Construyeron, metódicamente y con paciencia, un emporio. Empresas constructoras, ganaderas y mineras, hoteles, tiendas de ropa y de café, gasolinerías, dos líneas aéreas y tres fundaciones formaban el entramado perfecto para el lavado de dinero y el trasiego de cocaína de la familia Cifuentes Villa.
Su andamiaje empresarial se extendió desde Colombia pasando por Ecuador, Panamá, Brasil, Uruguay, España, México y llegó hasta Estados Unidos, y para lograrlo sus socios angulares fueron, desde finales de los años noventa, Ismael Zambada García, El Mayo, y más tarde de sumaría Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
En Colombia lograron penetrar, como pocos narcotraficantes, los sectores más adinerados de la sociedad. Se esmeraron tanto, que lograron pulir su perfil a tal nivel que eran vistos como empresarios exitosos y hasta aparecían en revistas de sociales, sin que fueran vinculados públicamente desde el 2000 y durante siete años con narcotraficantes o cualquier delito.
Pero lo que distinguió al clan Cifuentes, que comenzaron en el negocio de las drogas desde los años 80 con Pablo Escobar, y a quienes las autoridades también vinculan con el Cártel del Norte del Valle y hasta la guerrilla de las FARC, es que su visión para los negocios los colocaron siempre a la vanguardia en las operaciones de tráfico de cocaína. Por ejemplo, siendo algunos de ellos pilotos, fueron de los primeros en que utilizaron aviones considerados chatarra y que compraban en Estados Unidos, los cuales adaptaban y recargaban con dos o más toneladas del enervante. O sus últimas inversiones, que realizaron a minas de coltán de Guainía y Vichada, un mineral muy demandado y caro, porque se utiliza para la fabricación de celulares.
Las cabezas del clan fueron los hermanos Francisco y Fernando, ya muertos, y quienes introdujeron a la familia en el negocio. Después continuaron Héctor, Lucía, Teresa, Dolly, Alexander y Jorge, los tres últimos testigos protegidos de la agencia antinarcóticos de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés).
ACUSACIÓN. Alexander Cifuentes declaró el martes pasado que El Chapo le contó que envió al expresidente Enrique Peña Nieto 100 millones de dólares.
Ellos fueron quienes llevaron a El Mayo y a El Chapo a potencializar sus negocios para el lavado de dinero y ampliar el mercado de drogas. Los reportes de inteligencia muestran cómo acudían a fiestas, se vincularon en México y Colombia con personajes cercanos al poder y de negocios. Y tenían tal nivel de confianza de los capos sinaloenses que compraron a su nombre bienes en diferentes partes del territorio. Incluso, El Chapo escondió por varios meses a Alexander, después de 2007 que la familia fue puesta al descubierto por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
Son estos mismos hermanos quienes han declarado en las últimas semanas contra su examigo Guzmán Loera, pero también han puesto en el banquillo de los acusados, por posibles sobornos entregados a generales del Ejército mexicano para que trabajaran al servicio del Cártel de Sinaloa.
Los Cifuentes durante 40 años se vincularon con el negocio en América Latina, y por todo lo que saben lograron negociar con la DEA acusaciones menores y conservar gran parte de su fortuna, a cambio de declarar contra los capos y personajes que conocen.
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