Interesados en ello, los cineastas Emmanuel Massú y Eduardo Giralt Brun lograron convivir con algunos de ellos y mostrarlo en el documental Los plebes, que estrenará la semana próxima en el marco del FICUNAM, Festival Internacional de Cine de la UNAM.
A la mayoría de sus jóvenes entrevistados les taparon el rostro digitalmente, pero no importa. Se les puede ver mientras se peinan frente a un espejo y limpian sus armas, jugando con un perrito cachorro o enojándose entre sí porque uno de ellos rompió una tubería de agua potable.
Son también quienes van a un puesto de flores para llevarle un regalo a su novia, los que juegan en la televisión mientras se observa un gran retrato de Emiliano Zapata en la pared, y los que cuentan que aunque casi no iban a la escuela, eran elegidos para competencias interescolares.
“Éramos los primeros en contestar bien todo”, menciona orgulloso uno de los jóvenes, quien dijo haberse decantado por el crimen ante la necesidad económica.
“Más allá de la violencia, nos interesaban otros aspectos de ellos; lo que se ha hecho antes en cine o noticieros nos ha parecido simplista; no todos son máquinas de matar o sádicos, nosotros decimos que son narcolenials”, señala Giralt Brun.
Con los jóvenes se fueron acercando paulatinamente, ayudados por gente que conoce muy bien la zona. Primero fue un trabajo de campo, después, el enamoramiento hacia el proyecto, explicándoles a ellos que no querían amarillismo, sino humanizarlos.
¿El riesgo? Que en algún momento cayera una redada o algo peor, y ambos realizadores quedaran completamente atrapados.
“Siempre tratamos de que ellos vieran algo de cómo iba, era tener la confianza; escucharlos y si ellos decían: ‘ahora no quiero o no tenemos tiempo’, respetar eso; hay una frase que es no comer más de lo que nos toca y así era aquí, no más de lo hablado”, recuerda Emmanuel, quien radica en Sinaloa.
Los plebes inicia con un grupo de sicarios, portando armas de alto poder bailando alegremente “La Chona”, de Los Tucanes de Tijuana, mientras avanzan a pie y sobre una camioneta en terracería. Luego, alguno de ellos boca abajo disparando en una ciudad, autos incendiados, gente que corre.
“¿Cómo te llamas, loco?”, pregunta una voz juvenil, entre seria y amenanzante, mientras la cámara enfoca dos pies sobre el piso de un automóvil.
“Eduardo Giralt Brun”, responde el cuestionado.
“De dónde eres, de qué parte”?”, reitera, insistente, la primera.
“De Venezuela”, se escucha.
“¿Y qué vienes a hacer a Sinaloa?”, dice el joven en tono más grave.
“Una película”, subraya tajante el primero.
“Está grabando terreno ajeno, terreno para el que debe tener permiso, ¿me entiende?”. Y la imagen se va a oscuros.
Los cineastas indican que cuando han mostrado el material de más de 70 minutos, se ha vuelto complicado por la temática.
“¿Humanizar sicarios? Humanizar no es romantizar, siempre estuvimos conscientes de eso, todo el tiempo”, indica Emmanuel.
“Sólo queríamos retratar el tiempo libre de ellos, no hablar de matazón u otra cosa más”, respalda Eduardo.
Río Azul Films, Cine Buró y Vice Films son las casas productoras del documental, que espera seguir con recorrido festivalero este año.
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