El Altiplano, que debería ser una prisión federal de alta seguridad, en realidad es un espacio controlado por los custodios, esos hombres uniformados de azul que son, para los reos, tanto marchantes –consiguen cualquier cosa que el interno pueda pagar– como verdugos. Ahí no hay más que corrupción y muerte, denuncia un hombre que acaba de salir libre tras más de cinco años en esa cárcel.
Según el gobierno federal, el Centro Federal de Prevención y Readaptación Social (Cefereso) número 1, El Altiplano, es una fortaleza impenetrable donde los presos permanecen bajo los más estrictos códigos de seguridad y control, pero se respetan sus derechos humanos.
No obstante, una vez que el recién internado recibe el número que lo identificará en el penal, se vive otra realidad. Los responsables de la administración, vigilancia y custodia encabezan una red de corrupción y abusos, revela a Proceso un interno que hace días salió libre tras cinco años de reclusión.
En El Altiplano, afirma, un teléfono celular, un gramo de cocaína, viagra, antidepresivos, medicinas y hasta una cucharada más de arroz tienen precio, y sus principales vendedores y distribuidores son empleados de la prisión. En cambio, la vida de un reo no vale nada.
Durante el tiempo que él estuvo interno, asegura, murieron al menos cuatro reclusos: dos por negligencia médica, uno por la brutal golpiza que recibió de autoridades federales en su traslado de otro cefereso al Altiplano, y el último fue Sigifredo Nájera Talamantes, El Canicón, líder zeta a quien, según el testigo, los directivos del penal dejaron morir en su celda.
“Desde que vas ingresando, te suben a una camioneta en la que te sientan con las piernas abiertas y te doblan por completo los custodios. Te van golpeando, insultando; te van diciendo que no vas a salir de ahí, que jamás vas a salir, que ahí llegaste para quedarte.
“Posteriormente te ingresan a un área que le llaman aduana de vehículos. Ahí te sientan en el piso con las piernas abiertas y te ponen un perro de cada lado de tu oído. Ellos los incitan a la agresión con una pelota de tenis. Te la ponen en los genitales para que los perros se pongan agresivos.
“Te desnudan, te empiezan a gritar que acabas de llegar al Cefereso número 1 de máxima seguridad. Que de ahí en adelante te olvides de tu nombre pues todo va a ser mediante un número. Te hacen abrirte los glúteos, que te inclines, que les enseñes el ano. Te dan ropa y zapatos que no son de tu medida.
“Te ingresan esposado de las manos. Te ponen un custodio en cada brazo, te inclinan casi hasta el piso… entonces te llevan arrastrando y hacen que corras. Te puedes vomitar, desmayar, lo que pase, y ellos te van a parar con golpes. Cuando llegas… es algo muy común que te pregunten: ‘¿De qué color es el diablo?’. A veces uno no responde por temor. Y ellos, cuando uno les dice ‘es rojo’, se ríen y dicen: ‘no, es azul’, porque el uniforme de ellos es azul, ellos son el diablo… vienen a ser los verdugos de uno”, afirma el testigo a condición de que no se revele su identidad.
Sus señalamientos fueron corroborados por la autora en entrevistas previas y posteriores con familiares de internos, así como exfuncionarios del penal, y se le pidió un posicionamiento al comisionado nacional de Seguridad, Renato Sales, quien hasta ahora no ha respondido.
De acuerdo con el testimonio, la corrupción y abusos en esa prisión federal ya existían antes de febrero de 2014, cuando fue recapturado e internado Joaquín Guzmán Loera, El Chapo. Nada cambió durante el año y cinco meses que estuvo preso, ni después de su fuga en julio de 2015 a través de un túnel de más de 1.2 kilómetros de longitud, como dice la versión oficial.
“El Altiplano dejó de ser de máxima seguridad en 2011, más o menos. La sobrepoblación y la falta de personal lo sobrepasaron”, señala. A pesar de eso el gobierno federal sigue encarcelando ahí a los principales líderes de los cárteles de la droga, como El Chapo; Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40; y Servando Gómez, La Tuta, de Los Caballeros Templarios,
“Los errores que se hayan cometido los estamos subsanando”, afirmó el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, tras la recaptura de Guzmán Loera, pero el testigo afirma categóricamente que nada ha cambiado.
“Denme chance porque vengo llegando. Pero ustedes saben que todo se puede hacer. Nada más denme chance porque no sé bien el movimiento del Altiplano”, afirmó el nuevo director del centro penitenciario, Salvador Almonte, cuando llegó a las instalaciones a finales del año pasado y visitó los módulos.
Los tormentos
El penal no está a ras de piso, aclara el entrevistado, “está como de un primer piso hacia arriba”. Consta de tres niveles: “El segundo piso es el nivel A, el primer piso es nivel B y la planta baja es nivel C. En esos niveles están distribuidos ocho módulos y cada módulo tiene secciones. Algunas son de 12 celdas y otras de 13. Los pasillos tienen espacios en forma de diamante ubicados a la mitad y que son controlados por custodios.
“Ellos tienen el acceso para las celdas. Puede entrar un oficial y decir: ‘Ábreme la celda 15 o 16’ y el del diamante la acciona. Abre, pero adentro hay un candado, y el oficial es el que trae la llave. Después de la puerta eléctrica hay una reja con candado.
“En los pasillos todo es electrónico, no hay nada manual y todo se controla desde los diamantes. Son 23 horas al día encerrado y una hora en el patio. Si estás en uno de los ocho módulos, tienes una hora de patio. Bajas al comedor a tomar tus alimentos: desayuno, comida y cena. Tienes actividades de vez en cuando”. Por ejemplo, señala que él llegó a tomar taller de dibujo pero había clase cada cuatro meses y duraba 40 minutos.
Los llamados “delfines” se encargan de pasar lista a las seis de la mañana y las 10 de la noche. De acuerdo con información del expediente de la fuga de Guzmán Loera, esos funcionarios son policías federales. En El Altiplano “el pase de lista es así: pasa un custodio con la lista en papel… y el delfín lleva una carpeta con las fotos de todos los presos para verificar que sean los presentes. Es la foto que toman al ingresar”.
En el Centro de Observación y Clasificación hay dos estancias de castigo. Las llaman “acolchonadas” aunque en realidad una lo está y otra es de puro cemento. “Ahí te meten desnudo, esposado con las manos hacia atrás de modo que se junten las manos con los pies. Te pueden dejar así uno, dos o tres días… Ahí te haces del baño, lo que sea. Te golpean. Haga frío o haga calor, ahí te dejan”.
Cuando los internos salen de las acolchonadas “hay veces que les quitan las esposas y se caen. No se pueden parar porque todo se les entume. Con problemas pueden caminar. Creo que las autoridades niegan que haya ese tipo de estancias, pero sí existen”.
Cuando se enferman el trato no es mejor: “Solamente que te estés muriendo te atienden. Y eso, a veces. Pues puedes ir al médico pero no hay medicamentos, entonces de nada sirve ir”.
Mientras el entrevistado estuvo allá hubo presos que murieron en sus celdas. Uno por peritonitis. Otro por asma. “No los atendieron… casi no hay médicos. Y los que hay pues… ¡quién sabe si sean médicos!, porque en ocasiones el cocinero se volvía oftalmólogo o la cocinera se volvía enfermera. O al de la lavandería lo veías de jurídico, o al de jurídico de sicólogo, o a la sicóloga de trabajadora social o de maestra”.
Librado Carmona, quien era director técnico del penal cuando se fugó El Chapo, meses antes fue acusado ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de extorsionar a los reos. El testigo afirma que no le constan las extorsiones, pero dice que Carmona era el responsable de conceder los cambios de estancia a los internos y quien tomaba otras decisiones importantes. En ocasiones, agrega, ordenaba a los oficiales que dieran golpizas a los internos.
“Salía al pasillo y se escuchaba cuando le decía al oficial: ‘¡Rómpele su madre!’”, señala.
Carmona fue llamado a declarar por la fuga de Guzmán Loera pero fue puesto en libertad.
En la cárcel federal la comida es pésima pero empeoró en el sexenio de Felipe Calderón, cuando se contrató a la empresa Cosmopolitana para preparar los alimentos de los internos. Los alimentos frecuentemente están echados a perder y hay intoxicaciones masivas. Esa fue una de las razones de la huelga masiva de hambre organizada en julio de 2014 (Proceso 1968).
Lejos de sancionar a ese proveedor por la mala calidad del servicio, “ahora se encarga de todo: lavandería, limpieza” y hasta del mantenimiento, según declaró el exdirector, Valentín Cárdenas, tras la fuga de Guzmán Loera el año pasado.
Todo en venta
Pese a todos los supuestos controles de seguridad, cámaras de vigilancia y micrófonos, los custodios pueden meter y vender toda clase de mercancía en el penal “de máxima seguridad”. Estos funcionarios, que actúan con total impunidad, dependen del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la Secretaría de Gobernación.
“Cuando yo ingresé allí –señala el exinterno–, ellos pasaban y decían: ‘¿Qué ocupas? Un espejo, una aguja, una pastilla, un viagra, un toque de mota, una piedra, un gramo de perico… ¿qué ocupas? Danos un número, hablamos para que nos depositen y te la traemos’”, indica.
En ese mercado negro, un espejo pequeño puede costar de 2 mil 500 a 10 mil pesos; un uniforme de reo en buenas condiciones, mil pesos. Unos pants, mil pesos; tenis, 500 pesos. Un gramo de cocaína puede costar entre mil 500 y 3 mil pesos. “Un viagra (para la visita conyugal a la que tienen derecho los presos) vale de mil a 2 mil pesos, depende el área donde estés y quién seas”.
“Hay una cocinera a quien se le daban 10 mil pesos semanales para que te echara una cucharada de arroz de más. Y no iba diario, sino cada 72 horas, o sea cada tres días.”
–¿Y había quienes pagaban esa cucharada de arroz adicional?
–¡Sí! A mí me daba risa. Yo decía: siquiera trajera algo de comer distinto, pero solamente está echando más arroz. Sí lo hacen.
Los custodios entregan las drogas, las medicinas y el viagra en la mano de los presos. Fingen acercarse a la celda como si el interno reportara algo durante los pases de lista o cuando son llevados a juzgados o locutorios.
“Ellos siempre traen hojas de papel y una pluma, hacen como si estuvieran anotando algo y ahí la sueltan. Cómo la ingresan, solamente ellos lo saben porque conocen el movimiento de ahí”, explica el exinterno. Afirma que dentro de la prisión llegó a ver teléfonos celulares que se vendían a un precio de entre 150 mil y 200 mil pesos.
–Según el gobierno, no hay señal para teléfonos celulares.
–Sí sirven. Si no, nadie los compraría, es como tirar el dinero. Sirven.
Sólo que, aclara, el dinero de la corrupción no circula dentro, sino afuera del penal: “Todo es a través de depósitos, ya sea giros telegráficos, por Elektra, por bancos”.
–¿Usted piensa que un director, cualquiera que haya estado en El Altiplano recientemente, puede ignorar la corrupción que existe en el centro penitenciario y en su personal?
–Yo creo que sí saben. No tienen mucho contacto con la población, pero yo pienso que sí lo saben. Es de dominio público, o sea, todos saben quién se corrompe, quién te vende y quién no te vende. Quién te puede hacer un favor, quién no te lo puede hacer.
Entre grupos de presos también se han extorsionado y propinado golpizas que el personal del penal tolera, también por corrupción.
El regreso del “Chapo”
En febrero de 2014, tras 13 años prófugo, fue encarcelado en El Altiplano Joaquín Guzmán Loera, líder del Cártel de Sinaloa. Cuando llegó, tenían contacto con él los oficiales de mayor rango, quienes tenían las claves Z1 y Z5 y se encargaban de su seguridad cuando lo trasladaban a otras áreas de la prisión, igual que personal de la Policía Federal y del Cisen, que lo vigilaba las 24 horas con cámaras de videovigilancia.
El testigo describe a Guzmán Loera como un hombre “normal, amable, gente de respeto, de mucho respeto”. Asegura que siempre lo vio tranquilo, característica que también señaló su esposa Emma Coronel en la entrevista realizada por esta reportera en febrero pasado.
“Sonriente. A la mayoría de las personas se les ve así, pero cada quien carga su infierno adentro, ¿no? La sonrisa a la mejor es de dientes para afuera y por dentro uno es un infierno. Cuando él llegó nada cambió”, señala. Fue esa corrupción la que propició la fuga de Guzmán Loera en 2015.
La noche del 11 de julio, cuando Guzmán Loera se escapó del Cefereso 1, no se pasó lista a las 10, sino hasta pasadas las 11. “Fue algo curioso, porque se veía que estaban caminando por los cinturones, por los ductos de agua, pero no decían nada. Lo único que se escuchó esa noche fue que él había muerto”.
El rumor pasó de grito en grito a través de los pasillos que hacían eco. “Pero al otro día en la mañana sale en las noticias que él se había fugado. Y obviamente se les empieza a decir: ‘¿Qué, ya se les fue?’ Unos no contestaban. Algunos decían: “Pues sí, ya se les fue. ¡Pobres de los que lo estaban cuidando porque se van a ir a chingar!
“‘¿Dónde está tu máxima seguridad?’ –retaban los internos–, ¿tus filtros? ¿No que aquí no pasa nada? ¿No que había placas abajo del piso para que no se escarbara?’”
Tras la fuga les quitaron a los internos los televisores tipo tablet que el Consejo Técnico les había dado como incentivo a todos, incluido Guzmán Loera, para que ya no se burlaran del personal.
“Llegaba el rumor de que por culpa de este güey (Guzmán Loera) nos quitaron la tele. Hubo internos que le decían a la autoridad: ‘Yo no tengo culpa de nada, ¿por qué me quitaste la tele?’”
La corrupción continuó cuando los funcionarios acusados de involucrarse en la fuga se convirtieron en prisioneros. “Les dieron la visita, la llamada, todo en cinco días. Los sacaban al patio, les daban actividades, servicio médico y todo”. No era normal. “De hecho los trasladaron porque la población les empezó a gritar que les iban a poner en la madre”.
A finales de 2015 llegó el nuevo director, Almonte, y les devolvió las televisiones. Por medio de ellas se enteraron el 8 de enero pasado del arresto del único capo dos veces evadido de penales de máxima seguridad.
Hubo sorpresa, pero fue más el morbo: “Eso de que quería hacer una película era de lo que más se hablaba, no tanto de que regresara a la cárcel. Se decía: “¿Cómo ves que quiere hacer una película? ¡Qué loco este bato!’ Ahí la regó. Por eso lo agarraron”.
No hubo mayor revuelo: “Como todos los internos son de diferentes cárteles, no te interesa si regresa o se va. Al final de cuentas no dependes de él ni él de ti”.
Comenta que con Guzmán de regreso, entró al penal un nuevo grupo que nunca se había visto ahí, sólo para vigilarlo a él: “Traen casco, pasamontañas y chaleco. El uniforme es negro con blanco, como camuflado, y traen perros”. Algunas fuentes han dicho que son marinos, pero familiares de otros internos del Altiplano señalan que son del grupo Grupo Especial de Operaciones de la Policía Federal, con entrenamiento del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales del Ejército, la Armada de México y el gobierno de Estados Unidos.
“Dicen que están frente a su celda. Controlan el diamante de donde está él. O sea, están específicamente para él”, enfatiza el testigo. Además, dice, un perro lo vigila. “Uno se da cuenta de que él va a pasar, porque se escucha al perro ladrar… Tuve la oportunidad de verlos. Va uno al frente con el perro, lo sigue otro. Va uno de cada lado del interno, atrás va otro y atrás va uno de azul (un oficial)… Desde el momento en que tienes ese tipo de vigilancia ya no eres cualquier interno”.
Emma Coronel, esposa del Chapo Guzmán, en entrevista exclusiva el pasado 12 de febrero afirmó que temía por la vida de su esposo y que el gobierno lo estaba “torturando lentamente”. Afirmó que su marido era vigilado por un grupo igual al descrito por el testigo, y que debido al pase de lista de cada cuatro horas no lo dejaban dormir en la noche, por lo cual tenía la presión peligrosamente alta. Lo mismo denunció el jefe de la defensa legal de Guzmán Loera, el abogado José Refugio Rodríguez.
El testigo confirma que el nuevo grupo de vigilancia insulta y maltrata a Guzmán Loera, además de que ha dado golpizas a otros internos, como a los conocidos como “cholos” e incluso a algunos del módulo uno, adonde ahora están los reos que estaban en Tratamientos Especiales, área clausurada después de la segunda fuga del Chapo.
“A lo mejor tienen miedo de que se les vuelva a ir. Quizá por el miedo a la corrupción metieron personal especial para él”, señala el testigo, pues afirma que las redes de la extorsión no han sido desmanteladas y los oficiales más corruptos siguen adentro.
Fuente.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: