: defienden lo que no es de ellos y la mayoría son acarreados”, comenta José Ramos, con un hijo de 12 años. Siempre llegaba a la obra en bicicleta, desde Ampliación Lago.
—¿Y ahora?
—Pues a buscarle, no hay de otra. A ver si hay algo de costura, porque luego no cae nada.
—¿Quién los contrata para coser?
—Algunas fabriquitas que venden la ropa en Chinconcuac.
La inclusión en el empleo temporal de los lugareños derivó de una negociación entre comisarios ejidales y acaparadores de tierra, interesados en comprar los terrenos para el aeropuerto y futuros negocios. Una especie de recompensa por la cesión de derechos sobre miles de hectáreas y los consecuentes deterioros ambientales.
Felipe de Jesús Jolalpa, con 29 años y tres hijos: de seis, dos y un año, fue uno de los primeros en integrarse: “Llegué a trabajar cuando no podían entrar ni coches, levanté los primeros árboles… Ahora qué le hacemos, esto ya se acabó. Ojalá nos jalaran a Santa Lucía”.
—¿Estarían dispuestos a irse?
—El trabajo no nos da miedo, porque lo sabemos hacer. Ahorita ya taparon esto, ¿qué van a hacer los trabajadores en sus comunidades? Ahí estará la bronca, no nos vamos a quedar con las manos cruzadas. Sí nos vamos, y ojalá no hubiera allá abusos ni corrupción…
fuente.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: