El partido en el poder está urgido de dar un golpe de mesa lo más espectacular posible para tener una oportunidad de ser competitivo en las próximas elecciones. Todo indica que el hartazgo por la corrupción y la impunidad imperante serán los temas centrales para el electorado en el 2018
El miedo es más fuerte que ellos. La élite del PRI tenía todo para hacer de los gobernadores la vía de acceso rápido para mostrar, o al menos intentarlo, que les importaba el combate a la corrupción. Los dos Duarte, Javier y César, de Veracruz y Chihuahua, respectivamente, y Roberto Borge, de Quintana Roo, eran los candidatos perfectos.
Tan perfectos que sus propios colegas se referían a ellos como “los atascados”. Y mire que se necesitan méritos para ser reconocidos así en un club en que el más chimuelo posee propiedades en Miami y ranchos de ensueño. Y, sin embargo, fue Guillermo Padrés, el ex Gobernador panista de Sonora, otra ave de cuenta, el primero en ser sometido a una orden de aprehensión girada por Interpol a nivel mundial.
Es tal la indignación de la opinión pública contra los crímenes de estos sátrapas regionales, tan evidentes sus infamias, que la justicia podría haber procedido desde hace semanas contra cualquiera de ellos.
Y ya sabemos que la justicia en este país suele ser extraordinariamente expedita cuando está aceitada por la voluntad política presidencial. Y, en efecto, todo indica que Los Pinos había tomado la decisión de proceder en contra de alguno de sus correligionarios. Desde hace semanas eran personajes prácticamente vetados entre la clase política.El problema es que existen anticuerpos instalados en el ADN de los priistas que impiden proceder en contra de los suyos. Se mezclan quizá consideraciones de cálculo político: emprenderla en contra de quien ha sido el jefe del priismo en un territorio debilita a la estructura y favorece el crecimiento de la oposición, por ejemplo.
Pero me temo que las verdaderas razones tienen que ver más con el miedo. La caída de un compañeros de armas deja vulnerable al siguiente de la fila. Probablemente desprecien a los Duarte, e incluso estén molestos con ellos porque sus excesos los exhiben a todos. Pero de eso a meterlos en una cárcel hay un gran trecho. Por lo menos hasta ahora.
Se me dirá que el caso de Elba Esther Gordillo, la defenestrada líder del sindicato de maestros, contradice lo que estoy diciendo. No es así. Su aprehensión y condena en realidad fue un ajuste de cuentas. Fundó un partido, el Panal, y lo puso al servicio del PAN en el sexenio de Calderón. Ella ya no era uno de ellos y todo el proceso requería un escarmiento. Otros líderes sindicales, en el gremio de petroleros y o ferrocarrileros, entre otros, han acumulado fortunas por métodos similares a los que provocaron la encarcelación de Gordillo. Pero ellos han sido fieles al partido.
Es el mismo caso de Andrés Granier en Tabasco, quien aún se encuentra en una celda. Si bien gobernó bajo la bandera del PRI, se trataba de un recién allegado sobre cuyo carisma el partido se montó para ganar en su momento la gubernatura de la entidad petrolera. Pero nunca fue uno de los suyos. Todo hace suponer que Moreira tiene tantos o más mérito para haber seguido el camino de Granier, pero aquí el poder cerró filas: se trataba de uno de la manada.
Como tantas veces en los últimos meses, la Presidencia ha dado muestras de impericia política, de carecer sentido de oportunidad. Permitir que sea Padrés el primero en recibir una orden de aprehensión es como invitar a Donald Trump antes que a Hillary Clinton. No cabe duda que el sonorense cometió excesos propiciadas por su voracidad sin límite. Pero resulta por demás “anticlimático” para el PRI que el primero de los caídos sea un Gobernador de la oposición. Y muy poco ayuda la declaración de Ochoa Reza, el flamante presidente del PRI, quien pidió investigar si el PAN y su dirigente encubrieron las fechorías del sonorense. Casi una broma de mal gusto.
El partido en el poder está urgido de dar un golpe de mesa lo más espectacular posible para tener una oportunidad de ser competitivo en las próximas elecciones. Todo indica que el hartazgo por la corrupción y la impunidad imperante serán los temas centrales para el electorado en el 2018. Más aún que la agenda de la inseguridad o del empleo. Sin una muestra clara de su compromiso por esa cruzada, el PRI debilita sus de por sí menguadas posibilidades. Les urge hacer algo, pero su historia, su ADN se los impide. Es su naturaleza, pues.
Fuente.-Jorge Zepeda Paterson
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