En el discurso del cuarto informe de gobierno, en el mes de septiembre, el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz ofreció un discurso que fue considerado una antesala a la matanza de estudiantes en Tlatelolco. Impresiona ver en la pantalla todos los miembros de la Cámara de Diputados del país en una ovación ante las siguientes palabras:
“Se ha llegado al libertinaje en el uso de todos los medios de expresión y difusión; se ha disfrutado de amplísimas libertades y garantías para hacer manifestaciones, ordenadas en ciertos aspectos pero contrarias al texto expreso del Artículo noveno constitucional. Hemos sido tolerantes, hasta excesos criticados, pero tiene un límite…”, dijo en una parte.
Este fragmento fue rescatado por el documental Los rollos perdidos, del cineasta Gibrán Bazán y estrenado en el año 2012, pero que ve la luz en internet a través de YouTube y Vimeo, seis años después, tras 29 actos de censura.
En la primera parte del documental, y con base en testimonios de testigos y especialistas, se narra la manera como Servando González fue contratado por la suma de 20 mil pesos por el Gobierno Mexicano, para filmar una manifestación que tendría lugar en la Plaza de las Tres Culturas, y que sería dispersada con mano dura.
“Desde muy temprana hora, desde las tres de la tarde emplacé las cámaras por todos lados. Yo vi el paracaídas, yo vi todos los muertos, yo vi… todo. En cine está todo eso”, dijo Servando en una de las entrevistas que inspiraron el documental. Servando González sostuvo hasta su muerte que él había entregado todo el material fílmico de lo que filmado sobre la masacre de Tlatelolco en 1968, el cual hizo con el mismo equipo de producción que ocupó Alberto Isaac para filmar las olimpiadas.
Fue el 1 de octubre del 68 cuando Servando colocó un equipo de ocho cámaras de la más avanzada tecnología, misma que se usó para documentar las Olimpiadas de ese año, capaces de hacer un buen close up a 300 metros de distancia; se colocaron en puntos estratégicos en los pisos 17 y 19 del entonces edificio de Relaciones Exteriores, en Tlatelolco. El 18 se reservó a los francotiradores.
Servando y su equipo de camarógrafos filmaron durante más de diez horas aquel martes 2 de octubre de 1968. Todo está documentado: las risas de los manifestantes, el helicóptero y las bengalas, la balacera, el Batallón Olimpia inconfundible por su guante blanco, el pánico, el intento por salir de aquella ratonera, los muertos, la muchacha bonita que llevaba un abrigo rojo que enrojeció de sangre y muerte.
“Del 68 tuvimos acceso a fotografías terribles; el propio Servando González, con una gran desvergüenza narra lo que se filmó, incluso detalles como el de una mujer que recibió un balazo y cayó en una tina, y con su propia sangre ahoga a sus hijos y mientras lo cuenta hay una sonrisa en su cara”, dijo el cineasta Gibrán Bazán, en entrevista con Crónica.
El equipo de Los rollos perdidos subió después de cuatro décadas a los pisos 17 y 19 de la extorre de Relaciones Exteriores, desde donde el cineasta filmó la masacre, utilizando un equipo de ocho cámaras, apoyado por camarógrafos como Ángel Bilbatúa y Alex Phillips, para tratar de recrear lo ocurrido aquel día.
“Sólo un loco mandaría a ocho camarógrafos a filmar una matanza de estudiantes. ¿Cuál era el sentido de mandar cámaras de 25 milímetros y que vergonzosamente eran las mismas cámaras que se utilizaron para filmar las olimpiadas del 68?”, dijo Gibrán.
“Lo que nos dimos cuenta es que lo Echeverría lo mandó porque quería hacer una farsa en la que se dijera que los estudiantes le disparaban al ejército y para eso usaron al batallón Olimpia, pero fue una farsa bastante mediocre, era como el manual de la CIA para tontos y trataron de criminalizar a los estudiantes de esa época pero todos se les salió de las manos, porque ahora esa filmación es una prueba contra ellos”, agregó.
Dentro de los detalles que provocan indignación en Los rollos perdidos están los testimonios que aseguran que Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz se sentaron a ver el archivo filmado en la Secretaría de Gobernación sin editar un día después de la tragedia, “incluso el mismo Servando da indicios de que también tuvo acceso a filmar la tortura que hubo a los detenidos en el Campo Marte”, dijo Gibrán.
“El material se revela la madrugada del 3 de octubre en los Estudios Churubusco, ya tenían una guardia especial para eso y a las siete de la mañana para llevarse los rollos. Tenemos la certeza de que al menos una prueba de material positivo se quedó en los Estudios Churubusco, la cual fue colocada en una lata por el equipo de Servando, y creemos que llegaron a las bóvedas de la Cineteca Nacional, y no sabemos si fueron de las cosas afectadas en el incendio de 1982”, enfatizó.
Sobre el incendio de la Cineteca Nacional en marzo de 1982 es que se centra la segunda parte del documental. Una catástrofe comparada con la destrucción de la biblioteca de Alejandría. El director de cine Nicolás Echeverría comparte con las cámaras de Bazán: “¡Qué paradoja más espantosa que un edificio y una institución que está encargada de preservar el cine mexicano acabe destruyendo todo el acervo que tiene su país!”.
A través de la investigación sobre este documental, “nos dimos cuenta que ese México tan faraónico de los años 60 y 70, en cierta forma sigue perdurando. Lo podemos ver con casos de Ayotzinapa”, comentó Gibrán. Es por eso que en la antesala del estreno de Los rollos perdidos en internet hace un llamado, “directo a nuestro futuro presidente Andrés Manuel López Obrador y también a la futura Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto Guerrero, para que se abra una comisión de investigación sobre el destino de la filmaciones secretas de Tlatelolco de 1968”.
Años después, en una entrevista el cineasta Servando González, dijo: “Me pueden acusar de lo que quieran, porque ni mi cine ni yo somos moneditas de oro, pero hago el cine con amor, con entrega, con oficio y, más que eso, con una sensibilidad especial, porque tengo la vocación de hacer películas”.
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