La vida en una prisión de supermáxima seguridad en Estados Unidos, “Supermax”, no es vida.
Veintitrés horas al día en la celda, construida de tal manera que los internos no puedan comunicarse con los de al lado. Una hora de ejercicio en pequeños patios adonde el recluso va solo. Las autoridades del penal tienen amplios poderes para castigar a los internos por cualquier desviación. En la celda comen, duermen, se bañan, mean y cagan: en ocho metros cuadrados. En algunos estados y según el comportamiento de los internos se les permite una televisión de 12 pulgadas que transmite programas educativos y de manejo de la ansiedad. El contacto con el exterior es mínimo, ni visitas conyugales ni múltiples visitas. La mayoría de las “Supermax” permiten solo cinco al mes, otras menos, todas son a través de un cristal y el recluso sigue esposado de manos y pies.
Varias organizaciones de derechos humanos han denunciado a estas prisiones y hay recursos presentados ante las cortes de Estados Unidos por considerar inconstitucional este castigo “cruel e inhumano”.
Ese podría ser el destino de El Chapo, o no.
Al contrario de otros colegas, pienso que el dilema del presidente Peña Nieto sobre si mandar o no a Guzmán a Estados Unidos no debe tener como fundamento el nacionalismo ni la soberanía ni la demostración de que tenemos instituciones suficientes para guardarlo. No.
Creo que debe ser una decisión a partir de la enorme cantidad de información que tiene el detenido sobre su negocio, el de sus rivales, el funcionamiento real del narcotráfico hoy en México. Sabe, además, mejor que nadie, cómo es que logró escaparse del Altiplano hace unos meses. ¿Está dispuesto Guzmán Loera a compartir esta información, a permitir que se compruebe su veracidad a cambio de no ser enviado a ese hoyo negro que es una “Supermax”?
¿Está dispuesto el gobierno de Peña Nieto a que esa negociación la hagan los estadunidenses, como ya lo han hecho con Osiel Cárdenas y hace unos días con La Barbie?
Es tiempo de demostrar el grado de cooperación entre México y Estados Unidos y que Washington diga públicamente que si lo extraditaran no le darán facilidades, ni negociaciones ni protección como testigo; para solidificar la amenaza de la “Supermax”.
El Chapo hoy es folclórica narcohistoria del pasado.
Lo que sabe es invaluable para el futuro. ¿Lo quiere Peña para él, o para la DEA?
Fuente.-Twitter: @puigcarlos
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