En los últimos años se hablado y escrito mucho de una “militarización” del país. Pero no es muy claro qué quiere decir exactamente esa palabra.
Si uno revisa la multitud de columnas y artículos de opinión sobre el tema, no hay una definición común. Se le han dado muchos significados diferentes que han variado con el pasar del tiempo y las situaciones particulares por las que ha atravesado el país. Desde hace tres o cuatro años el término se volvió muy popular para describir y criticar la tendencia de la administración de Andrés Manuel López Obrador de incrementar el papel del ejército en el gobierno.
El tema de la militarización comenzó a sobresalir durante el periodo de la transición a la democracia, desde el final del sexenio de Vicente Fox, y ya de lleno con el de Felipe Calderón y su “guerra contra el narco”. Entonces el problema estaba limitado a que se había “sacado al ejército de los cuarteles” para cumplir funciones de seguridad pública interna, que, según la constitución, le eran ajenas. Su función exclusiva debía ser proteger a la soberanía del país ante amenazas externas, y apoyar a la población sólo en casos extremos como un desastre natural.
Esa misma preocupación aumentó en el sexenio de AMLO porque no revirtió la percibida militarización de la seguridad pública, como lo prometió en campaña, sino todo lo contrario.
En el 2019 el congreso aprobó la ley para extender el permiso del gobierno de emplear al ejército regular en la seguridad pública, en lo que se consolidaba la recién creada Guardia Nacional. De todas formas, esta nueva institución, que sustituyó a la policía federal, fue formada principalmente con personal de las fuerzas armadas y, con las reformas que vienen, ya será parte de la SEDENA.
Hoy la temida militarización va más allá de la estrategia de seguridad.
Las alarmas se encendieron porque en el último sexenio los militares comenzaron a meterse en los cargos públicos a lo largo de todos los niveles de la administración pública.
Se les ha encomendado el control migratorio y aduanero, están a cargo de muchos puertos, aeropuertos y los principales proyectos de infraestructura del gobierno. Esto es, el ejército y la marina tienen bajo su control directo los puntos neurálgicos del país. De la mano con ello, su presupuesto se duplicó durante el sexenio, a ritmos que ni siquiera el gobierno de Calderón alcanzó. Y mientras ha sido fácil y conveniente para AMLO recargarse en la disciplina y obediencia del ejército para agilizar sus proyectos, se sospecha, y con razón, que será mucho más difícil quitarle sus nuevas atribuciones y responsabilidades.
La idea básica de la militarización es que se trata del incremento de la injerencia, participación y funciones de los militares en el gobierno.
No cabe duda de que esto es una de sus características principales. Pero esa forma de entender al fenómeno nos ha puesto anteojeras de caballo que nos impiden ver sus causas de fondo y dimensión completa.
Primero, asume que ocurre exclusivamente dentro del Estado, lo que está lejos de ser cierto.
Osiel Cárdenas inició el proceso en los cárteles de la droga cuando formó a los zetas, un brazo armado compuesto por exmilitares.
Durante el sexenio de Peña Nieto surgieron las autodefensas, grupos civiles armados que se organizaron para protegerse de cárteles.
La militarización no sólo es un cáncer del gobierno, es de toda la sociedad. Segundo, asume que su causa principal son las decisiones y políticas del gobierno en turno. Sin duda son parte importante, pero más peso tienen las circunstancias en las que todos ellos estuvieron inmersos. Esto es, lo grande que es el negocio del trasiego gracias al prohibicionismo y la demanda de drogas, junto con una oferta casi ilimitada de armas de grado militar en Estados Unidos.
Para encontrar el meollo del problema no sólo hay que temer al futuro, sino ver al pasado. México como país independiente vivió dos momentos muy fuertes de militarización. Ambos fueron fruto de más de una década de guerra interna: la Independencia y la Revolución.
En esos años de violencia, poblaciones enteras se armaron como milicias, ya para protegerse de o participar activamente en la contienda. Las autodefensas no son nuevas, tienen mucha tradición en México. Como resultado, no sólo los generales tomaron el poder del país, sino que la sociedad quedó armada. Eso, incluso más que los militares en el gobierno, marcó la vida política. Muchos pueblos armados alrededor del país se acostumbraron a usar la fuerza de sus armas para defender sus propios intereses. Así surgió la llamada política del pronunciamiento gracias a la cual es tan difícil seguir la pista de los múltiples cambios de gobierno durante el periodo conocido como la “era de Santa Anna”.
En primer lugar, la historia nos dice que la militarización no es producto de la voluntad de un gobierno o presidente. Más bien, es uno de sus síntomas principales. El verdadero motor son periodos prolongados de guerra y violencia. Por eso, mientras continúe el cáncer del narcotráfico y la delincuencia ya no sólo organizada, sino armada hasta los dientes, no importa quien tome el poder: la militarización se profundizará.
El verdadero problema que enfrentamos es encontrar la manera de pacificar al país. En segundo lugar, nos advierte sobre cuál es su consecuencia más profunda y peligrosa. Lo que más alarmaba a los pensadores de todas las corrientes políticas durante las primeras décadas de independencia no era que los militares ocuparan la mayor parte del presupuesto y de los cargos políticos. Lo verdaderamente lamentable es que se sabían con el privilegio de hacerlo de forma legitima a los ojos de la sociedad. Esto es, el punto más peligroso de la militarización es cuando se vuelve parte de la cultura política de una sociedad.
José Roberto Campos Cordero
***Licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y alumno de la maestría en Historia del Instituto Mora, XIV generación. Especialista en el siglo XIX y la historia de Texas desde las perspectivas de la historia global, militar, ambiental y social. Ganador de mención honorifica del premio Atanasio Saravia de historia regional por tesis de licenciatura, “El ejército de operaciones sobre Texas de 1835-1836”.
Bibliografía:
Campos Cordero, José Roberto, “Un ejército de soldados bisoños”, BiCentenario. El ayer y hoy de México, (en prensa).
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