Unas 180 familias de la tenencia de Zipoco y otras rancherías del municipio de Santa María del Oro, Jalisco, fueron obligadas a abandonar sus hogares ante el avance del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en esta zona limítrofe con Michoacán.
En octubre pasado, esa organización criminal inició ataques contra las poblaciones que, aseguran, lanzaron llamadas de auxilio a las autoridades, pero fueron ignoradas.
“Amaba yo estas tierras, las amo. Desgraciada y vergonzosamente, yo no soy para cargar esto [un rifle] cuando tenemos un gobierno equipado y dotado de todo, que tiene que estar para repeler todo lo que amenace a la gente del campo”, dice Santos, un habitante desplazado.
“Estábamos allá, sacando nuestras vacas, y llegaron los criminales, una monstruosidad, y nos corrieron”, denuncia, mientras apunta a lo lejos para mostrar lo que era su propiedad. El también ganadero cuenta que tuvo que malbaratar las pocas reses que logró sacar para pagar unas armas que le vendieron.
Con su rifle al hombro, Santos cuenta que vio, desde la parte alta de un cerro, cómo los criminales saqueaban su propiedad y se llevaban el ganado de su rancho.
“Ya no hay nada. Aquí está muerto esto y las vacas que se nos quedaron por ahí se las están llevando ellos [los delincuentes]. No tenemos ni una gallina en los ranchos”.
Junto a Santos hay adultos mayores, jóvenes y mujeres que fueron víctimas de desplazamiento forzado y que perdieron todo.
Algunos habitantes están armados con rifles de cacería; otros más también consiguieron armas automáticas, con el fin, dicen, de frenar el avance del grupo criminal. Son cerca ya de 200 familias las que tuvieron que huir de esa región jalisciense para salvar su vida. Sin ropa ni trabajo, y en muchos casos sin dinero, buscaron ayuda.
En Petacala se reúne la mayor parte de familias desplazadas. Piden ayuda y denuncian que las autoridades de los tres niveles de gobierno los han abandonado.
Señalan que un día antes llegó a Zipoco un agrupamiento del Ejército con el que buscaron un acercamiento para pedir seguridad, pero la respuesta fue adversa.
Relatan que mientras platicaban con el personal militar, gente del CJNG perpetró un nuevo ataque, ante la inacción de la autoridad.
“De terror, porque ese día que fuimos a pedirle ayuda al gobierno todos nos tiramos ahí al piso, porque las balas estaban pasando por arriba de nosotros, y el Ejército ahí...
“Nosotros [estábamos] diciéndoles a los militares que se dieran la vuelta para que fueran a apoyar y no, no querían y no querían. Dijeron que no podían”, narra Sarahí Barajas, una de las desplazadas.
Describe cómo es el día a día en Zipoco y sus alrededores desde que el CJNG reavivó sus ataques: “El Cártel Jalisco venía avanzando y aventando drones con explosivos y de todo. Son muchas balas, unas pegan en las casas, en los animales y en todos lados.
“La gente [estaba] aterrorizada porque no hay ayuda de nada, ni del gobierno, y es lo que queremos pedirle al Ejército, que si nos hace favor que nos ayude para que saquen a esa gente de ahí”, clama, Sarahí.
Los lugareños dicen que cada vez es más vistosa la movilización del cártel y los ataques con camiones blindados, algunos de ellos equipados con ametralladoras Minigun, que son armas de guerra.
EL UNIVERSAL recorrió la zona y corroboró que no hay presencia de ninguna autoridad que haga frente al grupo criminal para evitar su avance a otros municipios, y que cuide de la población.
Es por eso que algunos pobladores decidieron armarse con el apoyo de guardias comunitarias.
“Hay que huir, qué más. No nos dejan otro camino Los Jaliscos [CJNG] y no hay gobierno que nos apoye para eso. Yo tengo unas reses ahí, que es lo que me duele dejar, y no hay otro camino que dejarlas en el abandono. Ya estamos enfadados de esta delincuencia que hay tan dura”, lamenta Jesús Ramírez, quien también fue desplazado.
María Yolanda cuenta que ella tuvo que huir con sus hijos, dos de ellos cargados en brazos, para salvar su vida “ante esta pesadilla”.
“Todo el día estamos asustados, cuidando el cielo para ver si no cae un dron o algo, porque es lo que está pasando, llegan las balas hasta el rancho”, relata.
“¡Ayúdennos! ¡Apóyennos, chingao!, ustedes muy felices donde viven y nosotros acá estamos tronados por completo, la gente ya no duerme del miedo”, enfatiza Salvador Escalera, padre de familia.
“Ya nomás escuchamos los truenos de las ametralladoras y decimos que ya vienen, y que ya vienen, y que ya nos alcanzan... y que ya nos matan, y no hay quien diga nada”, remata.