Lo que le sucedió a Javier Duarte es una hecatombe para él, quien aún después de solicitar licencia como gobernador de Veracruz, pensaba que el presidente Enrique Peña Nieto lo protegía. La cronología de los meses de la crisis de Duarte es un caso de estudio impecable de la forma como el presidente Enrique Peña Nieto ha gobernado.
Revela su decisión original de respaldar a Duarte, que migró a buscar la entrega pacífica de la gubernatura a Miguel Ángel Yunes y que chivos expiatorios pagaran por la corrupción, a buscar respaldo en la Conago para las acciones legales contra el mandatario, para que finalmente, mediante engaños, lo empujara a solicitar licencia y perseguirlo. En poco más de un año, la ruta crítica de la caída de Duarte, por cuanto a la toma de decisiones, fue esquizofrénica.
Desde otoño del año pasado, el entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, tenía la información sobre el hoyo financiero en Veracruz. Uno de sus colaboradores lo parafraseaba: “Los estados no quiebran, pero Veracruz es la excepción; está quebrado”. El secretario expuso en Los Pinos que había evidencias de que Duarte desvió recursos públicos. En esa misma línea, el ex líder del PRI, Manlio Fabio Beltrones, pidió al Presidente varias veces que le ofreciera un cargo en el gobierno para sacarlo de Veracruz. Peña Nieto no escuchó a Videgaray y rechazó las peticiones de Beltrones, quien decía que su permanencia provocaría la derrota del PRI en las elecciones para gobernador el 5 de junio.
Peña Nieto, de acuerdo con la reconstrucción cronológica de la caída de Duarte, rechazó hacerlo, pero al mismo tiempo, no lo recibía. Públicamente, Duarte se mostraba seguro y confiado. Sobrado, inclusive, donde difícilmente permitía que sus interlocutores terminaran sus diagnósticos sobre la pendiente por la cual estaba cayendo. Pero en privado, Duarte estaba congelado por Peña Nieto. Inclusive una vez fue sin cita a Los Pinos y esperó cinco horas en vano que lo recibiera. A la salida fue a ahogar sus penas y empezó a mencionar en público que no podían tratarlo de esa manera después de haber apoyado la campaña presidencial en 2012 con unos dos mil 500 millones de pesos. El gobernador pensaba que quien le generaba un mal ambiente en Los Pinos era Videgaray, quien durante los dos últimos años que estuvo al frente de Hacienda, no lo recibió ni él ni ningún subsecretario para hablar sobre temas presupuestales o recursos.
Duarte, enfrentado con Videgaray, se recargó en el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien trabajó con él en contra de la candidatura a gobernador del priista Héctor Yunes. En varias regiones del norte del estado, legisladores priistas leales a Osorio Chong trabajaron por el panista Yunes, mientras que Duarte habló dos veces con el jefe de Morena, Andrés Manuel López Obrador, para ofrecerle todo su apoyo al candidato de su partido en Veracruz, Cuitláhuac García. Morena no ganó la elección para gobernador, pero tuvo un enorme avance en el estado, particularmente en Coatzacoalcos, uno de los refugios de Duarte cuando comenzó su escape tras saber que la PGR lo estaba buscando. Veracruz fue uno de los estados donde la lectura subliminal del proceso fue la confrontación de Osorio Chong con Videgaray y Beltrones.
El escándalo mediático contra Duarte crecía. Dos semanas antes de la elección, una investigación del portal Animal Político con el apoyo de la ONG financiada por el sector privado, Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, reveló que el gobierno de Veracruz había desaparecido casi 700 millones de pesos a través de empresas fantasma. Para entonces, Videgaray había ordenado al jefe del SAT, Aristóteles Núñez, una investigación, y armó un expediente donde cuando menos 50 empresas en forma directa, y 230 en forma indirecta, estaban involucradas en la presunta red de corrupción de Duarte. Informado Duarte de esta investigación, presentó ante la Presidencia documentación que, alegaban sus representantes, probaban su inocencia. Duarte pidió además una cita con el Presidente que le negaron. Cuando la volvió a pedir, se la programaron pero la cambiaron. Le dijeron que la volverían a dársela, pero no le confirmaron fecha.
Peña Nieto había hablado con políticos cercanos confiables para él y a Duarte a fin de transmitirle el mensaje que bajara su perfil. El 6 de junio, la mañana después de que el PRI perdió la elección para gobernador en Veracruz, Duarte se desconectó del mundo: apagó su BlackBerry y ya no volvió a contestar mensajes en forma directa. “Sólo me hablan para darme el pésame”, se quejó con cercanos. El Presidente autorizó que Hacienda, el SAT y la PGR trabajaran intensamente para documentar lo que Videgaray había dicho desde un año antes, los desvíos de recursos públicos para enriquecimiento del gobernador y sus socios, a fin de que se revisaran los resultados a finales de junio y tomara una decisión sobre Duarte.
Un mes después de la elección, el nuevo líder del PRI, Enrique Ochoa, comenzó a hablar de la corrupción en su partido como uno de los factores que fueron determinantes en las derrotas, lo que parecía ser el principio del fin del gobernador. Otra vez equivocados. Peña Nieto recibió finalmente al gobernador, y según confió Duarte a sus cercanos, le dijo que no se preocupara porque todo era un problema de medios y que las olas de críticas en la prensa se diluirían y todo acabaría. Duarte regresó feliz a Veracruz.
Fuente.-rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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