“¡Que cumpla lo que prometió!”, gritó lo más fuerte que pudo doña Laura. Su expresión mostraba una mezcla de enojo y tristeza, y su mirada estaba clavada en el presidente Andrés Manuel López Obrador. La mujer de unos 60 años vestía un pantalón desgastado y sus tenis habían perdido el color por la tierra incrustada en su andanza. Su playera daba cuenta de su demanda: volver a ver a su hijo con vida.
En sus manos apretaba una cartulina que había repasado una y otra vez con el marcador para que el Presidente leyera una súplica que era exigencia: “¡Quiero a mi hijo de vuelta!”. Se refería a Beto, desaparecido hace tres años, uno de los rostros de esas 40 mil personas ilocalizables en México, según cifras de enero de la Comisión Nacional de Búsqueda.
Veracruz, entidad que visitaba Andrés Manuel López Obrador para presentar un programa de reciclaje y medio ambiente —que poco importó a los presentes—, ha sido el segundo estado con más desapariciones, sólo por debajo de Guerrero.
Las peticiones a López Obrador a veces llegan a gritos, en cartas, para decirle lo que urge, lo que alguien necesita, lo que las comunidades imploran.
El Presidente ha tenido que rodearse de un pequeño ejército de voluntarios llamado “servidores de la nación”, que caminan a su lado cuando llega a los eventos, aunque deben estar atentos a su seguridad, se convierten en una suerte de oficialía de partes móvil que deben sostener cada uno de los documentos, cartas y regalos que López Obrador recibe y que ha dicho que todas serán atendidas.
Así le hizo doña Juana. El evento estaba programado para las cinco de la tarde y ella llegó a las ocho de la mañana al Instituto Tecnológico de Minatitlán, y sólo así se instaló en las primeras filas; quedó detrás de todos los funcionarios públicos que fueron invitados a la presentación.
Andrés Manuel llegó retrasado por más de una hora. Ya había oscurecido. Caminó tan rápido como le permitían las piernas para llegar al templete. En el camino decenas lo abrazaban, se tomaban fotografías y recibía las peticiones. Doña Juana lo aguardaba de pie sobre una silla negra, pero a pesar de su disciplinada paciencia no corrió con suerte. Así que sólo le quedó un último recurso: gritar. Lo hizo con todas sus fuerzas con un alarido desesperado y por momentos desgarrador. Se hizo notar.
El equipo de “servidores de la nación” la atendió y la pasó a las primeras filas. Quedó junto a los alcaldes de Veracruz, le prometieron que podría hablar con el Presidente al terminar el evento, y entonces calló, de nuevo con una disciplinada paciencia. Pero no sucedió. López Obrador abandonó la escuela, entre la ayudantía y decenas de personas, en la camioneta negra en que viajaba y doña Juana no pudo decirle que quería volver a su hijo, que le ayudara a encontrarlo, que en la Fiscalía veracruzana no le han ayudado.
Un chaleco caqui que resalta a Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas en el logotipo del gobierno de México, los identifica. Al menos 100 “servidores de la nación” se distribuyen en todo el evento: unos hacen vallas humanas, otros regalan botellas de agua a los presentes, unos más atienden a los invitados especiales, entre ellos beneficiarios de programas sociales.
Estos voluntarios van recibiendo sobres, recados y cartulinas. En sus visitas le piden a López Obrador oportunidades de trabajo, propios o para algún familiar; como Eladio Astudillo, quien quiere que su hija Lorena sea contratada. “Se graduó de odontología con especialidad hace varios años y no ha conseguido nada”, revelaba el hombre mientras se abanicaba con el sobre en el que llevaba su petición.
Mejoramiento de caminos y carreteras, inversiones para los pueblos más alejados, solución a problemas sindicales, como el del Instituto Nacional de Perinatología que en busca de la destitución de su director, un grupo de investigadores recolectó dinero y enviaron a Norma hasta Tabasco, porque creyeron que sería más sencillo dialogar con el mandatario en su tierra. Pese a las horas de espera en el aeropuerto, la mujer de 45 años no pudo entablar diálogo con López Obrador, ni siquiera entregar su petición escrita.
Otros solicitan una audiencia para tratar en privado con el Presidente de la República algún tema que les preocupa; algunos van a extremos en sus peticiones. En su natal Tabasco, un hombre le solicitó un par de amortiguadores para su vehículo y que el mandatario cuenta como anécdota, pues “puede que este carrito sea con el que se gana el pan de cada día”.
Por toda la pasarela del tabasqueño, los “servidores de la nación” recolectan los archivos, a veces acumulan cientos, antes de ir a acomodarlos en las camionetas en que viaja López Obrador y que posteriormente serán revisados por Leticia Ramírez, encargada de la oficina de atención ciudadana del gobierno federal.
Todos quieren una rebanada del pastel
En una esquina del mismo evento, bajo un árbol que los cubre del rayo del sol, un grupo de policías municipales también tienen peticiones para el Presidente.
“Tenemos buenos salarios y prestaciones, y no batallamos para que nos paguen, pero a veces no contamos con el equipo para actuar”, dice Elías señalando su uniforme que alguna vez fue negro.
“Hacemos el trabajo de municipal y de tránsito, dos en uno”, critica Juan Luis, que parece ser el que tiene más quejas.
Aseguran que la entidad es tranquila, comparada con otros estados donde se vive en carne propia la delincuencia organizada y demás delitos, esperan apoyos para contribuir a la seguridad de la entidad.
En Veracruz, Chiapas, Campeche, Tabasco el patrón se repite. La gente busca al Presidente a donde quiera que vaya, espera largas horas, no importa el clima. Las posibilidades de ser escuchados son cuestión de suerte o de lo llamativa que sea su solicitud, como quienes le llevaron dos gansos en Campeche y lograron que López Obrador se fotografiara con ellos y, de paso, escuchar sus peticiones.