La mañana estaba fría, aunque el sol caía a plomo, y la circulación de vehículos sobre la carretera Los Mochis-Choix era esporádica.
Era jueves. Jueves 3 de marzo del 2022, y la travesía comenzó amaneciendo.
y traia marinos de verdad el bandido:
Había una causa para ello: todas las recomendaciones de lugareños eran no viajar en penumbra, ya sea pardeando la tarde o durante la alborada. Y el origen de esa advertencia era única: ellos son los dueños de los caminos, si los topas, todo puede suceder, desde nada hasta lo peor.
—¿Quiénes?
—Ellos…
—¿Quiénes son ellos?
—Pues ellos.
Y luego esa seña característica. La diestra empuñada, el índice extendido y el pulgar parado. Era la forma de una pistola. Y con ella, el miedo se refleja en esa mirada del ranchero.
¡Ya sabe, amigo, nada de noche! ¡Nada!
Un reportero oficial apenas acaba de contar que iba muy campante conduciendo por la carretera, sin nada que le preocupara. No manejaba un carro de modelo reciente, ni tampoco era una carcacha. Nada que su auto moviera la avaricia para ser despojado de él, o que provocara lástima como para burlarse.
Así es que se encaramó, lo encendió y emprendió su viaje para recoger a su familia que se había quedado en la ranchería, antes de llegar a El Fuerte.
Llevaba los vidrios arriba y cante y cante con esa música ochentera.
Conducía tan absorto que no ponía atención a los vehículos que circulaban en sentido opuesto ni a los que lo antecedían ni precedían.
Sólo se dio cuenta de estos cuando faros potentes lo deslumbraron por los espejos retrovisores, que lo obligaron a parar para no accidentarse.
Cuando estuvo en calma, bajó el volumen y unos golpecitos en su ventana izquierda le hicieron voltear. Se quedó helado cuando distinguió a un sujeto empercherado, con cara de trapo y un “riflón” apuntándole a la cabeza.
Apenas quitó los seguros y le abrieron la puerta. Lo insultaron, lo pendejearon hasta que se cansaron. ¿A dónde vas? ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?, le preguntaron una y mil veces.
Por el miedo, no respondió, hasta que tragó saliva y pudo explicar que no los vio porque ni siquiera les tomó importancia, que iba en lo suyo y a lo suyo, por su familia.
Les dijo el rancho, a las personas que vería, su familia, y como los pistoleros eran de ese sector, le creyeron a medias y le dejaron ir. El resto del viaje lo hizo “zurrado”, reconoció mientras rememoraba la odisea.
Una vez en el rancho, recogió a su familia, visitó amigos, todo a la vista de los pistoleros.
Por eso, él también recomienda no viajar de noche.
Pero el jueves, era temprano, entre las 7:00 y las 8:00 horas. No había carros, y patrullas menos. Algunas que resguardaban las escuelas, vigilando el tráfico. No más de dos en los 70 kilómetros que distancia de Los Mochis a El Fuerte.
Todo estaba normal cuando, entrando a territorio choicense, allí, en donde apenas seis días atrás la policía se había tiroteado con pistoleros que huían, aparecieron “ellos”.
Una Nissan, Frontier, sin placas, con burrera, era la vanguardia. En el medallón frontal llevaba un letrero que se podía leer Guardia Nacional, pero no llevaba más rótulos, ni insignias, una torreta transparente a lo sumo, y un sujeto empercherado, pinto, con fusil en ristre, casco táctico y googles. Era el vigía. Justo atrás, una Ford, de color rojo y en la retaguardia una Dodge Ram, cuatro puertas, blanca, casi igual que la primera, también clonando las patrullas de la Guardia Nacional, dos sujetos con uniformes igualmente clonados. Y armas largas. Atrás de estos, otras dos camionetas con sicarios.
Pasaron rápido, sin detenerse, y por la velocidad y la curva rápidamente se perdieron de la visión que daba el espejo retrovisor.
Una vez en Choix, la ausencia de la Guardia Nacional, a esa hora de la mañana, era evidente. Más bien, ni patrullas había. Sólo una de tránsito y otra que estaba parada en el palacio municipal, pero con letrero de la Policía Estatal.
Allí, en lo que es la terminal de camiones y contado el avistamiento a un hombre de confianza, soltó gritos como respuesta: ¡Sicas, compa, sicas. Se topó con los sicas!
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