Con ese título se publicó en 2010, en el diario londinense The Guardian, un artículo del filósofo británico Julian Baggini, en el que argumentó que no es papel del sistema penal perdonar y que la rehabilitación de alguien que ha cometido un delito no tiene por qué significar una ausencia de castigo.
Como le digo, ese artículo apareció hace ocho años, en el contexto del retorno a prisión de Jon Venables, uno de los asesinos del niño James Bulger.
En febrero de 1993, Jon Venables y Robert Thompson, quienes tenían sólo diez años de edad, raptaron a Bulger, de dos años y once meses.
El infante fue torturado antes de morir. Le metieron pintura en un ojo y baterías en la boca. Luego lo apedrearon y le fracturaron el cráneo con una barra de metal de diez kilos. Después intentaron que el crimen pareciera un accidente, al abandonar el cuerpo en una vía férrea donde fue mutilado por un tren en marcha.
El caso Bulger desató una gran discusión pública en Reino Unido que no ha cesado en un cuarto de siglo. Los asesinos fueron declarados culpables, en noviembre de 1993, convirtiéndose en las dos personas más jóvenes en ser condenadas por homicidio en la historia moderna de Inglaterra.
El hecho de que los asesinos fuesen tan jóvenes produjo una serie de procedimientos judiciales para determinar hasta qué edad debían ser encarcelados.
Originalmente, se decidió que hasta que cumplieran los 18 años, pero una campaña pública en 1994, que reunió 280 mil firmas, logró que el plazo fuera extendido otros siete años.
El caso llegó a la Corte Europea de Derechos Humanos, que falló que Venables y Thompson no habían tenido un juicio justo, por una “atmósfera altamente cargada” y un “proceso intimidatorio”.
A partir de esa resolución, el entonces presidente del Poder Judicial inglés redujo la sentencia a los ocho años originales. En 2001, los asesinos fueron liberados bajo una serie de condiciones y se les dio nuevas identidades y se les colocó en un programa similar al de protección de testigos.
A pesar de que Venables había seguido una rehabilitación calificada como modelo, unos años después de su liberación comenzó a abusar del alcohol y las drogas y a descargar pornografía infantil. También participó en peleas callejeras. Asimismo, violó los términos de su libertad al visitar la zona del asesinato de Bulger y divulgar su verdadera identidad.
Esto lo llevó de nuevo a prisión. Fue sentenciado en 2010 y permaneció encarcelado hasta 2013.
La reincidencia de Venables volvió a colocar el caso Bulger bajo el reflector de la opinión pública. El que, en un principio, la autoridad se negara a divulgar las razones por las que fue nuevamente encarcelado sólo sirvió para encender más la discusión.
En marzo de 2010, en su artículo en The Guardian, el filósofo, escritor y comentarista, Julian Baggini, criticó la forma en que se había procedido con los jóvenes asesinos.
“Con demasiada frecuencia —escribió—, el debate se plantea como si tuviéramos que hacer una serie de elecciones binarias, cuyos resultados deben mantenerse en todos los casos: ¿debemos buscar la retribución o el perdón, la rehabilitación o el castigo?
“Tal enfoque comete dos errores: nos alienta a ver las opciones en términos de uno u otro y a descuidar hasta qué punto diferentes casos pueden requerir respuestas distintas.
“Por ejemplo, debería ser obvio que la rehabilitación no necesariamente significa una ausencia de castigo. Alguien puede ser encerrado durante varios años e integrado de nuevo en la sociedad al final de la sentencia.
“Menos obvio es el papel del perdón, que puede complementar o suplantar a la justicia. En el primer caso, la justicia sigue su curso sin que el perdón desempeñe un papel. Si la víctima opta por perdonar o no, es un asunto aparte (...)
En otras situaciones, el perdón limpia la pizarra. Otorga clemencia, diciendo que, aunque la justicia dice que el responsable debe pagar por su crimen, al perdonarlo, lo libera de esta carga.
“Debido a que un sistema legal tiene que tratar a todos por igual, es difícil ver cómo el perdón podría jugar un papel importante en él. Es por eso que los perdones reales y presidenciales son tan excepcionales (...)
“Entonces, cuando preguntamos cuánto debemos tratar de rehabilitar a los asesinos de niños, por ejemplo, es incorrecto pensar que el perdón debe ser la motivación clave. No toca al sistema legal perdonar.
“Priorizar la rehabilitación de criminales violentos que sabían lo que habían hecho y representaba un peligro para el público sólo porque pensamos que sería bueno perdonarlos sería un error terrible. Más que eso: sería imperdonable”.
fuente.-
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