La mañana del 13 de septiembre de 2012, a doña Dora Alicia de la Garza Hernández, se le aflojaron las piernas y sintió que iba a desmayarse.(VIDEO)
Le había atacado un agudo dolor
en el cerebro después que su hija la mayor fue a buscarla hasta la ciudad
fronteriza de Eagle Pass, en el Estado de Texas, para darle una noticia
tremenda:
Que 15 de los familiares de Dora
Alicia, entre hijos, nietos, nueras y su esposo, estaban perdidos y no los
encontraban.
Alguien - casi cuatro años
después no se sabe quién y si alguien sabe no habla -, se los había llevado en
la madrugada de dos domicilios diferentes:
Uno en Mar Ageo 1120, de la
colonia Villas del Carmen; el otro en Río Bravo 800, de la colonia Acoros, en
Piedras Negras, Coahuila.
La lista del árbol genealógico
de Dora, arrancado a pedazos, es tan larga como enredada.
De Villas del Carmen
desaparecieron a su esposo Juan Carlos Tapia Martínez (53 años), a su hijo Juan
Carlos Tapia de la Garza, “Junior”, (34 años), y a la esposa de éste, Johanna Michel
Rodríguez (24 años ); al otro hijo de Dora Alicia, José Luis Tapia de la Garza
(32 años), a su mujer Nelly Elizeth Sánchez Hernández (31 años), a su nena de
15 días de nacida, a su otra hija Lesly Elizabeth Tapia Sánchez (13 años) y a
otros cuatro niños, también nietos de Dora, a los que ella no quiere mencionar
por temor a que algo más les pase y ya es bastante con lo que les pasó,
dice.
De la colonia Acoros, se
llevaron a su exnuera Aurora Margarita Pérez Gonzáles (35 años) y a sus cuatro
hijos: Aurora Zuzeth Tapia Pérez (16 años), Alejandra Jaquelin Tapia Pérez (15
años), Arleth Lilian Tapia Pérez (11 años) y Juan Carlos Tapia Pérez (13 años).
“Mi hija vino a decirme que no
encontraban a mi hijo ‘Junior’, que no había ido a su trabajo, que no los
hallaban, que no encontraban a Aurora ni a los niños. Me dice: ‘mami, no es
todo, tampoco encontramos a José Luis ni a Nelly ni a los niños”.
Dora solloza. La angustia
atorada en la garganta.
En ese tiempo, 2008 –
2012, la época en que Piedras Negras se había vuelto una perra brava, la
radio gritaba noticias sobre granadazos y balaceras por toda la ciudad.
Dora estaba inquieta.
“Se llevaban familias enteras. A
ELLOS les valía pura fregada. Se las llevaban, inocentes y como fuera”.
ELLOS, dice Juanita Huerta
Padilla, miembro de un grupo de mujeres, madres de desaparecidos, que el
segundo jueves de cada mes se reúnen en la iglesia de San Judas Tadeo de
Piedras Negras para orar, ella por Víctor Francisco González Huerta, su hijo.
Un rapero de 26 años, que la
mañana del 20 de enero de 2012 salió de su casa rumbo al estudio de un amigo
para grabar un disco y ya no regresó. Pero jamás por la mente de Dora pasó que
pudiera ocurrirle esto que está platicando.
Se imagina, dice, que es otra
persona, no cree que le esté sucediendo a ella, lo jura.
Pero por Dios santo que
presintió ese momento, dice, y no fue cosa de superstición. La madrugada de su
desgracia, Dora Alicia de la Garza Hernández, tez blanca, cabello rubio,
chaparrita, gordita, 55 años, salía de un casino en El Paso, la ciudad
norteamericana donde trabaja limpiando casas, con una amiga y el marido de
ésta.
Era cerca de la 1:00 de la
mañana.
Dora no sabe por qué de pronto
sintió un deseo irresistibles de ir a Piedras Negras, a ver a su familia.
“Le dije a mi amiga que me
quería venir para Piedras y dijo: ‘no, mañana te toca trabajar, te vas a ir y
luego en la mañana ái vienes’. Le dije: ‘sí, tienes razón. Me quedo’”.
Cuenta, con los músculos de la
cara rígidos de tanta angustia contenida.
Dora tomó entonces su celular y
le envió un mensaje a Juan Carlos Tapia Martínez, su esposo.
Quería cerciorarse de que todo
andaba bien, de que todos estaban bien.
“‘¿Están bien?’, dice mi esposo
‘sí, ¿qué pasó chaparra?’ Le dije: ‘no sé, nomás te pregunto que si están bien’
y contesta ‘estamos bien. Me voy a ir a quedar a’ca Junior’. Mis hijos se
habían llevado a su papá porque traía la presión muy alta, estaba malito y le
digo ‘no tengo saldo’, dice ‘ahorita te pongo, cuando llegue’”.
Minutos después se encendió el
móvil de Dora, vibró y sonó con ese sonido artificial, metálico, electrónico,
ringtone, que hacen los celulares cuando los rellenas.
Seguramente Juan Carlos, el
esposo de Dora había entrado en el Oxxo que está a la vuelta de con Junior, su
hijo, para hacer la recarga y ya estaba con él en su casa de la colonia Villas
del Carmen.
Dora se tranquilizó
momentáneamente.
Ella piensa que como a la hora y
media o dos horas, - 2:30 ó 3:00 de la mañana -, después de que su marido le
puso saldo, pasó todo. Se los llevaron.
¿Quién? Nadie sabe nada.
Dora trata de atar cabos.
Cree que esta pesadilla le vino
por un amigo de la infancia de sus hijos, que andaba mal.
-¿Cómo mal?
-Andaba con puros muchachos
maleantes, se miraba que andaba mal, se decía que andaba mal.
Dora recuerda que el amigo
aquel, hijo de una conocida suya, pasaba como haciendo rondín en una
troca de llantas anchas, acompañado por unos hombres con rostro huraño, y
se detenía de vez en vez en casa de Dora o de alguno de sus hijos, a saludar.
“Mi jefita. Mis carnales, así
nos presentaba”.
Una traición, un cambio de
bando, piensa ella, y los hombres de cara seria fueron esa madrugada sobre la
familia de Dora.
“Han de haber dicho, ‘pos le
dice jefita’, así pienso yo…”.
De otra manera Dora Alicia no se
explica quién, y por qué, borró a su familia del mapa de Piedras Negras.
“Mi Dios lo sabe, con la mano en
mi corazón y en la Biblia, les digo que mis hijos no andaban mal. Ellos tenían
sus trabajos, porque tenían familia que dependía de ellos. Yo soy persona de trabajo,
todo mundo me conoce, limpio casas, no me da pena decirlo”.
La mañana del 13 de septiembre
de 2012 la mayor de sus hijas llegó a Eagle Pass para avisarle que alguien,
nadie supo, nadie sabe, se había llevado a 15 de los de su sangre.
Fue cuando a Dora Alicia se le
aguadaron las piernas, le dio una punzada en el cerebro y sintió que iba a
derrumbarse.
Esa mañana el miedo hizo que,
como tantos desplazados por la violencia en el país, Dora, su hija, su yerno y
sus nietos, huyeran de Piedras Negras y se refugiaran en Dallas, Texas, muy a
pesar de la matriarca de este clan de desaparecidos.
“Lo más horrible es que no sabía
de quién, ni por qué huía. Dije ‘me quiero regresar, por favor, me quiero
regresar’. Mi hija no me dejó, la mayor. Yo en ese momento quería correr para
acá y buscarlos por cielo y tierra, pero mi hija no me dejó, tenía miedo porque
eran muchos los que ya se habían llevado”.
Años más tarde en Piedras Negras
corrió el rumor de que muchos de los secuestrados por el narco, habían sido
trasladados, ejecutados y luego desintegrados en tambos con ácido - “cocinados”
se llama eso -, al interior del Centro de Readaptación Social de esa ciudad.
La versión fue confirmada
después en una pesquisa realizadas por la Procuraduría General de Justicia de Coahuila,
que habla de al menos 150 víctimas.
“Dicen que de la libre (de la
ciudad) se los llevaban allá, al Cereso y allá los mataban”, dirá por teléfono
María Hortensia Rivas Rodríguez, la dirigente de la asociación Familias Unidas
en la Búsqueda y Localización de Personas Desaparecidas A.C. de Piedras Negras,
y madre de Víctor Manuel Guajardo Rivas, un comerciante presuntamente
desaparecido por el Gate, a medidos de 2013.
Juanita Huerta Padilla, se
encerró por semanas a llorar en su casa cuando una muchacha del barrio donde
vive le insinuó que su hijo Víctor Francisco González Huerta, desaparecido
desde hace más de cuatro años, había sido ejecutado y luego “cocinado” en el
Cererso de Piedras.
“Dice la muchacha: ‘ay pues
dicen que Negrito ya huele a pozole’. Le dije ‘¿qué eso?’, dice ‘no pos que ya
se lo cocinaron’. Eso fue muy fuerte, muy duro para mí, sentí bien feo”.
Dora Alicia se resiste a creer
que sus familiares estén ahí.
No quiere ni pensarlo.
“Me lo van a comprobar. A mí no
me van a decir, para no buscarlos, ‘ahí estaban y punto’, a mí si me dicen que
ahí estaban me lo van a comprobar. Yo no me quiero hacer a la idea de que ahí
estaban, no creo”.
Dora ha preferido contarlo
sentada en una banca de ésta como… plazoleta con pájaros y árboles alrededor,
que está en una transitada avenida de Piedras Negras por donde pasan, sí muchos
carros, pero poca gente.
El gorjeo de los pájaros se oye
como la ráfaga de una ametralladora.
Su colonia está lejos, dijo Dora
por teléfono antes del encuentro, y desde que se llevaron a los suyos se ha
vuelto desconfiada de la gente.
“Sí hijo, estoy bien, ya estoy
en la reunión con los señores del periódico. Sí mi vida, sí gracias…”.
Del otro lado del celular, que
ha estado sonando frenético, se oye la voz de uno de los hijos que le quedaron,
Dora tuvo seis, se llevaron a dos, y que todos los días está al pendiente de
los movimientos de su madre.
Antes de seguir charlando, Dora
nos hace close ups con su celular y fotografía nuestras identificaciones,
“porque una ya no sabe…”, aclara.
Es una tarde de nubes negras y
gordas que van y vienen estrujadas por el viento, pero no llueve.
En los ojos de Dora Alicia hace
casi cuatro años que los aguaceros no ceden.
“No duermo créame, es llorar
como un animal herido y no hay noche que duerma completa, me duermo y despierto
a ver dónde estoy, a ver si es mentira lo que está pasando”, dice.
Sus ojos son otra vez un río que
se desborda a raudales por sus mejillas.
Dora está contando que una
semana después del secuestro de sus familiares, una comadre, no dice nombre, la
llamó a Dallas para decirle que habían encontrado a cuatro de sus nietos más
pequeños, entre los que se hallaba una nena de 15 días de nacida, en la Casa
Cuna del DIF Piedras Negras.
Dora marcó entonces a unos
parientes suyos para pedirles que recogieran a los cuatro críos y los pusieran
en un hogar seguro, “ya iban fuera de la ciudad, por miedo, y se regresaron por
los niños”, relata.
-¿Los chicos qué le cuentan?
-No, nada, nada, nada. Estaban
dormidos ellos, estaban dormidos y aparte yo no les pregunto nada tampoco, ya
están bastante lastimados. Yo estoy de pie porque tengo esos niños que me
dejaron sin sus padres, porque tengo que salir adelante para ellos: visten,
comen y calzan.
De sus 11 familiares restantes,
Juan Carlos Tapia Martínez, su esposo; Juan Carlos Tapia de la Garza, “Junior”
y José Luis Tapia de la Garza, sus hijos; Johanna Michel Rodríguez, Nelly
Elizeth Sánchez Hernández y Aurora Margarita Pérez Gonzáles, sus nueras; Lesly
Elizabeth Tapia Sánchez, Aurora Zuzeth Tapia Pérez, Alejandra Jaquelin Tapia
Pérez, Arleth Lilian Tapia Pérez y Juan Carlos Tapia Pérez, sus nietos, nunca
volvió a saber más.
Y ha repetido tantas, pero
tantas veces esta historia, que esta entrevista es algo así como limón con sal
sobre una herida abierta.
“Estoy angustiada, desesperada,
enojada de que hagan nada, de que siempre tengo que repetir lo mismo y remover
esa herida. No hay avances. Cada vez me mandan a un investigador diferente y
ahora resulta que en vez de que vengan a traerme noticias, quieren que yo les
informe a ver qué sé, ‘qué ha sabido’ o ‘qué sabe’. No, yo quiero respuestas,
quiero que me digan ellos de los avances, pero no hay avances y estoy
desesperada, destrozada. Es mucho mi coraje, mi angustia, mi impotencia, ¿qué
le puedo decir?”.
A la madre de Dora, que tiene 81
años y está enferma, han tenido que inventarle que sus 11 familiares perdidos
andan en un largo viaje.
La verdad es que a ella ya se le
hizo mucho, cuatro años, para unas vacaciones.
“No hay razón de nada. Y no
nomás de mijo, de todos. Será que las autoridades no trabajan o no estarán
echándole ganas”, dice Francisco Rodríguez Ramón, el papá de Édgar Emanuel
Rodríguez Vargas, 27 años, que el 7 de octubre de 2014 salió a la tienda y ya
no volvió.
Así desaparece la gente en
Piedras Negras, como tragada por la tierra.
Ya era diciembre, tres meses
después de la desaparición de los 11, cuando Dora, su hija mayor, su yerno y
sus nietos, retornaron a Piedra Negras de su exilio forzado en Dallas.
“Digo, ¿por qué nos fuimos?,
¿por qué huímos?, ¿de quién?, no me debería haber ido a Dallas, yo debí de
haberlos buscado”, se reprocha Dora.
Tras su llegada a Piedras
Negras, Dora se encontró con otra noticia nefasta:
Que las dos casas de donde
fueron sustraídos sus familiares, y que por meses permanecieron solas, habían
sido saqueadas y sus muebles, que aún se debían, se deben, a varias tiendas
departamentales de la ciudad, vendidos en la calle.
Medio anochece.
En la plazoleta aquella de
nuestro encuentro, Dora Alicia muestra un retrato donde se ven los rostros de
sus 11 desaparecidos, 11, que antes de la entrevista hizo imprimir en la
sucursal de una cadena farmacéutica que está muy cerca de aquí.
En plaza vuelve a oírse como
ráfaga el gorjeo de los pájaros.
Dora, madre, esposa, suegra y
abuela de sus 11 desaparecidos, se está acordando de los de la foto.
Ésta es su niña Arleth Lilian,
quien había cumplido años, 11, un día antes de que se la llevaran con otros de
sus familiares, la madrugada de 13 de septiembre de 2012, en plena fiesta
sorpresa.
Él es Juan Carlos, 13 años,
hermanito de Arleth, un apasionado jugador de futbol, a quien su padre
gustaba de acompañar a los partidos y emocionarse con las proezas del chiquillo.
A su nieta Alejandra Jaquelin le
habían hecho su quinceañera en abril de ese año, 2012.
Dora tiene un repentino ataque
de llanto.
Solloza, suspira, moquea, las
palabras atragantadas, apenas y puede hablar.
Aurora Zuzeth, 16 años, es la
mayor de sus nietas, dice, y el mejor promedio de su escuela.
“Un día estaba en la escuela y
dijeron, ‘hay un alumno qué felicitar, porque sacó un 10 en todas sus
materias’. Dice mija ‘pero jamás pensé que fuera yo abuelita, porque dijeron un
alumno y en eso nombraron Aurora Zuzeth’, dice, ‘y era yo abuelita, saqué puro
10’. Mi hijo le dijo ‘¿qué quieres, mi reina, que te regale por tus
calificaciones?”.
Ella es Aurora Margarita, 35
años, su exnuera, muy mujer, muy limpia en su casa, en su persona y con sus
hijos.
Hacia 15 años que se habían
separado, luego de que él decidiera rehacer su vida con una muchacha a la que
conoció en un bar y con la que rompió tiempo después.
Últimamente vivía solo.
“Pero jamás separamos la amistad
era algo hermoso. Hacíamos reuniones y ‘háblame a tu papá’. Él siempre estaba
con nosotros, siempre, sus hijos eran todo para él, nos llevábamos
perfectamente.
“Me dicen mis amigas ‘¿por qué
no haces tu vida?, que mira, que te sale un pretendiente, algo’. Les digo
‘porque a lo mejor si regresa renovamos votos’, ‘¿sí harías eso?’, les digo
‘pues estamos casados ante Dios y lo que Dios une…’”.
Ella es Lesly, 13 años,
otra de las nietas de Dora, estudiante de primero de secundaria, muy
nerviosa y propensa a morderse las uñas por cualquier cosa.
Y ésta que está con su hijo José
Luis, 32 años, empleado de la compañía Telcel de Monterrey, es su nuera Nelly
Elizeth, 31 años, ama de casa.
Tenía 15 días de haber dado a
luz a una nena, cuando se los llevaron.
Quién, nadie sabe y si sabe no
habla.
“Todavía esa mañana antes de
irme al trabajo me dijo mi hijo José Luis, ‘mami, voy a ir ponerle la
vacuna del tamiz a la niña, de
la patita’, le dije ‘sí mi amor’, dijo ‘¿no trae pa la gasolina?, es que no
traigo’, le dije ‘sí mijo. Híjole nada más traigo uno de 500 y 50 pesos’, dijo,
‘no le hace mami, nomás pa la gasolina, porque todavía no me depositan’, y le
di los 50 pesos”.
Pausa.
A Dora le agarra otro ataque de
llanto.
Intachable.
Nada qué decir de ella, muy
trabajadora.
“Su separación de mi hijo Juan Carlos
para mí no contaba, ella era mi nuera y punto, la madre de mis nietos,
bienvenida a mi casa. Todos mis hijos y yo la adorábamos”.
Este de la texana negra y camisa
morada es su hijo Juan Carlos, 34 años, empleado de la empresa Gas Económico de
Piedras Negras.
Hacía poco que se había quemado
la cara por un flamazo en el tanque la pipa que manejaba.
La pipa hubiera explotado, si
Juan Carlos no mete su rostro y sus manos al fuego para cerrar una
válvula.
“Se quemó toda su cara y quedó
ciego por todo un día, Nomás se le caían los pellejos”.
La que está junto a su hijo Juan
Carlos es Johanna Michel, 24 años, su actual pareja, la única mujer de una
familia de seis hermanos.
Su padre, ciudadano americano,
la quería mucho.
El señor de espeso cabello negro
y grueso mostacho, 53 años, se llama Juan Carlos Tapia Martínez y es el esposo
de Dora.
Sigue.
“Y ahora me arrepiento porque
digo ‘cómo no le dejé más dinero a mijo, nomás 50 pesos le di ese día en la
mañana’”.
Desde la madrugada aquella Dora
Alicia es como una especie de muerto viviente, un zombi, y a menudo la gente a
su alrededor le pregunta que cómo es que sobrevive, que cómo es que está de
pie.
“Si con uno... A esta señora se
le perdieron 11”, dice Ester Guevara Álvarez, la mamá de Héctor Salvador Ibarra
Guevara, desaparecido el 28 de octubre de 2014, ella cree, mientras cruzaba por
el Río Bravo rumbo a los Estados Unidos donde trabajaba con un primo
remodelando casas.
La verdad es que Dora se ha
vuelto una maestra en eso de capotear su depresión.
Sólo dos veces, en los últimos
cuatro años, no ha podido con ella y se ha dejado tumbar en la cama por días.
También ha engordado, ella no
era gorda.
El fin de semana que Dora no va
a su trabajo mira a sus nietos, los lleva a pasear a cualquier parte y luego a
comer pizza.
“No puedo darme el lujo de estar
tirada en una cama, yo tengo que, como sea, trabajar para mis niños. No puedo
darme el lujo de que me vean llorar, no quiero ver sus caritas tristes”.
“Papi regresa pronto, tráete a
mi mami y a mi hermanita’”, escribió uno de sus nietos en una carta dirigida
José Luis, el hijo desaparecido de Dora.
“Le digo a mijo, ‘tú eres un
angelito de Dios y Dios los escucha porque ustedes no tienen pecados. Sígale
mijo pidiéndole a Dios todos los días y Dios se lo va a cumplir’, le digo y me
trago mi dolor”.
Dice Dora. Los ojos inundados.
En cambio a María Elena
Talamantes, la mamá de Heladio Serrano, 27 años, a quien sus familiares siguen
esperando que regrese de la fiesta a la que se fue el 15 de julio de 2013, los
médicos han preferido mantenerla sedada.
“Me entran las crisis, la
desesperación, que quisiera verlo, saber dónde está. Los médicos nomás me
tienen a puro dormir. Me atacan mucho los nervios”.
-¿Cuánto ha llorado?
-Uuuuh mucho, le lloro día y noche,
le digo ‘¿dónde estás, mi amor?, ¿quién te levantó mi corazón?’.
Dora dice que después de la
desaparición de sus 11, sus vecinos, conocidos y familiares, dejaron de
hablarle, de frecuentarla y hasta la bloquearon del Facebook, ella piensa que
por temor y no los culpa ni los juzga.
“Pero pienso yo que siendo como
eran mis hijos, no creo que no les hubieran tendido la mano, pero quién sabe,
el miedo es canijo. La prueba de que no debemos nada a nadie es que estoy aquí,
de nuevo, en mi tierra, si no yo no hubiera vuelto”.
El caso de Dora Alicia y sus 11
extraviados -que por cierto se volvió el más mencionado entre los cientos de
expedientes de desaparecidos en Coahuila?, llegó a la Comisión Nacional de
Derechos Humamos, la Procuraduría General de la República, la Procuraduría
General del Estado, Familias Unidas en la Búsqueda y Localización de Personas
Desaparecidas A.C., el consulado y migración de Estados Unidos.
“Dimos todas las características
de cada uno de mis hijos, pero pos no”.
Hace un año que el cura José
Luis Hernández Bermea, vicario parroquial del Santuario de Guadalupe, en
Piedras Negras, tuvo la idea de organizar unas misas para orar por las personas
desaparecidas y sus familias.
Todos los segundos jueves de
cada mes el sacerdote lee los nombres de los ausentes ante unas 40 familias de
la comunidad, reunidas en la Capilla de San Judas Tadeo, ubicda en el barrio
del mismo nombre y donde la delincuencia tuvo su bastión.
“El fin es sanar, sanar la
ausencia del familiar, pero ahora en el plano espiritual. Se trata de
acompañarlos, de no bajar la guardia, de seguir pidiendo por ellos, donde
quiera que estén”.
Dice el sacerdote, quien en 2010
supo lo que siente tener a un familiar desaparecido, después que un comando
secuestró por siete horas a su madre, a su hermano mayor, a la esposa de éste y
a una sobrina, una noche que volvían de un casino en Estados Unidos.
“Le digo a Dios ‘padre santo,
aquí te los vengo a entregar – dice Dora, que ya lleva algunos meses asistiendo
a estas misas –. Yo sé que me los prestaste y si tú me los hubieras quitado
estaría conforme, pero no fuiste tú Señor, fue otra gente que me hizo daño,
mucho daño’”.
Amaneciendo el 10 de mayo
pasado, Dora volvió a escuchar, entre sueños, la serenata que año con año le
dedicaban sus hijos, acompañados de sus amigos.
En la calle había unas 50
personas cantando Las Mañanitas. Ella buscó entre las caras de la multitud las
de sus hijos Juan Carlos y José Luis. No las encontró.
“Les dije a los amigos de mis
hijos, perdónenme, perdónenme, pero no puedo aguantarme, porque entre ustedes
yo quiero ver las caras de mis hijos y no están’.
“Lloraron junto conmigo. Dos,
tres me consolaban y pasaban uno, uno por uno, se lo juro, se forman uno por
uno, para darme mi abrazo”.
Cualquiera que intente buscar en
Facebook a Dora Alicia de la Garza Hernández, la mujer de Piedras Negras que
tiene 11 desaparecidos, no la va a encontrar, porque ahora es Paloma Indomable.
“Soy como una paloma errante y
sin nido, porque no encuentro a mis polluelos, no encuentro a mi familia, por
lo tanto no encuentro mi lugar, soy una paloma. Indomable porque, a raíz de
eso, no me hice dura ni rebelde ni nada, simplemente que ya no es tan fácil
creer en nadie”.
Fuente.-
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