Es un acierto que el presidente López Obrador haya fijado su ojo crítico en el trabajo de los jueces. Son la cara más visible de un Poder oscuro con vicios innegables. Es ahí en donde más y mejor perviven las lógicas del viejo régimen. Reformar el Poder Judicial es imperativo.
Esa fijación presidencial -directa, merecida, implacable- contrasta, sin embargo, con el silencio con el que desde Palacio Nacional se consiente el trabajo de la otra parte del ecosistema de justicia: las fiscalías. Y por encima de todo, de la Fiscalía General de la República de Alejandro Gertz Manero.
La principal instancia de investigación y persecución criminal del país se escabulle de la furia presidencial. Lo que para los jueces es embestida, para el fiscal es diligente complacencia. A la luz de los resultados arrojados en el último lustro, resulta incomprensible. Ni pío se emite desde las mañaneras sobre sus deficiencias procesales, ni mu sobre la falta de medios de prueba en sus investigaciones. Ni una palabra sobre la incompetencia mostrada una y otra vez en las investigaciones criminales que comenzaron llenando las primeras planas de los periódicos y que, con el tiempo, empequeñecieron en notas al pie del basurero del internet.
Gertz Manero es ya una figura de consenso. Lo adolecen tirios y troyanos. Todos con razón. La opinión pública -y la opinión publicada- encuentra seductora convergencia en su desprecio al trabajo del fiscal general. Y no es para menos. Su gestión ha sido dos cosas: un compendio de vendettas personales y un trágico resumen de carpetas mal armadas. Perdió todas las que jugó. Jugó todas las que perdió. En cualquier trabajo habría sido despedido. En la Fiscalía General de la República, no.
No solo se trata de los temas públicos. En cinco años las cuestiones internas tampoco cuajaron. Lejos de fortalecer la independencia de criterio de sus fiscales, Gertz pugnó por un modelo de organización vertical. La FGR es más lenta y reumática que la vieja PGR. El cambio de letras fue un espejismo, el preludio de una traición.
Para ejemplo un botón: en 2018, la PGR iniciaba un promedio de 309 investigaciones diarias, cuatro años después, la FGR solo 212, un 31% menos (México Evalúa, Programa de Justicia). Además, la inmensa mayoría son denuncias formales, casi ninguna es resultado de una investigación proactiva. Gertz convirtió la FGR en una oficialía de partes.
La eficacia de la institución tampoco ha mejorado: en 2022, solo el 4% de las investigaciones que conoció la Fiscalía derivó en vinculación a proceso de los acusados (México Evalúa, Programa de Justicia). El resto, la nada, el abismo, la injusticia.
Algo está mal en un sistema en el que no hay autoridades políticas que respondan por el fiscal. Refugiado en su autonomía (¡ah, ese concepto!), Gertz Manero no da siquiera la cara. Desde 2023, ha tenido solo siete apariciones públicas, incluyendo cuatro reuniones bilaterales con funcionarios estadounidenses. El correlato de un Presidente que da la cara todas las mañanas es un fiscal que teme a la luz. A las discusiones de la reforma judicial de la semana pasada, Gertz envió a un subordinado que, palabras más, palabras menos, atinó a decir Hola, Adiós, Muchas gracias. Como si el tema le resbalase. Quizás porque, en efecto, le resbala.
El fiscal general podrá ser autónomo, pero eso no lo hace ciego. Ni sordo. El mandato del 2 de junio no lo excluye (y, en otro sentido, no lo incluye). Obstinarse a completar su periodo hasta febrero de 2028 no solo supondría un acto egoísta; sería también políticamente ignorante. La autonomía no es pretexto para la testarudez, por más constitucional que ésta sea.
La próxima presidenta de México tiene el derecho (y el mandato) de forjar su propio plan de gobierno. Esto incluye el desarrollo de una nueva política criminal, con prioridades, presupuestos y recursos bien definidos. Con Gertz en la FGR esto no es posible.
A sus 84 años, Gertz Manero puede tomar una última decisión en su vida pública. La única, quizás, por la cual le estaremos todos agradecidos: salir de la cueva y despedirse. Adiós, amigos, adiós.
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