Hay que ponerse a rezar –dijo la doctora.
Corrían los primeros días de diciembre. Por tercera semana consecutiva, el hospital era un ir y venir de gente llamando por teléfono a farmacias de todo el país, a otros países, con las mismas preguntas: ¿Le queda algo de este medicamento? ¿En cuánto me lo vende?
—No renovaron el contrato. No tenemos stock de los medicamentos en el hospital. Tienen que conseguirlo —dijo la doctora a Enrique Palacios, el papá de Alejandro, que ha llamado Chicharito a su hijo menor desde que se veía como un pequeño chícharo en la pantalla del ultrasonido.
El mercado respondió sin piedad, como suele suceder en las tragedias. Las ampolletas que antes costaban 120 pesos subieron a 1,800; las pastillas de 200 subieron a 2 mil. La lista de espera de la farmacia frente al hospital llenó varias páginas con nombres y nombres de padres dispuestos a pagar lo que sea por una dosis oncológica.
Chicharito no se enteró del problema. A sus tres años, ha pasado la mitad de su vida en un hospital. Le diagnosticaron leucemia el 12 de diciembre de 2017. Después de dos años de tratamiento, les queda la recta final. Pero no cumplirla a cabalidad puede reducir a la mitad sus probabilidades de sobrevivir.
—Están minimizando el problema. Creen que pueden esperar, que no pasa nada. Aquí el riesgo es que los niños van a recaer. En unos meses o en el próximo año van a empezar a recaer y recaer, y es volver a empezar de cero por tres años más, con medicamentos más agresivos,dosis más altas y con la posibilidad de supervivencia reducida —explica la doctora que lleva el caso de Chicharito.
Hablamos una noche de principios de enero. Enrique suspira. Esa tarde han terminado de conseguir los medicamentos para el ciclo de febrero. Un médico le regaló ampolletas, otras medicinas las compró por teléfono en una farmacia en Chiapas. Todo lo ha pagado a sobreprecio. Fueron 30 mil pesos, con empeños y préstamos, para completar el esquema de un mes.
Así supo que hay un mercado negro creciente, que traen medicinas desde Centroamérica de contrabando, que quienes vienen de los municipios más pobres, apenas con el dinero del boleto, se llevan a sus niños en brazos, de regreso al pueblo, a rezar por un milagro.
Pero Enrique quiere respuestas, no milagros. Quiere saber por qué una disputa política ha dejado al suyo y a otros 350 niños en el Hospital de la Niñez Oaxaqueña sin medicinas.
—Muchas páginas están ofreciendo medicinas y los padres, porque están desesperados, las están comprando. Pero no siempre se las podemos poner, porque no sabemos si son buenas —explica la doctora.
En el hospital, dicen que solo después de que algunas doctoras y padres hablaron públicamente, les llegó un paquete con medicinas oncológicas. Han comenzado a usar del presupuesto anual para comprar en otros países, pagando la importación. Pero el presupuesto no durará mucho.
Otros niños llegaron en esos días con nuevos diagnósticos de cáncer. Pero no podían recibir otros casos. Los remitieron a estados vecinos. Estaban igual. Al final, los recibieron. De nuevo, con el presupuesto del hospital, que no incluía compra de medicamentos para el cáncer, sino para su operación diaria.
En Palacio Nacional, en Hacienda, levantan la barbilla y afirman que no responderán a un chantaje de la industria farmacéutica. Entre los familiares, creen que no les importa. Esta semana, en Ciudad de México, algunos padres bloquearon los accesos al aeropuerto. Solo entonces llegaron medicamentos a su hospital.
Chicharito no sabe de todo esto. No sabe de la política. Sabe que sigue viviendo, que sus padres consiguieron ya sus quimios del mes siguiente. No se entera de que apenas duermen pensando en los meses próximos. Que se repiten que los van a conseguir, como sea.
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