Nosotros ya esperábamos este obstáculo. El sol se está poniendo y en la noche los dos grupos que luchan por el control de la región de Tierra Caliente en Michoacán convierten la principal vía que conecta las capitales municipales de Aguililla y Apatzingán en tierra de nadie. No teníamos previsto estar aquí y no estamos seguros de qué cartel nos está deteniendo.
Uno de los dos hombres de las metralletas y bufandas de balas se acerca a nuestro coche. De cerca podemos ver sus antebrazos tatuados y su bufanda de balas de alto calibre. Nos comienza a hacer preguntas. Le explicamos que somos periodistas filmando un documental. Nos mira escéptico y le habla a su comandante a través del walkie-talkie atado a su chaleco antibalas.
“Oiga, aquí tengo a unos muchachos … que son?”
“Reporteros”.
“Que son reporteros”.
Hay una pausa y la radio emite un pitido. Podemos escuchar a su jefe preguntar: “¿De los que hacen una película?”
“Afirma, afirma”.
Se aparta a un lado para recibir órdenes. Estamos en territorio en disputa, en un frente de guerra; de un lado está el Cártel Jalisco Nueva Generación, o CJNG. El grupo ha alcanzado el dominio nacional en México en una ola de derramamiento de sangre, con algunos de los combates más brutales concentrados aquí a lo largo del borde occidental de Michoacán. El fundador del CJNG, Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, nació en un rancho a solo media hora de la carretera donde estamos.
Las fuerzas de Oseguera invadieron Michoacán en 2019. Tendieron una emboscada donde mataron a 14 policías estatales y dejaron una nota que acusaba a la policía de servir a cárteles rivales. Los enemigos del CJNG son cárteles locales que han dividido la Tierra Caliente en pequeños feudos. Después de años de disputas, en los últimos 18 meses estos grupos formaron una alianza conocida como los Cárteles Unidos, uniéndose para hacer retroceder la incursión de Jalisco. La lucha ha involucrado drones con explosivos, camiones “monstruos” blindados y asesinatos brutales de ambos lados.
Ese día habíamos planeado hacer una entrevista al CJNG a través de nuestros contactos, pero no llegaron a la hora prevista y dejaron de responder a nuestros mensajes. Nos dejaron volando a ciegas mientras atravesábamos una carretera de regreso a las líneas del frente. En el puesto de control, según nuestra ubicación, sospechamos que estamos hablando con los Cárteles Unidos. Un líder muy conocido de los Cárteles Unidos nos había dado una entrevista antes en nuestro viaje, así que nos la jugamos y mencionamos su nombre a los hombres armados.
El tatuado transmite por walkie talkie nuestra explicación a su jefe. Pasan unos momentos antes de que el radio contesta con una orden severa de una sola palabra. "Regresa". Nos dice que nos va a parar un vehículo.
Una Jeep Cherokee blanca nos detiene 100 metros más atrás, cuando regresamos por donde venimos. Un hombre rellenito con una camiseta de camuflaje, gorra y chanclas se baja de la Cherokee cargando un rifle M16. No nos lo está apuntando directamente, pero lo mantiene listo mientras nos ordena que salgamos del coche, justo en medio de la autopista.
En ese momento tenemos que detener la grabadora.
En todos nuestros años reportando para VICE, incluidas varias expediciones anteriores que habíamos hecho al corazón del territorio de los cárteles, nunca habíamos tenido un momento de terror como este. México es el país más mortífero del mundo para los periodistas, con al menos nueve personas asesinadas como consecuencia de su trabajo periodístico solo el año pasado. Formar parte de la prensa internacional te brinda cierto grado de protección que nos ampara mientras estamos detenidos. Los reporteros locales enfrentan los peligros más graves, casi siempre sin amparos, ni excusas.
Viajamos a Tierra Caliente para relatar el último capítulo sangriento de lo que es esencialmente una guerra civil, una que se ha prolongado más que los conflictos en Siria, Ucrania y Yemen, en donde decenas de miles han muerto y han sido desplazados. El final de 2021 marcará 15 años desde el inicio de la “guerra contra el narcotráfico” en México. Esta guerra comenzó oficialmente en diciembre de 2006, cuando el entonces presidente Felipe Calderón desplegó miles de soldados para derrocar al cártel que aterrorizaba a Michoacán, su estado natal, del que fue candidato a gobernador.
Durante mucho tiempo, las tropas mexicanas han desempeñado un papel fundamental en la guerra contra las drogas (a veces luchando contra los traficantes, otras veces facilitando sus actividades), pero Calderón inició una nueva era de militarización financiada por Estados Unidos, que ha enviado 3.300 millones de dólares en ayuda de seguridad desde el 2008. La laxitud de las leyes estadounidenses en materia de armas y una frontera más bien porosa, han permitido que fluya el contrabando de millones de armas militares hacia el sur. La guerra de Calderón pronto se extendió más allá de Michoacán, hundiendo a todo el país en una espiral descendente de violencia que continúa hasta el día de hoy. Los homicidios se han más que triplicado desde 2006, con 34.515 asesinatos registrados en 2020. Y esos son los registrados.
El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, o AMLO, fue el némesis político de Calderón en 2006 y luego hizo campaña con el lema “abrazos, no balazos” y una vaga promesa de reducir la escalada de la guerra contra las drogas. Pero desde que asumió el cargo, AMLO ha hecho exactamente lo contrario, cambiando el nombre y el uniforme de algunas unidades policiales y militares para denominarlas Guardia Nacional y apoyándose aún más en el ejército para tareas de vigilancia. López Obrador ha jugado con la posibilidad de revocar el acuerdo histórico de seguridad existente con Estados Unidos, pero por ahora las cosas continúan como de costumbre.
AMLO culpa a sus predecesores por los continuos problemas de seguridad del país. Cuando le preguntamos sobre Michoacán en una conferencia de prensa en octubre, ofreció una respuesta críptica sugiriendo que la raíz del problema es la corrupción. (Irónicamente el gobierno de AMLO intervino recientemente para evitar que Estados Unidos enjuiciara al exsecretario de Defensa de México por cargos de narco-corrupción y luego absolvió rápidamente al general de cualquier delito).
“Y claro que ha crecido. La delincuencia y sobre todo, lo más lamentable, los homicidios”, dijo AMLO. “Porque ya está quedando de manifiesto otro error. Permitieron la creación de asociaciones criminales entre autoridades y delincuentes”.
Cuando se le pidió que aclarara, AMLO continuó: “Si no está bien pintada la raya de la frontera entre autoridad y delincuencia, no se avanza. Los estados donde tenemos más problemas son los que permitieron el aumento de esta asociación. Es mucho más difícil resolver el problema de la violencia”.
Es dudoso que México (o Estados Unidos) “resuelva el problema de la violencia” en el corto plazo, pero estábamos en Michoacán para tratar de entender si algo podría cambiar para mejor. Al final, encontramos algunas razones para tener esperanza, pero primero, teníamos que encontrar la manera para salir de ese puesto de control del cártel.
Nuestro viaje comienza en un pequeño pueblo muy tranquilo en Tierra Caliente, aproximadamente a una hora en automóvil al oeste de la capital regional de facto, Apatzingán. Estamos estacionados junto a una plaza desierta esperando encontrarnos con un líder de los Cárteles Unidos. Los punteros y halcones en moto llevan horas dando vueltas por la plaza, mirándonos de reojo. El jefe, como siempre, llega tarde.
Nos están recibiendo aquí porque los Cárteles Unidos están haciendo una ofensiva de relaciones públicas, buscando publicidad favorable en los medios. Su coalición incluye al menos media docena de grupos criminales, incluidos algunos que se formaron hace años con el aparente propósito de defender al pueblo de Michoacán de la extorsión y los secuestros de los cárteles. Estas autodefensas originales comenzaron a aparecer en 2013 y eran una mezcolanza de milicias comunitarias. Algunas eran fuerzas genuinamente lideradas por ciudadanos que se alzaron en armas para derrocar a los Caballeros Templarios, un cártel parecido a un culto que una vez tuvo un control completo sobre el estado.
Pero los rivales y desertores de los Caballeros Templarios tomaron nota. Los ex miembros del cártel descubrieron que al disfrazarse y usar la etiqueta de autodefensa les generaba una cobertura mediática favorable y la aceptación del gobierno mexicano. A algunos de los vigilantes se les entregaron rifles y uniformes, pero en los años posteriores muchos volvieron a trabajar al margen de la ley, traficando metanfetamina y extorsionando “cobro del piso'' a negocios locales para protegerse.
Para ganarse los corazones y las mentes de las comunidades en la guerra contra el CJNG, los Cárteles Unidos han intentado revivir la etiqueta de las autodefensas y presentarse como protectores de la comunidad una vez más. Recientemente una facción organizó una sesión de fotos con mujeres (algunas embarazadas) portando rifles de asalto y haciendo guardia en barricadas con niños a cuestas. Algunos grupos han repartido paquetes de ayuda con alimentos y suministros básicos durante la pandemia. Pero el barniz de benevolencia se desvanece cuando uno de los altos jefes de los Cárteles Unidos finalmente hace su aparición.
El don está rodeado por al menos dos docenas de sicarios que saltan de sus camionetas como si fueran de película, todos con sus rifles automáticos y chalecos tácticos. Algunos parecen hipsters de Brooklyn, con jeans ajustados y rotos de fábrica, camisetas de boxeador y tirantes. Sus barbas las llevan largas, bien modeladas. Uno lleva un corte de pelo como en mullet, como el de “Tiger King”, con sus rayitos pintados de rosita y vainilla, y su bigotito de hilo. Hay una mujer en el grupo, armada hasta los dientes con un lanzagranadas pegado al cañón de uno de los dos AR-15 que porta, luciendo una banda de calaveras tatuadas alrededor de sus bíceps. El jefe grande usa una camisa polo y su Colt .45 con cachas en oro fajada en la cintura de sus jeans desgastados de diseñador. A primera vista no parecen exactamente el grupo de campesinos humildes que el término autodefensa pretende evocar.
A pesar de que hablamos con él varias horas, el jefe grande no nos deja grabar su entrevista; le preocupa que le cause problemas con el gobierno o con los otros líderes de los Cárteles Unidos. Pero habla abiertamente sobre su negocio y niega con la cabeza al recordar el levantamiento de las autodefensas.
“Hubieran venido aquí hace 10 años”, dice. “Eso era el Viejo Oeste”.
“¿Y ahora?”
“Bueno, pues sigue siendo el Viejo Oeste, ¿verdad? jajaja”, responde con una sonrisa. Describe la “unión” de cárteles como un esfuerzo por restaurar algo parecido al orden. “Mira, yo soy un criminal. Pero estamos tratando de lograr la paz en estas comunidades uniendo fuerzas con mis antiguos enemigos ”.
El jefe grande nos ofrece a cambio acompañarnos hasta El Aguaje, el pueblo más disputado en la batalla contra el CJNG, una zona que alguna vez fue el hogar de alrededor de 5.000 personas que trabajaban en las granjas del limón. El Aguaje tiene la desgracia de estar estratégicamente ubicado cerca del desvío de la carretera a la ciudad natal de El Mencho pero después de cambiar de manos varias veces durante los últimos 18 meses, ahora es un pueblo fantasma, con vocación involuntaria de frente de batalla. Cáscaras carbonizadas de coches quemados salpican las calles. Muchas casas están abandonadas y acribilladas a balazos. Nos dicen que quedan menos de 50 familias en medio de la nada
La mano derecha del patrón se presenta como Juan Carlos y nos dice que es de El Aguaje mientras nos pasea por una casa saqueada. Miles de casquillos de bala están esparcidos por el suelo mezclándose al universo de cosas abandonadas por la familia que vivía ahí: fotos, álbumes, recibos de teléfono, videocassettes. En la cocina hay un colchón sucio con ilustraciones de los Looney Toons arrastrado desde lo solía ser el dormitorio de un niño al final del pasillo. Juan Carlos dice que el CJNG lo convirtió en barricada después de tomar el control de la ciudad. La familia que una vez vivió aquí fue desplazada, dice, y el hombre de la casa desapareció después de que se negó a unirse al cártel para pelear contra el cartel invasor.
“Los Jaliscos sacaron a la familia y los hincan aquí”, dice Juan Carlos, señalando el porche de la casa mientras repite las palabras de los testigos.
“Oiga, pero pues nosotros no somos gente de problemas”.
“Aquí nos vale madre, van a pelear por el patrón”.
Cuando se le pregunta de qué lado lucha, Juan Carlos tiene cuidado de no decir “Cárteles Unidos”. Prefiere “Pueblos Unidos”,el término más inclusivo porque también están involucradas algunas “autodefensas legítimas”. El ejército también ayuda capturando ocasionalmente a miembros del CJNG, dice, “pero no es suficiente”.
“No queremos familias descuartizadas, no queremos robos, secuestros, estamos cansados de eso. Estamos cansados. Y vamos a luchar. Tal vez yo no viva para contarlo, pero vamos a morir en el intento. Vamos a sacar a los Jaliscos de aquí”.
El jefe de los Cárteles Unidos que ha estado esperando cerca pero a distancia, interrumpe nuestra entrevista con Juan Carlos, toca la bocina de su camioneta y nos hace señas para que nos apuremos y de pronto hay prisa de irnos. Se arranca a toda velocidad la autopista y nosotros luchamos por mantener alcanzarlo. Por el momento, no nos dan mucha explicación de lo que está sucediendo, solo nos dicen que El Aguaje ya no es seguro. Hasta un par de horas después nos enteramos de que alguien de su organización fue asesinado a solo unos kilómetros del lugar de nuestra entrevista.
El jefe nos lleva a otro pueblo que está bajo su control en donde hay una feria de pueblo con juegos mecánicos y comida, y ‘La Culebra’ como soundtrack a todo volumen en las calles. Estamos rodeados de los hipsters de los rifles, que cuidan a su patrón a distancia, mientras vehículos todoterreno de aspecto caro pasan a toda velocidad. Claramente el jefe grande está satisfecho. Nos dice que le preguntemos a cualquiera, aquí es un lugar seguro, y la gente vive bien y sin miedo. ‘Aquí nadie me tiene miedo’. Pero no se nos permite filmar ni realizar entrevistas. Esa seguridad de las metralletas nos recuerda a la casa de los espejos locos de las ferias, donde la realidad es un espejo cóncavo donde se ve una ciudad tranquila y feliz se ve a través de un espejo
Al principio de nuestro viaje conocimos a una mujer de veintitantos a la que llamaremos Rita, que se vio obligada a huir de El Aguaje con sus hijos pequeños. Nos contó cómo es la vida bajo el gobierno de un cártel realmente. Se acostumbró a ver gente armada alrededor, y durante un tiempo se sintió relativamente en paz, principalmente porque nadie disparaba las armas. Luego comenzaron los tiroteos, a veces en la calle justo afuera de la puerta principal de la familia.
Rita y su pareja trabajaban en los huertos de limón, y su empleador les proporcionó un hogar cómodo con suficiente espacio para toda la familia, además de un salario para mantenerlos.
“Jugábamos voleibol, nos juntábamos a jugar lotería con los vecinos, hacíamos comidas los fines de semana”, dice Rita, recordando el día en que la familia se separó. Su pareja se fue a un juego de voleibol una noche y ella se quedó en casa con sus hijos.
“Ya era la una y él sin llegar y le marcaba y no me contestaba”,recuerda. “Andaba nerviosa, como andaban diciendo que se estaban llevando a los hombres a pelear. Este el papá de mis niños lo golpearon, lo dejaron por muerto. Fue la separación de nosotros de que él se tuvo que ir de aquí. Tenía que irse. O te unes a ellos o te matan”.
Ahora está desempleada y vive en un refugio temporal, una casita de una sola habitación donde ella y sus hijos comparten algunos colchones esparcidos por el piso de concreto. El padre de sus hijos está en en la frontera, dice, buscando una forma de cruzar la frontera de Estados Unidos y encontrar trabajo.
Rita tiene demasiado miedo de pronunciar el nombre del grupo que estuvo a punto de matar a golpes a su pareja, pero era una de las facciones de los Cárteles Unidos. No tiene esperanzas de justicia y dice que el gobierno mexicano no está haciendo nada para restaurar el orden en El Aguaje o ayudar a las familias desplazadas. “No sabemos sus motivos de por qué no quieran poner un alto y ven que muchas familias están sufriendo”, dice Rita. “Hay mucho niño de por medio. Pero no, ellos no han querido tomar cartas en el asunto”.
El sacerdote Gregorio López, mejor conocido como Padre Goyo, coordina los esfuerzos de ayudas para los desplazados en Michoacán. Otras ciudades de la zona también se han vaciado, dice el sacerdote, y en su teléfono nos muestra una lista con los nombres de 525 familias a las que ayudó a reasentar. Muchos han huido a ciudades fronterizas con planes de buscar asilo o probar suerte cruzando la frontera, dice.
La pandemia ha dificultado aún más el trabajo del sacerdote, ya que cada familia desplazada necesita su propio alojamiento. El Padre Goyo anima a las víctimas de delitos a presentar denuncias, pero pocas están dispuestas debido a la percepción de que la policía sirve a los cárteles. La falta de documentación crea dificultades para quienes buscan asilo y hace difícil medir el alcance de la crisis. La violencia generada por las drogas ha desplazado entre 1 millón y 8 millones de mexicanos, y más de 79,000 están clasificados como “desaparecidos”.
Antes el padre Goyo apoyaba activamente a los grupos de autodefensas comunitarias en Michoacán. A principios de la década de 2010 salió a las calles con un chaleco antibalas sobre su sotana y un megáfono, pidiendo a la gente del pueblo que se uniera para expulsar a los miembros del cártel. Años después, ya está cansado de que el crimen organizado use al movimiento de autodefensa. Cuando se le pregunta si los Cárteles Unidos podrían considerarse el menor de dos males en la guerra contra el CJNG, se burla.
“Aquí no hay cártel bueno”, dice Padre Goyo. “Los Cárteles Unidos se han quedado porque cuentan con el apoyo del Ejército, cuenta con el apoyo de las Guardia Nacional. No estoy diciendo que el otro era bueno. No, no, ninguno. El gobierno no puede apoyar a un delincuente. Que vaya, limpie y saque a los dos”.
Distintas versiones de la misma guerra territorial en Tierra Caliente están ocurriendo en todo México. Cada conflicto tiene sus diferencias locales, pero un denominador común es la incursión del Cártel de Jalisco Nueva Generación. El CJNG se ha ganado una reputación de crueldad, acumulando cuerpos dondequiera que se hayan expandido, a menudo al reclutar bandas locales para que se unan a su causa de tráfico de enormes cantidades de cocaína, metanfetamina, heroína y fentanilo. Las fuerzas del cártel ahora dominan Guadalajara, la segunda ciudad más grande de México, junto con gran parte de la región alrededor de Jalisco. Según una estimación, el cártel ahora tiene más de 5,000 miembros en todo el mundo y operaciones en al menos 35 estados de EE. UU.
La DEA actualmente ofrece una recompensa de $10 millones de dólares por El Mencho, quien fundó CJNG a principios de la década de 2010. Pero El Mencho aparentemente sueña con regresar a su rancho y por eso intentó tomar el control de Michoacán. Un reporte de prensa afirma que su plan es convertir el municipio de Aguililla en un "búnker" virtual donde pueda administrar su imperio de manera segura.
El Mencho nunca ha concedido una entrevista y su cártel es notoriamente reservado. Pero a través de nuestros contactos logramos solicitar una entrevista con los líderes de la facción CJNG que opera en Aguililla. La cita es en un pueblo remoto en la sierra que separa Tierra Caliente de la costa del Pacífico.
Para llegar, hay que dejar la carretera principal y girar hacia las montañas, en una carretera de dos carriles. Al poco tiempo, las señales que advierten la presencia del cártel se hacen notar: el pavimento y las señales de tránsito están tachados con graffiti de CJNG en letras negras, y ‘Peligro’, y dibujos calveras. El pavimento pronto se desintegra para convertirse en tierra, y para dar paso a una carretera de terracería, lodo y rocas que supera la capacidad de nuestra minivan familiar. Cuatro desgarradoras horas después de laberintos y decisiones al azar sobre si tomar una trocha u otra, siempre a punto de quedarnos atascados, y conducidos por la gracia irregular de Google Maps, llegamos y encontramos un pueblo de montaña extrañamente tranquilo. En la plaza principal desierta no hay casi gente, ni motos, ni halcones, ni hípsters. Después de algunas conversaciones delicadas con locales curiosos, nos enteramos de que los miembros del CJNG con quienes teníamos cita se fueron antes para evitar una patrulla militar.
Con la luz del día desapareciendo rápidamente, conducimos por el otro lado de la montaña, sobre una carretera casi toda pavimentada que nos llevará a través de El Aguaje y de regreso al territorio de los Cárteles Unidos. No hay servicio celular y no podemos comunicarnos con nuestros contactos de ninguno de los lados con nuestro teléfono satelital. Seguimos pasando los esqueletos fantasmales de vehículos incendiados.
El primer puesto de control se encuentra a la entrada de la ciudad de Aguililla, que en ese entonces estaba bajo el control de los Cárteles Unidos. Un chico adolescente con su AK 47 nos hace señas para que pasemos. Pasan unos 45 minutos de ruta, con una hora de sol restante en el horizonte cuando llegamos al segundo punto de control con los señores de las ametralladoras y las bufandas de balas, y nos piden que retrocedamos.
El tipo del Jeep blanco, también un rifle automático que nos detiene a continuación comienza su conversación de manera amistosa: “¿Se pueden estacionar poquito? Vamos a platicar”.
Dejamos nuestra minivan estacionada en medio de la carretera. Nos hace hacer una fila frente al auto y pide que nos identifiquemos. Entregamos nuestras credenciales de prensa e identificaciones, y él toma fotos con su teléfono celular, luego escucha nuestra historia, y pasa su mensaje por radio. Poco a poco empiezan a aparecer camionetas, hasta que estamos rodeados por al menos 30 hombres, todos fuertemente armados. Se estacionan en semicírculo hacia nosotros, con los faros encendidos. Ya se fue el sol.
Intentamos mencionar nuevamente el nombre del líder de los Cárteles Unidos, y es entonces cuando nos dan la noticia. Un tipo, vestido de pies a cabeza de negro como un comando, saca un parche de velcro de su bolsillo y lo coloca en la parte delantera de su chaleco antibalas. Dice en mayúsculas: CJNG.
“Se toparon con el corazón de la mafia", dice. "Si yo fuera ustedes, no hubiera venido”.
Al principio nos interrogan. Tratamos de explicar que hemos estado en contacto con alguien que representó al CJNG en el área, pero parece que no saben de qué estamos hablando. Nos quitan los teléfonos móviles y registran nuestra minivan. Cuando encuentran un dron, que hemos estado usando para filmar tomas de paisajes, el comando en negro se torna aún más sospechoso.
“¿Ustedes son de la DEA?" él pregunta. "Si son de la DEA, de aquí no salen”.
Algunos de los hombres armados junto a las camionetas están fumándose sus gallos, y dándose sus tiros de perico por llave Se están riendo y disfrutando del espectáculo nuestro. A distancia resuena un ra-ta-tat, contestado por un bum-bum-bum el fuego de ametralladoras, y un soldado grita: “¡Ya empezó la guerra!’
La amenaza de la violencia y los ojos de pavor viven en el aire hasta que llega su verdadero comandante, entonces se rompe el hielo. Satisfecho de que somos realmente periodistas (después de que alguien seguramente nos buscó en internet) y al no representar una amenaza, el comandante del CJNG se disculpa por el malentendido y después de un poco de persuasión nos invita a regresar para una entrevista en forma a la mañana siguiente. Ni siquiera está enojado porque mencionamos haber hablado con su enemigo, los Cárteles Unidos y dice que entiende que nuestro trabajo es conocer los distintos lados de la historia.
Se obra el milagro: de repente, los hombres armados se muestran amistosos y tienen curiosidad por aprender sobre la legalización de la marihuana en los Estados Unidos. La mayoría proviene de Guadalajara y dicen que han estado desplegados en Michoacán durante más de un año. Quieren saber qué piensan los estadounidenses sobre el CJNG, y parecen satisfechos cuando les decimos que se les conoce como el cártel más sanguinario y poderoso de México. Cuando nos vamos, nos dirigen a un garaje cercano y nos ayudan a poner aire en una llanta de nuestra minivan que se está desinflando.
A la mañana siguiente, regresamos a un pequeño pueblo cerca de donde nos detuvieron la noche anterior. Motos y halcones. Las camionetas de hombres armados del CJNG llegan en convoys, incluido una camioneta Ford Raptor negra blindada con placas de acero y puertos de armas instalados en las ventanas. El grueso cañón de un rifle de francotirador calibre .50 se asoma a través de un agujero en el parabrisas.
La Raptor negra pertenece al comandante del CJNG a cargo de la región. Nos lleva a un pequeño cementerio para hacer la entrevista, colocándose sobre una tumba de cemento. Habla inglés por haber pasado un tiempo en los Estados Unidos, incluido un período en la cárcel por tráfico de drogas, pero dice que se crió en Michoacán y, como su jefe, El Mencho, ahora está luchando por recuperar su tierra natal. Como los hombres armados que conocimos la noche anterior, muestra una devoción total por su líder y dice que los Cárteles Unidos están difundiendo mentiras al acusar al CJNG de aterrorizar a los civiles.
“Nosotros no nos dedicamos a eso”, dice el comandante. “Nosotros somos narcotraficantes. Nosotros producimos, exportamos y vendemos droga. De eso es lo que 'el papá' de nosotros hace el dinero. Esa es la empresa de nosotros ¿verdad? No dependemos en absoluto de una extorsión o de un secuestro, de un cobro de piso. Nada de eso”.
Cuando se entera de que hemos conocido a personas desplazadas por la violencia, el comandante expresa simpatía y dice que muchos han sido blanco de los Cárteles Unidos porque tienen familiares en el CJNG o son presuntos simpatizantes.
“Yo sé quién es mi patrón. Señor don Mencho. Una persona muy honorable”, dice el comandante. “Nosotros no somos gente que vamos a actuar en contra de una persona civil, de una persona inocente. Eso está en contra de los órdenes que traemos, en contra de los mismos principios que yo tengo. Si yo no pensara de la forma que yo pienso, yo no estaría en este cártel”.
UN COMANDANTE DEL CJNG HABLA CON VICE NEWS CERCA DE EL AGUAJE. FOTO DE: MIGUEL FERNÁNDEZ-FLORES.
Durante la entrevista, el comandante no suelta su rifle de asalto con lanzagranadas. Uno de los walkie-talkie conectados a su chaleco antibalas cruje mientras sus halcones en las colinas circundantes brindan actualizaciones sobre la ubicación de las fuerzas militares en el área.
Cerca del final de nuestra conversación, una familia, dos mujeres y varios niños se acercan a atender una tumba cerca de donde estamos sentados. Ya casi es el Día de los Muertos y la familia ignora a los sicarios con pasamontañas que permanecen cerca mientras dejan ofrendas y limpian la lápida.
Cuando le preguntamos al comandante del CJNG sobre la guerra contra el narcotráfico en Michoacán que lleva 15 años, menciona que tiene cuatro hijos que no ve hace más de un año porque está fuera, combatiendo.
“Yo quisiera poder venir y no tener que portar un arma”, dice. “En 15 años quisiera poder venir con mi familia y andar por estos lugares sin necesidad de traer gente armada conmigo ni portar un arma tampoco. Eso es lo que quisiera”.
Pero el comandante aún no está listo para dejar las armas. Hace una vaga referencia a los políticos que no cumplieron sus promesas y jura que seguirán luchando todo el tiempo que sea necesario para conquistar esta tierra, o mientras El Mencho lo ordene.
“Sabemos que con este camino que vamos, si morimos, morimos por algo que valió la pena”, dice. “La guerra usted sabe que son puras batallas, nunca se acaba. Y vamos a seguir en esto”. El convoy se va siguiendo al comandante, que sale del pueblo tan rápido como llegó.
Al salir del cementerio, pasamos junto a un grupo de mujeres y niños que están junto a la única carretera que lleva al Aguaje y a Apatzingán y Morelia. Nos piden que bajemos porque han visto que tenemos cámaras y quieren que difundamos su petición de ayuda. Dicen que la situación es terrible porque los Cárteles Unidos están bloqueando el paso de camiones, incluso los que transportan suministros esenciales.
“No están dejando pasar la comida”, dice una mujer. “Es que El Aguaje está lleno de gente armada. A carros que pasan, carros que les disparan”.
Efectivamente, automóvil pasa frente a nosotros en la carretera hacia El Aguaje y cinco minutos después escuchamos disparos distantes. Luego pasa otro coche, otros cinco minutos, otros disparos. Los informes de noticias locales dicen que el área estaba sin electricidad después de que los Cárteles Unidos destruyeron un transformador de energía. En otras comunidades cercanas, los cárteles han utilizado equipos de construcción para cavar trincheras y hacer intransitable la carretera, impidiendo el avance del CJNG pero también asediando las áreas en disputa.
Es difícil calcular el impacto económico de la guerra contra el narco en Michoacán, pero se ven numerosas fábricas abandonadas a lo largo de la carretera. El Estado de Michoacán produce la mayoría de los aguacates de México, con exportaciones valoradas en $2.4 mil millones de dólares, y durante mucho tiempo los cárteles han amenazado a la lucrativa industria, extorsionando y robando a los productores. A lo largo de la costa sierra del Pacífico, los campesinos productores de papaya han sido sometidos al mismo trato. El turismo, que alguna vez fue el alma de los pueblos costeros antes de la pandemia, se ha secado aún más en medio de las guerras de los carteles, como lo ha hecho en todo México.
Nuestra última parada en Michoacán es el municipio de Aquila, que se extiende a lo largo de la exuberante costa tropical al oeste de Tierra Caliente. La costa es un territorio privilegiado para el tráfico de drogas, pero la tierra aquí también es valiosa por otras razones. Las colinas son ricas en hierro y el conglomerado siderúrgico Ternium mantiene una gran operación minera cerca de la capital municipal.
Los cárteles de México han diversificado sus fuentes de ingresos en los últimos años, yendo más allá del tráfico de drogas y movilizándose en todo tipo de negocios legítimos, incluidas las minas. El gobierno de AMLO ha hecho de la protección de las minas una prioridad máxima, enviando tropas de guardias armados especialmente entrenados para proteger una mina de oro en el norte del país. Pero en Aquila, la lucha contra el CJNG ha recaído en las autodefensas locales, encabezada por Rubén Baltazar, alias El Chopo, que antes se dedicaba a la construcción.
Chopo dice que la mina emplea a más de 300 personas y los miembros de la comunidad indígena reciben hasta 30.000 pesos (unos 1.500 dólares) al mes en regalías por permitir la explotación minera en sus tierras. “No necesitamos vender ni cocaína, ni marihuana, ni cristal, ni ningún tipo de droga”, dice. “Lo que necesitamos es la seguridad. Y es lo que le pedimos al gobierno”.
Según Chopo, el cacique local del CJNG en Aquila solía dirigir las autodefensas de la comunidad. Pero después de expulsar al cártel de los Caballeros Templarios del área en 2013, dice Chopo, la milicia se corrompió. El exlíder fue arrestado y encarcelado, pero luego fue liberado y ahora está respaldado por el CJNG, que ataca constantemente su destartalado puesto policial que él mismo construyó.
“Yo tengo siete años con un rifle colgado”, dice Chopo. “Estoy hasta aquí”, dice señalando su frente. “Estoy enfadado, pero si lo suelto me matan”.
Chopo dice que sus fuerzas armadas están respaldadas en su totalidad por donaciones voluntarias de la comunidad, aunque en 2014 hubo denuncias de que los pagos fueron coaccionados. Chopo dice que no recibe apoyo del ejército ni del gobierno mexicano, y se queja de que las tropas de la Guardia Nacional aparecieron horas después de que terminaron los tiroteos con el CJNG.
“No me gusta hablar mal del Gobierno. Lo que todo el tiempo he dicho es que el gobierno cuando quieren hacer algo, lo hacen porque tienen la capacidad, tienen el dinero, tienen el equipo y tienen el poder”, dice Chopo. “No entiendo por qué no se les ha pegado a esta parte delictiva del Cártel Jalisco que tenemos aquí. Nosotros lo único que hacemos es esperar. Y si ese grupo delictivo llega a atacarnos, pues nosotros respondemos la agresión a como venga, como sea”.
Otros lugares de Aquila han mantenido la fe en las autodefensas incluso después de ver fracasar el movimiento en los primeros años. A lo largo de la costa, la comunidad indígena de Ostula fue una de las primeras en tomar las armas y en expulsar al cártel de los Caballeros Templarios de su tierra, poniendo fin a años de extorsión, secuestros y tala ilegal de madera. Fue una lucha sangrienta que duró años, interrumpida, dicen los locales, por el líder de la milicia que perpetuaba los mismos daños por las que había luchado para acabar.
Las autodefensas revividas de Ostula están aliadas con el equipo de Chopo, pero la comunidad indígena mantiene su propia red de seguridad. Las barricadas en los caminos de tierra hacia su tierra están ocupadas por campesinos armados con escopetas y walkie-talkies. En caso de una incursión de un cártel, piden ayuda por radio de refuerzos equipados con armas más pesadas.
“Ya no confiamos en un gobierno. ¿Verdad?” dice Ezequiel Grageda, un líder comunitario en Ostula. “Lo estamos haciendo todo nosotros mismos”.
Grageda y otros dijeron que el líder corrupto de las autodefensas de Ostula ahora está aliado con el CJNG. Como castigo, el hombre fue desterrado de la comunidad y demolieron su casa. Desde entonces, dice Grageda, él y otros han recibido amenazas de muerte del cártel.
“Pues es cierto que nos han matado a los líderes de la comunidad y amenazan con que si entran, lo harán hasta el final”, dice Grageda. “Contra las autoridades, los guardias, todos”.
La autodefensa de Ostula se ha enfrentado con el ejército mexicano por sus barricadas en los últimos años, incluido un incidente en el que, según informes, el comandante de la milicia huyó del lugar después de embestir un camión militar. AMLO ha desaprobado públicamente las autodefensas, pero en su mayor parte son toleradas. Cherán, una comunidad indígena aliada con Ostula, se hizo conocido como uno de los lugares más seguros de Michoacán después de que su milicia expulsó tanto a los cárteles como a la policía local.
Los grupos de milicias de la costa insisten en que no tienen ninguna relación con los Cárteles Unidos. El CJNG lanzó recientemente un video propagandístico acusando a los líderes locales de la autodefensa de traficar drogas y hacer trampas de protección. Nosotros nunca vimos evidencia de eso durante nuestro tiempo en Ostula ni Aquila.
Rumenigue Macías, maestro de primaria, nos dice que Ostula finalmente se siente segura de nuevo. Es un lugar pequeño y muy unido, dice, y se correría la voz si hubiera problemas con las autodefensas. Nos lleva a una playa donde se han reunido autobuses llenos de turistas para observar la migración de las tortugas marinas. La policía comunitaria con rifles de asalto permanece en la periferia, pero por lo demás es una imagen de tranquilidad mientras las tortugas se arrastran por la playa para poner sus huevos.
“Ya no se roba ganado”, dice Macías. “El papayero tuvo que pagar un buen porcentaje de sus ganancias [al cartel] - hubo uno que fue robado y su familia fue asesinada - eso no sucede ahora. Hay una muy buena paz en la comunidad”.
El CJNG ha estado a la ofensiva últimamente, retomando El Aguaje de los Cárteles Unidos, así como la cabecera municipal de Aguililla. Hubo rumores también de que el mismo Mencho había visitado la cabecera municipal de Aguililla, escoltado por un convoy de 30 vehículos y monstruos, pero fuentes del CJNG más bien refutaron esa afirmación. Pero lo cierto es que los combates son constantes y cada semana hay nuevas noticias de enfrentamientos entre las dos bandas en la región.
Hay una frase infame en latinoamérica: Plomo o plata. Es la opción binaria que se ofrece a quienes se atreven a interponerse en el camino de los cárteles: aceptar el soborno o sufrir las consecuencias a balazos. Cuando le preguntamos a Chopo si está considerando tomar el camino de menor resistencia con el CJNG, responde que nunca. Prefiere el plomo.
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