Andrés Manuel López Obrador mira por la ventanilla. Al otro lado, kilómetros de selva frondosa. Apoyado entre dos asientos de tren, con el pelo despeinado y guayabera blanca, el presidente dice: “Así se aprecian otros sitios del país”. “Aquí hay jaguares, venados, pavos reales, hay armadillos, guacamayas… de todas las especies”, apunta orgulloso.
Está a bordo del Tren Maya, rodeado de periodistas, en el viaje que prometió que haría hace cinco años. El mandatario ha inaugurado este viernes el proyecto estrella de su Gobierno, una obra moderna, pero incompleta, que se ha estrenado con estaciones, cocheras y conexiones sin terminar, con un convoy que apenas supera los 110 kilómetros por hora y se mueve vigilado por helicópteros del Ejército. Un tren inacabado es el polémico instrumento presidencial para sacar a una región de la pobreza.
El viaje empieza a las 10.30 de la mañana desde la recién estrenada estación de Santiago de Campeche. El presidente va en el primer vagón, comparte mesa con el secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, con el almirante y jefe de la Marina, José Rafael Ojeda Durán, y con el empresario Carlos Slim. A bordo de la que ha sido la obsesión de López Obrador los últimos años va una comitiva de secretarios, gobernadores, militares y empresarios. Nadie se quiere perder el estreno.
Una pasajera durante el primer viaje del Tren Maya, en el tramo Campeche-Cancún.
En un asiento individual, al lado del presidente, viaja Layda Sansores. Unas horas antes, la gobernadora de Campeche había presagiado el que cree fue el origen de todo. Era 2014 y López Obrador acababa de sobrevivir a un infarto; el 28 de febrero subió a lo alto de una de las pirámides de la reserva de Calakmul y desde allí tuvo la visión de unir con un tren una península plagada de selva, conectada por un delicadísimo sistema de cuevas y cenotes, se imaginó colocar vías donde viven especies protegidas: “Ahí estoy segura de que nació la leyenda del Tren Maya, ahí en medio de la selva, ahí nació la profecía”.
El camino por los siguientes puntos —Tenabo, Hecelchekán, Calkiní, Maxcanú, Umán— transcurre tranquilo. Desde la ventana, los paraderos se ven sencillos, con la fachada terminada, pero con las máquinas excavadoras y los obreros todavía trabajando detrás. Han participado casi 100.000 empleados en tratar de poner a punto esta obra gigantesca, que cuando esté concluida en febrero del año que viene, atravesará cinco Estados y tendrá más 1.550 kilómetros. Los operarios, todavía con casco y chaleco, graban el paso del convoy. Saludan sonrientes, es gracias a ellos y a sus jornadas maratonianas si el tren se mueve.
El tren tarda 1 hora y 50 minutos en llegar a Teya-Mérida, ya en Yucatán. Una media hora menos de lo que le cuesta a un autobús. Los fans del presidente que hay en el vagón lo celebran: entonces sí compensa. En algunos tramos la velocidad del tren baja a 45 kilómetros por hora, aunque en la mayoría del trayecto ronda los 110. No va a subir mucho más en esta preapertura, dice a EL PAÍS, el director del Tren Maya, el general Óscar Lozano. Cuando vaya ganando rodaje, la idea es que llegue a 160 kilómetros por hora. ¿Por qué no más? La alta velocidad española, por ejemplo, alcanza los 300.
El militar explica que la vía está preparada para esa velocidad, pero no los sistemas, porque esa no es la idea, por el momento.
En la idea de los promotores está el confort y la seguridad. El Tren Maya es cómodo y espacioso. Su interior, en tonos azules y verdes para “imitar la sensación del mar”, según la empresa Alston —encargada de su fabricación—, recuerda al de los convoys españoles. Tiene amplios ventanales, bandeja, enchufe y buen respaldo. Eso en el básico, que tiene un coste de 1.166 pesos por boleto y trayecto. Más de 1.800 pesos si es premium. Son entre 70 y 100 dólares en una región donde más del 40% de la población está por debajo de la línea de la pobreza. En un momento, se anunció un descuento para nacionales, pero todavía no está efectivo. El propósito del presidente es que esté, “aunque sea poquito”, por debajo del precio del bus.El andén de la estación Chichén Itzá.
Después de Mérida, que es la única de las grandes ciudades que ha inaugurado también un ramal de conexión del tren con el centro —ni la estación de Campeche (a 14 kilómetros) ni la de Cancún, a 17, cuenta con transporte público para llegar hasta ahí—, la selva se vuelve más tupida. Aparecen las ceibas, el verde yucateco. En el tramo recto de Tixkokob e Izamal aparece el presidente. Alejado del protocolo de las mañaneras, López Obrador se muestra optimista.
—Presidente, pero al tren todavía le falta, los accesos no están completos, dicen los periodistas.
—Ah, no, claro, sí le falta. Es un poco lo que sucedió con el [Aeropuerto Internacional] Felipe Ángeles, que decían que no se paraban ni las moscas, que nada más había una señora que vendía tlayudas, pues el AIFA es ya el aeropuerto que más carga transporta de todo el país. Pero son obras que llevan tiempo, como todo en la vida. Gateamos y luego caminamos hasta correr.
El Gobierno mexicano ha desembolsado ya 400.000 millones de pesos en este proyecto, según la secretaría de Hacienda, casi tres veces más de lo que se preveía. Y todavía faltan otros 74.000 millones para terminar el año que viene. López Obrador calcula que el tren va a llegar “a un punto de equilibrio” dentro de tres o cuatro años. De momento, esperan que usen esta primera etapa unas 6.600 personas al día. “Tenemos que cuidar el tren”, dice.
Mientras el presidente habla, los helicópteros vigilan. Va a haber cuatro de estos vehículos militares vigilando la operación cada día. Además de casi 3.000 miembros de la Guardia Nacional, dentro de los trenes y en camionetas fuera. “Una seguridad por tierra y aire”, comenta el presidente, que explica por qué decidió quitar el proyecto al Fondo Nacional de Turismo para dárselo —como ya ha hecho con, por ejemplo, 19 aeropuertos— a las Fuerzas Armadas. “Yo estuve pensando, para que el tren no se privatice, a quién se lo quitaría con más dificultad o quién lo defendería más: ¿comunicaciones? ¿Fonatur? ¿O la Defensa”, apunta el mandatario, “todo está pensado así, no es militarizar, es dejar un bien nacional a cargo de una institución que actúa con disciplina″.
Cuando el presidente se va, el tren está pasando Chichén Itzá y enfila su último tramo: Valladolid, Nuevo Xcán, Leona Vicario y Cancún aeropuerto. Llueve fuera, pero son decenas los vecinos que están en lo alto de los puentes o al lado de las vías haciendo guardia para grabar el primer trayecto de un tren, que según les han dicho, les va a cambiar la vida.
Un autobus vas super incomodo el tren es otra manera de viajar mas comodo desfrutas caminas buenas vistas dejen de quejar por algo nuebo para el pueblo mexicano estan molestos porque ningun otro presidente pudo hacerlo porque se roban todo el dinero
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