La imagen trascendida a redes sociales con la frase “Ningún mexicano es ilegal en tierra robada” ,apela a una narrativa profundamente arraigada en la memoria colectiva mexicana y en la historia de la relación México-Estados Unidos. Su potencia simbólica reside en la evocación de la pérdida territorial tras la guerra México-Estadounidense y los acuerdos posteriores, especialmente el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848 y el Tratado de la Mesilla de 1853, por los cuales México cedió más de la mitad de su territorio original a Estados Unidos, incluyendo California, Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y partes de Colorado, Kansas, Oklahoma y Wyoming.
Estos tratados, aunque legales bajo el derecho internacional de la época, fueron percibidos por amplios sectores de la sociedad mexicana como injustos, producto de la coacción militar y la debilidad política.
La frase “tierra robada” sintetiza ese sentimiento de despojo y agravio histórico, aunque en términos estrictos, las cesiones fueron formalizadas mediante acuerdos internacionales y compensaciones económicas, como los diez millones de dólares pagados por el territorio de la Mesilla.
Legalidad vs. justicia: la migración y la frontera
La imagen también interpela el debate entre legalidad y justicia en el contexto migratorio. La frontera actual es resultado de esos tratados, pero durante décadas, la movilidad entre ambos lados fue fluida y la frontera, en muchos sentidos, “porosa”. La construcción del concepto de “ilegalidad” migratoria es relativamente reciente, consolidándose en el siglo XX con leyes como la Immigration Act de 1891 y la creación de la Patrulla Fronteriza en 1924, que institucionalizaron la criminalización de la migración irregular.
Desmitificando la narrativa romántica
Es fundamental señalar que la narrativa de “tierra robada” tiene elementos de verdad histórica, pero también simplificaciones. Los tratados fueron legales, aunque desiguales y forzados por la coyuntura bélica y política. La integración de los territorios cedidos a Estados Unidos fue compleja: muchos mexicanos que permanecieron allí sufrieron discriminación, pérdida de derechos y desplazamiento, pero también contribuyeron decisivamente a la construcción económica y cultural del suroeste estadounidense.
Por otro lado, la migración mexicana a Estados Unidos ha respondido no solo a factores históricos, sino también a dinámicas económicas, políticas y sociales contemporáneas, como la demanda de mano de obra, las asimetrías económicas y las políticas migratorias restrictivas que han forzado a millones a la irregularidad.
Orgullo, pertenencia y resignificación
A pesar del despojo y las adversidades, el sentido de pertenencia y orgullo nacional mexicano se mantiene fuerte, tanto en México como en la diáspora. La imagen, entonces, no solo denuncia una injusticia histórica, sino que resignifica la identidad mexicana en el contexto transfronterizo: ser mexicano en “tierra robada” es un acto de resistencia, de memoria y de reivindicación.
Técnicamente, no hubo un “robo” en el sentido estricto del derecho internacional de la época: la cesión de más de la mitad del territorio mexicano a Estados Unidos se formalizó mediante el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848 y, posteriormente, la Venta de la Mesilla en 1853, ambos acuerdos ratificados por los congresos de ambos países y acompañados de compensaciones económicas.
Sin embargo, estos tratados se firmaron bajo condiciones de ocupación militar y presión, tras una guerra iniciada por el expansionismo estadounidense y la invasión de territorio mexicano. México, exhausto y dividido, tuvo que aceptar términos muy desventajosos para poner fin al conflicto. La indemnización pagada por Estados Unidos (15 millones de dólares por la cesión principal, 10 millones por la Mesilla) fue considerada insuficiente frente al valor y la extensión del territorio perdido.
Por eso, aunque legalmente fue una “cesión”, en el imaginario nacional y en la memoria histórica mexicana se percibe como un despojo forzado, un agravio, sintetizado en la frase “tierra robada”. El sentimiento de injusticia proviene de la desigualdad de fuerzas y la coacción implícita en la negociación, más que de la ausencia de formalidad legal.
En resumen:
- No fue un robo en términos jurídicos estrictos, porque hubo tratados y pagos reconocidos internacionalmente.
- Fue un despojo en términos históricos y morales, porque México perdió la mitad de su territorio bajo presión militar y en condiciones de debilidad extrema.
- Lo que hubo fue una cesión forzada, legal pero profundamente injusta y desventajosa para México, lo que alimenta hasta hoy el sentimiento de agravio nacional.
Así, la frase “tierra robada” expresa una verdad emocional y política, aunque los hechos se encuadran en la legalidad internacional de la época. La historia, por tanto, es más compleja que una simple dicotomía entre robo o venta: fue una cesión legal bajo coacción, que la memoria colectiva resignifica como despojo.
Con informacion: Memoria Politica/ National Archives/ElSevier

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