Juan Rosas, de 66 años, perdió su oportunidad de vivir entre el trajín de la pandemia, las reglas establecidas por autoridades sanitarias y el miedo al contagio. Su hija, doña Sandra, cuenta a Crónica su historia, desde la casa donde permanece aún el moño negro símbolo de la pérdida.
Morir en los días de COVID sin tener el virus “es un doble dolor”, dice doña Sandra, cuyo padre, Juan Rosas Morales, de 66 años, murió el pasado 27 de mayo, tras deambular en hospitales donde sólo se atendía coronavirus y escuchar la advertencia de los paramédicos cuando por primera vez pidió el auxilio de una ambulancia: “Tenemos órdenes de embolsar a todos, sean o no enfermos de COVID, son los protocolos”.
La concentración de los servicios de salud en el SARS-CoV-2 y el alto porcentaje de hospitales abocados de manera exclusiva a su atención —el 35 por ciento en todo el país—, ha derivado en historias como la de don Juan: su oportunidad de vida se perdió entre el trajín de la pandemia, las reglas establecidas por autoridades sanitarias y el miedo al contagio.
Un día antes, la tarde-noche del 26 de mayo, comenzó a sentirse mal: padecía de tiempo atrás insuficiencia renal e hipertensión. “Desde hace tres años lo teníamos que dializar, y el proceso le provocaba muchos altibajos en su organismo: algunas veces se le subía el azúcar”, cuenta doña Sandra, quien a mes y medio de la ausencia recuerda a su padre como un hombre trabajador y cariñoso, quien había encontrado un aliciente de vida en el reciente nacimiento de sus bisnietos gemelos…
Sobre la marquesina de la casa —en la colonia Estrella Culhuacán, de la delegación Iztapalapa—, aún cuelga el moño negro, señal de su partida inesperada…
“Nos duele mucho, porque otras veces había estado más delicado. En octubre del año pasado, después de la diálisis, se debilitó mucho: no podía ni agarrar la cuchara para comer, pero logró recuperarse. Ahora estaba mejor, no era para que se muriera, pero ahora todo gira alrededor del COVID y no pudimos salvarlo”.
Don Juan había estado unas semanas con otra de sus hijas, allá por La Nopalera, donde podía estar mejor protegido del COVID, “pero estaba triste, porque no veía a los gemelos, así que acordamos en la familia que era mejor regresarlo —-relata doña Sandra—. No sé si fue por la emoción de ver a los bebés, pero se le comenzó a subir la azúcar a 450, y se juntó con lo de sus riñones”.
Aquella noche del 26 de mayo, en pleno estado crítico, uno de sus nietos llamó al número de emergencia para solicitar una ambulancia…
“El paramédico nos dijo: ´su papá no tiene COVID, pero por la situación de emergencia que vivimos en la ciudad y en el país, y por su edad, va a tener que entrar al hospital como si estuviera contagiado, y casi todos los que entran así, se mueren dentro y sólo los regresan en cenizas´. Nos pintó un panorama muy negro”.
—¡Pero si mi padre no tiene coronavirus. No tiene fiebre ni tos ni dolor de garganta ni nada de eso!— refutó doña Sandra.
—Es que nos lo tenemos que llevar embolsado, son órdenes y es el protocolo médico para subirlo a la ambulancia. Luego hay que buscar en qué hospital lo reciben, porque todos están saturados. Ustedes dicen— respondió el paramédico.
“Platicamos en la familia y dijimos que mejor no. ´Es que si se llevan a mi papá ya no lo vamos a ver, y luego nos van a dar puras cenizas´, decía mi hermana. El señor de la ambulancia nos recomendó que buscáramos un hospitalito privado”.
—¿Y qué hicieron?— se le pregunta.
—Le hicimos caso. Fuimos a uno que se llama San Martín de Porres, pero ahí nos exigían la prueba negativa de COVID; después fuimos a otro en Los Reyes Culhuacán: dijeron que sí lo iban a aceptar, pero al final tampoco quisieron. Una prima, que tiene amistades en el hospital general de Tláhuac, allá en La Turba, nos sugirió llevarlo ahí. Ella le pediría de favor a su amiga que no juntaran a mi papá con los de COVID. Tomamos esa opción, pero la famosa amiga nos terminó por confesar que no dependía de ella, que si los doctores pedían que lo ingresaran como COVID, había que hacerlo, porque era más rápido de esa manera. No queríamos que se contagiara, por sus enfermedades crónicas, y mejor nos regresamos.
La familia decidió resguardarlo en casa, mientras otra de las hijas acudía a formarse desde esa misma noche a un consultorio privado, atendido por el médico famoso de la zona.
“Pero mi papá ya no aguantó. No paraba de quejarse y como a las 3:30 de la madrugada del miércoles escuché que dijo: ´Ay, Dios mío´, y una de mis nietas comenzó a llorar muy feo. De repente, dejé de escucharlo. ´Ya no se oye´, grité. Cuando me paré, mi papá ya no respiraba. Llamaron rápido a la ambulancia, y hasta eso que no se tardó. El paramédico lo revisó y dijo: ´su familiar ya terminó´. Fue muy duro”.
También llegó la patrulla. Uno de los policías los aconsejó: “Apúrense con lo de la funeraria, porque de lo contrario viene el perito y se tardarán en liberarles el cuerpo”.
A los gemelos (de un año y nueve meses), cuenta doña Sandra, les gustaba comer fruta con el bisabuelo. “Ahora no quieren, lo extrañan. No imaginábamos quedarnos tan pronto sin él. No le dio COVID, pero esa cochinada se lo llevó, porque todos los hospitales y los médicos andan como locos. Si en Los Venados, donde estaba el hospital que le correspondía, hubiéramos podido ingresarlo, tal vez aún estaría vivo, pero dijeron que puro coronavirus, hoy a todos los enfermos los están metiendo en el mismo costal. Lo queríamos cuidar de eso, y de todas maneras se nos fue, es un doble dolor”…
Fuente.-
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