Un total de 48 agentes policiales han sido asesinados en Sinaloa en el contexto de una escalada de violencia vinculada a enfrentamientos entre facciones del Cártel de Sinaloa. La ola de ataques contra elementos de seguridad se ha intensificado desde el 9 de septiembre de 2024, cuando estalló la pugna interna entre bandos de la misma banda.
El caso más reciente ocurrió el pasado lunes 1 de septiembre, cuando un agente activo del Escuadrón Motorizado de la Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal (SSPyTM), identificado como José Luis “N”, de 42 años, fue asesinado a balazos al llegar a su domicilio en el fraccionamiento Villa Bonita, al sur de Culiacán.
Apenas diez días antes, el 21 de agosto, otro agente de la SSPyTM fue ejecutado mientras conducía su vehículo particular frente a la preparatoria Emiliano Zapata, en el sector de Ciudad Universitaria.
Los tres mensajes
Para los policías: carne de cañón, salida sin seguro
El mensaje es clarísimo: ser policía hoy equivale a poner la cabeza en una picadora y rezar para que el jefe te mande flores. Si algo queda claro, es que aquí no hay respaldo—el uniforme solo protege del sol y ni la milicia, ni la “inteligencia de cartón” de los altos mandos sirve de paraguas. Si un comando narco quiere, borra a toda una comandancia y el gobierno solo hace conteo de cadáveres y selfies ahora dominicales en reuniones de seguridad en cuarteles bien pertrechados.
Para la ciudadanía: autogestión del miedo
A los ciudadanos, este circo letal les deja claro que están solos. Si matar policías equivale a “siga participando”, el resto puede irse olvidando de pedir ayuda. Afuera manda el cártel, adentro manda el miedo; la autoridad es puro decorado que no puede ni proteger a los suyos. Toca organizarse para sobrevivir o jugar a la ruleta rusa cada vez que sales de casa.
Para el gobierno federal y los militares: potencia la simulación
Para Harfuch,el gobierno y los generales, la señal es brutal: la militarización no sirve ni de espantapájaros. “Inteligencia” es solo para verse cool y los narcos que seguido delatan a sus rivales, lo saben; se pasean, hacen cementerios de policía y ni a los drones ni a las “mesas de paz” se les ocurre una respuesta. Si la estrategia federal fuera un producto, ya estaría en liquidación por no servir ni de adorno. El crimen no solo sigue, se envalentona, y los “operativos” se quedan en promesa de campaña.
En resumen: aquí el narco despacha, la policía entierra y el gobierno aplaude presentando siempre “nuevas estrategias y novedosos reforzamientos”, mientras la gente sobrevive en modo sálvese quien pueda. Sinaloa parece laboratorio de una distopía: “cartón de inteligencia”, mártires de uniforme y la selva de la impunidad rampante.
Con informacion: NOROESTE/








