El Gordo Leonard tenía un olfato
mágico. Un don especial para corromper todo lo que tocaba. Con 180 kilos de
peso y una sed de oro insaciable, Leonard Glenn
Francis, de 53 años, logró crear un pequeño imperio empresarial hundiendo en el
fango a la mismísima Armada de Estados Unidos.
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Desde 2006 a 2013 recibió
información secreta de alto nivel y contratos militares gracias a una
vertiginosa concatenación de bacanales que él personalmente organizaba para los
orgullosos oficiales de la Navy. Carruseles de prostitutas asiáticas, cenas de
50.000 dólares en suites de hoteles de máximo lujo, sobornos en efectivo de
120.000 dólares, relojes Ulysee Nardin de 25.000, botellas de coñac de 2.000,
cajas de cohíbas… Incansable, las prácticas de El Gordo Leonard, como le
llamaban los marinos, han derivado en el mayor escándalo de la historia de la
fuerza naval estadounidense: 30 oficiales y marinos han sido acusados y 60
almirantes investigados (2 de ellos imputados y 6 sancionados).
El sumario, cuyos detalles
ha revelado ahora The Washington Post, muestra el asombroso
cóctel de sexo y basura del que se sirvió Glenn para su negocio. La trama era
sencilla. Su compañía, radicada en Singapur, se dedicaba a la logística y su
objetivo era prestar servicio a la Navy. Para ello, nada mejor que conocer sus
rutas y necesidades. Y también a su puente de mando.
La infiltración tuvo como blanco
preferente el USS Blue Ridge. De
190 metros de eslora, es el buque insignia
de la VII Flota. Controla las operaciones en Asia y el Pacífico
oriental. 70 barcos y submarinos, 300 aviones y 40.000 efectivos. La mayor
fuerza naval de EEUU. Un inmenso negocio.
En un primer paso, Glenn cultivó
la amistad de un puñado de oficiales con los que trataba habitualmente como
proveedor. Hombre conocido por su buen humor y sus maneras fáciles, no tardó en
hallarles el punto débil. Y a partir de ahí fue extendiendo la telaraña.
Solo para los oficiales del Blue
Ridge, la fiscalía ha descubierto que organizó 45 orgías y gastó más de un
millón de dólares en comidas, licores, cohíbas, entradas a conciertos y trajes
a medida. La confianza era tal, que cuando el buque insignia llegaba a puerto,
ahí les esperaba Glenn con su limusina y el Dom Pérignon. Lo que venía después
era pura adrenalina.
Las juergas, siempre según el
sumario, podían durar dos días y se celebraban en hoteles de cinco estrellas,
como el Shangri-La, de Hong Kong, o el histórico Manila, en la capital de
Filipinas, donde se alojó en los años treinta el general Douglas MacArthur.
“Aquello era una locura, no parábamos de beber”, ha declarado un comandante.
El primer acto consistía en una
cena o comida en los mejores restaurantes. Luego, apartaba a los marinos de las
miradas indiscretas y se los llevaba a otro escenario. Podía ser la suite
presidencial o el helipuerto del hotel. Entraban entonces en acción lo que
Glenn llamaba sus “cuerpos de operaciones especiales”. Cuadrillas de
prostitutas y strippers de China, Indonesia, Rusia, Mongolia o Filipinas que
acudían por oleadas. Era lo que llamaban el carrusel.
Había pocos límites. Y la
degradación del puente de mando del USS Blue Ridgefue en aumento.
Algunos oficiales no tenían recato en pedirle dinero prestado para sus deudas,
y otros se volvieron prácticamente sus espías. Le facilitaban los movimientos
de la VII Flota, le concedían contratas de repostaje, reparación y suministro,
cambiaban los itinerarios para atracar en los puertos donde él ofrecía servicio
y hasta le avisaban de la presencia de inspectores.
Tal era la fama de sus fiestas que entre los marinos se le pasó a conocer como Leonard La Leyenda. Pero la gangrena no pasó inadvertida. La frecuencia con que la VII Flota facturaba a su compañía empezó a levantar sospechas. En 2010 se abrió una investigación secreta y tres años después la fiscalía le capturó en San Diego. No tardó en confesar. Ahora, está a la espera de juicio y se enfrenta a 25 años de cárcel. Entre los marinos, aunque 20 de los 30 imputados se han declarado culpables, las sospechas siguen sin apagarse. Hubo demasiada corrupción durante demasiado tiempo.
Tal era la fama de sus fiestas que entre los marinos se le pasó a conocer como Leonard La Leyenda. Pero la gangrena no pasó inadvertida. La frecuencia con que la VII Flota facturaba a su compañía empezó a levantar sospechas. En 2010 se abrió una investigación secreta y tres años después la fiscalía le capturó en San Diego. No tardó en confesar. Ahora, está a la espera de juicio y se enfrenta a 25 años de cárcel. Entre los marinos, aunque 20 de los 30 imputados se han declarado culpables, las sospechas siguen sin apagarse. Hubo demasiada corrupción durante demasiado tiempo.
fuente.-Diario EL PAIS/España/
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