Los niños que jugaban en el 128 de Tibet Avenue creían que la casa E-18
estaba embrujada. Decían que cuando oscurecía y el vecindario quedaba en silencio,
se podía escuchar el llanto de unos “fantasmas” que se movían dentro de esa
residencia ubicada en Savannah, Georgia, en la zona conocida como “el cinturón
bíblico” de Estados Unidos. En cambio, para la mayoría de los adultos, esa casa
de ladrillos rojos con puertas y ventanas blancas era una extrañeza en el
barrio: hombres desconocidos que nunca saludaban a los vecinos solían recibir
numerosas visitas de mujeres que entraban y salían con la cabeza agachada.
Esa casa fue motivo de bromas entre la comunidad, luego de historias fantásticas y, al final, de preocupación. Crecía el rumor de que esas paredes ocultaban un laboratorio de drogas o un almacén para armas. Muchos querían resolver el misterio de ese departamento y de su inquilino, un hombre sombrío, de gesto duro y voz ronca; un acento latino se colaba cuando daba, parcamente, los buenos días. Pero nadie se atrevía a preguntar. Nadie quería problemas con “él”. Nadie.
Era entonces 2008, pero pasaron años silentes hasta que en el verano de 2012 un vecino pidió ayuda para resolver el acertijo. Cerca de las dos de la tarde de un día reservado en los expedientes oficiales, la línea anónima del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos timbró y la operadora recogió una pista de medio minuto para las autoridades: en esa casa no lloran fantasmas sino personas personas que son obligadas a prostituirse.
Era imposible que El Flaco saliera bien librado en esta historia. Cuando el gobierno de Estados Unidos te pone en la mira, no hay quien te salve. Lo saben bien Osama Bin Laden, Imad Mugniyah y un puñado de veteranos terroristas capturados o asesinados por el país más poderoso del mundo: si te conviertes en una amenaza para la vida interna de los Estados Unidos, huirás hasta la muerte. Pero eso no lo sabía El Flaco, un migrante mexicano que decía trabajar como limpiador de albercas en Georgia.
No huyó de sus perseguidores, porque ni siquiera supo que entre julio de 2012 y enero de 2013 se convirtió en un blanco prioritario del Departamento de Seguridad Nacional, el brazo antiterrorista del presidente Barack Obama. La temida secretaría de Seguridad Interna lo acechó. Varias decenas de agentes especiales del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) lo espiaron con técnicas de película hollywoodense, como instalarle a su auto, de madrugada, un sistema de rastreo satelital para saber todos sus movimientos.
El FBI, la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos y la Oficina de Protección Fronteriza le tendieron un cerco. Marines, special agents, police departments y sheriffs trabajaron en conjunto durante siete meses con un mismo objetivo: capturar en silencio a ese hombre que había nacido en Veracruz, aunque los agentes especiales decían que fue parido en el infierno, porque debajo de la facha de migrante indocumentado, El Flacocontrolaba una mafia de padrotes que quemaban a sus víctimas, las azotaban, las dejaban sin comer por días y las forzaban a introducirse tampones con vinagre para supuestamente cortar el flujo menstrual.
Así quebraron el espíritu de decenas de jóvenes mexicanas y centroamericanas para que no rezongaran cuando dieran hasta 30 servicios sexuales cada noche en Georgia, Florida, Carolina del Norte y Carolina del Sur antes de volver a las casas donde las tenían secuestradas
Domingo reconstruye la operación antitrata más grande en Estados Unidos contra padrotes hechos en México a partir de documentos oficiales de la Oficina del Procurador de Estados Unidos y de la Corte Federal de Distrito para la División de Savannah, Georgia, y tres testimonios directos de agentes especiales de ICE y del FBI.
Esta es la historia del ascenso y derribo del cartel sexual internacional en una zona de 545 mil kilómetros cuadrados, casi el tamaño de Centroamérica, y que intentaron lo imposible: salir bien librados.
La compra-venta del “negocio”
La denuncia de aquel vecino que no veía fantasmas bastó para que se convirtiera en un caso para ICE, una de las cuatro agencias más poderosas que integran el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Y que el expediente llegara hasta Jason W., un agente especial en Georgia, quien recuerda haber sentido que la intuición le mordió las entrañas.
—Todas las denuncias las investigamos con seriedad, pero esto… ¡esto era trata de personas! ¡tráfico humano! Mujeres, tal vez niñas, obligadas a tener sexo con clientes explotadores. Lo investigamos con esa indignación —gritoneó Jason cuando conversamos. Él es un agente especial con fama de ser un sabueso malhumorado que enseña los colmillos.
Con esa seriedad, Jason inició la investigación sobre la casa E-18. Como está asentado en el caso 4:13-004, abierto en 2012, en la Corte Federal de Distrito para la División de Savannah, Georgia, el agente ordenó a su equipo que se montara vigilancia afuera de la residencia. Cada tanto, policías vestidos de civil observaban a los hombres, las mujeres y los autos que metían y sacaban gente de la supuesta casa embrujada. Los infiltrados anotaban lo que veían y lo volvían informes consistentes: el movimiento es sospechoso y podría tratarse de crimen organizado.
Entonces, entraron los sabuesos de ligas mayores: llegó la asistencia de los expertos en investigación criminal del Departamento de Justicia, los especialistas en cruces fronterizos de Seguridad Nacional, los detectives de armas pesadas y bombas y hasta los investigadores federales que hurgan en los impuestos de los habitantes del país para hallar negocios ilegales. FBI, IRS, ATF, CPB, todas las siglas estaban ahí.
Sin que El Flaco lo supiera, le montaron un cerco de película de acción: agentes especiales camuflaron cámaras de vigilancia a control remoto enfrente de su casa; consiguieron su número celular y lo intervinieron; hicieron lo mismo con sus contactos y grabaron cada conversación; los fotografiaron a distancia; y esperaron a que el mexicano durmiera para deslizarse de madrugada hasta los vehículos estacionados frente a su casa para instalarles a oscuras los GPS con los que armaron una lista de rutas, casas, bienes y cómplices.
Al cabo de seis meses, en enero de 2013, los agentes supieron lo básico y lo más importante de ese tipo sombrío: lo básico fue que El Flaco se llama Joaquín Méndez-Hernández, nació el 5 de marzo de 1976, hijo de Eva y Timoteo, originario de Veracruz, México, estudiante hasta el tercer grado de primaria, casado con Patricia, padre de tres —Beatriz (13), Jesús (12) y Mariana (9)— y primo de Eugenio Hernández-Prieto, El Jarocho, uno de los tratantes de personas más violentos de México y cuya residencia y centro de operación está en Tenancingo, Tlaxcala, un pueblo limítrofe con Puebla conocido como “el semillero de los padrotes”. En ese pequeño municipio de 17 kilómetros cuadrados no hay un solo prostíbulo, casa de citas o tabledance, pero ahí se manejan los hilos del mercado ilegal del sexo. Dividido en siete pueblos, Tenancingo resguarda a familias completas dedicadas a la trata de personas, y en “el 3” crecieron El Flaco y El Jarocho, bajo la tutela del temido veterano El Santísima Verga.
Lo más importante fue que El Flaco llegó sin documentos a Estados Unidos en 2004 y que trabajó limpiando albercas por cuatro años hasta que se encontró con El Jarocho, quien le ofreció ser chofer en su negocio de prostitución forzada. La red era tan importante que desde hacía varios años,El Jarocho salía de México y entraba a Estados Unidos con frecuencia —a pesar de no tener documentos legales— para supervisar personalmente su cártel binacional. Pero en 2008, la organización era tan amplia que el jefe había entrado a la lista de los traficantes humanos más buscados por Inmigración, así que sus viajes se volvieron más esporádicos y, por eso, ofreció “vender el negocio” a su primo para refugiarse en Tenancingo: por una cantidad desconocida, entonces El Flaco compró el celular de El Jarocho con los nombres y direcciones de tratantes apalabrados, esclavas sexuales, clientes y casas de seguridad. Esa fue la estafeta en el liderazgo de la organización.
El Flaco aprendió sobre la marcha a usar ese teléfono. Al principio, era torpe y poco discreto, pero al final, era un jefe con contactos que movían una máquina de explotación bien aceitada: bajo sus órdenes, la organización secuestraba y engañaba mujeres en México, Guatemala y Honduras para trasladarlas a Georgia, Florida y las Carolinas, donde eran obligadas a dar servicios sexuales en las casas de seguridad de la mafia o en granjas. Si quedaban embarazadas, las hacían trabajar hasta el parto y los niños eran usados como rehenes en casas de Tlaxcala, donde los padrotes son los reales jefes de la policía, según un diagnóstico del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Cuando las conclusiones de la investigación llegaron al escritorio de Jhon Morton, jefe de Inmigración y Control de Aduanas, el mando tiró los dados para echar la suerte de El Flaco y sus cómplices:
—¡Los quiero presos a todos! ¡A to-dos!
El nombre describía el momento en el que los agentes acabarían con la pesadilla de las víctimas: Operación Noche Oscura, el momento más sombrío antes del amanecer
De castigos y operaciones
Joaquín Méndez-Hernández, El Flaco, y su mafia de padrotes mexicanos, tenían dos castigos preferidos para sus víctimas: uno, cuando las mujeres secuestradas no juntaban la cuota diaria que se les exigía, amarraban sus manos y las inmovilizaban sobre unos colchones mientras las golpeaban con las palmas en la cara hasta que se cansaban; otro, cuando quedaban embarazadas de un cliente o un victimario, las obligaban a acostarse bocabajo en el piso y el proxeneta brincaba sobre su espalda tantas veces como sus pulmones resistieran para forzar aborto.
Lo sabían los agentes de Inmigración y Control de Aduanas por los informes que les envió la Procuraduría General de la República y la Policía Federal mexicana sobre cómo los padrotes de Tenancingo, Tlaxcala, castigaban a sus víctimas. Por eso, había quienes en Inmigración y Control de Aduanas se desesperaban. Querían ir ya al domicilio de El Flaco y detenerlo, pero la prisa era mala consejera en esta operación. La dificultad radicaba en una pregunta: ¿cómo desmantelar de un solo golpe a un cártel con presencia simultánea en cuatro estados? Bastaba una filtración o un error de cálculo de sólo unos segundos para que un tratante avisara por celular a sus cómplices, y así éstos huyeran de las casas de seguridad con las víctimas.
En el mejor de los casos, se les perdería el rastro a los padrotes y las víctimas. En el peor, ellas serían asesinadas para asegurar su silencio.
Tuvieron que transcurrir poco más de 200 días para que todas las grandes dependencias tuvieran un plan perfecto. La fecha elegida fue el 16 de enero de 2013, cuando se aprovecharían la oscuridad de la madrugada, poco antes de que el sol saliera, para irrumpir en las casas de seguridad de la mafia justo cuando las personas duermen profundamente. El nombre describía el momento en el que los agentes acabarían con la pesadilla de las víctimas: Operación Noche Oscura, justo ese momento más sombrío antes del amanecer.
El día por fin había llegado. El corazón de la Operación Noche Oscura latía con fuerza en el octavo piso de la oficina en Savannah, Georgia, del ICE. Las arterias que lo hacían funcionar: centenas de agentes especiales que viajaban en decenas de vehículos sin rotular, como si fueran autos particulares. El grupo se había dividido en 16 equipos y todos tenían la misma misión, entrar, al mismo tiempo, en cuatro estados distintos, en las 16 casas de seguridad detectadas durante la investigación, rescatar tantas víctimas como encontraran y aprehender a cualquier tratante y cliente. Irrumpir juntos. Ni un minuto antes, ni un minuto después.
Eran las 5:10 de la mañana y la oficina estaba repleta de mapas, diagramas, fotografías, un listado de teléfonos celulares intervenidos y una cartulina con el nombre de la operación en lo alto. A unos metros del mensaje estaba el escritorio de Brock Nicholson, uno de los jefes con quien los 16 equipos se reportaron listos para entrar en acción desde las 16 coordenadas secretas a unas cuadras de su objetivo. “Listos” significaba que todos estaban en posiciones, con las máscaras puestas, los chalecos antibalas asegurados y los relojes sincronizados. Además, significaba que todos —tanto los uniformados como los vestidos de civiles— tenían el arma cargada.
Cualquier punto era importante, pero había uno en especial que interesaba: 128 Tibet Avenue, departamento E-18, la vivienda de El Flaco, el líder. A las 5:30, el equipo que atraparía al líder padrote avisó que estaban listos. Tenían cuatro vehículos y decenas de agentes en el estacionamiento del Centro Comercial Oglethorpe, a cinco minutos del mexicano, esperando luz verde para atacarlo. “¡Adelante!”, gritó Nicholson por el walkie-talkie que tenía cada líder de equipo.
Cuando los relojes dieron las 6:00 de la mañana, seguros de que nadie los había detectado, los equipos tronaron puertas en cuatro estados al mismo tiempo. El Flaco, al igual que sus cómplices, no pudo reaccionar. Apenas se sacudió el sueño, estaba rodeado y encañonado.
El comando de agentes especiales revisó el departamento del fondo hacia la puerta de salida. En minutos hallaron una recámara donde había colchones de hule espuma con olor a orina y varias envolturas de condones, además de telas en el piso que sugerían haber sido usadas para amordazar a las víctimas.
“Violación…”, anotó Mike N., un empleado del Departamento de Seguridad Nacional cuyo trabajo era escribir todo lo que pudiera servir para el juicio.
Luego, el comando se topó con un muro levantado a la mitad de la casa. Una pared azul que extrañamente partía la sala en dos. Los policías más experimentados corrieron hacia ella, tocaron con los nudillos y obtuvieron un sonido hueco. Intuyeron bien. Derribaron el falso muro y vieron a una mujer secuestrada envuelta en un aroma a sudor que flotaba sobre un colchón rodeado por restos de comida y papel higiénico.
“… violación…”, escribió Mike.
El grupo parecía un huracán en la casa. Gavetas, cajas, bolsas, todo lo volteaban y el contenido era revisado minuciosamente en el piso por otros agentes. Hallaron dinero en efectivo, media docena de celulares, varios juegos de llaves de auto y una bolsa con las identificaciones de mujeres mexicanas y centroamericanas, que parecían corresponder a las víctimas que ahí estuvieron retenidas y que servían a los victimarios para amenazarlas con una deportación si pedían auxilio.
“…y extorsión”, garabateó Mike.
Tres horas después, las cámaras de video de ICE captaron a El Flaco salir de su casa empequeñecido ante los agentes que lo tenían esposado: de mezclilla, playera blanca, calzado deportivo, el tratante mexicano lucía como un volcán apagado. Alguna vez temible, dicen que temblaba de miedo.
La caída de “El Flaco”
La operación fue un éxito. Cuando amaneció, Inmigración y Control de Aduanas había sellado las entradas y salidas de 13 casas de seguridad de 16 investigadas, retenido a 44 clientes explotadores y rescatado inicialmente a 11 víctimas, que ayudarían a ubicar a varias más, entre ellas 24 mexicanas.Juan Diablo, Juan Carlos Peña, El Maye, El Borrego, Don Toño, y más, estaban, por fin, detenidos.
Aquella mañana fue una victoria esperada para la oficina de Inmigración en Georgia, cuyo estado fue nombrado en 2010 por el Centro Nacional de Información Sobre Tráfico Humano como el destino número uno en Estados Unidos de las bandas de explotación sexual. Los grandes campos agrícolas —donde suelen trabajar mexicanos indocumentados aislados del contacto humano durante largos periodos de tiempo— y la cercanía con la frontera mexicana han hecho que ese estado se convierta en un foco rojo encendido por los padrotes de Tlaxcala, Puebla y Distrito Federal.
Las cifras recopiladas por el Centro de Estudios de Políticas Públicas de Estados Unidos detallan cómo ni el país más poderoso del mundo es inmune a las mafias sexuales: cada año, 5 mil niñas en Georgia están en riesgo de ser obligadas a prostituirse. El perfil que ha delineado el FBI sobre las víctimas es que la mayoría son niñas de 12 a 14 años y migrantes mexicanas y centroamericanas. Además, el Centro calcula que cada mes en Georgia suma unas 374 niñas explotadas, que satisfacen un mercado de 12 mil 400 clientes nacionales y extranjeros.
Georgia ha sido el asiento neurálgico de violentos padrotes tlaxcaltecas como Paulino Ramírez-Granados, conocido por herir en los pechos a sus víctimas con cuchillos afilados; los hermanos José y Juan Reyes-Rojas, “especializados” en enamorar menores de edad y obligarlas a dar servicios sexuales a migrantes jornaleros; y uno de los tratantes mexicanos más sádicos de los que se tenga registro: Noé Quetzal Méndez Guzmán, alias El Oso o El Osito, un tipo que disfrutaba torturar por largas horas a sus víctimas, si se resistían a tener relaciones sexuales con los taxistas de la ciudad.
Por eso, la caída de El Flaco y su organización fue celebrada como el golpe más efectivo dado a padrotes mexicanos en Estados Unidos. Entre los agentes rondaba un sentimiento de orgullo por las víctimas rescatadas, quienes fueron refugiadas en hoteles secretos para su atención médica y psicológica. Durante semanas, todo fueron buenas noticias alrededor de la preparación y la ejecución del operativo… hasta que una mala noticia echó a perder los festejos. A pesar de la evidencia, El Flaco, sorpresivamente, se declaró inocente. El poderoso padrote tenía una última carta bajo la manga: quería ir a juicio, vencer a sus captores ante el jurado y obtener su libertad.
Después de la detención de la mafia de padrotes, un autobús de la policía llevó a El Flaco al edificio 2400 de la Avenida Beaumont, donde las puertas de la prisión Liberty County, en Texas, se abrieron para él. Los celadores le asignaron el dormitorio B, donde el tlaxcalteca platicó a los demás prisioneros lo que la investigación de Inmigración y Control de Aduanas no logró cuadrar: ¿por qué el poderoso padrote tenía pinta de indocumentado pobre?
Según el relato de agentes especiales que participaron en la Operación Noche Oscura, El Flaco confesó que su estilo de vida era una fachada construida con los consejos de padrotes veteranos en México, como El Santísima Verga, quien le habían sugerido llevar en Estados Unidos una vida lo más austera posible para no saltar en los radares de Seguridad Nacional, mientras que en su país podía ser tan ostentoso como quisiera, pues en tierra mexicana es fácil taparle los ojos a la justicia con billetes.
Y eso hizo El Flaco: en Georgia, lucía como un limpiador de piscinas, pero cada semana enviaba mil 500 dólares americanos a su familia en Tenancingo, Tlaxcala, para terminar la construcción de su mansión inspirada en una de las casonas más grande del pueblo, propiedad de una de las familias criminales tenancinguenses más conocidas, los Cabeza de León, los mismos que levantaron un palacete de mármol y madera a unos pasos del despacho del presidente municipal. Para hacer creíble su vida de pobreza, y alegar inocencia porque sus actividades criminales eran motivadas por el hambre, El Flaco renunció a un abogado privado. Dijo que no tenía dinero para pagar uno y el gobierno le asignó al defensor de oficio Jonathan Hunt, quien apenas vio la pila de evidencias contra su cliente supo que era un caso perdido.
En las primeras dos visitas de Hunt a su cliente, el abogado convenció El Flaco de que no tenía posibilidad alguna de evadir la prisión. Tampoco de negociar una sentencia corta, pues todos sus cómplices en Georgia, Florida y las Carolinas habían sido detenidos y ya no tenía a nadie a quien traicionar a cambio de menos años en prisión.
Fue en la tercera visita a los locutorios de prisión cuando El Flaco entendió lo difícil de su situación: el gobierno de Estados Unidos había solicitado que se le hallara culpable de 15 delitos, tan graves como delincuencia organizada en la modalidad de explotación sexual. En ninguno, le explicó Hunt, había posibilidad de ganarle al gobierno. Lo más grave era que si insistía en alegar inocencia, la Corte Federal de Distrito para la División de Savannah, Georgia (Distrito Sur) podría pedir la pena de muerte, y ganaría.
Me declaro culpable
El 10 de abril de 2013 El Flaco acudió ante los tribunales de justicia con una corbata y traje prestados, que lo hacían ver más delgado. Lo representaba su abogado de oficio Jonathan Hunt y por parte del “pueblo de Estados Unidos” estaban los fiscales Gregory Gilluly y Tania Groover, quienes defenderían la investigación liderada por Inmigración y Control de Aduanas. A las 9:22 horas, apareció el juez Avant Edenfeld declarando el inicio de la sesión.
—El anuncio hecho por su abogado, el señor Hunt, y los fiscales, es que usted desea cambiar su declaración de inocencia a los cargos federales y que es su anhelo declararse culpable por uno o más delitos ¿es correcto? —preguntó el juez al Flaco.
El padrote respondió en español y el traductor Wilfrido Chávez devolvió la respuesta a Edenfeld.
—Dice que sí, su Señoría.
Aquello representó la caída de la última barrera que protegía al padrote mexicano. En el área de visitantes de la sala se escuchó una tímida celebración que el juez apagó con la mirada.
—Si usted se declara culpable, perderá el derecho a su defensa pública y el derecho a quejarse sobre cómo el sistema de justicia ha tratado con usted (…) También está renunciando al derecho de quejarse sobre cualquier operación inapropiada que haya hecho la Oficina del Procurador de Estados Unidos. Por último, está renunciando al derecho de cómo ha sido tratado por esta corte, incluidos los magistrados, o el abogado de oficio que lo ha representado, ¿entendió?
–Sí…
Entonces, El Flaco respondió a las preguntas del caso: cómo, cuándo, dónde, con quiénes y por qué había creado un emporio ilegal de esclavitud sexual para jornaleros, albañiles, estudiantes, padres de familia y empresarios locales. El único testigo llamado por la fiscalía fue el agente especial Jason W., quien frente al acusado relató para la estenógrafa de la corte, Kelly McKee, cómo se llevó a cabo la operación judicial.
“El combate al tráfico de personas en EU se ha vuelto más complicado. Tenemos que usar más inteligencia, más operativos entre varias dependencias, para atrapar a los padrotes”, Vicent Piccard (ICE).
A las 10:42 de la mañana, con autorización del acusado, el abogado de oficio y los dos fiscales, el juez concluyó con la sesión con tres frases cortas: “La declaración de culpabilidad es aceptada”, “Un reporte escrito será preparado y la Corte agendará un día para la sentencia” y “Usted será devuelto a prisión”.
Semanas después, la sentencia llegó: a cambio de no perseguir la pena de muerte, el gobierno estadounidense lo sentenció a cadena perpetua.
Matt, líder de Operation Underground Railroad, una asociación civil dedicada a rescatar víctimas de trata con ayuda a autoridades de Estados Unidos y extranjeras, señala que, aunque ha trabajado con distintos países con graves problemas de trata de personas con fines de explotación sexual, como Tailandia o República Dominicana, “en México las mafias son fuertes”. Logran lo que pocas organizaciones criminales pueden: saltar la frontera más vigilada del país más vigilado del mundo.
Y con mucha facilidad.
Nunca se acaba...
El Flaco recibió la condena más alta y sus cómplices y clientes más activos tuvieron castigos de entre 240 meses y 22 meses de prisión, respectivamente. Cuando acaben sus sentencias, los padrotes mexicanos serán boletinados en la frontera y deportados.
Pero uno de ellos sigue fugitivo: el fundador del cártel y primo de El Flaco, Eugenio Hernández Prieto, El Jarocho, un hombre de 46 años, 170 centímetros de estatura, cabello corto, negro y lacio, de cuerpo robusto. El mismo que el 27 de enero de 2015 fue ubicado por ICE en el lugar 7 de los criminales más buscados en Estados Unidos por tráfico de personas.
—Es un depredador… mientras él esté afuera, es un peligro para México y su actividad podría convertirse riesgosa para comunidades en Estados Unidos. Queremos atraparlo —me contó la asesora para América Latina en ICE, Barbara González, quien también me confió que hay un trabajo estrecho entre estadounidenses y mexicanos para aprehenderlo.
Mientras ese día llega, lo único que saben las autoridades es que el último lugar donde se vio a El Jarocho fue en Tenancingo, que el maestro de El Flaco aún vive del dinero de esclavitud sexual en su pueblo, donde se usa un chiste negro para explicar tanta riqueza generada en Estados Unidos por mafias de padrotes mexicanos:
“Aquí en Tenancingo, aunque agarren a uno, un padrote en cada hijo te dio”.
De ser cierto, El Jarocho usa ahora el apodo con el que es conocido en su barrio, Don Núñez; se mueve en autos de lujo como el Camaro rojo que usaba hace unos años. Come en los mejores restaurantes del centro de Puebla mientras vigila que sus pupilos enganchen correctamente a jovencitas ingenuas.
Y por las noches descansa en su mansión, donde suele aleccionar a los niños que mañana no quieren ser maestros ni doctores, sino padrotes.
Y si alguien no lo conoce y le pregunta a qué se dedica, responde con una escalofriante broma:
—A la cosecha.
—¿De qué?
—De mujeres.
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