Yo era aceptada por el poder infinito de Rubén. Sin saberlo, estaba sirviendo a sus intereses. Todo fue una danza plena de armonía hasta que el general González Barreda comenzó a hacer señalamientos, graves, sobre la gente de Torres Charles. Primero fueron sus “comandantes”.
El mecanismo instaurado para el funcionamiento del “Modelo Coahuila” era una reunión mensual con todos, los jefes de Zona y de Región Militar, junto con el gobernador y yo. Así como una o dos reuniones el jefe de la Región Militar, Moreira y yo. Siempre para tratar temas de seguridad y de las actividades de los jefes militares.
En una de estas, de las primeras, el general González Barreda, se quejó de la protección que daba el delegado de la Fiscalía, una persona ligada a Torres Charles, a grupos criminales en Torreón. Moreira me pidió que hablase con él… Y ahí comenzó nuestro enfrentamiento, resulta que “su comandante” era hijo del director de la Facultad de Leyes, y, por tanto, también, intocable.
Jesús no escuchaba razones. Hasta ese momento nuestra relación había sido muy cordial. Había estado varias veces en su casa, había venido a la mía en la Ciudad de México. No había existido ningún elemento de confrontación. Al final me amenazó de muerte…
Volví con mi general, con el gobernador… y así comenzamos a sumar evidencias, señalamientos, pruebas por una parte y Torres Charles, su fuerza, lo que representaba, lo que lo convertía en sagrado en la otra parte.
Luego se puso peor, porque había certezas militares, que vinculaban al hermano de Torres Charles.
Humberto, un ex policía estatal que había sido dado de baja por haber participado en el robo de un aseguramiento de muebles de cocina… y que estaba dado de alta como empleado en la Secretaría de Salud… desde donde operaba como jefe “invisible” de la policía estatal, que por sus instrucciones detenían o dejaban en libertad… Hubo un incidente en una gasolinera entre él y un grupo de criminales que prendió, todavía más, las alertas.
No caminábamos. Cada vez eran más fuertes los temas… Y Moreira nos repetía que él no tenía compromisos, que le iba a decir a Torres Charles, que lo podía despedir en cualquier momento… que ya lo iba a quitar.
Vino la presentación oficial del “Modelo Coahuila”, una ceremonia formal, en Torreón donde había miles de quejas ciudadanas por la inseguridad. Antes de iniciar el evento, me entrevistaron, en vivo, para un programa de radio local… y tuve que decir, con honestidad intelectual, que teníamos un gran impedimento en la Fiscalía con Torres Charles.
De inmediato me llamó Aguillón, aterrado, no podía decir esto en el discurso oficial, yo era funcionaria… no era cierto, yo era asesora le dije… Mi intervención fue, como el acto, muy protocolaria. Dolían las manos de golpear la pared.
Torres Charles dejo de hablarme, el general González Barreda pidió que no asistiese a las reuniones, la falta de confianza era total. Y yo no entendía qué pasaba…
Vino el atentado. En Monclova. Al salir de su casa el general, Juan Carlos Pacheco, un hombre tan afable que parecía imposible situarlo entre las balas. Dos de sus escoltas muertos. Un operativo espectacular para sacar a los heridos, para rescatarlos de los hospitales, para llevarse los cadáveres por parte de los que después supimos eran “Los Zetas”. Con complicidad manifiesta de todas las autoridades.
Y Torres Charles repitiendo que no era “atentado”, que había sido una pelea cualquiera… intentando negarle información al gobernador que yo tenía, y le ofrecía, de primerísima mano… Si no había habido atentado no existía complicidad… Ahí Jesús, poderosísimo Fiscal, se ganó la mala voluntad militar. Habían matado a dos de nosotros, de casa, no era un asunto menor.
Otra vez me mandaron al velorio, a hacerme cargo. A negociar la justificada rabia de las familias. Dos viudas. Dos mujeres genuinamente indignadas contra el gobierno, contra mí… no les habían llegado los chalecos antibalas… Pagamos todos los gastos. Se instauró una pensión. Cabe hacer mención que Moreira fue muy generoso con todas las viudas.
Yo me volví a sentir horripilantemente responsable. Ellos, también, habían acudido a mi llamado. Otra vez, había movido el universo para que viniesen a encontrar su muerte.
Con toda honestidad no alcancé a medir qué quería decir que eran “Los Zetas” … en mi ingenuidad pensaba que eran, solamente, un grupo de “Zetas”, una célula, que eran parte de la organización criminal… Nunca imaginé que teníamos a los principales jefes ahí. Y menos que contaban con una protección oficial tremenda, que yo estaba afectando sin saberlo.
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Durante el tiempo que estuve en Coahuila tenía escolta federal y local. La gente de la policía estatal se había quedado conmigo, pese a la conminación de sus jefes, por los malos tratos de Humberto Torres Charles.
Obviamente, cuando se enteró de los señalamientos militares en su contra, lo primero que hizo fue intentar sabotear a mi gente. No lo logró. Sí pudo llevarse a quien era el jefe de mi escolta, Eduardo Calvillo, como parte de su escolta. Una noche, al llegar a su casa, lo secuestraron, a finales de 2010. Un grupo armado lo despojó de su coche, lo golpeó y lo iba a matar… cuando suplicó que le hablaran a su jefe, Torres Charles. Con la sola mención de su nombre, todo cambió. Después de hablar con éste, lo dejaron en libertad.
Era jefe de narcos y de policías.
Su nombre era un salvoconducto que operaba en ambos sentidos. Para perdonar muertes y para pasar armas, droga, lo que fuera.
Todo el tiempo salía a relucir, con los militares, Jesús Torres Charles. Era una pared inexpugnable. Sus comandantes protegían a los criminales. Su hermano seguía controlando a toda la policía estatal ignorando al general que estaba al mando.
El hilo revienta por lo más delgado, que era yo. Una noche me llamó Jesús. Me dijo que fuera a levantar una acusación penal en su contra o dejara de meterme con él, que iba a enfrentarme a las consecuencias… Me amenazó, fuertemente. Era el Fiscal. No era una amenaza para ignorar. Llamé a Humberto. Me pidió tiempo para ver, él personalmente, cómo solucionarlo.
Se nos atravesó la realidad. O, tal vez, esto fue un factor determinante para el rompimiento, para enviarme a Javier Villarreal con toda intencionalidad. ¿Por qué era tan importante protegerlo, contra todas las evidencias?
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Cuando hablé con Humberto después del asesinato de su hijo, estaba tan deshecho como enojado, le dije que el subdirector de la policía municipal, Rodolfo Castillo, que había “entregado” a su hijo a “Los Zetas” había sido dado de baja por nosotros… y vuelto a instalar a la nuestra salida. Esa batalla que no nos dejaron dar, menos todavía ganar, hubiese evitado tantos crímenes.
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Una noche viajamos Rubén y yo, en un avión del gobierno, a Torreón para cenar con el general González Barreda en su casa de la zona militar… quería la Comisión de Defensa en la Cámara de Diputados… después pactaría con los militares por la de Derechos Humanos.
Al regreso, a solas, me preguntó por Torres Charles… yo no creía la versión de que era su protector… le dije que Humberto se había comprometido con el general para quitarlo.
Una semana después, comiendo González Barreda y yo con el gobernador, me preguntó qué le había dicho a Rubén esa noche…
No despidió a Torres Charles.
Absurdamente no era un tema de protección a criminales, sino de poder interno.
Ya vendría la PGR a ofrecer una recompensa millonaria por encontrar a su hermano.
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¿Los dos hermanos Moreira, Rubén y Humberto, son incapaces de mantener compromisos de amistad y afecto, incluso de cariño? ¿Pueden ser inmensamente inestables? ¿Son tan inseguros que necesitan, los dos, probarse a sí mismos con un desfile interminable de mujeres? ¿Tienen, en verdad, una infinita capacidad de traicionar en su naturaleza? ¿No saben ser amigos?
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La última vez que volvimos a hablar con el gobernador sobre Torres Charles, mi general y yo, con los mismos argumentos, con idénticas pruebas a las ya aportadas, debe haber sido en enero de 2010. Lo que se me quedó grabado fue que no logré guardar la compostura, y cuando Humberto volvió a decirnos que lo iba a quitar, le dije, con un tono muy exasperado, es la quinta vez que te comprometes… Lo que después fue motivo de que me llamase la atención mi general. Podía oírse como una majadería, pero era cierto.
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Estoy sentada frente al Presidente de la República, en su oficina, sorprendentemente pequeña, en Los Pinos. Llevamos mucho rato hablando. Él toma notas. Llegamos al tema de Jesús Torres Charles. Le digo que por qué no lo detiene… Me dice que le lleve pruebas. Ambos sabemos, lo hemos dicho, que de muchas maneras protege a criminales. Ninguno de los dos alcanzamos a imaginar que en Coahuila residían los jefes principales de Los Zetas. Me consuela saber que, los dos, no lo supimos.
Fuente.-Isabel Arvide/
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