Rosa nació en San Fernando, Tamaulipas, una población “que era bien tranquila, libre, con agricultura, pesca, ganadería, una ciudad bonita, con la playa y el golfo de México pegado”, recordó la entrevistada. Y fue así, “hasta que en 2010 empezó la guerra, y comenzaron a matar gente y a llevársela”.
En esta guerra, librada entre grupos del crimen organizado, así como con las fuerzas de Seguridad Pública, Rosa perdió a su madre, a su padre, a un hermano, a su esposo. A su hija se la llevaron, por la fuerza, y desde entonces la busca.
“Nosotros éramos comerciantes –narró Rosa–. Yo era conocida como emprendedora, como gente de trabajo y tenía mi negocio de tenis y ropa en el centro del pueblo… Todo iba bien hasta que comenzó la división de los cárteles del narcotráfico en Tamaulipas, en el año 2010: se separaron Los Zetas y el Cártel del Golfo, y fueron Los Zetas los que se quedaron con San Fernando y comenzaron a destruirlo.”
Luego de un año de enfrentamientos “de película” entre ambos grupos criminales, ya con el territorio de San Fernando en su control, señaló Rosa, “esos hombres empezaron a matar y a llevarse a la gente, a mucha gente… En nuestro caso, primero fueron a la casa de mi hermano, a finales de 2010, para decirle que querían su trascabo, pero mi hermano se negó, porque era su medio de vida y los hombres se llevaron el trascabo y se llevaron a mi hermano”.
Nunca más se supo de él.
Meses después, ya en el año 2011, “mi papá murió por la enfermedad que le provocó que no apareciera mi hermano. Y luego, por todo eso, a mediados de abril de 2012, mi mamá también se puso mala de salud, y mi hermana, enferma de cáncer de pecho, la llevó en su carro a Ciudad Victoria. Pero en el camino, los criminales las pararon para robarles el vehículo”.
Ambas fueron obligadas a descender. La madre fue asesinada de un cachazo en la nuca y la hermana fue golpeada hasta que Los Zetas la dieron por muerta.
Luego se llevaron el auto. Y menos de un mes después “vinieron por nosotras”.
El 12 de mayo de 2012, recordó Rosa, “yo estaba en mi negocio, con mi hija Dulce Yamellí González (de 21 años de edad en ese momento) cuando entraron dos chavos y me pidieron ver unos tenis; yo se los mostré y luego de verlos se fueron, pero así como salieron de mi negocio, una camioneta se paró enfrente, y los dos jóvenes entraron de nuevo, y uno me agarró a mí, y otro agarró a mi hija”.
Mientras Rosa hablaba para la entrevista, su mano izquierda temblaba. Por dentro de la piel, explicó, una placa metálica sostiene los huesos en su lugar, aunque la extremidad está prácticamente inmobilizada, y lleva la piel tachonada de cicatrices.
“Me las dejó el sujeto que me agarró a mí, que me empezó a picar y a hacer cortadas con algo, pero yo no sentí, porque yo lo que intentaba en ese momento era defender a mi hija”.
Dulce fue golpeada con la cacha de un arma larga en el estómago, y sacada del local. Rosa fue inmovilizada, maniatada y su cráneo entero fue vendado, para impedirle no sólo ver, sino hablar, y también puesta a bordo de la camioneta.
Luego, el negocio entero fue saqueado.
Rosa fue conducida a una casa desvencijada fuera de San Fernando, vigilada por “un huerquillo” que cayó inconsciente luego de varias horas de drogarse, lo que aprovechó para desamarrarse y huir.
“Yo busco a mi hija y veo que no está en la casa –recordó Rosa– y salgo y veo un monte y subo a buscarla, aunque no traía zapatos, y caminé no sé cuánto tiempo por el monte.”
Para ese momento, los familiares de Rosa y Dulce habían ya pagado la mitad del dinero exigido por sus secuestradores a cambio de su vida, y la otra mitad se pagó al día siguiente, aunque Rosa había escapado.
“Se pagó el dinero, y luego volvieron a llamar, y pidieron una nueva cantidad, a mi esposo le pusieron al teléfono a Dulce, para que ella le dijera que ya no aguantaba más, que pagáramos, y pagamos.”
Cuando el padre de Dulce acudió al punto donde fue citado para entregar ese último monto, fue golpeado y arrojado a una nopalera.
“En el bolsillo de su camisa le pusieron un paquetito de plástico, y le dijeron que le iban a entregar a mi hija en una gasolinería, y que debía presentarles eso que le habían metido en el bolsillo: era un camaleón, vivo.”
El padre de Dulce acudió con el camaleón a la gasolinería, pero los captores de Dulce nunca llegaron.
“Mi esposo mantuvo vivo ese camaleón durante mucho tiempo, para tenerlo ahí para cuando nos regresaran a nuestra hija, hasta que él mismo murió, de depresión, el 10 de agosto de 2016. Nunca dejó de buscarla, y horas antes de morir, me pidió que no dejara de buscarla, y sigo buscándola.”
Por el rapto y desaparición de Dulce, su madre interpuso primero la denuncia ante la sede de la Procuraduría de Justicia de Tamaulipas en el municipio de San Fernando, “pero luego los criminales incendiaron esas instalaciones, y todos los expedientes se perdieron”, por lo que debió iniciar nuevamente todo el trámite.
La investigación, sin embargo, la ha realizado ella: “Si yo no hago la búsqueda, las autoridades no buscan a mi hija… me tuve que convertir en rastreadora de campo, me meto al monte a sacar coordenadas, a excavar, a sacar cuerpos”.
Muestra, como prueba de su dicho, las imágenes que recaba con su teléfono y que luego usa la autoridad para identificar esos puntos y oficialmente anunciar el hallazgo.
“No sé cuántos cuerpos he encontrado –dijo, con pesar–, son muchos, no se puede calcular porque no sólo he encontrado cuerpos completos, sino también muchas ‘partículas’ (fragmentos de restos humanos)”.
Sola, o en compañía de otros familiares de personas desaparecidas, Rosa ha recorrido los montes de San Fernando y cuando encuentra algo, ella misma es la guía para llevar hasta esos sitios a los peritos oficiales que recuperan los restos.
En noviembre de 2017, recordó, en una de esas recuperaciones, “me rafaguearon… habíamos entrado a una noria, en donde había cuerpos, y empezaron a dispararnos, y de ahí me sacaron los agentes a rastras, toda golpeada, pero protegiéndome, para que no me fuera a dar una bala”.
Desde entonces, una de sus piernas quedó lesionada, lo que no la detiene.
“Yo entro a todos los lugares de San Fernando, y he buscado desde Matamoros hasta Altamira”, además de haberse sumado a los esfuerzos de búsqueda de colectivos de familias de desaparecidos, en otros puntos del país.
“Yo busco a mi hija, y a los hijos de todas mis hermanas de dolor, de todas las madres que estamos muertas en vida. Mi hija, es una muchachita maravillosa. Había suspendido seis meses sus estudios, para ayudarme en el trabajo, cuando se la llevaron. Y no tengo palabras para describirla, su nombre la describe perfectamente…”.
Este 17 de agosto, Dulce cumple 28 años.
fuente.-
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