Debe admitirse que, a cinco años de iniciado el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, no estamos en el lugar que muchos hubiéramos querido.
Reconozcamos que se atravesó una pandemia global, que la inercia del elefante reumático fue inesperada y que la pericia técnica no sobró en el ejercicio del gobierno.
Reconozcámoslo: en más de un sentido: el primer gobierno de izquierda del México contemporáneo no sólo no logró reivindicar las luchas históricas que lo llevaron a ganar la elección presidencial de 2018; en muchas áreas tampoco mejoró sustantivamente lo hecho en administraciones neoliberales. Para avanzar, es preciso admitirlo.
Reconozcamos también que no estamos ni vamos al precipicio profetizado por los pesimistas. No somos Venezuela del Norte. No se cumplió ni uno solo de los pronósticos con el que los agoreros del desastre engañaron a la ciudadanía en 2006 y 2012, y pretendieron engañarla en 2018. La economía y el empleo están sólidos, las cuentas nacionales en orden y la democracia funcionando. Hoy, a propuesta de una terna del ejecutivo, un cuerpo legislativo debe elegir a una ministra de la Corte. Desprolijo, insípido, algo desaseado, el equilibrio de poderes sigue funcionando. Lo seguirá haciendo. Reconozcámoslo: a la caricatura del malvado dictador le sobraron líneas y le faltó color.
¿Fue el gobierno del Presidente López Obrador un accidente histórico, como se lamenta la oposición? ¿Es, por el contrario, la consagración absoluta de las luchas de la izquierda, como gritan los más adictos? Admitámoslo: ni una cosa ni la otra. A cinco años de iniciado, en el gobierno pasaron pocas cosas -voy a ocupar el término- extraordinarias. Aceptémoslo: estamos frente a un gobierno con más grises y matices de los que nos gusta admitir.
II.
En un ejercicio de balance, empecemos por reconocer los logros. ¿El principal? La mirada al sureste de México. El Tren Maya, Dos Bocas, Sembrando Vida, el Corredor interoceánico, la construcción del Aeropuerto de Tulum y la reactivación del de Palenque y Chetumal han permitido reducir la brecha regional. México es un País menos desigual no sólo entre personas y clases sociales, también entre regiones. Es justo en el sureste del País, donde por décadas nadie miró, en donde más y mejor se ve la transformación.
La mejora en el sureste no fue resultado de un cambio en el sector privado, sino de la inyección de recursos públicos. Reconozcamos otros logros. A cinco años del inicio del Gobierno, triunfó la narrativa de que un país que no combate la desigualdad es un país imposible.
El obradorismo mostró -con resultados- que es igualmente absurdo pensar en políticas agresivas de reducción de pobreza sin crecimiento económico que en crecimiento económico sostenible sin políticas agresivas de reducción de pobreza. Son ecuaciones inviables. Es criminal que en treinta años no se entendiera esa simple matemática.
¿Quién en el futuro, se apellide García, Gálvez o Verastegui, podrá argumentar en contra de los incrementos salariales sostenidos o contra el reparto de utilidades entre trabajadores? Con cinco millones de pobres menos que en 2016, con un aumento al salario mínimo de 181 por ciento en cinco años, con un crecimiento del 20 por ciento en el ingreso de los más pobres desde 2016, ¿quién se atreverá a romper una lanza en favor del outsourcing como modelo de contratación? Lo harán las élites en lo oscurito, como lo han hecho siempre, pero no reivindicarán más, entre batucada y cantos de sirena, la lógica del trickle-down economics como forma de repartir la riqueza. Ese tiempo se acabó. Ojalá lo reconocieran.
Les costará mucho admitirlo, pero la política social y laboral del obradorismo continuará más allá de 2024 y aun después de 2030.
¿Su mayor éxito? Haber nutrido de contenido a la frase que resume la esencia que encabeza el movimiento del presidente: por el bien de todos, primero los pobres. No hay vuelta atrás. Eso hay que reconocerlo. Y también festejarlo.
III.
Admitamos que no todo fue jauja. En muchos temas, más de los que nos gustaría admitir, hubo regresión y estancamiento. Refiero algunos que duelen: la incapacidad del gobierno para resolver el problema de la seguridad pública, el incumplimiento de la promesa de cambiar la política de drogas, el abuso y promoción de la prisión preventiva, la actitud soberbia y altanera frente al Poder Judicial Federal, pero displicente y poco combativa con los grandes capitales. El retroceso en salud pública y el empantanamiento educativo son realidades que duele reconocer.
Admito, sin embargo, que el legado más doloroso del gobierno de la cuarta transformación es la alianza con el sector militar. El Presidente López Obrador no sólo desperdició la oportunidad de reformar profundamente a ese enclave autoritario que es el Ejército; también lo empoderó. Las razones ni las conozco ni las comprendo.
En un ejercicio de realismo, entiendo la decisión de mantener a miles de soldados patrullando calles y tendiendo líneas de ferrocarril, pero me es incomprensible la lógica de entregarles hoteles, líneas aéreas e impunidad. Admitámoslo: el empoderamiento militares una carga colosal que dejará el presidente a Claudia Sheinbaum. Un dardo envenenado, una herencia innecesaria, una contradicción inexplicable.
IV.
Hace un año las aguas se veían algo más turbias de lo que se ven hoy. Había vacilación e incertidumbre. Se anunciaba, al interior del partido dominante, el inicio de una sucesión presidencial que se resolvió con elegancia y eficiencia. Ahí, ni qué regatearle al Presidente. Al final, 2023 será el año más ordinario de un gobierno que, como dije, fue extraordinario en muy pocas áreas. Admitámoslo: México no era Dinamarca antes de 2018 y ciertamente no lo será en 2024. Seguimos siendo el México de siempre repleto de contradicciones.
Si nada se tuerce, el obradorismo tendrá una segunda oportunidad de construir, ahora sí, un gobierno extraordinario. Quien hoy detenta el bastón de mando deberá ponerle muletas al elefante reumático y convertir las curvas de aprendizaje en breves y amigables chicanas. Para hacerlo, Claudia Sheinbaum deberá, primero que todo, empezar por reconocer y admitir los errores, desaciertos y contradicciones de su predecesor.
Para la ex Jefa de Gobierno, el tema no es opcional: si la legitimidad de López Obrador radica en su carisma, el de ella dependerá de su eficiencia. Si lo admite a tiempo -y todas las señales apuntan a que así será- tendremos frente a nosotros la posibilidad de un gobierno, ahora sí, extraordinario. Si es el caso, lo reconoceremos todos.
Estamos mejor que nunca en todos los aspectos los que lloran son los de arriba increíble
ResponderBorrarY esto tiene que segui