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miércoles, 1 de agosto de 2018

TESTIMONIOS del ENCIERRO: PRESOS "CUENTAN" sus DIAS TRAS las REJAS...las rejas matan a los que la calle no mata.

Un domingo por la tarde prendes el carbón y asas un pollo. Por la noche, cuando la familia se ha marchado a dormir, escuchas gritos en la calle y te asomas para averiguar de qué se trata. Involuntariamente terminas enfrascado en una riña con el protagonista del escándalo. Mientras él se desangra de una herida mortal en el corazón, escuchas a lo lejos las sirenas de la policía. Te has vuelto un homicida a quien la prisión le abrirá sus piernas para mostrarle un túnel largo y siniestro.
¿Cuáles son las experiencias de encierro, dolor y pérdida que se viven, sobre todo, en el primer año de condena? Para conocer la respuesta ingresé al área varonil y femenil del Centro de Reinserción Social de Baja California, a charlar con los internos.

Rafael, robo de auto, 35 años de edad

Tengo cuatro años aquí, me quedan dos. El primer año de encierro es de lucha y negación. En esos días te dan la sentencia y te cae el “carcelazo”, una etapa en donde puedes sentir y tocar la pinta (cárcel) como si fuera tu piel.
He aprendido que no sólo el encierro te enloquece, también el quemar llanta (pensar lo mismo una y otra vez): imaginar que tu esposa la está pasando bien con otro hombre, que tus hijos están en peligro llamándote y que posiblemente no salgas con vida de una celda en donde pasas 23 horas del día en posiciones físicas incomodas y caes en cuenta que faltan ¡seis años de lo mismo! Comienzas a creer que todo lo que viviste en la calle fue un sueño que tuviste mientras dormías en tu bonque (celda). Es una tortura. Lo mejor es hacer de cuenta que el mundo exterior ha desaparecido. A mi mamá le dije que no viniera tan seguido, si acaso una vez al mes; de mi esposa me terminé separando y le pedí que no trajera a mis hijos. Mis hermanas me visitaron un par de veces y ya, las entiendo, las revisiones para ingresar al penal se hacen con guantes de látex para poder llegar a cada rincón del cuerpo y eso no cualquiera lo soporta. Hasta para uno es difícil ser desnudado para ser sometido a una revisión.
El segundo año en prisión es de resignación y del tercero en adelante se trata de hacer tiempo y esperar que los días pasen frente a ti como si fueran elefantes en cámara lenta. Lo único que puedes hacer es masturbarte en la regadera, pero las imágenes y recuerdos de mujeres se van desvaneciendo con el paso de los meses y dejan de servirte, y ni tener fotografías de muchachas se nos permite. Es difícil, además no podemos fumar tabaco, tomar café, mascar chicle o comer conos de helado.
Definitivamente lo más complicado es la convivencia dentro de una celda con 20 personas que en tu puta vida has visto: apestosos, extraños, todos queriendo demostrar que son la verga más grande del planeta y no porque lo crean, sino porque el que se deja, el que demuestra miedo, firma su sentencia de muerte. Por eso es importante estar dispuesto a darte en la madre por un simple roce de hombros o porque el calor es infernal y hay tres ventiladores que no sirven de nada cuando la temperatura está a más de 45 grados centígrados y deben refrescar a 1000 kilos de carne humana a punto de explotar. El tiempo no pasa en prisión, está inmóvil siendo testigo de cómo te pudres recordando que días atrás tenías una esposa, una pizza en el horno y un refrigerador repleto de tocino y cerveza y ahora, si tienes suerte, obtendrás un vaso de agua tibia. Es terrible.
El delito por el que estoy preso es robo de auto. Unos cuñados y yo empezamos a desaparecer autos estadounidenses cruzándolos hacia México. Ellos cobraban el seguro por robo y yo los remataba en el estado de Sonora. En ese tiempo trabajaba en los campos agrícolas del sur de California y me traía el auto hacia México y mis cuñados esperaban dos días para reportar el robo, pero para eso yo ya estaba vendiéndolo. En una ocasión llegué a un retén de policías federales sobre la carretera y como había tardado en llevármelo lejos, salió que tenía reporte de robo. Me dieron una condena de siete años.
Soy ciudadano estadounidense, así que al cumplir mi condenada seré deportado.
Apenas pise California me compraré ropa, cerveza y me pondré a trabajar en lo de siempre, en el field (campos agrícolas) con mi mamá.


Martín, robo con violencia, 29 años de edad

Andaba de raterito. Unos amigos y yo necesitábamos dinero y les dije: “Amigos, si quieren yo les ayudo a planear”. Fuimos a un mercado y sostuve dos pistolas escuadra apuntando a los empleados y ellos robaron 70 mil pesos. En la huida nos detuvieron. Antes de estar aquí estuve encarcelado dos años y medio en Estados Unidos. Siempre me he dedicado a la construcción, pero también a cruzar la frontera con droga. La vez que me arrestaron fue porque crucé por el desierto entre California y Arizona 100 libras de marihuana. Las cárceles gringas tienen refrigeración, leche con chocolate, cereal, carne y comedores, aquí en México comes en tu celda de unas ollas que arrastran por los pasillos. Es muy mala. Esa fue una de las cosas que más impacto me causó en el primer año en esta cárcel mexicana. Es como haber vivido en un cuarto de hotel y después en un basurero.
El primer año en la cárcel es de acostumbrarte a que te salgan infecciones en la piel, a tener diarrea todo el mes, y a sentir dolor en los riñones y en la espalda por estar sentado siempre. Los sonidos del exterior desaparecen: el ruido del tráfico, la música a todo volumen, el radio en la estación que te gusta, los gritos de los niños; la voz de las mujeres se vuelve algo raro y comienzas a oír solamente voces de hombre, candados que se cierran y se abren, puertas metálicas estrellándose, alarmas, claves policiales, silbatos y gritos de los custodios: "Voltéate hacia la pared. Pon las manos atrás. Agacha la cabeza. Guarda silencio". Los colores como el rojo, el verde y el amarillo, ya no los miras porque paredes, piso, techo, rejas y nuestra ropa, todo, es del mismo color: gris y blanco. Suena cursi pero nunca piensas que el que no te permitan ver colores puede ser un castigo o una manera de tenerte triste.
En las celdas los olores están culeros. Huele a pies sudados, a bocas que no se lavan con pasta de dientes, a mugre de sobaco y a drenaje. Aún sin poder tener perfumes y lociones tratamos de hacer nuestras fragancias para oler a algo agradable. Para eso metemos la ropa en una bolsa con un pedazo de jabón, para que se impregne. Y cuando tenemos desodorante nos lo ponemos en las axilas y sobre la ropa. También mixeamos (mezclamos) los pedacitos de jabón que van quedando, porque un jabón, un rastrillo, un shampoo o una crema para las manos es un lujo. Lo que en la calle te vale verga aquí es oro puro: una gelatina, un talco para los pies y un plato de cereal con leche de verdad, no esa que sabe a confeti, todo se vuelve un tesoro.
Desde el primer año me organicé con mi celda y nos turnamos para hacer ejercicio. Con dos galones de leche llenos de agua hacemos pesas. Aquí aprendí a hacer lagartijas tipo navy seal, las tipo azteca y las tipo diamante. Como no nos dejan tomar café el ejercicio se vuelve importante para elevar el nivel de endorfinas y estar de buen humor.
Lo que siempre es difícil, sin importar el tiempo que tengas preso, es pensar que en el mundo exterior ya no existes ni eres importante, por eso es mejor no recibir visita, aunque es bueno para mantener la autoestima. Algunos se hunden en la depresión cuando ya no los visitan. En mi caso le dije a mi pareja que rehiciera su vida amorosa, que cuidara mucho a mi hijo y que al salir me permita verlo. Es todo, es mejor así que estar pensando en ella y en cómo estoy siendo engañado.

Magaly, homicidio calificado, 30 años de edad

Al llegar a la cárcel tuve diarrea durante un año. Después se me inflamó el estómago y supe que estaba contagiada de tifoidea. Es que imagínate, los tubos del aire de la celda son también los del drenaje, por eso siempre olemos a mierda. Ahora ya me acostumbré pero al inicio no comía, bajé 10 kilos y me sentía débil, adormilada.
Estoy acusada del homicidio de mi ex esposo, pero de eso no me gusta hablar. El día que me detuvieron me encontraba en casa, mis hijos en la alberca y yo en la cocina haciéndoles gelatina. El de cinco años fue a decirme que en el patio había unas personas. Abrí la puerta y diez policías me apuntaron con sus armas. Nunca había estado en una cárcel, solamente las conocí por las películas y las series de televisión. Pensaba que abusarían sexualmente de mí, eso me daba terror, estrés y se me comenzó a caer el cabello. Cuando me dieron mi condena de 27 años, de los cuales ya cumplí 10, me paralicé físicamente por la depresión. Entré en una especie de burbuja que era el vientre de mi mamá, había vuelto a ella a través de una vagina de concreto. Ese tipo de cosas las alucino por la situación en que me encuentro. Uno jamás se acostumbra a estar en una jaula, no es parte de la naturaleza del ser humano, no somos zapatos que pueden ser acomodados en una caja y olvidarse adentro del ropero.
Recuerdo que en mi habitación tenía muchas almohadas que ponía sobre la cama para aventarme sobre ellas. Después llegaban corriendo mis hijos y se acostaban a mi lado y nos abrazábamos. Ahora duermo en una litera sobre un pedazo de colchón con mi rostro separado 30 centímetros del techo. Cuando hablo de los recuerdos que me brotan en la mente me doy cuenta de que son de hace 10 años. Algunos son tan borrosos que ya ni siquiera son imágenes, son más como charcos de agua sucia que no dejan ver lo que hay en su interior.
El primer año de reclusión mi cuerpo protestó. Me surgió alergia en la piel y en la vías respiratorias por el uso constante de artículos de limpieza como Pinol, Maestro Limpio y cloro. En los ojos, hasta la fecha, tengo carnosidad, veo medio borroso y se me irritan mucho. También me hice adicta a las aspirinas, si no me tomaba dos diarias me ponía muy irritable y me dolía la cabeza pero mi mamá se dio cuenta de mi adicción y un tiempo dejó de traerme.
Era ama de casa cuando me arrestaron, pero en Sinaloa trabajé de cajera en un mercado, en una tortillería y de operadora en una fábrica. De la comida extraño todo, por ejemplo, el cereal, los sopes, pero sobre todo, el huevo, ya que el que nos sirven aquí es en polvo, es como comer cartón. A veces mi mamá me trae pozole y se sorprende de la manera en la que como, dice que parece que siempre estoy hambrienta y es verdad, aquí la comida es deprimente.
Desde que llegué aquí me he tenido que aferrar a algo. Algo que me motiva es pensar en mis hijos. Los dejé de ver cuando tenían cinco y siete años, ahora son adolescentes y están en la preparatoria, pero cuando sueño con ellos siempre los veo como niños, me es imposible soñarlos con la edad que tienen ahora. Otra cosa que sueño es que se abren las puertas del cielo y me invitan a subir.

Víctor, homicidio, 30 años de edad

Recuerdo el día que cambió mi vida. Era domingo. Había estado en mi casa con mi familia asando pollo. Días atrás había comprado un paquete de cuchillos de la marca Tramontina. A uno le saqué mucho filo para usarlo como herramienta. Mi esposa y yo estábamos por irnos a la cama cuando recordé que debía cortar una manguera; lo hice con mi cuchillo afilado. De pronto escuchamos gritos en la calle. Salimos a ver qué pasaba y vimos que era mi concuño borracho y fuera de sí. Cada que golpeaba a su esposa ella se escondía en mi casa pero esa vez no se había refugiado con nosotros. Tan violento estaba que intentó golpear a mi esposa y por instinto me interpuse. Su hermano, con el que iba, me agarró del cuello por atrás y comenzó a ahorcarme. Como pude saqué el cuchillo que traía guardado en el pantalón y se lo encajé a mi concuño, que lo tenía enfrente, debajo de la axila, directo al corazón. Mi auto quedó bañado de rojo. Estaba a punto de dormirme y en 10 minutos me había vuelto un asesino.
No huí. Llamé a la policía y esperé. No me creían, pensaban que estaba loco por declararme culpable. Cuando me llevaban de la comandancia a la cárcel pasó algo inesperado. Los judiciales me subieron a la parte de atrás de la patrulla pero no se dieron cuenta que habían dejado una metralleta. Pensé muchas cosas. Una de esas era dispararles en la cabeza, la otra era amenazarlos para que me quitaran las esposas y me dieran las llaves del vehículo para fugarme a toda velocidad pero mejor les terminé pasando el arma; por supuesto no sabían cómo reaccionar, había sido un gran error de ellos. De haberme decidido, los mato.
Ingresar a la cárcel es un impacto tan fuerte que todos al llegar pensamos que es un sueño o una alucinación, más cuando te dicen la que posiblemente será tu sentencia, en mi caso se hablaba de entre 35 y 50 años. En solamente un mes me había vuelto un asesino y ahora estaba a punto de quedarme preso prácticamente de por vida. Es un milagro que uno no se suicide, porque estar en una celda es ya estar muerto en vida, eres un bulto de carne que respira pero que ya no tiene pensamientos.
Después de apelar por unos meses demostré que fue en defensa propia y me condenaron a seis años. El argumento del juez para meterme a la cárcel era no tanto mi culpabilidad sino el riesgo que corría de ser asesinado por la familia del muerto; al final de cuentas era mi familia política así que no tendrían problema en encontrarme.
El primer año en prisión estás enojado, deprimido, asustado y solo como un calcetín abandonado en la cajuela de un auto descompuesto. Para evitar la soledad uno debe interactuar, pero no es bueno invertir en emociones, porque no duran mucho tiempo. Tu compañeros se van y la amistad queda en el pasado; aparte mostrar los sentimientos es visto como una debilidad y todos debemos aparentar ser muy fuertes. Hacer como si en las venas tuviéramos veneno y no sangre.
A los meses de llegar a prisión le pedí a mi mamá que me dejara de visitar porque me estresaba que llegara a platicarme de sus problemas económicos y de lo difícil que es su vida. Si estás en la cárcel no puedes hacer absolutamente nada por tu familia, así que lo menos que quieres es saber lo difícil que la están pasando, por eso le dije: "Si no me ayudas no me estorbes". A mi esposa la conocí cuando ella ya tenía tres hijos, conmigo tuvo al cuarto. Vivía en pobreza extrema pero yo le di más o menos una vida estable. Por eso cuando me encerraron entró en una depresión que hace que en ocasiones no pueda levantarse de la cama; yo era el pilar de la casa y sin mí todo se vino abajo, aún así sé que me está esperando. Desde que cumplí dos años encerrado mi familia dejó de visitarme, solamente hablamos por teléfono. En ocasiones me da miedo salir libre y ya no ser parte de su vida. La mente, a pesar de que se termina adaptando a la prisión, te crea miedos que sólo son eso: miedos sin fundamento.
Cuando me preguntan qué siento de haber matado, contesto que nada, creo que por las circunstancias en que sucedió todo. Uno de mis más grandes anhelos es salir libre para poder llevar a mi hijo a la escuela. Sé que saldré sin trabajo y dinero pero con familia. Tengo habilidades en el trabajo de construcción y por lo tanto soy prestador de servicios, lo que me da oportunidad de subir al cuarto piso de la cárcel a realizar reparaciones. Desde esa altura se ve la ciudad completa. En diciembre puedo ver los cohetes que explotan en el cielo y las fiestas en los patios de las casas, un privilegio que tenemos pocos: mirar a la calle.

Lariza, violación agravada por razón de parentesco, 35 años de edad

Quedé en shock al llegar a prisión. Me paralizó la pesadilla. Los primeros 15 días no los tengo registrados. Se me borraron de la memoria del impacto tan fuerte que me provocó quedar presa, jamás lo había estado, solamente me dedicaba a dar clases en educación primaria.
Estoy condenada a 17 años de prisión, ya cumplí cuatro que han sido una especie de duelo: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. El primer año es el más difícil. Pasé de tener un auto con el que viajaba por carretera, a estar las 24 horas del día en una celda que es una tumba compartida por 10 mujeres. Siempre estaba asustada pensando que al dormir las demás internas me cortarían la garganta o que me violarían entre todas.
Aparte del miedo constante, el primer año es difícil porque las reglas de la cárcel son para volverte un autómata que no piensa por sí mismo. La manera de caminar, de hablar y hasta lo ajustado de tu ropa debe ser supervisado y autorizado por las custodias. Algo que nunca pensé que extrañaría son los espejos. No están permitidos pero uno hace todo lo posible por mirar su reflejo. En libertad los espejos están en todas partes: en la recámara, en el baño, en el auto, pero en prisión pueden pasar semanas sin que veas tu rostro, es como si se borrara poco a poco, de pronto ya no recuerdas cómo es tu cara y tiene que pedirle a otra interna que te diga si tienes alguna mancha o grano en la cara. Lo único que nos queda es usar el interior [metalizado] de las bolsas de galletas Suavicrema y las de frituras Takis, pero tienen que ser las de sabor chile verde porque son las que ofrecen mayor reflejo y claridad. No siempre hay en la tiendita de la prisión, por eso cuando llega a haber hacemos una buena compra, para que no nos falten los espejos y podamos darnos una manita de gato.
El maquillaje también es un objeto deseado por las compañeras. En el año 2012 prohibieron el maquillaje y desde entonces hacemos lo posible por conseguirlo. Por ejemplo, para delinearnos los ojos usamos colores de madera. El periódico lo mojamos para que suelte la tinta y la utilizamos como sombra para los párpados. Los colores de cera, como el rosa, el rojo, el morado y el azul, los usamos para darnos color, y las pomadas y cremas hacen las veces de corrector de imperfecciones. Aquí me vine a dar cuenta de la importancia del maquillaje. Sirve para mantener la autoestima de las prisioneras en alto. Cuando recién lo prohibieron lo poco que quedó escondido se vendió a cinco veces o más su valor. Como está prohibido tenemos que cuidarnos de que no nos vean maquilladas porque de otra manera nos castigan y nos mandan a una celda de sanción; 15 días de encierro solitario sin poder realizar llamadas telefónicas, comer dulces y, lo más doloroso, en verano no se nos permite tener ventilador, estamos hablando de temperaturas de más de 40 grados centígrados.
El apoyo de la familia para no venirse abajo es indispensable, es la única conexión con el exterior y a la vez lo que te mantiene cuerda y con ganas de no suicidarte. Uno de mis grandes miedos es que la familia se olvide de mí. Me da pavor marcarles por teléfono y que no me contesten.
Autor.-Jorge Damian Mendez/
fuente.-

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