Solo la escucho.
No sé qué más hacer.
No sé cómo responder a su pregunta.
Ha caído una nube de pesadumbre sobre el ánimo de ella (y el mío).
Una niebla oscura y pesada que se extiende hacia miles de personas a través de las redes sociales: el caso de Debanhi, la joven levantada y luego asesinada en Nuevo León, nos ha sacudido -otra vez- la conciencia.
Nos ha sacado de esa postración colectiva que normaliza la violencia feminicida, las muchas violencias cotidianas contra las mujeres, en este país tan macho y misógino que cada vez debe avergonzarnos más porque, de muchas maneras, avala lo inadmisible. Y lo hace cotidianamente, nueve o diez veces al día, porque ese es el infame promedio diario nacional de mujeres víctimas de feminicidios y homicidios dolosos en este México del 2022.
Con la mirada tristísima, con los ojos inundados de lágrimas, con el semblante abatido, me vuelve a repetir mi amiga Valentina:
-¿Qué les digo a mi hija y mis dos nietas? ¿Qué les digo, que un día las matarán?
Silencio.
“¿Qué les digo a mis nietas cuando crezcan? ¿Qué tal vez una madrugada terminen como Debanhi, vejadas, golpeadas, aterrorizadas, asesinadas, tiradas y hundidas en una cloaca? ¿Qué les digo a mis nietas, eh? ¿Que no vayan a una fiesta con sus amigas? ¿Qué ahí habrá hombres que abusarán de ellas y que nadie podrá impedirlo? ¿Que no se suban y luego bajen de un taxi si el chofer del mismo intenta manosearlas, que se aguanten? ¿Qué en este país no pueden esperar a la vera de un camino a que alguien las lleve sin peligro, otro taxi, porque algún monstruo vendrá a exterminarlas de la forma más horrenda sin que nadie lo impida?”
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