La edad promedio de "enganche" al crimen organizado en México es de 12 a 15 años, alertó la ONG Reinserta ye contabilizó unos 30 mil niñas, niños y adolescentes fueron reclutados a las filas de la delincuencia organizada en 2019, al inicio de la administración.
Reinserta realizó encuestas en 14 Ceresos de 14 estados y los resultados fueron difundidos ayer sábado y esto les contaron, pero puedes consultar todo el documento: "Niñas y Niños reclutados por la Delincuencia Organizada".
En Tamaulipas y Coahuila la mayoría es reclutada por amistades y conocidos que los invitan a participar en actividades ilegales a cambio de dinero, pero en Nuevo León la realidad es aún más preocupante, pues los familiares aparecen como los principales en la vinculación en actividades delictivas organizadas: mamá, papá, hermanos y tíos, siendo los amigos o conocidos los menos mencionados en esa entidad:
“El jefe del cártel estaba en el Topochico y pues ahí él le dijo a mi amá, que también estaba presa, que si quería meter a sus hijos a jalar y mi amá le dijo que tenía que preguntarnos y checar. Y pus nos habló a mí y a mis hermanos y fuimos a verlo a Topochico y ahí nos dijo que si queríamos entrarles y nos dio para empezar como diez bolas (diez mil pesos)” (Ulises, zona norte).
Seguido al reclutamiento realizado por los actores mencionados, está el enlace directo que ellas y ellos establecen con los grupos de delincuencia organizada, sin ayuda de nadie, buscando el contacto para ingresar de manera voluntaria.
#cdmx,#reynosafollow,#mtyfollow,#saltillo,#guadalajara,#verfollow,#slp "ALIMENTA la 4T al CRIMEN ORGANIZADO": "VIOLENCIA AUMENTA en LUGARES DONDE JOVENES COBRAN los APOYOS de LOPEZ OBRADOR "...hablan las cifras. https://t.co/aA2S6y0EdS pic.twitter.com/e9N1qClw2M
— Valor Tamaulipeco (@VaxTamaulipas) March 1, 2023
La zona norte destaca por ser un espacio en el que los propios adolescentes buscan el acercamiento con la delincuencia organizada: “pues es como todo, como cualquier trabajo que quieres, vas a pedir trabajo y te dicen que sí y ya. Así le hice yo” (Andrés, zona norte). Esta es una confirmación de que las alternativas y las herramientas con las que cuentan la niñez y la juventud mexicanas son escasas e insuficientes, pues ellas y ellos se inclinan por actividades ilícitas que ponen en riesgo su vida, antes que por los medios legales que tienen a su alcance.
Las principales razones para ser parte de la delincuencia organizada son: el dinero, el poder, los modelos a seguir, las armas, el consumo de drogas, la venganza y tener mujeres. En Tamaulipas el dinero como una razón para enlistarse está más relacionado con la necesidad de subsistencia que al placer o el goce: “Pues mi mamá nunca andaba en la casa y mis hermanos pues siempre tenían hambre y luego por eso me metí a trabajar” (Ernesto, zona norte).
Los grupos criminales reclutan niñas, niños y adolescentes desde muy pequeños. Así, la edad promedio de involucramiento en la zona norte oscila entre los 8 y los 16 años, teniendo mayor incidencia entre los 12 y 14: “desde los ocho años ya estaba en los puntos de venta” (Federico, zona norte).
Esto se relaciona con las cualidades y factores de elegibilidad más buscados al momento de escoger a niñas, niños y adolescentes, que son: obediencia y maleabilidad, pero con la firmeza para ejecutar las órdenes impuestas sin titubear y sin cuestionar a sus mandos; valentía y temeridad, “necesitas tener mucho valor y pues echarle ganas” (Ernesto, zona norte); poca preocupación por su propia vida, “aceptan de todas edades... Para andar en eso no necesitas estar grande, nada más con que quieras trabajar, si quieres arriesgar tu vida a lo tonto nada más” (Andrés, zona norte); mentalidad fuerte y aprendizaje rápido.
Una de las razones más fuertes que tiene la delincuencia organizada para cooptar a niñas, niños y adolescentes es que no exigen tanto como un adulto y pueden sacar provecho de esta población sin exponer a los integrantes estratégicos de la organización:
“Lo que están haciendo los, discúlpame la palabra, es lo que están haciendo los pinches piojosos de los CDN ́s, están agarrando puro morrillo todo tonto porque saben que, como ahorita a los morrillos les vale queso la vida, pues les dan un arma, un chaleco, unos cargadores y ya mándalos a la batalla, para no arriesgar a la raza alta” (Orlando, zona norte).
Son, entonces, sujetos intercambiables, prácticamente desechables, usados para no poner en riesgo a altos mandos o personas adultas que pueden recibir sentencias más severas en caso de ser detenidos: “El Cártel del Noreste trae puro chaval, puro morro menor. Pura gente que es, como quien dice, plato desechable. Los utilizan y luego pa ́ la basura. Es que cada cártel tiene diferente manera de trabajar” (Rolando, zona norte). Con este y otros testimonios similares, en este estudio se pudo concluir que la delincuencia organizada aprovecha las características y particularidades del Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes, que contempla 5 años como pena máxima privativa de libertad.
Por otra parte, son diversas las formas de enlistar a niñas, niños y adolescentes. En el caso de que las y los adolescentes busquen el acercamiento para ingresar, el proceso de reclutamiento consiste básicamente en conseguir algún contacto con la delincuencia organizada, para hacerle saber sus intenciones de jalar. Una vez expresado su propósito, se entrevistan con alguno de los miembros de la organización, en una especie de “entrevista de trabajo” en la que les explican en qué consiste el cargo. A lo largo de esta investigación se encontró que algunos de los interesados incluso tienen la libertad de decidir la tarea que quieren realizar: halconeo, venta de droga o sicariato. Quienes no buscaron el contacto fueron abordados por personas que ya eran parte de la organización y que les ofrecieron jale, es decir, trabajo. La delincuencia organizada llega a las casas de los pobladores y se lleva a las y los adolescentes de manera forzada para que trabajen para ellos y, en caso de negarse, son asesinados:
“Cuando se mete la contra, cuando está bien caliente en la plaza, es cuando se roban a los jóvenes para meterlos a trabajar. Así van a otra ciudad, a otras colonias, a robarse personas. Los secuestran y los meten a trabajar y los que no quieran pues los matan” (Andrés, zona norte)
De las entrevistas recabadas en la zona norte un adolescente relató haber sido reclutado contra su voluntad, pues, al desaparecer su familiar involucrado con el grupo criminal, dejó una fuerte deuda detrás. Por esta razón comenzaron a amenazarlo a él y toda su familia: en caso de no pagar lo que se debía, los asesinarían a todos. La alternativa era tomar el lugar del familiar para pagar el adeudo con su trabajo.
Respecto al proceso de adiestramiento, en esta zona aparecen características distintivas que la convierte en una de las más complejas y peligrosas, ya que las tres entidades exploradas llevan a cabo procesos de formación, preparación y entrenamiento intensivos con fuertes tintes militares:
“Sí, me dieron una diestra. Me mandaron a otro lugar y había alguien que te entrenaba, una diestra es muy dura, jefa, muy pesado eso, no comes, te malpasas. Te dan un atún y, por ejemplo, yo le tengo que compartir a usted. Te lo dan diario, la comida y la cena es lo mismo, un atún entre dos, hasta el jugo me lo comía. Me enseñaron a armar, desarmar, cómo meterte a una casa, cómo bajarte de la troca, cómo subirte, varias cosas, cómo reaccionar cuando te emboscan, cómo esconderte del helicóptero” (Dionisio, zona norte).
En estos procesos se les enseñan habilidades de supervivencia y combate: manejo de autos; empuñadura y tiro de arma; arme y desarme de pistolas; limpieza y mantenimiento de armas; estrategias para introducirse a casas, lo que ellos llaman reventar las casas; tácticas de combate en caso de enfrentamiento; técnicas de desmembramiento de cuerpos humanos, reconociendo partes del cuerpo más flexibles para descuartizar más rápido y sin tanto esfuerzo, para evitar que se desangre la víctima y retardar la muerte o para que tenga una muerta más acelerada, entre otras cosas.
El tiempo de duración del adiestramiento varía de acuerdo con el tipo de entrenamiento que se brinde, las personas que lo impartan y las propias condiciones que el entorno permita. Si hay enfrentamientos continuos entre grupos de la delincuencia organizada contrarios o combates contra la autoridad, el adiestramiento tiene que sacrificarse y reducirse a lo mínimo necesario para que las y los adolescentes puedan estar en operación y combate en el campo. Esto quiere decir que, si es necesario, se les envía a combatir sin enseñanza alguna, lo que los coloca en una situación de doble vulnerabilidad, pues no cuentan con conocimiento del entorno, el contexto y el trabajo al que se enfrentarán. El tiempo promedio de entrenamiento en Tamaulipas es de 3 meses, oscilando entre los 15 días y los 6 meses; en Coahuila, el promedio es de 2 meses, oscilando entre 1 y 5 meses; y en Nuevo León, el promedio es de 2 meses, oscilando entre 3 semanas y 2 meses. Es decir que los grupos de delincuencia organizada con mayor tiempo de entrenamiento están en Tamaulipas, seguidos de Coahuila y Nuevo León. Este último presenta una dinámica peculiar, porque, además de ser el de menor tiempo de adiestramiento, se envía a los adiestrados a otros lugares a ser entrenados, casi siempre a las otras dos entidades ya mencionadas, para que ahí sea donde reciban la preparación.
Los lugares que se utilizan para impartir el adiestramiento son el monte y la sierra, lugares alejados donde los grupos de entrenamiento no pueden ser ubicados fácilmente por autoridades y donde las condiciones son lo suficientemente duras para que las y los adiestrados aprendan a sobrevivir: “Te mandan a montes, lugares alejados de la ciudad, ranchos.” (Julián, zona norte). Ahora bien, no hay una regla específica para determinar quién recibe adiestramiento; sin embargo, se observa que aquellos que lo reciben desempeñan funciones de combate: como jefes de plaza, comandantes, pero, sobre todo, sicarios: “Me mandaron a entrenarme para ser sicario” (Mauricio, zona norte). En lo relativo a quién o quiénes imparten la preparación, en Tamaulipas y Coahuila los encargados son exmilitares y exmarines, personas que formaron parte de cuerpos de seguridad y que decidieron enrolarse en las filas del crimen por tener mejores condiciones salariales: “Los que te dan la diestra son de la SEDENA y la Marina, estatales marinos y de la SEDENA, de todo revuelto; operativos que desertaban se venían pa ́l cártel” (Federico, zona norte). Una vez más, en Nuevo León se observa una tendencia distinta, en esta entidad no son exmiembros de las autoridades ni cuerpos de seguridad los encargados de adiestrar, sino los mandos de la propia organización criminal:
“El señor fue el que me adiestró, mi comandante, él era el encargado de esa zona. Me llevó a cortarle la mano a un muchacho, casi me quería desmayar, sentía la presión abajo, me puse bien pálida, me dijo que era normal y no sé qué” (Susana, zona norte).
Esto resulta lógico si se toma en cuenta que es la entidad con menor entrenamiento de este tipo y que en muchas ocasiones envían a sus miembros a entrenar a otros estados, por lo que se requiere menor expertise en las personas que preparan a los nuevos integrantes.
Como ya se ha señalado, en México, la delincuencia organizada puede manifestarse a través de la comisión de diversos delitos, sin embargo, el narcotráfico es el medio más rentable y violento (Redim, 2011). En efecto, durante el desarrollo del estudio, pudo constatarse que la actividad a la que más se dedican los grupos de delincuencia organizada en la zona norte es el narcotráfico: “La venta de droga y lo que tuviera que ver con eso, todo eso era parte de la lista” (Orlando, zona norte). Asimismo, existe una fuerte tendencia a ejercer actividades ilícitas relacionadas con el tráfico de sustancias y estupefacientes, especialmente por tratarse de línea fronteriza con Estados Unidos. Empero, esta no es la única actividad a la que se dedican los cuerpos de delincuencia organizada en la zona norte. Las principales actividades son: tráfico, venta y distribución de drogas; tráfico de armas; cruce de indocumentados; tráfico de autos; robo, y lavado de dinero.
Tamaulipas y Nuevo León son las entidades donde se hallaron actividades de secuestro y extorsión como delitos configurados a través de los cuales se pedían rescates y sumas de dinero. Sin embargo, el secuestro es un tema polémico, porque para muchos de las y los entrevistados en el estudio, pese a estar privados de la libertad por ese delito, en realidad el secuestro no se conforma como tal, porque en la mayoría de los casos se trata de venganzas y ajustes de cuentas entre grupos contrarios, sin ser una actividad a través de la cual se obtengan ganancias económicas.
Los principales cárteles que operan en la zona norte son: los Zetas; los CDN o Cártel del Noreste; y los Golfos o Cártel del Golfo. Los dos primeros cárteles están relacionados, porque los Zetas comenzaron a tener conflictos internos y esto provocó que se separaran y se reorganizaran en una nueva célula llamada Cártel del Noreste. Así, quedaron vigentes ambos grupos que tienen el mismo origen, pero son rivales, y que también son conocidos e identificados como la vieja escuela (los Zetas) y la nueva escuela (CDN).
En cuanto a las actividades que desempeñan niñas, niños y adolescentes dentro de la delincuencia organizada, están: halconeo o patrullaje; venta y transporte de drogas; homicidio; sicariato; cruce de indocumentados; portación y uso de armas; descuartizamiento de personas; ocultamiento y destrucción de cuerpos; limpia de calles, que consiste en ubicar y matar a delincuentes comunes (rateros, violadores, extorsionadores), es decir, todos aquellos transgresores que no forman parte del grupo organizado; limpieza de lugares donde se llevaban a cabo las torturas y los descuartizamientos; cocinar los cuerpos, que implica disolver los cuerpos humanos o parte de ellos en sustancias químicas para desaparecerlos; cuidado de casas de seguridad, que son las casas designadas para guardar drogas y armas; extorsión a hoteleros y comerciantes de la zona; elaboración de narcomantas y colocación en lugares indicados por dirigentes de la organización.
En torno a los roles específicos que niñas, niños y adolescentes tienen por género y edad, este estudio arroja que, si bien hay rol encomendadas a los más pequeños, como el halconeo o la venta de droga, en realidad la edad y el género no definen actividades. La preferencia se da en razón de las cualidades, las habilidades mostradas a lo largo del tiempo dentro de la organización, así como la calidad del desempeño en las actividades encomendadas y el grado de confiabilidad de cada persona. De esta manera, se pueden encontrar sicarios y sicarias de 10 años y halcones de 50: “Cuando empecé de sicario tenía casi quince años, cuando los cumplí hice un fiestón” (Raúl, zona norte), pues todo depende de la destreza con la que se desenvuelve el individuo y del papel que quiera realizar en la organización.
Anteriormente se creía que sí había actividades encomendadas por edad y género, pues así lo confirmó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2015, cuando estableció que los niños más pequeños comienzan realizando tareas sencillas como informar y observar; a partir de los 12 años comienzan a cuidar casas de seguridad y/o a transportar droga; desde los 16, portan armas y son los encargados de realizar secuestros y asesinatos. Por su parte, se decía que las niñas se encargan de las tareas relacionadas con su género como limpiar y cocinar y, en algunos otros casos, son las que empaquetan la droga. Sin embargo, en el desarrollo de esta investigación se obtuvieron entrevistas de mujeres que desempeñaban tareas operativas y de combate, con la misma fuerza y violencia que los hombres, así como personas que desde los 10 años ya eran sicarios y a los 15 incluso tenían personal a su cargo. Este hallazgo es preocupante,pues, si la edad y el género no representan ninguna diferenciación, quiere decir que la delincuencia organizada cada día opera con mayor violencia y menor consideración por las niñas y los niños que llegan a sus filas, y que la niñez mexicana cada día vive en contextos más violentos que los adentran en situaciones inimaginables que vulneran sus derechos humanos de manera sistemática.
Para asegurarse de que las tareas encomendadas se cumplen a cabalidad, la delincuencia organizada tiene una lista larga de castigos que se infligen a quienes no cumplen con lo que se les pide de manera efectiva:
“Pues aquí, si hacías algo mal, te amarraban y todos los días te daban una chinga. Como quien dice, almuerzo, comida y cena: cuando la regabas, te comías de 10 a 12 tablazos y cena de 12 a 10 tablazos, depende. También te llegan a amarrar 15 días, un mes, el tiempo que estuviera amarrado es lo que te vas a ir sintiendo la tabla” (Beto, zona norte)
Los castigos varían de acuerdo a la gravedad de la falta, pero la muerte es uno de ellos y nunca está descartada, pues depende también del estado de ánimo o del carácter del superior ante el que se responda. Las sanciones más mencionadas son: golpizas; tablazos o leñazos, que implican golpes en los glúteos desnudos con tablas mojadas; matar a la familia o seres queridos; cambiarlos de residencia, es decir, enviarlos a otros estados a trabajar; amarrarlos o emplayarlos, lo que significa envolverlos en plástico para dejarlos inmovilizados y poder golpearlos; privarlos de comida; mantenerlos mojados por periodos largos de tiempo, durante todo el día y la noche; o enviarlos a la cabina de las camionetas en pleno enfrentamiento porque es más probable que los maten a balazos en esa posición.
La violencia que los adolescentes viven siendo parte de la delincuencia organizada no solo se limita a la que ellos ejercen, sino de la que son víctimas en el quehacer diario. Resulta interesante el testimonio de un adolescente que considera que las órdenes de ir a matar eran castigos en sí mismos: “Estar matando a la gente ya era un castigo pa ́uno” (Arturo, zona norte).
Pero ¿cuáles son los beneficios que obtienen aquellos que deciden enrolarse en las filas de la delincuencia organizada? El dinero es el primero de ellos. Con este viene un mayor poder adquisitivo, lo que conlleva compras de ropa, celulares, automóviles y droga, así como comida, casa y protección. Si recordamos que buena parte de las y los adolescentes de la zona norte se encuentran en condiciones económicas precarias, estos beneficios son muy atractivos, porque representan el ingreso a un nivel y estilo de vida que nunca antes pudieron alcanzar a través de medios lícitos. Además de esas ganancias, en determinadas épocas del año, como diciembre, los grupos criminales hacen rifas de autos último modelo, joyas y ofrecen remuneraciones equivalentes al aguinaldo.
Siguiendo con la remuneración económica, los sueldos dentro de la delincuencia organizada son un elemento de suma importancia que siempre genera mucha curiosidad, porque en el imaginario colectivo se manejan cifras muy elevadas. De lo recabado y analizado en el estudio, se obtuvieron cifras que fluctúan dependiendo del encargo y de la entidad, aunque de manera general la zona norte mantiene salarios uniformes. La única actividad que tiene un pago fijo en las tres entidades es el cruce de indocumentados: reciben cien dólares por cada persona que atraviesan, pudiendo llevar en un solo trayecto hasta quince migrantes.
El resto de las funciones y actividades reciben diferentes salarios, que van de los seis mil a los treinta mil pesos quincenales. Los sueldos inferiores son para aquellos que fungen como eslabones más bajos dentro de la cadena de operación, es decir, los halcones. Conforme se va ascendiendo en la estructura de la organización, el sueldo mejora. Además, la información recabada revela que, adicionalmente a la paga ordinaria, se les dan cantidades extraordinarias similares a bonos por tareas específicas que pueden incluir levantar, es decir, privar de la libertad a una o varias personas y llevarlas en contra de su voluntad a donde les sea indicado, con la finalidad de golpearlos, amenazarlos, torturarlos y/o matarlos. Esta es la acción que el Estado identifica como secuestro, aunque, como ya se dijo en apartados superiores, no es del todo un secuestro porque no hay intercambio de dinero por la devolución de las personas levantadas, ni la intención de obtener beneficios financieros y ganancias. Más bien se trata de venganzas y ajustes de cuentas entre grupos contrarios de la delincuencia organizada. La entidad que reporta menor ingreso inicial, en los puestos más bajos, es Tamaulipas, seguido de Coahuila y Nuevo León, donde se reporta mayor suma para las actividades más sencillas.
Estos sueldos son recibidos por trabajar jornadas que no son estables y sí muy extremas. Se habla de trabajos de lunes a domingo, con descansos solo cuando hay posibilidad, y en ocasiones no la hay en meses: “A mí no me querían soltar, yo me quedaba todo el día y toda la noche por mucho tiempo, sobre todo cuando no había nadie que se quedara” (Antonio, zona norte). En el mejor de los casos se hacen turnos de 24 por 48 horas, pero ese no es el escenario que predomina. El estudio permite establecer que la delincuencia organizada emplea a las y los adolescentes atendiendo únicamente a intereses del grupo delincuencial, sin tomar en cuenta las necesidades de ellas y ellos.
En cuanto al destino que le dan al dinero obtenido de la delincuencia organizada, estos varían y nuevamente se encuentra una constante significativa en Tamaulipas, entidad donde la mayoría utiliza el sueldo para aportar a su casa y ayudar a la subsistencia de sus familiares, que principalmente son la propia madre y abuela, la madre de sus hijas e hijos o personas que estaban a su cuidado: “Le daba a mi mamá para que comprara la comida y la despensa” (Braulio, zona norte).
Esta entidad mantiene la tendencia de atención de necesidades básicas propias y de familiares, situación que se atribuye al bajo nivel económico. En Coahuila, solo algunos aportan dinero a su casa y familiares, principalmente a la madre; mientras que, en Nuevo León, ninguno contribuye a su hogar y familia.
En toda la zona se observa poca planeación para gastar o invertir el dinero y el gasto de las ganancias se realiza principalmente en: droga; ropa y accesorios; comida y vivienda; autos y motos.
Otro tipo de beneficio que las niñas, los niños y las y los adolescentes creen obtener al ser parte de la delincuencia organizada consiste en el sentido de pertenencia con el grupo criminal. De manera general, la zona norte se caracteriza porque esta población tiene un alto nivel de percepción de sí mismos como parte del grupo de delincuencia para el que trabajan. Esta es una tendencia que se da en todas las zonas, excepto en la zona centro, donde se encuentra una baja en la percepción de sí mismos como parte del cártel. Este beneficio genera mayor sensación de bienestar y comodidad que la que pueden encontrar en la familia nuclear y de sangre: “Es que ahora sí me sentía más a gusto con ellos (cártel) que con mi familia” (Ernesto, zona norte). Esto genera que se identifiquen como miembros con ideales y visiones similares a las del grupo criminal. Este dato es realmente preocupante, porque deja ver que las condiciones dentro del seno familiar no son favorables y que la niñez mexicana está buscando el cuidado, cariño y reconocimiento en lugares fuera del hogar, pues en él no los encuentra. Desgraciadamente, el sitio donde coloca todos esos ideales es nocivo y muy peligroso.
Lo anterior se robustece con los siguientes elementos analizados: la relación que tienen con otros miembros del mismo grupo y con los mandos de la organización. Todos los integrantes se llevan bien entre ellos e incluso se forjan amistades de confianza, aunque Tamaulipas resalta por tener posturas de mantener exclusivamente relaciones de trabajo donde hay respeto, pero ningún vínculo va más allá. Sin embargo, la opinión generalizada de la zona es que se crean relaciones de amistad en las que se cuidan y apoyan, llegando a fraternizar hasta el grado de sentirse como hermanos. Por lo que respecta a la relación con las figuras de autoridad, los hallazgos son aún más impresionantes. Para algunos adolescentes, los mandos de la organización se convierten en figuras de admiración con tintes paternales mucho más significativos que sus propios padres, son personas de las que reciben buen trato y apoyo. Tamaulipas y Nuevo León son las entidades en las que más se menciona que los jefes se convierten en padres sustitutos: “A mi mando y a su esposa les llamaba tutores, a su hija lo llamaba sobrino. Yo viví con ellos en su casa de los 14 hasta los 17, que fue cuando me agarraron” (Tito, zona norte). En cambio, en Coahuila, solo se observa buena relación y apoyo, sin llegar al grado de percibir a estas figuras de autoridad como familia o cuidadores.
Este tipo de relaciones que se tornan filiales también se explican porque la mayoría de los que se involucran en la delincuencia organizada deciden alejarse de su familia nuclear una vez que ingresan a jalar. La mayoría de las veces es por la seguridad de sus seres queridos, aunque también se debe a que ya no necesitan de ellos, pues se vuelven económicamente autosuficientes, además de que en muchos casos las y los adolescentes se encontraban en entornos de mucha violencia y negligencia en sus hogares, situación que también es un factor que los impulsa a dejarlo.
En cuanto a las relaciones de pareja, cuando se es parte de la delincuencia organizada tampoco es el aspecto más constante, por lo que no funge como un vínculo de contención y estabilidad. Se observa una paternidad precoz en las y los adolescentes entrevistados: “No, pues, cuando tenía quince años fue cuando me casé... me junté con una persona, tuve a mi bebé” (Andrés, zona norte). Y aunque no todos son madres o padres, varios de ellos tienen al menos una hija o un hijo. Pese a esto, no se observan relaciones de pareja sólidas y duraderas.
Antes de entrar en temas de ejecución y operación de los cárteles, es importante puntualizar un elemento temporal: la permanencia dentro del grupo organizado. La zona norte oscila entre 1 y 6 años, siendo Coahuila la entidad con mayor tiempo de permanencia, seguido de Nuevo León y, por último, está Tamaulipas, que presenta el menor tiempo porque las y los adolescentes son privados de la libertad o de la vida. La estancia promedio dentro del grupo delictivo en la zona es de 3 a 4 años.
Entrando a temas de operatividad, lo primero que se enuncia es el territorio de operación de los cárteles. Hay que tomar en cuenta que, si bien este apartado habla de la zona norte, la operatividad de los cárteles se extiende por todo el territorio nacional e incluso fuera de él. Así, los lugares con mayor actividad de la delincuencia organizada de los Zetas, el Cártel del Noreste y el Cártel del Golfo son: Estados Unidos, los estados de Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León, Chihuahua, Zacatecas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Ciudad de México, así como la ciudad de Cancún.
Las operaciones y actividades que se realizan son siempre con uso de arma, al grado de que estas se convierten en equipo obligatorio de quienes trabajan para la delincuencia organizada.
Asimismo, la totalidad de las y los adolescentes entrevistados que forman parte de la delincuencia organizada consumen drogas, sin excepción: “Está chido jalar así, o sea, drogado, aunque es peligroso, pues no andas consciente de lo que estás haciendo. Por eso algunos mandos no te dejan, porque no eres útil cuando andas así” (Omar, zona norte). Dependiendo del grupo y el superior para el que trabajan, es el tipo de droga que pueden consumir mientras llevan a cabo “las funciones” que les son conferidas, limitándose en casi todos los casos a marihuana y cocaína. Con esto se confirma que la totalidad de niñas, niños y adolescentes relacionados con la delincuencia organizada tienen un problema de consumo de drogas, por lo que es crucial que el Estado implemente programas sociales de desintoxicación y tratamiento de adicciones para proceder a cualquier desmovilización. De otra manera, las probabilidades de éxito disminuyen porque los problemas de consumo persisten.
Relativo a la disciplina dentro de los grupos de delincuencia organizada, todo cártel crea y aplica reglas que deben ser observadas con cuidado para evitar represalias y castigos. En la zona norte, se encontraron las siguientes: una vez dentro de la organización, no se puede salir de ella; no matar a ninguna persona sin autorización del mando; no robar, violar ni extorsionar, a menos que esas sean actividades a las que se dedica el grupo organizado; no meterse con la familia de los integrantes de la organización; no matar a gente inocente, regla bastante ambigua pues la inocencia de las personas la determinan los propios miembros del grupo; no meterse con mujeres, niñas, niños o ancianos; no comprar ni consumir droga de grupos contrarios, acción que en la jerga de la delincuencia se llama chapulinear; no consumir drogas “duras” durante horas de trabajo; tener un perfil bajo, sin alardear de ser miembro del grupo, para evitar que la autoridad los detecte. Estas pautas de conducta varían de un grupo criminal a otro y son muy subjetivas, pues las dictan las mismas agrupaciones que violentan y aterrorizan las comunidades. Cabe destacar que en la zona norte existe mayor regulación dentro de los grupos criminales, en comparación con las zonas sur y centro, en las que se observa una disminución en la implementación de reglas.
Además de reglas, los cárteles de la zona norte cuentan con signos y rituales que los identifican como grupo y como miembros. Por ejemplo, tatuajes en forma de la letra Z que se realizan con alambres al rojo vivo o con cuchillos para demostrar lealtad a la organización; marcas de las letras pertenecientes al cártel en los lugares donde operan para hacer saber a las demás organizaciones que ellos han estado ahí. Otros testimonios narran que los comandantes del grupo solían sacar el corazón a los prisioneros que desempeñaban altos mandos en agrupaciones contrarias, con la finalidad de pasarlo por todos los integrantes de su equipo para que lo mordieran.
La forma de organización de los cárteles de la zona norte tiene una jerarquía marcada y bien definida, que se comparte con las zonas sur y centro. Hay tareas y actividades específicas y bien determinadas, distribuidas entre sus integrantes de manera que cada uno sepa la función que debe desempeñar y el momento en el que lo hará. Mucha de la fuerza de los cárteles de la zona norte reside en la planificación de las actividades.
El organigrama en la zona norte está conformado de la siguiente manera:
El rol principal de los participantes del estudio era como sicarios, que es uno de los más peligrosos y agresivos dentro de un cártel. Esto los expone a tipos de violencia extremos, pues tienen que presenciar y ejecutar asesinatos, enfrentamientos a balazos con grupos contrarios y autoridades, tortura, descuartizamientos y desintegración de cuerpos.
Ahora bien, ante escenarios tan violentos como los narrados en el estudio, ¿cuál es el papel de la autoridad? Después de un cuidadoso análisis de los datos y los testimonios obtenidos, se confirma que algunas autoridades están asociadas con los grupos de delincuencia organizada y que prestan ayuda facilitando negocios ilícitos: “Más que nada, los comprábamos para que nos dejaran trabajar. Ellos miraban y nada más se hacían el ojo del tuerto y se acabó” (Beto, zona norte). También cooperan deteniendo a miembros de grupos contrarios al que le prestan favores; alertando de operativos o posibles detenciones, y dejando en libertad a los integrantes aprehendidos que pertenecen a los cárteles que los corrompen; todo esto a cambio de dinero y protección.
Las autoridades más mencionadas como aquellas que están coludidas con la delincuencia organizada son los policías y los agentes de ministerios públicos estatales; igualmente, se señala a los militares y la guardia nacional como autoridades que hacen acuerdos con grupos criminales, pero en menor proporción, y esta también es una tendencia que se repite en las tres zonas, norte, sur y centro.
La delincuencia organizada opera en casas de seguridad, que son inmuebles estratégicos donde se resguarda la droga, las armas y los productos o mercancías propias de la actividad delictiva. En estas casas no es común que vivan de manera permanente los miembros de la organización, pero siempre están custodiadas por equipos conformados por entre 5 y 7 personas, siempre vigilantes y expectantes ante la llegada de la autoridad o los cárteles contrarios, pues la relación con los grupos adversarios es conflictiva y violenta, sin tintes conciliadores ni puntos medios.
La vida de excesos y violencia en la que se desenvuelven niñas, niños y adolescentes dentro de la delincuencia organizada tarde o temprano los lleva a caer en situaciones que ponen en riesgo su libertad, en el mejor de los casos, cuando no su vida.
Después de pertenecer a la delincuencia organizada por el tiempo promedio en la zona norte, quizá un poco más, un poco menos, los adolescentes son usados como carne de cañón y sacrificados para evitar mayores males a los integrantes que tienen 18 años o más: “Los grupos sí jalan con niños chiquitos, yo digo que me agarraron a mí para que el día que agarraran a los adultos a mí me echaran la culpa, me querían agarrar como su títere” (Susana, zona norte). Así, terminan siendo detenidos y viviendo toda la experiencia, que en muchas ocasiones también implica violencia ejercida por las propias autoridades.
La edad de detención por actividades de la delincuencia organizada va de los 14 a los 17 años, siendo 17 la edad promedio. Todas las detenciones se realizan por delitos de alto impacto, derivados de las actividades que desempeñaban dentro del cártel: halconeo o patrullaje; venta y transporte de drogas; homicidio; secuestro; cruce de indocumentados; portación y uso de armas; portación de equipo táctico de la fuerza aérea; descuartizamiento de personas; ocultamiento y destrucción de cuerpos; cuidado de casas de seguridad; extorsión a hoteleros y comerciantes.
Las vivencias en la detención son variadas; sin embargo, la mayoría de los entrevistados experimentaron violencia y malos tratos por parte de la autoridad, empezando por los altos índices de tortura durante el arresto, siempre a manos de las autoridades encargadas de la aprehensión. Además, hay vacíos de tiempo en los que las y los adolescentes no fueron puestos a disposición de las autoridades correspondientes; se habla del transcurso de varios días antes de ser presentados al centro de internamiento de adolescentes. Empero, no se cuenta con datos suficientes para suponer que hubo violaciones al debido proceso y al término constitucional, puesto que no hay información certera de las autoridades ante las que fueron presentados antes de ser enviados al centro de internamiento.
Lo que sí se pudo corroborar fueron las múltiples violaciones a derechos humanos debido a golpes, asfixias, quemaduras y demás lesiones recibidas durante la aprehensión. La mayoría de las víctimas conservan marcas y cicatrices producto de las lesiones infligidas por las autoridades que los detuvieron:
“Los judiciales me quitaron este tatuaje (el entrevistado señala una cicatriz). Haz de cuenta que el tatuaje me lo puse hoy en la tarde y al siguiente día me agarraron y me tallaron un pinche alambre a madre, me sangró machín” (Miguel, zona norte).
No solo se tortura a los detenidos, sino también a sus familiares y seres queridos, a quienes golpean con la finalidad de obtener confesiones e información de los grupos de delincuencia organizada para los que trabaja el o la adolescente:
“A mi novia la torturaron porque ellos no tenían pruebas de que yo había cometido el homicidio. Ellos no tenían pruebas y lo que querían era que les entregara el arma. Me estuvieron torturando y a mi novia hasta que dejaron de pegarme porque sabían que yo no iba a decir nada. Enfrente de mí empezaron a pegarle a mi novia, la torturaron bien feo, le pegaron con un bate, le ponían la bolsa, hasta que me cansé de ver eso y les dije que estaba bien” (Julio, zona norte).
Pese a que en las detenciones se cometen violaciones a derechos humanos, la mayoría de ellas llegan a autoridad jurisdiccional y una pena recae sobre el caso. En la zona norte, las medidas de sanción impuestas por un juez oscilan entre los 5 meses y los 5 años. Algunos entrevistados reportan aún no estar sentenciados al momento de la entrevista. La media en la zona es de 3 a 4 años de internamiento. En Tamaulipas y Nuevo León sí se encuentran medidas máximas equivalentes a 5 años, pero Coahuila no reporta ninguna en las y los entrevistados que participaron en el estudio.
La vida después de la detención, dentro del centro de internamiento, pinta muy distinta para estos adolescentes. En su mayoría, el cambio, aunque pareciera negativo, representa una mejora de condiciones de vida. Sorpresivamente, aquello que se piensa en un primer momento como un castigo termina siendo, para muchos, la única salvación.
Y aunque la reacción de la delincuencia organizada cuando niñas, niños y adolescentes son detenidos es brindar una especie de apoyo a través del pago de honorarios de abogados que los asisten en el proceso, la realidad es que el grupo de delincuencia no tiene verdadero interés en lo que pueda pasarles y la mayoría de las veces la intención de brindarles asesoría jurídica solo reside en las ganancias que el grupo consigue si niñas, niños y adolescentes regresan a seguir prestando servicio para ellos. En algunos casos, también avisan de la detención a la familia y le envían un poco de dinero para solventar gastos de manera inmediata, pero estas prácticas son discrecionales y dependen de cada grupo y sus miembros. Se tiene registro de un caso en el que uno de los entrevistados explica que, como forma de apoyo, el comandante del grupo criminal mandó matar a los fiscales que hicieron su detención y llevaron su investigación, porque el entrevistado era uno de los miembros de confianza y que más dinero producía para el grupo. Con esos actos se confirma que el único interés legítimo de los cárteles es el beneficio que pueden obtener de la niñez y la juventud mexicanas.
Con medidas de internamiento de un promedio de entre 3 a 4 años, las y los adolescentes se ven enfrentados a una realidad que les toca afrontar sin alternativas y en la que verdaderamente conocen quién está de su lado y quién los acompaña en tiempos difíciles. La zona norte muestra buen índice de asistencia de las y los cuidadores a visitar a sus hijas e hijos privados de la libertad. El estado con mejor afluencia es Tamaulipas, donde los familiares que más visitan son: madre, abuela, hermanas y hermanos, e hijos, sin registrarse convivencia con el padre. Aquí predomina la frecuencia mensual o bimestral. En seguida está Nuevo León, donde las visitas son realizadas por: madre, padre, hermanas y hermanos, y la frecuencia es semanal o quincenal. Finalmente, Coahuila registra asistencia de madre y padre, y prevalece la visita mensual: “Sí me visitan, yo le dije a mi mamá que cada mes viniera porque se tarda bastante en el camino de la casa pa ́ acá. Mis hermanos no han venido por lo del Covid.” (Iker, zona norte).
La regularidad con la que se realizan las visitas responde a las posibilidades financieras de cada familia. Si esto se relaciona con el nivel económico, resulta lógico que Nuevo León sea la entidad con visitas más continuas y recurrentes, pues es mucho más accesible para las y los cuidadores trasladarse a los centros de internamiento. Siguiendo ese orden de ideas, se encuentra una relación directa entre el bajo nivel socioeconómico de los habitantes de Tamaulipas y la poca regularidad con la que pueden realizar las visitas: “No quiero que venga mi mamá, quiero que venga, pero cuando salga. Se hace como cuatro o cinco horas hasta acá, aparte es un gastadero y ella no lo tiene. Pero sí me habla por teléfono” (Dionisio, zona norte)
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