La mañana del 11 de diciembre del 2006, Eleazar, jugaba a las “carreras” en el patio trasero de su escuela primaria “José María Morelos”.
Iba ganando contra Belmonte, un niño de la misma edad pero de otro salón, cuando se percató de que todos corrían a la reja de la calle para observar un desfile de camionetas repletas de elementos de la Policía Federal y el Ejército, que esa mañana llegaban a Apatzingán.
Eleazar cursaba el quinto año de primaria y pensó -al igual que sus compañeros- que aquello se trataba de un desfile. Todos los niños comenzaron a aplaudir y a reír y a saludar a los soldados y policías que mostraban sus armas de cargo sin recato, mirando a la nada.
Recuerda que le dio “emoción ver en vivo y en directo a los soldados y policías”, sin imaginar que varias de sus armas dejarían sin vida años más tarde a sus dos hermanos mayores, a su amigo de la infancia, y al padre de su novia.
“Esta maldita guerra me quitó cosas que yo quería. Yo quería ser soldado o policía, yo quería ser valiente y enfrentar a los malos. Yo quería ver a mis hijos diciéndole a mis hermanos tíos”, dice con amargura mientras se arranca de los labios -como con coraje- un pellejo reseco y escupe en el piso.
El 11 de diciembre del 2006, diez días después de que tomó posesión como presidente de la república, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, anunció sin preámbulos el inicio de lo que llamó “Operación Conjunta Michoacán”, que según anunció en conferencia de prensa, se trataba del despliegue de las fuerzas armadas federales para combatir a la delincuencia organizada en todo el país, comenzando por Michoacán, su estado natal.
Más de cinco mil efectivos federales se desplegaron por la tierra caliente del estado, entrando por Apatzingán, donde permanecen hasta la fecha en un cuartel militar y patrullando las calles.
Después de que cumplió los diez años, Eleazar no espera el Año Nuevo y la Navidad con alegría: “Ver llegar a los soldados a Apatzingán es el último recuerdo bonito que tengo de mi niñez. Al año siguiente (2011) me salí de la escuela antes de que terminara –en marzo-, porque a mi papá los soldados le metieron un balazo en una pierna, justo un 24 de diciembre cuando quedó en medio de una balacera que se desató frente a Palacio Municipal. Antes no me lo mataron”.
Al padre de Eleazar –campesino- lo dejaron con una pierna amputada y el muchacho, que aún no entraba a la pubertad, tuvo que salir a trabajar al puesto del mercado con su madre para ayudar con la avalancha de gastos que se les vino encima: “ahora teníamos que juntar para las medicinas, ahora para el entierro, ahora para frijoles, y así nunca terminamos de pagar aun lo que debemos todavía”.
En los siguientes años Eleazar como el resto de los habitantes de Apatzingán aprenderían que los duelos son cortos, que cualquiera puede morir cualquier día y a cualquier hora y que, lo que es más triste: “no hay que encariñarse con nadie, ni con los parientes porque no termina uno de enterrar a uno, cuando ya hay que enterrar al otro”, resume a bocajarro Eleazar, ahora de 20 años y padre de dos hijos.
Francisco Valle Morales, un ingeniero en computación que se hartó de la violencia en su tierra, decidió un día tomar cartas en el asunto y primero se unió al movimiento de autodefensas que surgió en el año 2013, y luego se integró a la Mesa de Seguridad de Apatzingán del lado de la sociedad civil.
Según explica, la batalla contra el crimen organizado en los últimos diez años, “ha servido de poco. Sí se avanza, pero a paso muy lento. La gente sigue desconfiando de sus autoridades, los ciudadanos no cambian su chip de que es el gobierno el que tiene que poner orden y no ellos por propia mano”, se lamenta.
Apatzingán y la tierra caliente del estado se asemeja a un mueble desvencijado y abandonado en un basurero, sin que nadie se detenga a su paso para levantarlo.
Con el paso de los años, y debido principalmente a la violencia, los comercios han ido cerrando, nadie parece atender el servicio de limpia y alumbrado en las calles, las avenidas están destrozadas por el paso de camiones de carga pesada y la gente ha optado por transportarse en motocicletas. De los 23 semáforos sólo sirven seis.
Los 38 grados de calor permanente que hay durante la mayor parte del año en tierra caliente, han terminado por secar las esperanzas de su gente de seguir adelante.
“Se van de aquí los que más dinero tienen o los que de plano ya no pueden ni deben quedarse”, acosados por los delincuentes de las células delictivas, que de la noche a la mañana decidieron voltearse contra la gente.
La Cámara de Comercio local señala que ha cerrado el 80 por ciento de los comercios de la ciudad, sobre todo los más pequeños que no pueden resistir la embestida de asaltos, amenazas y pánico que los obliga a cerrar, ahora menos que antes.
De acuerdo a Valle Morales “casi nadie en Apatzingán puede decir que no ha llorado un muerto por culpa de la violencia”, y aquí hace un alto para criticar la estrategia de Calderón, que repite “se hizo sin inteligencia a lo loco”.
En el 2006, la tasa de violencia y muertos en Michoacán superaba la media nacional y colocó al estado a niveles de ciudades de El Salvador y Honduras.
La mesa de seguridad de Apatzingán, creada a semejanza de las formadas en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, a la fecha ha tenido el acompañamiento de diferentes instancias de gobierno tanto local, como federal, pero no han tenido el éxito que esperaban, primero porque la población se niega a participar y segundo porque los muertos se siguen acumulando, a consecuencia de la atomización de las bandas delictivas que siguen operando en el lugar.
Ahora ya no existe la matanza espectacular de 10 o 15 muertos apilados a pie de carretera; “hoy la muerte es intermitente, pero lenta y constante. Hoy hay tres, dos, cuatro ejecutados, maniatados, secuestrados a diario, aislados”, dice Francisco.
Después de 10 años, se logró la instalación de una base militar en Apatzingán y la construcción de un penal de máxima seguridad que está próximo a inaugurarse, pero también la donación de un terreno de 200 metros cuadrados adicionales, para el panteón municipal.
Fuente.-LaSillaRota
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