La transformación de las fuerzas armadas mexicanas, de su papel y relación con el poder político y con los civiles, así como de su naturaleza belicista-pacifista en ruta hacia una nueva presencia como "Ejército de paz", es un hecho innegable que seguirá extendiéndose y consolidándose incluso más allá de que el sexenio lopezobradorista dé o no paso a otros seis años del partido Morena en el poder.
En la entrevista que el presidente Andrés Manuel López Obrador le dio a La Jornada en julio de 2019, en la que dijo que si por él fuera desaparecería al Ejército para convertirlo en una Guardia Nacional, el comandante supremo de las fuerzas armadas anticipó de manera insólita, pero clara, su idea de que los militares se hagan cargo de la seguridad interior y de la seguridad pública.
Su proyecto lleva a las fuerzas armadas a un nuevo e inimaginado rol de funciones que ya está en marcha en el que se deberá transformar a las secretarías de la Defensa y de Marina en instituciones no belicistas, no centradas ni enfocadas en misiones y en una dinámica militar clásica, toda vez que nuestro país no tiene enemigos reales ni potenciales que amenacen su soberanía y por ello no necesita una estructura y un gasto armamentista que distraigan sus esfuerzos en repararse para confrontaciones bélicas que nunca ocurrirán.
Esta visión de izquierda populista que enarbola López Obrador, puede parecer acertada, históricamente justa y reivindicativa, porque busca civilizar a los militares, trata de acercarlos a la sociedad para cerrar heridas muy profundas causadas por la manipulación histórica de la milicia al servicio del Estado, del estamento del poder político durante décadas, claro, con la complicidad y complacencia de los generales.
El problema es que López Obrador lleva su estrategia por caminos de buena fe, de intenciones sanas y loables, pero sin controles, sin contrapesos, sin límites precisos y sin visos de rendición de cuentaspara que el Ejército, la Fuerza Aérea, la Marina y la Guardia Nacional no solo estén cerca de la sociedad, sino que también sean plenamente confiables, creíbles, profesionales en toda la extensión de la palabra.
Una ruta ideal, casi utópica en la transformación de las fuerzas armadas en fuerzas de paz como las ha imaginado el presidente, podría o debería pasar por un cambio real en el que el imaginario de contar con un Estado Mayor Conjunto sea posible y con ello la llegada del primer secretario o secretaria de la Defensa Civil en México.
Esto no es un disparate y en 2018 fue parte de todo un catálogo de cambios más o menos radicales que la bancada morenista tuvo en sus manos de cara a la llegada de AMLO al poder. Los legisladores se comprometieron a impulsar transformaciones verdaderas, no solo asuntos cosméticos.
Por eso este 2021 será un año de cambios sostenidos en materia de compra de armamento y equipo bélico. La SEDENA, con sus 112 mil 557 millones, 168 mil 656 pesos de presupuesto, sólo podrá sacar adelante 23 proyectos de inversión, de los cuales únicamente 14 cuentan con recursos asignados para su ejecución.
De estos 14 proyectos, 13 pertenecen a la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) y están centrados en la renovación y ampliación de material aéreo de transporte y carga, en la posible compra de turbohélices T-6C y Grob o bien en la adquisición de helicópteros Bell 407 GX para labores de aspersión y destrucción de enervantes.
Otra parte del presupuesto se ha ido en los últimos años en darle mantenimiento a aeronaves con más de 30 años de antigüedad, pero que son necesarias para que la FAM responda a emergencias de todo tipo –como la del covid-19–. En este rubro están los tres transportes pesados Hércules C-130, del EA-30 que hace años estuvo conformado por 12 aparatos. Los Hércules regresaron de un largo proceso de mantenimiento mayor en Canadá para modernizarlos y tenerlos operables. La aplicación del Plan DN-III-E y su adecuación por el covid demuestran su papel vial en situaciones de gravedad.
Algo parecido sucede con los aparatos del EA-401, los jets F-5E/F de los que solo quedan tres de un escuadrón de 12 aeronaves.
No se han comprado ni se comprarán aviones a reacción, ni siquiera de segunda mano, porque México no es más un país belicista. Aviones como los F-16 Block 50 con los que soñó alguna vez el general Guillermo Galván, jamás llegarán a la FAM. También se quedarán en el aire los F-|16 israelíes, los L-39 Albatros, los F-50 chinos, los Gripen, los M-345 italianos, los Mig-35 que el gobierno ruso ofertó en el sexenio pasado para sustituir a los viejos tigres del EA-401.
No habrá nada de esto, porque si hubiera recursos para comprarlos –tampoco los hay– su adquisición sería un contrasentido a la política antibelicista de AMLO.
Algo similar ocurre con la Marina y sus 35 mil 476 millones, 715 mil 511 pesos de presupuesto para este año, cantidad que de inicio es ligeramente menor a la ejercida en 2020 (33 mil 557 millones, 785 mil 594 pesos), que serán empleados en mejoras sustantivas al sistema de astilleros navales y en la construcción de interceptoras Polaris II, de patrulleras Clase Tenochtitlan, de un par de buques oceánicos y en la reactivación de la construcción naval para abastecer a Pemex y las navieras nacionales con unidades de uso civil.
La otra parte del presupuesto militar y naval se usará para fortalecer a sus unidades de inteligencia y a sus instancias de apoyo a la seguridad pública de las que se nutre la Guardia Nacional.
De las misiones como las de construir y administrar aeropuertos, sucursales bancarias, hospitales, tramos ferroviarios hacerse cargo de administraciones portuarias, recintos aduanales y de la crisis sanitaria, es inequívoco decir que se trata de la parte de la estrategia obradorista más palpable, mediática y efectiva.
Pero al final está presente lo dicho por el presidente en aquella entrevista en la que reconocía que no podía deshacerse del Ejército, porque habría muchas resistencias.
Cierto. Por eso no se deshace de los militares, porque jamás se lo permitirían y él lo sabe muy bien. Por eso los usa y los acerca a la sociedad, para transformarlos en una fuerza de paz a la que no se le debe molestar con el rumor de la transparencia y la rendición de cuentas de un pasado demasiado inmediato, tanto que lleva ya el sello de la era de la Cuarta Transformación.
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