Un expendedor de drogas de la zona le entregó a un transportador de cara ajada los fajos de billetes, casi todos de veinte dólares, atados con bandas elásticas, envueltos descuidadamente en una bolsa de plástico y empacados en una mochila.
El mensajero, que se hacía pasar por el conductor de un camión de remolque que transportaba vehículos siniestrados por el país, llevó la mochila hasta Laredo, Texas, ciudad fronteriza con 250.000 habitantes.
En Laredo, se lo entregó a una mujer de mediana edad, quien se dirigió en auto hasta el centro de la ciudad, donde dos puentes internacionales conectan el centro histórico de la ciudad con la amplia Avenida Guerrero en Nuevo Laredo, justo al otro lado del Río Grande en el estado de Tamaulipas, México.
La mujer se detuvo en cuanto vio los puentes.
Otros contrabandistas de dinero se habrían adherido los billetes con cinta en sus cuerpos y habrían atravesado a pie el centro comercial con vistas a la llanura del Río Grande hasta llegar al puente peatonal de las Américas. O bien lo habrían guardado en un compartimiento secreto de su vehículo para atravesar el puente Lincoln-Juárez, donde termina la Interestatal 35 en la orilla del río.
Pero ella, por el contrario, estacionó su automóvil frente a una perfumería y sacó US$40.000 de los fajos de efectivo. Ingresó a la tienda y se los entregó a los dueños. A pocas cuadras, en otra tienda, repitió la misma transacción.
Los perfumes que ella pagó ya estaban en México, comprados a crédito en tiendas que anuncian sus productos como “mayoreo y menudeo”, la cuales bordean las estrechas calles del centro de Laredo.
Las cajas de perfumes LaCoste, Bulgari y Hugo Boss habían sido subidas a una camioneta blanca, que condujo unos 10 kilómetros hasta un almacén en la extensa zona de libre comercio en las afueras de la ciudad. Desde allí, fueron empacadas en un camión de 18 ruedas y llevadas a través del Puente Internacional World Trade, uno de los dos cruces comerciales en el noroeste de Laredo que hacen de la ciudad el puerto comercial más concurrido en la frontera entre Estados Unidos y México.
Los perfumes llegaron hasta Ciudad de México y Guadalajara, donde fueron vendidos en mercados al aire libre en pesos mexicanos. Esos pesos luego llegaron a manos de los narcotraficantes que habían suministrado crack de cocaína al expendedor de Kentucky.
Lavado de dinero de la vieja escuela
La intrincada serie de transacciones, detallada recientemente en documentos de la corte federal, muestra que, además de recurrir al contrabando de grandes cantidades de efectivo, las transferencias electrónicas ilegales y las casas de cambio de divisas, los criminales de México siguen utilizando una de las formas más antiguas por las que los narcotraficantes han lavado su dinero sucio: el intercambio de pesos en el mercado negro.
En su forma más conocida, el esquema de lavado de dinero mediante el comercio utiliza la venta de dólares de la droga en Estados Unidos para comprar moneda local, la mayoría de las veces pesos colombianos o mexicanos.
El esquema de Laredo les permitió a los narcotraficantes convertir dólares provenientes de la venta de drogas en Estados Unidos a pesos que pueden depositarse en instituciones financieras mexicanas, y les evitó el riesgo de pasar dólares a través del puente. Además, le otorgó a dicho dinero la apariencia de provenir de una transacción comercial legítima, en este caso, la venta de perfumes.
Iniciado en la década de 1950 por los exportadores de café colombianos como una forma de eludir las restricciones a la moneda extranjera, el cambio de pesos en el mercado negro fue popularizado por los carteles de Medellín y Cali en la década de 1980.
Como agente de aduanas encubierto en la década de 1990, Arístides Jiménez se hizo pasar por un cambista del mercado negro para identificar a los narcotraficantes y a los negocios legítimos que ellos utilizaban para lavar dinero sucio. Su operación encubierta apuntaba al principal asesor financiero de la figura del Cartel de Cali, José Santacruz Londoño, quien le decía a Jiménez dónde recoger efectivo y en qué materias primas invertirlo.
“Utilicé pollo congelado, electrodomésticos, televisores, microondas, aparatos electrónicos, neumáticos, aires acondicionados, flores”, cuenta Jiménez, quien más tarde trabajó para la Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional (Homeland Security Investigations, HSI) en México y Texas.
El mercado de pesos negros se renovó hace una década, cuando México estableció límites estrictos para las transacciones en moneda extranjera, lo que dificultó que los narcotraficantes depositaran dólares provenientes de la venta de drogas en Estados Unidos. El floreciente comercio internacional también lo mantiene activo, según Luis Reyna, agente especial de la División de Investigación Criminal del Servicio de Impuestos Internos.
“Seguirá existiendo porque las transacciones comerciales [...] pueden dar esa apariencia de legitimidad para lavar estos dineros a través del sistema financiero aquí en Estados Unidos e incluso en México”, dijo Reyna a InSight Crime.
Los esquemas se han vuelto más sofisticados a lo largo de las décadas. El año pasado, una firma internacional de inversión en bienes raíces acordó pagarle al Departamento de Justicia de Estados Unidos US$29 millones como parte de un acuerdo civil por acusaciones según las cuales había aceptado inversiones de cambistas del mercado negro. Pero Jiménez dice que lavar dinero en efectivo a través de pequeñas empresas, como las perfumerías del centro de Laredo, sigue siendo una forma viable de lavar dinero.
“Cuando se acude al mayoreo y menudeo, la gente busca regatear. Todo lo que provea efectivo de forma intensiva sirve”, afirma.
Esto se debe en gran parte a que las empresas pequeñas y menos sofisticadas no suelen tener los controles internos que sí tienen las grandes corporaciones y es más probable que enfrenten estrés financiero. “Las personas con necesidades suelen ser más propensas a saltarse las reglas”, agrega Jiménez.
De hecho, los fiscales dicen que han descubierto múltiples esquemas de lavado de dinero utilizando a los dueños de negocios de Laredo en los últimos 10 años. Al momento de esa transferencia de efectivo a fines de 2012 en el estacionamiento de Meijer en Kentucky, la Administración para el Control de Drogas (DEA) se había infiltrado en ese intercambio de pesos en el mercado negro en particular. Los investigadores habían puesto de su lado a una de las integrantes de la conspiración encargada de entregar el efectivo a las tiendas locales. Siguiendo las instrucciones de los agentes, ella le presentó su jefe a un agente encubierto, quien empezó a trabajar como transportador.
Antes de que el dinero fuera entregado en Laredo, fue llevado a una oficina de la DEA en Kentucky, donde el efectivo fue contado y fotografiado como evidencia. Cuando la mujer encargada de entregar el dinero a las tiendas en el centro de Laredo entró en la perfumería El Reino para dejar US$40.000, estaba siendo seguida por la policía. Una agente del equipo estaba adentro fingiendo ser una cliente. Debajo de su brazo tenía un pequeño bolso de cuero negro con un micrófono. Lo que parecía ser un botón cromado era en realidad la lente de una cámara.
En 2019, el juicio de cuatro semanas a los propietarios de El Reino, además del propietario de otra perfumería, dos transportadores de dinero y un empleado de almacén, dejó bastante clara la manera como los traficantes utilizaban negocios legítimos en ambos lados de la frontera para lavar dinero. Varias personas acusadas en el caso siguen prófugas, y en 2021 los Emiratos Árabes Unidos expulsaron a un cuarto propietario del almacén a Estados Unidos para enfrentar cargos de conspiración de lavado de dinero en el sur de Texas. Este se declaró culpable en diciembre y fue sentenciado a 40 meses de prisión en febrero de 2022.
Así es como lo hacen
Desde mediados del siglo XX, el centro de Laredo ha atraído a inmigrantes de todo el mundo. Los altos aranceles sobre artículos de consumo como los productos electrónicos hicieron que estos escasearan en México, por lo que los vendedores del mercado negro se trasladaron a Estados Unidos para comprarlos en las tiendas de los centros de las ciudades y contrabandearlos hacia el sur.
Los dueños de negocios locales compraban mercancía para sus clientes mexicanos en los mercados mayoristas de Nueva York. Los vendedores de esos mercados vieron una oportunidad y se trasladaron al sur, donde abrieron sus propios negocios y aprovecharon el mercado minorista de Laredo, que en su mayor parte se transa en efectivo. Hoy en día, el comercio minorista en línea y las restricciones de viaje debido a la pandemia han reducido la economía minorista del centro de Laredo. Pero diversas tiendas de flores artificiales, productos electrónicos, juguetes y perfumes dirigidos a clientes en México todavía permanecen. Y todavía operan en gran medida con ventas en efectivo.
“Así es como han operado los negocios en el centro de la ciudad durante años”, afirma Roberto Balli, un exconcejal cuyo distrito incluía el centro de la ciudad. Balli es además abogado y representó a uno de los transportadores acusados en el caso del intercambio de pesos en el mercado negro.
Esa era la economía que Ravinder Gudipati encontró cuando llegó a la ciudad fronteriza en 1993.
Gudipati había emigrado a Estados Unidos proveniente de India tres años atrás. Se mudó a Nueva York, donde trabajó descargando mercancía y ubicándola en los estantes de una perfumería de Broadway. Ascendió hasta llegar a ser vendedor, y tres años después su jefe le pidió que abriera una tienda en Laredo. Lo que se suponía que iba a ser un trabajo de seis meses se extendió por tres años más. Durante el juicio, Gudipati dijo que los clientes de México llegaban muy temprano cada semana para realizar pedidos de entre US$10.000 y $35.000, que pagaban en efectivo. Conoció a una empleada de la tienda de al lado, una pieza del mercado minorista del centro de la ciudad, llamada Corina Blake.
Gudipati se mudó a Nueva Jersey en 1996 y comenzó a administrar el almacén principal de la compañía de perfumes. Pero se le ocurrió la idea de comenzar su propio negocio. Renunció a su trabajo y regresó a Laredo, donde abrió NYSA Impex, una tienda llena de iluminación que ocupa media cuadra en el centro de Laredo y todavía se encuentra abierta.
“Conocía el lugar. Conocía a la gente de aquí, y eran muy amables, eran personas muy buenas”, dice Gudipati en su testimonio. “Y pensé que este sería un mejor lugar para mi jubilación”.
Muchos de sus clientes lo siguieron hasta la nueva tienda.
A veces sus clientes le enviaban dinero a través de casas de cambio, las cuales han sido utilizadas con frecuencia por los grupos criminales mexicanos para lavar dineros sucios. Otras veces le transferían dinero. También le solían pagar en efectivo, según testificó Gudipati.
En junio de 2012, algunos de sus clientes le dijeron que ya no le llevarían el efectivo ellos mismos. Le sería entregado por Corina Blake, la mujer que había trabajado en la tienda de al lado donde él trabajaba a principios de la década de 1990 y que entregaría los US$40.000 a la perfumería El Reino más tarde ese mismo año.
La infiltración a la organización
Corina Blake era bastante conocida entre la comunidad de comerciantes del centro de Laredo. Comenzó su carrera como vendedora en una tienda libre de impuestos (duty free) en 1988. Trabajaba para una empresa de transporte y dirigía su propia empresa de embalaje, tomando pedidos en línea de artículos que compraba en las tiendas de mayoreo y menudeo y que luego enviaba a sus clientes en México. Gudipati dice que él recomendaba los servicios de transporte de Blake a sus clientes.
Blake dijo en su testimonio que fue involucrada poco a poco en el esquema de intercambio dólares de la droga en Estados Unidos por pesos en México. Inicialmente, uno de sus clientes de la época en la que trabajaba en la tienda libre de impuestos la contactó en 2011 para que iniciara su empresa de embalaje. Dado que no tenía trabajo, aceptó reunirse con su antiguo cliente en el estacionamiento de un Best Buy en el norte de Laredo. Él le entregó decenas de miles de dólares y le pidió que llevara el dinero a una perfumería.
“Obviamente, ese dinero tenía algo malo”, testificó Blake en 2019. “No era dinero limpio”.
Poco después de esa entrega, cuenta Blake, empezó a recibir llamadas de otros vendedores de perfumes en Guadalajara y Ciudad de México, quienes le pedían que entregara efectivo en otras tiendas. Una semana después de la reunión frente a Best Buy, alguien más dejó casi un millón de dólares en una maleta en su casa. Ella entregó el dinero en media docena de tiendas, incluidas conocidas cadenas libres de impuestos. A cambio, recibió una comisión de la mitad del uno por ciento del dinero que entregó, alrededor de US$5.000.
Poco después, comenzó a recibir llamadas de un hombre conocido como Tío Polo, quien aumentó las cantidades de efectivo para entregar y subió sus ganancias al uno por ciento. La secretaria de un vendedor de perfumes mexicano le dijo que Tío Polo estaba de alguna manera coordinando las entregas de efectivo con un cartel de la droga en México, dice Blake.
En agosto de 2011, Tío Polo la llamó y le pidió que recogiera US$185.000 que le entregaría un camionero en la zona repleta de almacenes y paradas de camiones al noreste del centro de Laredo. Poco después, fue detenida por agentes federales. Uno de los agentes, empleado de la fiscalía local encargado de trabajar con la DEA, le pidió que lo siguiera.
En su oficina en el edificio federal de Laredo, Francisco Lozano le reprodujo una grabación de su conversación telefónica con el camionero que coordinaba la recogida de efectivo. Lozano le presentó sus opciones: trabajar para él o ser arrestada. Blake, quien no pudo ser contactada para que comentara al respecto, pero que testificó con Lozano en el juicio de 2019, aceptó cooperar.
Una mirada al interior de la organización
Blake continuó dejando que los agentes escucharan sus llamadas telefónicas. También los mantuvo al tanto de cuándo se planeaban las entregas de efectivo, y ellos observaban cómo el dinero que venía del norte llegaba a Laredo y se distribuía entre los negocios locales. Los fiscales sostienen que la conspiración blanqueó más de US$4 millones, según los registros judiciales.
La organización además comenzó a tomar forma. Tío Polo era conocido entre la comunidad de compradores de bienes de consumo en las ciudades fronterizas de Estados Unidos como un gran vendedor de ropa y mochilas en la ciudad de Guadalajara, en el centro de México. Según los fiscales, su nombre es Hipólito Ochoa Rivera, y había reunido a un pequeño grupo de comerciantes que compraban al por mayor en Laredo y vendían sus productos en tianguis, como se les conoce a los mercados al aire libre en México. Según el testimonio, Ochoa negociaba con narcotraficantes en México, de modo que usaran los dólares que les debían sus distribuidores en Estados Unidos para pagar las deudas en las que su consorcio había incurrido en las tiendas del centro de Laredo. A cambio, los vendedores en México les pagaban a los traficantes en pesos por la venta de sus productos en los tianguis.
Según el testimonio, Ochoa Rivera dirigió una operación similar en Los Ángeles. Los fiscales afirman que el esquema beneficiaba a todos los involucrados.
“Por su participación, los exportadores estadounidenses hacen más ventas, los importadores mexicanos evaden impuestos y obtienen una mejor tasa de cambio [de la organización narcotraficante] que en cualquier otra parte, y los intermediarios y transportadores de pesos reciben un porcentaje de las transacciones”, expone un fiscal federal en un documento judicial.
Si bien las organizaciones de narcotráfico tienen pérdidas, estas se dan en el largo plazo. En última instancia, sus ganancias ilegales son blanqueadas y las transacciones en dólares a gran escala aparecen como legítimas y quedan ocultas frente a los organismos de seguridad.
La evidencia presentada en el juicio se enfocó sobre todo en las operaciones en Estados Unidos, pero se presentaron indicios de cómo funcionaban las cosas en México. En 2012, los investigadores que escucharon las conversaciones de Blake oyeron cuando un agente de carga de Laredo le dijo que el hermano de Ochoa Rivera había sido asesinado. Según el agente de carga, el asesinato fue una represalia por haber perdido US$500.000 que los agentes le incautaron a un transportador. Sin embargo, InSight Crime no pudo localizar ninguna noticia o registro del asesinato.
Funcionarios del Departamento de Justicia afirman que no pudieron decir qué organizaciones de narcotráfico estaban involucradas porque esa información no se presentó en la corte. Keith Liddle, el abogado litigante de la Sección de Lavado de Dinero y Recuperación de Activos del Departamento de Justicia, quien estuvo al frente del caso de Laredo, solo se refirió en términos generales al perfil de los cambistas del mercado negro.
“[Los intermediarios] suelen tener algún tipo de conocimiento financiero”, le dijo a InSight Crime. “También, por supuesto, necesitan tener conexiones con los negociantes mexicanos, así como […] ciertas conexiones, directas o indirectas, con los carteles de la droga. Según mi experiencia, en general […] se imaginan a sí mismos como corredores financieros. Y, por supuesto, quieren mantenerse alejados de las drogas”.
Los investigadores fueron al Departamento del Tesoro y solicitaron copias de los documentos que presentaron los propietarios de las tiendas en Laredo, en las que declaraban las transacciones en efectivo de más de US$10.000, como lo exigen las leyes estadounidenses. A veces no declaraban los pagos de Blake. Otras veces, incluían el nombre del cliente cuya cuenta estaba siendo pagada, pero no el de Blake, quien era la que realmente entregaba el dinero.
En junio de 2012, los agentes le dijeron que querían infiltrar a uno de los suyos en la organización de lavado de dinero. Entonces ella le sugirió a Tío Polo que contratara a su primo, el dueño de una empresa de demolición llamado “Cuate”. Este, sin embargo, era de hecho Lozano, el agente de la fuerza de tarea de la DEA. Poco después, Cuate ya estaba conduciendo por todo Estados Unidos para recoger dinero de expendedores de drogas en lugares como Jackson, Mississippi; Cincinnati, Ohio; Atlanta, Georgia; y en la ciudad de Nueva York. El dinero era grabado y luego entregado a Blake. En el juicio, a los miembros del jurado se les mostraron los videos de Blake entregando fajos de efectivo a Harsh y Neeru Jaggi, los propietarios de El Reino, así como a Gudipati.
Pero a los agentes les preocupaba que no tuvieran pruebas suficientes para condenar a Gudipati y a los Jaggi. Así que, el 8 de mayo de 2013, Blake volvió a entrar en El Reino, y con la grabadora prendida en su bolso, les dijo cuatro veces a Harsh y Neeru Jaggi que el dinero que estaba entregando era “narcodinero”.
“¿Podemos declarar el dinero?”, preguntó Harsh Jaggi. La esposa de Jaggi, Neeru, le dio a Blake un recibo por los US$52.000 que ella les había entregado, y ella se fue. Unos meses más tarde, grabó una conversación similar con Gudipati en NYSA Impex.
Arremetida contra el lavado de dinero
Pasaron casi cinco años sin entregas en efectivo por parte de Blake. Luego, en enero de 2018, después de que pasara el estatuto de limitaciones para los delitos que ella cometió antes de estar en la nómina de la DEA, los agentes federales comenzaron a reunir a los participantes de la conspiración.
Esa fue la última vez que los fiscales federales observaron a los minoristas fronterizos. En 2012, fiscales federales de Houston acusaron a nueve personas que, según ellos, dirigían un esquema menos complejo con rasgos de intercambio de pesos en el mercado negro que involucraba a compañías fantasma y cuentas bancarias estadounidenses. Según los fiscales, un negociante de pesos acordaba un tipo de cambio con traficantes en México. El dinero de la droga era entregado en una oficina en un centro comercial al este de Houston y depositado en cuentas bancarias de Estados Unidos; luego la cantidad acordada era transferida a narcotraficantes en México.
De nuevo, los fiscales no dieron los nombres de los narcotraficantes mexicanos ni de las organizaciones a las que pertenecían.
Y en 2016, un juez de Laredo sentenció a otro propietario de una tienda en el centro de la ciudad a tres años de libertad condicional por no presentar los mismos formularios de declaración de efectivo que según los fiscales no presentaron los Jaggi ni Gudipati, o lo hicieron de manera incorrecta.
Utilizando la información de Blake y Lozano, los agentes arrestaron a siete personas en 2018, entre ellas el propietario de una bodega donde se almacenaban los perfumes, el agente de carga que los enviaba a México y uno de sus empleados. Arrestaron además a varios transportadores, a los Jaggi y a Gudipati.
En el juicio, los fiscales reprodujeron las llamadas telefónicas grabadas de Blake, Ochoa y los transportadores, y mostraron los videos de la cámara oculta en el bolso de Blake. Entre sus testigos se encontraba el dueño de la bodega donde se almacenaba el perfume y el expendedor que le entregó a Cuate (quien en verdad era Lozano), los US$215.520 en Kentucky. Dijeron que los dueños de las tiendas sabían que el dinero era sucio e intencionalmente omitieron el nombre de Blake en los formularios que presentaron ante el Departamento del Tesoro.
La defensa argumentó que los dueños de las tiendas, cuyo primer idioma es el hindi, no entendían los requisitos de declaración y que no sabían el significado de lo que Blake les decía en español. Las personas en cuyo nombre ella les entregaba el dinero eran clientes de mucho tiempo atrás. No les parecía que había nada sospechoso en las transacciones. Sus abogados los presentaron como laboriosos empresarios, cuya historia es la clásica experiencia de inmigración en Estados Unidos. Gudipati y los Jaggi abrieron pequeños negocios que les permitieron enviar a sus hijos a la universidad para obtener títulos de administración o medicina.
Al final, gran parte del caso se enfocó en la única conversación que cada uno tuvo con Blake en la que ella les dijo que el dinero que estaba entregando era dinero de la droga.
“Si él hubiera llevado una contabilidad más limpia y en el momento en el que ella dijo ‘narcodinero’, hubiera devuelto ese dinero y le hubiera dicho: ‘Fuera de mi tienda’, no creo que estuviera donde está hoy”, dijo Scott McCrum, abogado de Gudipati.
Pero sacar a Blake del negocio no habría sido fácil. Muchos de los comerciantes de Laredo venden a crédito.
“Están atrapados en un círculo”, dice Kush Samtani, propietario desde hace mucho tiempo de Special Electronics. “Tienen que proveerles mercancías a los clientes, o de lo contrario no tendrán con qué pagar”, señala Samtani en refrencias a las cuentas.
“Todo el mundo cruza el puente con dinero en efectivo”, agrega. “¿Cómo saber de dónde proviene?”
Al final, el jurado condenó a las seis personas en el juicio. Los Jaggi y Gudipati recibieron penas de prisión de 80 meses. En 2020, en medio de la pandemia mundial de coronavirus, un juez ordenó que Harsh y Neeru Jaggi, quienes no respondieron a las solicitudes para comentar sobre el caso, fueran liberados de prisión y quedaran bajo supervisión. En su condición de residentes permanentes legales, podrían ser deportados y están apelando sus condenas. Gudipati fue puesto en libertad bajo fianza y está a la espera del resultado de su apelación. El 9 de diciembre de 2020, después de que el Tribunal de Apelaciones del Quinto Circuito confirmara su condena, se entregó a la prisión federal en Oakdale, Texas.
La conexión México
Si bien los registros publicados en los casos de Texas no indican cuáles grupos criminales mexicanos se beneficiaron de los esquemas, un juicio en Nueva York hace 10 años dio ciertos indicios de cómo opera el intercambio de pesos del mercado negro al sur de la frontera.
En 2010, agentes de la DEA que hacían pesquisas sobre vendedores de perfumes en Florida, Nueva Jersey y Texas comenzaron a investigar a Vikram Datta, un habitante de Laredo que poseía tiendas en tres estados fronterizos. Este fue arrestado en enero de 2011 por cargos relacionados con una conspiración internacional de lavado de dinero. Luego los fiscales alegaron que Datta lavó dinero para el Cartel de Sinaloa, aunque las transcripciones del juicio muestran que el hombre que afirmaba ser integrante del Cartel de Sinaloa que compraba perfumes en sus tiendas era en realidad un agente encubierto.
Otro testigo en el juicio de Datta en 2011 dio una explicación más detallada sobre cómo operaba el esquema en México.
Faustino Garza González, un cambista de Nuevo Laredo, le dijo al jurado que él ofrecía el servicio de cambio de divisas a vendedores de perfumes en México. Recibía sus pesos, los cambiaba por dólares en bancos y casas de cambio, luego les pedía a correos humanos que los pasaran por la frontera y pagaran cuentas en las perfumerías de Laredo. El negocio parecía legítimo. Los correos declaraban el dinero ante los agentes de aduanas estadounidenses en el puente. Garza no podía operar el negocio en México porque tenía una condena previa en Texas por lavado de dinero, por lo que tenía un registro de empleado ante las autoridades correspondientes, según testificó.
En 2009, comenzó a comprarles dólares a dos empresarios de México que le ofrecían una mejor tasa que los bancos y las casas de cambio. Garza testificó que sabía que los dólares eran sucios, por el simple hecho de que se vendían en consignación y a un menor precio.
“Cuando uno dice que el dinero se compra en consignación, es obvio que ha sido mal habido u obtenido mediante el tráfico de drogas, y luego se me daría tiempo para devolverlo”, dice Garza en su testimonio.
No se sabe si los fiscales presentaron cargos contra los clientes de Garza, que quizá trabajaban para grupos del crimen organizado mexicano.
Estados Unidos es reacio a adelantar investigaciones de cambio de pesos en el mercado negro que puedan afectar el comercio internacional, como afirma Bill Gately, un exfuncionario de aduanas. En la década de 1990, Gately estuvo al frente de la Operación Casablanca, la cual descubrió una operación de lavado de dinero de mil millones de dólares por parte de banqueros mexicanos que utilizaban el intercambio de pesos en el mercado negro.
Él se refiere al lavado de dinero a través de las perfumerías en Laredo como “operaciones de poca monta”. Los funcionarios estadounidenses están dispuestos a adelantar el “pan comido”, dice Gately, pero no los peces más grandes.
*Buch es un periodista independiente ubicado en Texas, con amplia experiencia en el cubrimiento de las fronteras entre Estados Unidos y México.
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