Confrontado con un sector del gran capital, sometido por sus opositores a campañas sucias desde hace meses, sin una relación tersa con las Fuerzas Armadas y en un contexto internacional complejo por la narrativa antimexicana de Donald Trump, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tendrá la tarea colosal de hacer aterrizar sus propuestas y cumplir con las expectativas de cambio que generó entre quienes votaron por él.
Al mismo tiempo, evitar conflictos con los aliados que lo acompañaron en el triunfo, algunos de los cuales no comparten puntos de vista en temas educativos y de salud. De acuerdo con asesores de AMLO, los “focos rojos” para el tabasqueño serán la economía –mantener estables los mercados– y la seguridad.
Con una suma contradictoria en perfiles y propuestas, Andrés Manuel López Obrador llegó a su tercer intento por alcanzar la Presidencia de la República y, haciendo gala de pragmatismo, consiguió –incluso confrontado con un sector del más poderoso e influyente empresariado– lo que en el pasado parecía imposible: ganar.
Y lo hizo de manera arrolladora, con 53% de los votos, según el conteo rápido dado a conocer por el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova.
Una elección de récords: con la más alta participación ciudadana, estimada en 63%, López Obrador superó todos los registros, al menos desde 1988, última elección organizada por el gobierno en tiempos de la hegemonía priista, mientras sus adversarios alcanzaban otra marca: la votación más baja desde 1988 para sus formaciones políticas: Ricardo Anaya con menos de 23% y el abanderado del PRI –con sus aliados Panal y PVEM–, José Antonio Meade, con poco más de 16%.
Incuestionable, la victoria fue reconocida poco después de las 20:00 horas por Meade. Le siguió Anaya y finalmente el presidente Enrique Peña Nieto, hacia las 23:00 horas. Para entonces López Obrador ya había recibido el reconocimiento y la felicitación de diferentes mandatarios globales, entre ellos el estadunidense Donald Trump.
A la cabeza de una coalición que ya no incluyó al PRD ni a Movimiento Ciudadano –que lo impulsaron en las pasadas contiendas y que ahora se aliaron con el PAN–, llegó a las elecciones de este año con el conservador Partido Encuentro Social (PES), el Partido del Trabajo (PT) y su plataforma partidista: Morena.
Morena y el PES, formaciones políticas registradas apenas en 2014 y con una sola elección federal previa a los comicios de este domingo 1, y el siempre minoritario PT, integraron la coalición Juntos Haremos Historia, en la cual admitieron a políticos procedentes del PRI, PAN y PRD, o celebridades del ámbito deportivo y de la farándula, para volverse altamente competitivos en cargos locales y de representación legislativa, mientras López Obrador crecía en aprobación e intención de voto.
AMLO sumó perfiles escasamente relacionados con la izquierda histórica, e incluso reciclados de gobiernos priistas, para ofrecer un gabinete que –proclive el tabasqueño a las reivindicaciones históricas– equiparó con el de Benito Juárez.
Así se presentó a la contienda, enarbolando un ambicioso programa de cambios que obliga a la duda sobre su realización, sobre la idoneidad de los perfiles que lo acompañan en el gabinete y en el ámbito legislativo y sobre los márgenes de maniobra tanto por el marco jurídico como por la presión de grupos de poder con los que llega conflictuado.
Los “focos rojos”
La preocupación inmediata del equipo de López Obrador es lo que considera un largo periodo de transición.
Para Marcelo Ebrard, uno de los políticos más influyentes en el entorno del fundador de Morena, la prioridad es garantizar que los mercados se mantengan tranquilos; organizar la gobernabilidad que, precisamente por los cinco meses que dura la transición, es un “foco rojo”, y las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con el gobierno estadunidense.
Sucesor de López Obrador en la jefatura de gobierno y hoy uno de sus estrategas, en entrevista con Proceso, Ebrard insiste en enviar señales de tranquilidad, incluso en torno al tema que marcó la campaña: el involucramiento de un sector de la cúpula empresarial que promovió un frente contra el tabasqueño y llamó a votar en su contra.
Desde las alianzas encabezadas por el PRI y por el PAN, las críticas a lo largo de la campaña se centraron en acusarlo de proponer un retroceso en el modelo económico, de tener “ideas viejas” y, más explícitamente, de conducir al país a una “venezolización” económica.
Los señalamientos son los mismos desde 2006, cuando se le comparó con el extinto Hugo Chávez, y hasta septiembre pasado, cuando el presidente Peña Nieto le imputó el mismo perfil antes de iniciar el proceso electoral. Luego, las campañas se centraron en reciclar el eslogan “un peligro para México”, incluso en la orquestada por empresarios en comunicaciones a sus accionistas, clientes, proveedores y empleados.
–¿Hay posibilidades de que esa animosidad de un sector de la cúpula empresarial sea un riesgo económico?
–No lo veo así, porque el mercado ya descontó eso. La apuesta estratégica (de la cúpula antiobradorista) fue movilizar el argumento de Venezuela que ha usado la derecha en toda América Latina, y con eso calentar los ánimos de oposición, por parte de la gran coalición conservadora de México. Pero no funcionó por dos razones: porque ya lo han usado varias veces y se desgastó, y porque Andrés no ha dado ningún motivo para suponer que sea así.
En su perspectiva, lo que llama “la coalición conservadora” esperará a ver qué pasos da la nueva administración, se atrincherará en las cámaras de Diputados y Senadores, intentando cohesionar su presencia, y esperará a ver qué plantea el gobierno y qué iniciativas emprende.
Por conducto de Alfonso Romo, el equipo de AMLO ha intentado tender puentes con el Consejo Mexicano de Negocios (CMN), y para Ebrard, es claro que algunos de ellos hicieron todo lo posible para evitar el triunfo del tabasqueño.
–¿Serán los magnates un problema en la transición y el arranque del gobierno?
–No lo creo, porque la alianza o coalición de cámaras empresariales nunca abarcó lo mismo que las veces anteriores (2006 y 2012). Esta vez nunca hubo un frente completo. Fue principalmente en el CMN y el Consejo Coordinador Empresarial –que está muy vinculado con el gobierno–, pero la Coparmex no estuvo en la fiesta.
“Y quizás otro dato que convendría tener presente es que en marzo Andrés Manuel había visto a más de 12 mil empresarios en todos los estados, a esos que nunca invitan a las reuniones de la cúpula ni mucho menos todos importantes a nivel estatal. Hubo un diálogo muy importante con muchas empresas.”
Asegura que no hay diferencias graves con el Proyecto 18 que en el empresariado sean definitivas, pues considera que hay propuestas que en general les resultan atractivas.
“La transición mexicana es muy larga y necesitas garantizar que los mercados estén tranquilos. No vamos a tener dificultades en ese frente pues creo que hay mucho que ya se ha hecho, pero estimo que es un tema central.”
El otro “foco rojo” que Ebrard identifica es la relación con el gobierno de Donald Trump. López Obrador planteó en campaña acompañar a Peña Nieto hasta el final del sexenio para hacer frente a los excesos del mandatario estadunidense.
Al respecto, Ebrard confía: “Así nos tocó y podemos coordinar las acciones, porque está de por medio el interés nacional, ahora sí, claramente… siempre lo ha estado pero es una transición y los gobiernos entrante y saliente tienen que actuar con responsabilidad. Supongo que eso va a ocurrir. No veo signos de que no sea así”.
La pacificación, “reto mayúsculo”
De validarse su victoria en las próximas semanas, AMLO recibirá un país con un alto índice de violencia. Sus propuestas, polémicas o ambiguas en muchos sentidos y blanco de las contracampañas de sus opositores –como la referida a la amnistía– provocaron señales de animadversión de parte de altos mandos de las Fuerzas Armadas.
El 3 de diciembre, aún sin ser precandidato, López Obrador enunció una posible amnistía como una de las soluciones para la pacificación del país. Al día siguiente, los secretarios de la Defensa, Salvador Cienfuegos, y de Marina, Francisco Vidal Soberón, descalificaron el planteamiento; el primero lo consideró un “gravísimo error”, y el segundo lo calificó de “simplista”.
A partir de entonces hubo otros momentos de tensión; Cienfuegos volvería a la carga en mayo, al criticar la propuesta de AMLO de trasladar el nuevo aeropuerto a la base militar de Santa Lucía. No obstante, el tabasqueño prefirió evitar polémicas con el secretario de la Defensa.
Explica Ebrard: “Creo que esencialmente, tanto el Ejército como la Marina serán institucionales en la transición. Y seguramente con la renovación de mandos vendrá otra etapa. Lo que decía Andrés Manuel es que era necesario evitar que las Fuerzas Armadas se involucren demasiado en los procesos político-electorales, por su propio bien. Yo creo que eso piensan la mayoría de los militares y marinos, y no veo ningún problema ahí”.
El exjefe de Gobierno de la Ciudad de México acepta que la intención de pacificar el país no será fácil: “la verdad, estamos en una especie de guerra y el reto es mayúsculo”.
Alianzas y gobernabilidad
Este año la coalición que impulsó a López Obrador fue variopinta e incluso contradictoria, a diferencia de las anteriores dos postulaciones.
Si bien Morena y el PT tienen rasgos comunes en sus plataformas, hay marcadas diferencias con el PES, principalmente por el talante conservador de éste en las agendas relacionadas con equidad de género y derechos sexuales y reproductivos, con las que se ponen en juego políticas de educación y salud.
Además, la importación de exmilitantes del PRI, PAN y PRD plantea incógnitas sobre lo que ocurrirá en los próximos años.
Tatiana Clouthier, coordinadora de campaña, hija del extinto candidato presidencial panista Manuel Clouthier, y quien militó en el PAN hasta 2005, admite que esta mescolanza es compleja:
“Una de las cosas fundamentales es quiénes se sumaron, cómo y para qué. Pero todos lo hicieron muy claros de cuál es el proyecto, que ya estaba establecido. Unos se sumaron porque están cansados de lo que ven, y otros porque no les dieron candidaturas en el otro lado o porque creen que es el momento de generar un cambio. Hay muchos motivos y es complicado.”
Los viejos grupos de izquierda que apoyaban a López Obrador fueron reemplazados por nuevos miembros con sus respectivas candidaturas.
Pero Tatiana Clouthier tiene otra perspectiva: considera que la izquierda sigue con el tabasqueño. Sin embargo, explica que en una coalición hay acuerdos mínimos en los que es preferible confiar antes que pasar a los puntos de disenso, pues “lo que importa ahorita, para hacer caminar al país, es en qué coincidimos, no en qué nos dividimos”.
En cualquier caso, acepta que con esta elección hay una reconfiguración de la vida pública, económica y social.
Clouthier se refiere también a la gobernabilidad en el periodo de transición: “Peña Nieto no tiene poder y tiene un porcentaje bajísimo de aceptación. Ante eso, y en este abismo temporal, será un momento difícil; hay retos importantes, como lograr que no tiren la toalla quienes están gobernando ahorita.
“Por otra parte, no se sabe cómo van a decidirse los espacios, especialmente en la Fiscalía General de la República.”
–¿Hay riesgo de madruguetes, como pasó con los decretos del agua?
–Me parecería muy delicado, pero aquí no sabes qué puede pasar. En el Legislativo, creo que pueden pasar cosas y que en eso hay que estar alertas, especialmente en la Comisión Permanente, que puede citar después del proceso electoral, y tomar acciones. Pero ahí no hay mucho qué hacer.
El radical anticorrupción
A partir del 5 de mayo López Obrador incluyó un elemento discursivo en sus mensajes: “Voto parejo, nada de voto cruzado”, llamaba a los asistentes a sus mítines de campaña.
Aún indefinidas las condiciones en que se configurará el Congreso de la Unión, el tabasqueño llegará a la Presidencia con la mayoría de los gobernadores siendo de oposición, con congresos locales –indispensables, por ejemplo, para las reformas constitucionales– adversos y un amplísimo aparato burocrático del que no podrá prescindir.
Sin embargo, su apuesta central desde siempre, y uno de los principales atractivos de su campaña, fue erradicar la corrupción: “Arrancarla de raíz”, decía. Un asunto central, porque en los recursos que no se pierdan por la corrupción cifra su ambicioso plan de desarrollo, apostando, al menos en el discurso, a un solo factor: su ejemplo personal.
Propuesta como próxima secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval se muestra optimista, pues asegura que todos los sectores están dispuestos a combatir la corrupción.
Defiende la idea del “ejemplo” de López Obrador como un asunto de voluntad política, ya que a su juicio el problema no se resolverá sólo con soluciones tecnológicas, normativas o burocráticas.
“Lo que ofrece Andrés Manuel es voluntad –no voluntarismo– en compromiso y en ejemplo. Creo que eso es muy profundo. Los medios, los observadores internacionales, no lo entienden al cien por ciento, pero nosotros estamos viendo los fracasos de una implementación sin ejemplo, sin voluntad política, burocrático-administrativa, sin comprensión cultural y sin una política radical.”
Según Sandoval, debe comprenderse que la corrupción es piramidal, estructural, en un sistema donde no todos quieren ser corruptos pero hay coerción, camarillas, clientelismos, corporativismos. De ahí la metáfora de barrer las escaleras de arriba para abajo, explica.
Crítica del nuevo Sistema Nacional Anticorrupción, la académica afirma que lo utilizarán, aunque apunta a una deficiencia que se relaciona con no abarcar la materia electoral, cuando, sostiene, es claro que la corrupción es para los fraudes electorales y no sólo para el enriquecimiento.
–Dice López Obrador que financiará la agenda de cambios erradicando la corrupción, pero, ¿de verdad lo tienen medido?
–Los datos están ahí, los han dado investigadores de la sociedad civil, del CIDE (el Centro de Investigación y Docencia Económicas), que han hecho mediciones, y nuestro aproximado es obviamente con base en estas y otras mediciones –responde, sin puntualizar la viabilidad.
A pregunta de corresponsales extranjeros –que encuentran llamativa esa afirmación– el 21 de junio López Obrador expuso, como en otras ocasiones, que su ejemplo es suficiente para erradicar la corrupción, porque México es un país presidencialista.
Paradójicamente, el propósito de erradicar la corrupción, explicado por Marcelo Ebrard, es acotar el presidencialismo: “Ya en diciembre se tienen que implementar los cambios que se ofrecieron; esencialmente el tema de la corrupción: impedir que siga siendo el modus operandi en México, que no es fácil, pero lo queremos sacar adelante y quitarle a la Presidencia los rasgos de ‘imperial’ que hasta ahora tiene”.
fuente.-
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