lunes, 27 de noviembre de 2017

LAS "RECETAS de MEADE",la NUEVA "RECETA PRIISTA" con LIGAS SOSPECHOSAS y CONFLICTOS de INTERES...ahora en empaque de aluminio.

Mario Maldonado, un periodista crítico en el periodismo de negocios, dice que la parte débil de Meade son los conflictos de interés y sus relaciones con personajes bajo sospecha.IMAGEN/Twitter

Recién renuncio a la Secretaria de Hacienda para registrarse como candidato del PRI, aunque no pertenezca a ese partido. VICE News retrata a José Antonio Meade con sus luces y sombras.

Primera receta: ¿Cómo trabaja?
El 5 de septiembre de 2017, un día después de que una mayoría de oposición declaró en suspenso la aprobación del presupuesto nacional en la Cámara de Diputados, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, leyó los mensajes que Eduardo del Río, su secretario particular, le envía diario a las 4:30 de la mañana. No había condiciones para entregar la propuesta del gobierno. La situación era grave.
En un iPad, Meade revisó los mercados internacionales y el tipo de cambio, lo primero que hace en su casa al sur de la ciudad de México, donde pasa las mañanas con su familia antes de ir a su oficina en Palacio Nacional, máximo símbolo del poder en México, en el Zócalo capitalino.
Ese día llamó al director de Petróleos Mexicanos (Pemex), a quien conoció en 2006, al inicio del gobierno de Felipe Calderón, cuando Meade le pidió que lo ayudara a resolver un asunto de gobierno y se hicieron amigos. González Anaya canceló una reunión y se trasladó al despacho del secretario de Hacienda.
Siempre que analiza un problema, Meade sigue una rutina. Hace a un lado el celular en el que lee hasta ocho libros al mismo tiempo y en un papel dibuja un esquema de conflictos, diagnósticos y propuestas, antes de sumar gente para acordar una solución. El secretario de Hacienda le pidió a González Anaya que se quedara a ayudarlo. Discutieron estrategias y todo el día permanecieron sin despegarse del teléfono.

“¿Qué tenía que ver el director de Pemex con el presupuesto?”, pregunta González Anaya, nacido en 1967, dos años antes que Meade y tal vez su amigo más cercano. “Los servidores públicos tendemos a ganar crédito y territorio. Él no es así. Siempre trata de sumar”. Lo normal era que monopolizara la relación, como es común en la política, dice González Anaya. “Es el hombre más estratégico que conozco. Siempre hace lo que él cree, pero en un proceso en el que todos opinan”.
Descendiente de irlandeses, Meade Kuribreña creció en una familia de clase media alta y en una atmósfera familiar culta y de vieja tradición priísta ligada a la militancia de su padre, miembro y diputado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en una ocasión, y funcionario hacendario de larga trayectoria. Su abuelo fue José Kuribreña, subdirector jurídico de la institución financiera Bancomer, abogado y escultor de bronce.
Uno de los amigos más cercanos y antiguos de la familia, Heriberto Galindo, dice que los Meade tienen un marco de valores y de principios morales arraigados y asociados “a un catolicismo real y sincero”.
Meade es uno de los aspirantes a la candidatura del PRI para contender en las elecciones en 2018, a las que el partido del presidente Enrique Peña Nieto llega en un peligroso tercer lugar según las encuestas nacionales. En primer lugar estaría Morena de tendencia izquierda y en segundo el conservador Partido Acción Nacional (PAN).
La Secretaría de Hacienda tiene una delicada responsabilidad de la que dependen el trabajo y las condiciones de vida de millones de ciudadanos. La más importante es acordar con los partidos el presupuesto y aquella mañana al secretario le urgía una solución que permitiera a los diputados aprobar el presupuesto del 2018.
Hoy el nombre de José Antonio Meade aparece en todos medios. La carrera por la candidatura está abierta en la designación más compleja para un presidente y el PRI en décadas. De quien sea designado podría depender que el viejo partido continúe en el poder después de haberlo perdido ante el PAN por dos sexenios.
Segunda receta: el rescate de una banco para campesinos
Cada año, en febrero, a la casa de Chimalistac donde viven sus padres, llegan más de 400 invitados al cumpleaños de José Antonio Meade, que festeja con tacos y cervezas. Llegan políticos de todos los signos y edades como Augusto Gómez Villanueva, un priísta de 88 años –hombre fuerte del ex mandatario Luis Echeverría–, que aspiró a ser presidente y ahora es asesor político del secretario de Hacienda.
Meade se mueve muy bien entre la clase política del PRI y el PAN, en vista de haber sido dos veces secretario con el panista Felipe Calderón y el único que transitó al gabinete priísta de Peña en 2012. Pero no es solo eso. En distintas legislaturas fue negociador de los presupuestos ante el Congreso, lo que le permitió hacer amistad con políticos importantes de todos los signos.
“No era un operador legislativo elemental de esos que abundan”, dice Mikel Arriola, de 42 años, director de la institución de salud con mayor presencia en el país (IMSS). Se conocieron cuando eran niños y sus padres trabajaban juntos y es un hombre de entera confianza de Meade. “El dominio transversal de la actividad financiera le permite construir acuerdos en todas las instituciones que pisa”.
Sus padres advirtieron su capacidad de análisis y la afición por la lectura y las amistades desde que era niño. Siempre llevaba amigos a casa. No tomaba apuntes en clase y estudiaba sus libros. “Teníamos un pizarrón –rememora su padre, Dionisio Meade– en el que dibujaba esquemas y explicaba. Siempre ha tenido esa vena didáctica”.
La primera vez que Meade puso a prueba su vocación de arquitecto de soluciones fue cuando el expresidente Vicente Fox, del PAN, lo invitó a ser director del Banrural. “No vayas a aceptar, tendrías que estar loco”, le aconsejó su papá tras pasar lista y encontrar políticos corruptos en el banco que durante treinta años prestó dinero a campesinos.
Meade confirmó que no tenía viabilidad, pero ¿cómo cerrarlo? Era un ícono del movimiento campesino. Trazó un plan y lo llevó al presidente Fox y al Congreso. Propuso liquidar Banrural, ahogado en deudas y corrupción. “Costaba seis pesos prestar uno”, recuerda Arriola. “Era casi un esquema de préstamos a fondo perdido”.
En Los Pinos —la casa presidencial de México— Meade tuvo luz verde para ir al Congreso, donde logró construir una alianza. Todos los partidos aprobaron su plan en diciembre de 2002.
Costó 30 mil millones de pesos [unos 1.500 millones de dólares] liquidar a Banrural y 20 mil millones [unos mil millones de dólares] crear Financiera Rural, una institución que 15 años después reporta finanzas sanas, más créditos a mujeres y una morosidad de 4 por ciento.
No siempre los planes de Meade funcionan, pero siempre lo intenta. No prosperó el plan que echó andar con González Anaya para que los diputados recibieran y aprobaran el presupuesto de 2018, lo que fue posible solo después de que el PRI se comprometió a cumplir las exigencias de la oposición.
Tercera 'receta': la comida china que a nadie gustó
Un martes de este octubre, Dionisio Meade había asistido a misa de seis de la mañana el día en el que se jubiló, a unas calles de su casa. Recuerda que el abuelo José Kuribreña enseñó a José Antonio a jugar dominó. Siempre le gustaron los números y la economía, pero también estudió derecho.
“No sé si fui yo, mi suegro o la observación”, dice Dionisio Meade en una charla con VICE News. La visión económica –explica– se queda corta sin el contexto jurídico necesario para ordenar decisiones fundamentales de gobierno. “Creo que por eso, como yo, estudió ambas”.
El patriarca de los Meade es un hombre fuerte de 73 años y una mata de cabello blanco, un funcionario técnico que ha dedicado su carrera a construir soluciones financieras como el millonario rescate de los bancos en el gobierno de Ernesto Zedillo. La casa donde vive con Lucía, madre del secretario, era de sus suegros.
José Antonio tenía siete años cuando conoció a amigos de su padre como Gabriel Zorrilla, Heriberto Galindo, priísta, ex embajador en Cuba y cónsul en Chicago, y David López, exvocero del presidente Peña y diputado.
Galindo, un experimentado político sinaloense, dice que José Antonio era un niño muy metiche al que le causaba curiosidad todo. Era preguntón, no se callaba nada y tenía sorna. Le interesaba lo que pasaba en el país desde los años del expresidente Luis Echeverría.
Juana Cuevas, esposa de Meade y Lucía Kuribreña, su madre, pintan cuadros en tándem y algunos están en las paredes de la casa, junto con otras piezas africanas, asiáticas y de arte colonial y moderno. Dionisio Meade trata de recordar cómo empezó la afición de su hijo por la lectura.
Leía de todo: literatura, textos técnicos y la revista The New Yorker, donde veía recomendaciones que después se sacaba de la manga, como en un viaje a Nueva York, cuando llevó a la familia a un restaurante chino. “Era horroroso, a nadie le gustó”, recuerda su padre, “pero era parte de su manera de hacer planes para todo, incluso los viajes, apoyado en una guía Michellin, sin margen para improvisaciones, con horarios definidos y un recorrido por número de calles”.

“¿Te acuerdas de los libros que leía?” —le pregunta a Juana, que había llegado de la calle. Ella y José Antonio Meade tienen tres hijos: Dionisio de 20 años, José Ángel de 16 y Magdalena de 14. “Los reyes malditos y Los templarios. Todo lo de la época medieval”, responde la esposa de Meade desde la otra habitación. Ambos estudiaron economía en el ITAM, y posteriormente Meade hizo su doctorado en Economía en la Universidad de Yale.
La estancia de la casa tiene un ventanal y al fondo un jardín con una hamaca y esculturas del abuelo. Dionisio y Lucía creen que ese ambiente familiar y católico llevó a su hijo a profesar el cultivo de una amistad de un modo cercano y genuino.
“Se hizo amigo de mis amigos, algo que propicié con José Ángel Gurría — Secretario de la OCDE— y diputados como Francisco Suárez Dávila y Heriberto Galindo”, recuerda su padre. Años después, José Antonio extendió esa forma de relacionarse al terreno de la política.
“La lealtad con Meade se mide para atrás”, dice su secretario particular, Eduardo del Río, la persona que pasa más tiempo con él. Lo describe como un hacedor de equipos profundamente leal, lo que corrobora Galindo. “En distintas instituciones le dio empleo a miembros de mi familia como mi hermano Raúl, mis sobrinos Fernando y Raúl y mi hija Jimena, quien conoció en Financiera Rural a Mikel, su esposo”. Años antes de ser director del IMSS, cuando Mikel Arriola se fue a estudiar una maestría, Meade conservó para él un puesto que le había ofrecido.
Vidal Llerenas es diputado por el izquierdista partido Morena que preside Andrés Manuel López Obrador. También es un buen amigo de Meade.
“Nunca he visto en él un acto de corrupción, pero sí una intención clara por mantenerte cerca”, dice Llerenas. Lo conoce desde los días en que llegaba a la Cámara a negociar con los partidos, una vieja práctica de intercambio de favores para aprobar el presupuesto de cada año. “Es un constructor de relaciones y siempre trata de resolverte el problema”.
Coincide con otros legisladores en que con un trato suave y buenas maneras, Meade ha construido una red plural en el Congreso y en la estructura de gobierno. “Ha formado equipos en todas las secretarías que ha dirigido. La gente que ha trabajado con él le llama ‘jefe Meade’”, cuenta Del Río. En el tiempo, reflexiona el diputado Llerenas, Meade “ha concentrado más poder que el presidente de la República”.
El viejo Augusto Gómez Villanueva dice que Meade sabe distinguir entre amistad e intereses. “No domina el cuatismo”, dice en su oficina de Financiera Rural. “El poder deforma y él ha mantenido su autenticidad. No quiero llamarlo un fenómeno, pero es equivalente”.
Recetas bajo sospecha
Pero el método Meade ha pasado por pruebas que cuestionan su eficiencia y plantean conflictos de interés, como cuando era canciller [2013 a 2015] y la Secretaría de Relaciones Exteriores entregó 900 millones de pesos a Juntos Podemos, una iniciativa de apoyo a migrantes mexicanos que preside Josefina Vázquez Mota, la candidata del PAN y adversaria de Peña en la elección presidencial del 2012.
Después de que Donald Trump ganó, el Instituto de los Mexicanos en el Exterior, de donde salió el dinero, enfrentó una crisis de fondos para hacer su trabajo, una decisión criticada tanto por la eficiencia en el uso de esos recursos, como por la opacidad de la transacción. Vázquez Mota negó que hubiera recibido dinero del gobierno federal, pero una investigación periodística reveló que si sucedió. Meade, respondió que las acusaciones eran “frívolas”, pero no quedó duda de que la suma salió de la secretaría que presidía.
Mario Maldonado, un periodista crítico en el periodismo de negocios, dice que la parte débil de Meade son los conflictos de interés y sus relaciones con personajes bajo sospecha.
El 19 de septiembre Meade estaba en una entrevista con la periodista Lili Téllez, cuando tembló. Pidió a su gente revisar el monedero hacendario y los recursos disponibles; bajó las escaleras de Palacio Nacional, pasó por los patios marianos donde suele caminar y acordar con sus colaboradores, salió al Zócalo, subió a la motocicleta de un policía y se fue a Los Pinos.
La entrevista era una de las cerca de 300 contabilizadas por su equipo en los últimos tres meses, desde que el 9 de agosto el PRI retiró los candados que impedían postularse a un ciudadano que no perteneciera al partido, como era su caso.
Algunos notaron la diferencia entre el discreto y prudente secretario de Hacienda y el político que aparecía en distintos momentos para declarar que había votado por el presidente Peña siendo secretario de Hacienda de Calderón —Meade dice que decidió hacerlo porque se lo preguntaron en una sesión bajo juramento— y cuando declaró que era mucho lo que el país le debía al PRI.
Tras el sismo, Peña puso en manos del titular de Hacienda la solución financiera de la reconstrucción. La primera discusión fue si el gobierno construía y regalaba las casas. Meade respaldó la propuesta de la Secretaría de Desarrollo Agrario (SEDATU) para entregar a las familias un crédito de dos millones de pesos [unos 100.000 dólares] a un plazo de 20 años, con nueve por ciento de interés anual, a través de una tarjeta bancaria.
La solución de Meade no fue mal recibida por el Congreso, pero sí por quienes perdieron sus casas, como Jaime Ando, un empresario de origen japonés y propietario de una papelería que se desplomó: “Es una tomada de pelo. ¿Cuál tasa preferencial? Ese crédito casi te lo iguala el Banco. En veinte años terminaré pagando el doble. Eso no es ayuda, es burlarse de la gente”.
Meade sostiene que son créditos preferenciales resultado de un plan histórico que movilizó al sector financiero para que los damnificados paguen solo los intereses y lo demás sea a fondo perdido.
El halago a sus recetas
El pasado 23 de agosto, quince días después de que el PRI abrió sus reglas para postular a un ciudadano sin militancia como Meade, el actual canciller Luis Videgaray, a quien también se menciona como posible candidato, llegó al Salón Panamericano, una habitación imperial de pisos de parqué, águilas reales y escudos en los muros en el segundo piso de Palacio Nacional.
Antes de que se develara un retrato suyo que pendería del muro de los secretarios de Hacienda, Videgaray, la mano derecha de Peña, tomó el micrófono ante unas 300 personas –familiares suyos, de Meade, banqueros, magistrados y la clase política– y se deshizo en halagos al describirlo: “Pepe Meade –paseó la mirada por el auditorio– es una de las inteligencias más notables que he conocido, una inteligencia deslumbrante que combina con sencillez y simpatía (…) Cuando el presidente Peña, me invitó a su gobierno, solo lo consulté con mi mamá, mi esposa y con Pepe”, dijo.
Cuando Peña Nieto ganó la elección, recordó Videgaray, el presidente se sorprendió cuando en una reunión de análisis sobre narcotráfico, Meade dirigía la discusión y los análisis más completos y potentes. “Esto describe a un hombre de Estado completo”, dijo. “Conoce México y la forma de gobernar México, porque lo ha vivido”.

La anti-receta, o el libro de campaña de Hillary
Una noche de finales de octubre, el secretario de Hacienda trabaja en su despacho en mangas de camisa. Desayuna mal y es fanático de los chocorroles, que suelen servirle en un plato cortados en trocitos junto al sillón de cuero en donde se sienta a revisar los documentos y discursos que le pasa su equipo, un momento que puede ser de cierta tensión en el ambiente de intensidad relajada de su primer círculo.
Cuando eso ocurre, Meade extiende el pulgar derecho y como si tocara el timbre de una casa recorre el texto línea por línea de arriba a abajo en unos segundos, levanta la cabeza y dice: “hay que quitar esto, agregar esto y añadir estas cuatro cifras”. Cuando le pasan la versión final se la aprende de memoria. Frente al micrófono, no lee. Comienza con una historia –o con una anécdota– y va entrelazándola con datos, números y referencias históricas o geográficas que improvisa.
Se le ve soñoliento y cansado, recostado en un sillón individual con las rodillas sobre uno de los descansa brazos. Sus subalternos dicen que es un jefe que no grita, pero que exige y hace ver errores. En la oficina es bromista y no es raro que se dirija a sus colaboradores con un “güey” o que rechace una idea con un rotundo “no mames”.
Le llegaron a preguntar si quiere ser presidente, a lo que responde, como ahora, que tiene vocación de servicio arraigada en el hogar. “Tengo tres hijos y me gustaría que vivieran en un mejor país”, nos dice.

Meade no se ve con ganas de dibujar uno de sus esquemas para explicar que según su visión, no fue una trampa modificar la medición de la pobreza. Del Río recuerda cuando llegó a Sedesol, tomó una hoja, trazó un esquema y planteó que era necesario alinear los programas sociales, porque no la estaban combatiendo. Lo que hizo, por ejemplo, fue pedir al director del Seguro Social inscribir a más de 7 millones de estudiantes que tenían derecho a la seguridad social y no lo sabían. Al hacerlo, se canceló esa carencia y mejoraron los números.
La pobreza oficialmente se redujo en casi 2 millones de mexicanos, lo que fue muy cuestionado, y los críticos de Meade, como el panista Marko Cortés, sostienen que cambió la metodología para eliminar técnicamente a los pobres.
Son las ocho de la noche y el secretario dice que no cree que el modelo económico del país, que inauguró Salinas, siga siendo neoliberal. Su discurso se alinea con el de Videgaray en cuanto a que las reformas estructurales de este gobierno representan la etapa más fructífera de cambios profundos y reformas en el país. Hace cinco años, subraya, México “no era un país donde hubiésemos hecho la tarea que debíamos”.
“Hoy tenemos un país de muchas historias. México fue muchos años un país de finanzas petrolizadas, después una potencia exportadora y hoy tenemos una historia energética de éxito”.
Meade se levanta del sillón y camina hacia el escritorio que rescató de una almacén, un mueble hermoso. Una foto antigua del despacho lo lleva a pensar que perteneció a Limantour, el secretario de Hacienda que quiso ser presidente en la dictadura de Porfirio Díaz. No tiene la certeza, pero le gusta pensar que así fue.
Toma el iPhone. En la sección de libros aparecen dos que está leyendo:
Huesos: hermanos, caballos, cárteles y el sueño de la frontera, de Joe Tone, la historia del Z40, con la idea de entender el negocio del narcotráfico.
El otro libro es: ¿Qué Pasó?, un relato de Hillary Clinton sobre su campaña a la presidencia de los Estados Unidos.
Fuente: Twitter: @WilbertTorre

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