Esta es la historia de un herrero anónimo de Saltillo que da
vida a lo que alguna vez sirvió para matar. Un hombre de armas tomar, si de
enviar un mensaje de paz se trata.
Aquí el arte después de matar.
El 44 Magnum
es para matar elefantes. Es súper poderoso, mata elefantes o animales que
tienen gruesa la piel. Recuerdo que alguien me dijo, mientras contemplo
una escultura del escudo del Heroico Colegio Militar que está montada sobre una
jardinera, afuera de las oficinas de la comandancia de la Sexta Zona Militar,
en la colonia Bellavista.
La escultura
es dorada y no está hecha con materiales corrientes, está formada con pedazos
de armas de fuego: revolver, pistolas, escopetas, fusiles, subfusiles,
carabinas, que la gente llevó a canjear por dinero el año pasado a los módulos
instalados por el Ejército en los principales municipios de Coahuila.
Es una
escultura hecha con pedazos de historias que la gente no está obligada a contar
cuando llega a un puesto para entregar voluntariamente sus armas.
Este es el
cilindro de un revólver, aquí el cerrojo de un fusil, esto es parte de una
pistola, este es un mecanismo de disparo de otro fusil, este es un cañón de AR
– 15, arma de alto poder, automática, es decir, que mientras esté presionado el
disparador y abastecida el arma puede consumir todas las balas que estén en el
cargador.
Esto es parte
de una escopeta, donde van alojados los cartuchos; aquí un mecanismo de disparo
de un rifle de alto poder, normalmente utilizado por los cazadores, los que se
dedican al deporte de tiro; aquello es parte de una pistola calibre 45, un arma
de uso exclusivo del Ejército; este es el cañón de un AK – 47, otro fusil de
alto poder.
Está diciendo
un soldado, diré que Capitán Segundo de Materiales y Guerra, en los patios de
la Sexta Zona amurallados con murallas verde militar.
De repente
vuelvo a recordar que alguien me dijo que el 44 Magnum es para matar elefantes,
que es súper poderoso, mata elefantes o animales de piel gruesa.
No quiero ni
imaginar lo que un 44 Magnum haría en un blanco humano.
De vez en
cuando llega uno a los módulos de canje de armas, es extraordinario, pero
llega.
Aunque pienso que vistas
así, desmembradas, fundidas en la escultura del escudo del Heroico Colegio
Militar, las armas son verdaderamente inofensivas, inocuas, pedazos de
historias que esta vez la gente no se permitió contar.
El herrero que quiso
tocar la luna
Sigo parado
delante de la escultura dorada del Heroico Colegio Militar, yunque forjador de
hombres de guerra, dirá el Teniente Coronel subjefe del Estado Mayor de la
Sexta Zona Militar, pensando que jamás vi tantas armas juntas, ni de juguete,
un arsenal.
Le pregunto
al herrero que está conmigo, el herrero que hizo esta escultura, la del Heroico
Colegio Militar, que si en su vida había visto tal cantidad de armas y dice que
no, que no, que no, es más ni le gustan.
Después, otra
mañana en la sala de su casa, el herrero dirá que él es un soñador, un eterno
buscador de la paz, que quiere alcanzar la paz interior, dirá, la estabilidad
emocional y decirle a la gente que sí se puede.
Le llamaré
nada más “el herrero”, porque eso es: un herrero y porque un alto funcionario
militar me recomendado no revelar su nombre.
Que tal si un
día los malandros se dan cuenta de que él es el que hace las figuritas con las
armas recogidas por los solados en los canjes: “¿ah tú eres el que haces las
figuritas?”, van y balean su casa o a nosotros el carro, me dijo el militar
aquel, voz de trueno, gesto duro y mirada como de fiera, un mediodía en su
despacho de la Sexta Zona.
Sólo diré que
el herrero es delgado, moreno, de estatura mediana, pelo entrecano, rostro
afable, manos toscas y gruesas, “son de trabajo”, dirá, habla poco y bajito,
tiene 55 años y es un soñador.
Tanto que de
chico el herrero pensaba, me contará aquella mañana en su casa, que podía
agarrar la luna con las manos.. Pensaba que subiéndose arriba de los techos la
iba a agarrar y se subía. No pudo.
Se hizo
soldador desde hace 30 años, soldador, herrero, no escultor, aclara, él no es
escultor, no se cree escultor, es herrero, soldador, pero le gustó hacer
el escudo del Heroico Colegio Militar, sentir que estaba haciendo algo
bueno.
Antes hubo
que armarse de paciencia, gusto para darle vida a unos fierros, alma,
dice.
No es
cuestión nada más de poner o acomodar, sino de dejar parte de uno, del
alma.
Necesitas
meterle algo de ti, un pedazo, tu espíritu, lo que tú sientes.
Si no, no
significa nada, dice el herrero.
“La escultura
está hablando de ti, de tus emociones, pones un pedazo y al transcurso del día
te das cuenta de cómo viviste tus emociones sobre esas piezas, cómo las
pusiste, cómo las colocaste, cómo fuiste dándole forma, verdaderamente son tus
emociones. Ahí plasmo mis emociones, mi forma de ser, mi forma de ver la vida.
Yo no sé de escultura”, dice.
Con los días
sabré que al herrero le gusta leer, un rato, todas las noches cuando llega de
trabajar.
“Esto es lo
que quiero alcanzar”, dirá la mañana que lo visito en su casa y me alargará un
libro de Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, que ha leído y releído
muchas veces, dirá, sorbiendo café de un termo rojo metálico.
Al herrero le
gusta tomar café en su termo rojo metálico, unos seis termos rojo metálico,
cuando está descansando.
A primera
vista el herrero parece un hombre tranquilo.
No grita, no
manotea ni maldice, anda buscando la paz.
Y yo me
pregunto cómo un ser tan espiritual, tan dado a la filosofía, pueda trabajar
manipulando armas, pedazos de armas, y formar una escultura con pedazos de
armas, que en otro tiempo fueron disparadas, que mataron, quizá, que segaron
vidas, de animales, de gentes, tal vez.
El 44 Magnum,
por ejemplo, es para matar elefantes.
Es súper
poderoso, mata elefantes o animales que tienen gruesa la piel.
De vez en
cuando llega uno a los módulos de canje de armas, es extraordinario, pero
llega.
Una mañana
brumosa en los patios de la Sexta Zona Militar veo al herrero martillando una
pieza de metal, sobre una mesa en la que descansa una silueta hecha con
varillas de lo que antes fueron cañones de escopetas o fusiles de alto poder:
un AR -15, un AK – 47, el arma distintiva del narco.
Es la figura,
dice el herrero, de un caballero águila, el emblema de la Escuela Superior de
Guerra, donde los soldados se gradúan de licenciados en administración
militar.
Este es el
plumaje, el arete, la careta, tal y como se vestía el caballero águila de
tiempos de los guerreros aztecas, está diciendo uno de los soldados que nos
acompaña, diré solamente que es Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de
la Sexta Zona Militar en Saltillo.
En la mesa
donde está trabajando el herrero hay también pedazos de pistolas y revólveres
como formaditos en fila, esperando turno para ser pasados por el martillo y el
cincel del herrero.
La receta
para realizar una escultura de este estilo va de que los militares le dan al
herrero una hoja con el dibujo del logotipo o símbolo del Heroico Colegio
Militar, de un caballero águila o de… no sé.
El herrero
toma los pedazos de varillas que antaño fueron cañones de armas de fuego, las
dobla, las solda y va formando con ellas el contorno o silueta del escudo, como
quien dice el molde de la escultura.
Luego va
poniendo y soldando los pedazos de armas, el cilindro de un revólver, el
cerrojo de un fusil, un mecanismo de disparo de otro rifle, la parte de una
escopeta donde van alojados los cartuchos, siguiendo la silueta, cortando un
poquito aquí y allá, cuidando que las armas no pierdan su esencia, su esencia,
dice el herrero, y así, hasta que sale un escudo de un caballero águila o sale
el emblema del Heroico Colegio Militar.
El escudo del
Heroico Colegio Militar son dos cañones que atraviesan un canasto.
Los dos
cañones significan la fuerza, la energía y el poder del Heroico Colegio
Militar.
La cesta
significa la cohesión que existe entre todos los miembros del Ejército.
Arriba hay un
pebetero del que sale una llama que es la luz que ilumina a esta institución.
Los cinco
rayos que salen de la llama representan cada una de las armas y servicios del
Heroico Colegio Militar.
Toda,
absolutamente toda la escultura está hecha con pedacería de armas recolectadas
en los módulos de canje, nada más.
Al herrero le
basta sólo un esmeril, un cincel, un martillo y una máquina de soldar.
“Esta
representación significa el fruto de un esfuerzo de la Secretaría de la Defensa
Nacional para lograr la paz en el estado de Coahuila y evitar muchos accidentes
y tragedias que ocurren con el uso indiscriminado de las armas. Para nosotros
es símbolo de satisfacción, materializado en esta escultura”.
Oigo que está
diciendo el Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona
Militar.
Tres mil 500 pesos paga
Sedena por las mejores armas. La mayoría son valuadas en el Centro de Canje por
mil 500 pesos.
Lo primero que hace el
Ejército cuando las armas llegan al centro de canje es desarmarlas y
destruirlas.
La fantasía
Es otro día
soleado en el módulo de canje de armas instalado en la explanada de la
municipalidad.
Bajo un toldo
blanco, sobre una mesa, blanca, estoy mirando una pistola 25 y un rifle calibre
22, parece que están descompuestos.
Varios
militares montan guardia alrededor del área, todos cargando al hombro unos
fusiles enormes que nomás verlos siento escozor.
“Las armas
las carga el diablo“, pienso en voz alta y uno de los oficiales que me ha
escuchado, diré que es el sargento a cargo del puesto, voltea y dice que ellos
cargan armas, pero que no son el diablo.
Un civil
abogado, veintialgo de años, delgado, blanquito, gafas y copete, el responsable
de valuar las armas, llevar la estadística y extender el vale a los donantes
para que lo cambien por dinero, mil 500 ó 3 mil 500 pesos, dependiendo de la
clase y el estado operativo del arma, está diciendo que lo que más ha llegado a
este módulo son pistolas calibre 25 y rifles 22, pero que a veces traen una
submetralleta 9 milímetros, un 44 Magnum, de esos que sirven para matar
elefantes o animales de piel gruesa, y de vez en cuando un 306 para cacería, de
alto poder, que mata venados a larga distancia.
A diferencia
del herrero de esta historia, al abogado le gustan las armas, su hermano es
cazador, practica tiro al blanco, y él desde chico ha visto armas.
El sargento,
un hombre bajo, moreno, de gesto más bien bonachón, está diciendo que cuando
alguien trae un arma al módulo de canje a ellos, como representantes de la
Sedena, les toca elaborar dos documentos: uno denominado acta de donación de
arma de fuego y una ficha de registro de armamento donde ponen las
características, tipo, matrícula y modelo de las armas.
El abogado
señala en la mesa una pistola escuadra calibre 22, modelo mexicano, con
cargador y en buen estado de uso.
Son las
permitidas por la ley, dice.
Junto a ella
hay un escuadra calibre 9 milímetros, de uso exclusivo del Ejército, no
registrable; una 38 especial y un revólver 22 - LR, de esos que algunas mujeres
llevan en el liguero o la cartera y que son muy peligrosos, porque no tienen la
protección del gatillo y se pueden accionar fácilmente estando guardadas en la
bolsa o monedero.
El sargento
recoge las armas y empieza desarmarlas, con un desarmador, en una mesa contigua
donde hay una sierra.
Más tarde
miro al sargento metido en un mandil, unos guantes y un casco protector,
cortando las armas con la sierra que echa lumbre y hace un ruido
estridente.
Una vez
destruidas, las armas, los pedazos de armas, son guardados en una caja color
verde militar para, en cuanto termine la jornada, llevarlos a la Sexta Zona
Militar donde serán trasformados en esculturas, obras de arte: un escudo del
Heroico Colegio Militar, un caballero águila.
Con los días
el sargento de rostro bonachón, confesará que de chico solía pedir a Santo Clos
le trajera para Navidad una pistola o un rifle de juguete.
Su deseo
nunca se cumplió.
Y ahora que
tiene uno, dice riendo, no lo quiere cargar, se cansa..
Al mismo
tiempo, pero en otro lugar, el herrero de esta historia todavía jugaba con
ruadas, alambres, valeros, trompos...
Había crecido
en el barrio bravo de Santa Anita, sin padre, con cuatro hermanos y una madre
que luchó sola para levantarlos.
Entonces el
herrero pensaba que podía agarrar la luna con las manos, pensaba que subiéndose
arriba de los techos la iba a agarrar y se subía. No pudo.
Estudiaba la
primaria en el Colegio Carlos Pereira y por las tardes se iba con los plebes
del barrio a echar una cascarita.
Al herrero le
gustaba el futbol.
Le calle de
Félix U. Gómez era entonces un basurero y Santa Anita un hervidero de casas de
adobe y cantera, dice el herrero cuando le pido que me pinte algunas escenas
del barrio de su infancia.
Era un barrio
bravo, bravo y si no te gustaban los golpes, el herrero es amante de la paz,
tenías que ser inteligente para buscar una salida.
“A lo mejor
el problema es con uno mismo, se da uno cuenta que no hay enemigo, que su
enemigo es uno mismo, la pelea es con uno mismo, no con los demás”, filosofa.
Nunca fue
bueno pa la escuela y cuando acabó sexto ya no quiso saber más nada, no
quiso.
Al herrero le
rogaron, mucho, para que siguiera una carrera, pero no quiso, era rebelde el
herrero y andaba distraído.
Había
acumulado demasiadas dudas existenciales y pocas respuestas..
“Fue difícil
porque es una transición, un cambio, yo me pongo a pensar ahorita y fue un
cambio muy brusco porque fueron los años setentas y había cambios de forma de
pensar y de sentir.
“Un cambio de
época que realmente te rebelas, entras en una revolución contigo mismo y es
difícil, a lo mejor a otra gente se le hizo más fácil, pero a mí se me hizo
difícil, conmigo mismo, conmigo mismo”, suelta.
Era la época
del rock and roll y de los pantalones pata de elefante.
El herrero
trabajaba de pintor, de albañil, de lo que saliera, de lo que cayera y leía,
leía con voracidad periódicos y libros, “100 años de soledad”, de García
Márquez.
“Ese libro
tiene una forma de atraparte… tan sutil que ni te das cuenta”.
Se casó
cuando tenía 17, con una hembrita de 17, y procreó cinco hijos, cuatro mujeres,
un hombre.
Ya es abuelo
de cuatro nietos, dice.
La historia
del herrero es una historia sencilla. Su vida no ha sido muy complicada, no ha
sido muy tormentosa, dice.
El olor al
adobe, al café, al chocolate en casa de sus abuelos son momentos que
todavía guarda en su cerebro.
Pero en
realidad, dice, tiene poco para contar, sólo que no le gusta el bullicio y
prefiere caminar, que disfruta contemplar las casas, un edifico, las flores.
Una casa en
ruinas cayéndose, de las de antes, que tiene una historia que contar, tiempo
perdido o un tiempo que ya se fue y así vive el herrero su vida cada día.
Fuma para
ahuyentar la tensión y hace dos o tres años que abandonó la bebida.
Bebía fuerte
el herrero.
“Tengo
problemas con la bebida por eso no tomo, trato de alejarme de todo eso. Fui a
Alcohólicos Anónimos. Tiene uno que llegar a un fondo de sufrimiento para
entender muchas cosas. Todavía batallo, pero más que todo no es al alcohol, no
es el vicio, es uno, es uno”.
Le pregunto
al herrero que cuál es el hecho que caló en su vida y responde, sin vacilar,
que la llegada del hombre a la luna en 1969, no dice por qué, sólo que eso lo
marcó.
Es el domingo
de una mañana invernal y el herrero está sorbiendo café de su termo rojo
metálico, sentado en un sofá de la sala de su casa.
Hace rato que
apagó la televisión.
He visto que
daban un documental de naturaleza.
Al herrero le
gustan los documentales de naturaleza.
El herrero me
está contando cómo fue que se hizo precisamente eso, un herrero, un soldador.
Dice que
empezó haciendo piezas de estructuras para naves industriales, estructuras
grandes, soldadura pesada, con un señor que se llamaba José Reyes.
Las piezas se
maquilaban en el taller y luego había que ir a ponerlas fuera, a otra ciudad y
manaban al herrero.
Entonces
recorrió mundo, conoció muchos pueblos, culturas, gentes de aquí y de allá..
Lo de hacer
esculturas con pedacería de armas de fuego ya vino mucho después.
El taller de
soldadura donde el herrero labora desde hace tiempo, había sido contratado en
varias ocasiones para realizar algunos trabajos al interior de la Sexta Zona
Militar.
Entonces le
preguntaron al herrero que si quería participar en un proyecto de elaboración
de esculturas, hechas con pedazos de pistolas, revolver, fusiles…
Dijo que sí.
Al herrero le basta sólo
un esmeril, un cincel, un martillo, una máquina de soldar y un arsenal que
traiga todos calibres. Foto: Luis Salcedo
El herrero lo único que quiere es encontrar la paz en sí
mismo y saber realmente a qué vino a este mundo".
NARRACIÓN DE
REPORTERO
“Es un
monstruo. Ya descubrió su camino, es un artista el señor, al final del día está
demostrando que tiene una habilidad…No cualquiera”.
Me dijo el
Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar, la mañana
que él y otros oficiales me presentaron con al herrero.
De regreso en
el puesto de canje de armas miro en la mesa un rifle calibre 7.62 y una
escopeta winchester 1900, de las que se usaban en la época de la Revolución y
que fueron fabricadas en Estados Unidos.
El sargento
de gesto bonachón dice que cuando llega al módulo una arma histórica es
reportada inmediatamente a las autoridades militares en la ciudad de México,
analizada por especialistas y, si resultara de valor, mandada a uno de los
museos del Ejército para su exhibición.
Pero estos
dos armas, el rifle calibre 7.62 y la escopeta winchester 1900, serán
desramadas y cortadas en pedacitos en la sierra eléctrica.
“Hay otras
más antiguas y de mayor valor. Coleccionables”, dice el civil abogado que se
encarga de valorar las armas y extender el papelito para que la gente lo cambie
por dinero en una de las cajas de la municipalidad.
El abogado
dice que es común que a este puesto de canje de armas venga gente de
ejidos para donar rifles de alto poder, cartuchos de metralleta o cargadores de
cuerno de chivo, que se ha encontrado tirados en el monte, y que, se presume,
pertenecieron a narcotraficantes, cosa que no suena descabellada dada la
incursión de la delincuencia en las áreas rurales de las ciudades.
Y yo todavía
no puedo creer que haya alguien capaz de dar vida, en una obra de arte, a algo
que en el pasado sirvió para matar.
“Es un
monstruo, un artista el señor”, recuerdo que me dijo del herrero aquel Temiente
Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar.
Pero el herrero lo único
que quiere es encontrar la paz en sí mismo y saber realmente a qué vino a este
mundo.
Fuente.-
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